1.- ¿Por qué escribes?
Porque hubiera vendido mi alma por ser un gran compositor, un pianista clásico o un guitarrista de rock, pero tengo el oído musical de un buzón de correos. Porque como dibujante, de niño, tuve cierto talento, pero tampoco como para haberme dedicado en serio a la pintura. Porque mientras coleccionaba vocaciones artísticas frustradas escribía de vez en cuando, y lo cierto es que con el tiempo no hubo tanta distancia entre la intención y el resultado en mis cuadernos. Porque cometí una rara forma de suicidio a los veintidós y luego anduve doce años como un zombi, sin escribir una palabra, pero al despertar, allá por 2006, supe que ya nunca sería otra cosa que escritor.
Por la misma razón por la que necesito viajar: para intensificar la experiencia del presente y conocer más de lo propio y lo ajeno. Porque la literatura ensancha la vida y nos permite ser otros. Porque soy un egocéntrico y creo que tengo algo que decir. Porque no soy egoísta y quiero darle algo bello y tal vez útil a los demás. Porque pienso que el lenguaje condiciona el pensamiento y las ideas modifican lo real. Porque aún creo que podemos cambiar el mundo, aunque sea empezando por un solo lector, por una frase, por uno mismo.
2.- ¿Cuáles son tus costumbres, preferencias, supersticiones o manías a la hora de escribir?
Lo ideal y lo posible no suelen coincidir. Tengo unos amigos en el campo con una habitación de invitados en la que podría pasarme años escribiendo novelas, madrugando cada día para empezar a trabajar al alba, cuando el mundo permanece aún en silencio y hay como un fulgor nuevo sobre todas las cosas. Pero no quiero incordiar demasiado a mis amigos y sólo les visito unos días, muy de vez en cuando, por desgracia, supongo. El resto del tiempo tengo que escribir cuando puedo y donde surge, en medio del mundanal ruido. Tampoco me quejo demasiado, ya que a veces la escritura se vuelve más sucia pero también más eléctrica bajo presión, atenta al barullo de la vida, cuando tiene más que ver con el reto de la supervivencia que con el placer monacal de la vida resuelta. De manera que, hasta que no pueda permitirme una cabaña en el bosque y esas cosas, intento buscar el silencio donde puedo, yéndome a una biblioteca lo bastante vacía o encerrándome en un zulo. Porque, eso sí, durante la fase creativa necesito soledad y silencio a toda costa. La música es sólo para cuando me pongo el uniforme de corrector y mis textos caen bajo la ley marcial de la tijera. Aunque, ahora que lo pienso, como todo ser humano, puedo ser contradictorio: uno de los cuentos más largos de mi libro lo escribí escuchando en bucle la banda sonora de Ry Cooder para París, Texas.
3.- ¿Cuáles dirías que son tus preocupaciones temáticas?
Todo escritor debería asumir cuál es su territorio literario y dónde es extranjero. Hay códigos que no domino en narrativa, como el humor o el análisis sociológico, y otros terrenos en los que sí me siento en mi hábitat natural, como el simbolismo de los objetos, la personalidad del paisaje y las emociones, derivas y pulsiones vitales de los personajes. Me interesa todo lo que nos hace humanos y nos pone en jaque, con nuestras luces y sombras, aunque acercarme a nuestra naturaleza desde el lado oscuro me parece literariamente más atractivo. Al menos por ahora. También me atrae la permeable frontera entre sueño y vigilia, lo onírico como hechizo de lo invisible y una potencia más de nuestra mente. Al escribir, no dejo de cuestionarme el mundo y sus convenciones, me siento más cómodo al formular preguntas que intentando dar respuestas y prefiero la curiosidad del buscador a la certeza del moralista. Supongo que intento provocar todas esas cosas en los lectores: emoción, hechizo, una duda razonable sobre sí mismos y algo de asombro ante nuestra propia oscuridad. Tal vez porque, por paradójico que suene, aún creo que hay en nosotros algo de luz y que ante ese incómodo espejo puede revivir el deseo de convocarla.
4.- ¿Algún principio o consejo que tengas muy presente a la hora de escribir?
Vivir. Hacerlo intensamente y con verdad. Ray Bradbury escribió que «Somos copas que se llenan constante, silenciosamente. El truco consiste en saber volcarse para que la belleza se derrame», de modo que sobre todo leo, vivo y dejo que el tiempo llene mi copa. Creo que es importante prescindir de modas y camarillas, no congraciarse con todo el mundo y no compararte con nadie más que con la mejor versión de ti mismo. Aprender a renunciar, no tener prisa y preferir la lectura o la vida lejos de la página si no hay nada mejor que decir en ella. No hace falta escribirlo todo, es más importante saber callar lo superfluo y esperar a que las palabras precisas pidan paso, saber ver si lo esencial late o no en ellas. Intento seguir mi propia ética, cierta idea moral del mundo en la que no separo demasiado lo artístico de lo demás, pero siento que cualquiera tiene también derecho a llevarse la contraria cuando sea necesario. Más si cabe el artista, que aprenderá de los errores más que de los halagos. Se debe escuchar a quienes más saben cuando estás aprendiendo, pero tampoco con demasiados complejos ni durante demasiado tiempo, porque es mejor un original imperfecto que un sucedáneo correcto de otra voz: mejor para el autor y mejor para cualquier lector inteligente. Porque un buen día hay que empezar a volar solo. Porque para escribir algo genuino y volcar aquella copa hay que saborear la soledad y ser libre, esto es, valiente. Siempre. Valiente para plantearte tu vocación y reconocer, si es necesario, que no vales para esto. Valiente, si después de hacerte esa pregunta aún crees de veras en ti mismo, para no escuchar a nadie más y seguir adelante como un rompehielos soviético.
5.- ¿Eres de los que se deja llevar por la historia o de los que lo tienen todo planificado desde el principio?
Vuelvo al símil del viaje, que tanto tiene que ver conmigo: si no te dejas sorprender por el camino, probablemente no seas más que un turista. Pero si vas siempre a lo loco, sin ni siquiera un plano de la zona, bueno, lo más probable es que acabes despeñándote por cualquier barranco o en el caldero de alguna tribu caníbal. Me gusta preparar mis viajes, sobre todo los literarios. A menudo las historias maduran en mi cabeza durante semanas, meses o incluso años antes de escribir una palabra. A veces tengo tan vívido el mundo que he creado que sólo necesito dar un paso para hacer pie en él y recrearlo en la página. Pero sin extravío no hay descubrimiento, y sin conflicto no hay evolución, de modo que siempre le concedo un margen a lo desconocido. Sospecho que las obras demasiado planificadas tienen algo de mecanos, es decir, muy poco de organismos vivos, que son la clase de historias que más me gustan, las que manchan, las que muerden cuando menos te lo esperas.
Lo que sí hago en la siguiente fase son correcciones hasta el hartazgo, hasta que sé que debo dejarlo antes de volverme loco. Aunque cada vez me cuesta menos detenerme y dar por bueno el resultado, supongo que porque tenía que ver hasta ahora con la inseguridad del principiante, pero también con el respeto hacia mí mismo y hacia el lector, algo que no pienso perder jamás. De modo que estoy acercándome a un punto de equilibrio en esa segunda parte de la escritura. Y me alegro, porque es la más agotadora.
6.- ¿Cuáles son tus autores o libros de cabecera?
Ante este tipo de preguntas suelo caer en aburridísimas respuestas de profesor miope que pasa lista al final de clase y se olvida de una fila. Sería más honesto poder explayarse y comentar los motivos de cada deslumbramiento y epifanía literaria, pero me imagino que no acabaríamos nunca, así que, por lo menos, mencionaré a los escritores que en algún momento y con algún libro moldearon y cambiaron mi forma de leer y de escribir narrativa. Me refiero, con permiso de Homero, Cervantes y Shakespeare, y pasando de largo por la poesía, a Cortázar, Rulfo, Quiroga, Buzzati, Stendhal, Flaubert, Camus, J. Roth, Orwell, Poe, Melville, Steinbeck, H. Miller, Bradbury y Cheever, pero sobre todo a Chéjov, Dostoievski, Mann, Kafka, Conrad y Faulkner, seis miradas sobre el mundo sin las que ya ni siquiera concibo imaginármelo.
7.- ¿Podrías hablarnos de tu último proyecto? Bien lo último que hayas publicado o lo último que hayas escrito o estés escribiendo.
Ediciones del Viento acaba de publicar mi primer libro de relatos,
Agua dura, lo que me hace sentir realmente bien, por culminar mi dedicación de los últimos años al cuento, por la apuesta de un editor serio como Eduardo Riestra, quien tomó la decisión con una celeridad inusitada, y por compartir colección con otros narradores españoles que admiro y respeto, como Óscar Esquivias, Esther García Llovet o Pablo Andrés Escapa. También estoy muy satisfecho con la bella edición del libro objeto, de la que es cómplice Xabier Armendáriz, autor de la imagen de cubierta. La misma que el editor Pedro Medina ha utilizado para la
versión digital de Agua dura en Sub-Urbano Ediciones, esa aventura cultural que, desde Miami, se ha propuesto tender un puente literario entre América y España.
Con mi libro intento, de paso, mostrar una parte del lector que soy y, humildemente, homenajear a maestros como Faulkner o Conrad, pero también a escritores no tan canónicos para la crítica, como Stephen King, que me lo han hecho pasar en grande. Hay en esta docena de textos algunos cuentos muy breves y varios relatos largos, en los que mi escritura respira más hondo al sumergirse en un agua sombría, metáfora de la complejidad de las relaciones humanas. Podría decirse que es también un libro inquietante sobre la familia, en el que utilizo la ficción para filtrar algunas de mis obsesiones personales y literarias. Agua dura, como defiende el movimiento Nuevo Drama, pretende emocionar al lector con una narrativa implicada con su tiempo pero a la vez deudora de sus fuentes, una literatura sin vanas piruetas teóricas en la que pueda prender de nuevo la llama de lo vivo.
«Islandia», el cuento que cierra mi libro, aparece a su vez en la antología
Nómadas, que ha publicado casi a la par la editorial Playa de Ákaba. En la actualidad, despacito y con buena letra, sigo metido de lleno en la escritura de mi primera novela, una distopía. Respecto a otras labores literarias, en 2013 publiqué también un extenso
prólogo a El jugador, de Dostoievski (Nevsky Prospects), un trabajo del que he decidido regalar el PDF en algunas intervenciones de relieve que tenga en las redes, como ahora en tu página, Miguel. Espero que tus lectores lo disfruten y te agradezco que me hayas ofrecido este espacio para conectar con ellos.
Sergi Bellver (Barcelona, 1971). Escritor y guionista, ha publicado el libro de relatos Agua dura (Ediciones del Viento & Sub-Urbano Ediciones, 2013). Empezó a dedicarse a la literatura en 2007 y desde entonces ha trabajado como editor, crítico literario, periodista cultural, profesor de narrativa y librero. En los últimos tres años ha participado en una decena de antologías de relatos en España y Latinoamérica, ha escrito guiones de cortometraje y ha publicado narrativa y poesía en revistas como Quimera o en medios como el diario Tiempo Argentino. Editó los libros colectivos Chéjov comentado (Nevsky Prospects, 2010) y Mi madre es un pez (Libros del Silencio, 2011; con Juan Soto Ivars), y ha escrito el prólogo a una nueva traducción de El jugador, de Dostoievski (Nevsky Prospects, 2013). Ha colaborado con críticas literarias, artículos, entrevistas y columnas en el suplemento Cultura/s de La Vanguardia, en las revistas Qué Leer, Tiempo y BCN Mes, y en varios medios de la red. En 2008 se inició como profesor en Escuela de Escritores de Madrid, ciudad en la que residió durante catorce años, y ha impartido cursos y conferencias en diferentes eventos e instituciones públicas. A día de hoy coordina sus propios talleres de narrativa.
www.sergibellver.com