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lunes, 16 de agosto de 2010

Mini-reseñas veraniegas

“Adiós a Berlín” de Christopher Isherwood: Ambientado en el Berlín de los años 30, antes del ascenso del nazismo, relata las experiencias de un narrador, llamado también Christopher Isherwood, que vive como huésped en un piso compartido y se dedica a dar clases particulares de inglés. Aunque, en realidad, el narrador actúa como un simple observador y más que su vida nos cuenta la de una serie de personajes que también malviven como pueden en la ciudad, entre ellos una chica que sueña con ser una mantenida pero también un chico que sueña con ser un mantenido. Hay excursiones a garitos de dudosa reputación y peleas y discusiones entre huéspedes y entre familiares. Es un libro lleno de vida, fresco y encantador. Al principio, la situación política es prácticamente ignorada, pero a medida que la novela avanza va creciendo su presencia, hasta que el último capítulo se centra exclusivamente en la situación al borde de la ruina económica y la guerra civil, con los nazis y los comunistas enfrentados, y el miedo que convierte el ambiente en irrespirable.




“84, Charing Cross Road” de Helene Hanff: Hacía mucho tiempo que había oído hablar de este libro, pero no me atrevía a leerlo por miedo a que me pareciera cursi. Ahora que lo he leído me doy cuenta que quizás sea cursi, pero que esto no importa lo más mínimo cuando se trata de un libro tan adorable y delicioso. Se trata de una novela autobiográfica y epistolar, centrada en la relación, a lo largo de muchos años y exclusivamente por correspondencia, entre una norteamericana autodidacta que malvive escribiendo y un empleado de una librería inglesa de segunda mano a la que ella hace pedidos de libros que en su país no puede encontrar o que son demasiado caros. Ella es terriblemente norteamericana, bromista y vitalista, mientras que él es terriblemente británico, formal y sensato. Es un libro, de una sencillez y una modestia encantadoras, sobre cosas como el amor por los libros, la amistad, la generosidad entre extraños, y me hizo entrar unas ganas locas de pedir y comprar libros a diestro y siniestro.




“El protector” de Henry James: Después de terminar “La línea de la belleza” me entraron ganas de leer algo más de Henry James. Me decidí por “El protector” porque va de un hombre que adopta una niña para hacerla su esposa cuando se haya hecho mayor. Es la primera novela de James, aunque el estilo marca de la casa (elegante, detallista) ya está allí, pero la trama es algo previsible y demasiado convencional. Sin embargo, aunque a veces el estilo pueda ser empalagoso, lo cierto es que la mayor parte del tiempo es una delicia la minuciosidad con la que James se adentra en la psicología de sus personajes.






“Juego de azar” de Sławomir Mrożek: Se trata de una colección de cuentos que de media ocupan sólo dos páginas. Y sí, son ingeniosos y originales, pero no he encontrado ninguno brillante. Es un tipo de sentido del humor que al cabo del rato ya me cansa. Es como el tipo ese que sabe un montón de chistes y se pone a contarlos uno detrás de otro y cuando te tienes que reír se para y te mira para ver si te has reído y no deja de mirarte hasta que te ríes. Probablemente uno de cuando en cuando se me haría perfectamente digerible, pero uno detrás de otro causan indigestión. Lo acabo de terminar y, sin embargo, ahora no podría recordar ni uno; igual que me pasa con los chistes.





“Un tranvía llamado Deseo” de Tennessee Williams: El estilo de Tennessee Williams es melodramático e histriónico hasta límites cargantes. Supongo que cuando puedo identificarme mínimamente con los personajes (como en “El zoo de cristal”) lo puedo tolerar, pero cuando todos me parecen inaguantables ni modo de que me guste. Y es que “Un tranvía llamado Deseo” está protagonizado nada más ni nada menos que por una histérica presumida y autocompasiva, una pánfila adicta a una relación abusiva, y un bruto engreído y maleducado con potencial para convertirse en un violador. Y todo esto sazonado con un simbolismo chusco y patillero y una psicología freudiana de pacotilla. En un contexto normal probablemente sentiría pena por el primer personaje, porque realmente es el que se lleva la peor parte, pero el estilo de Williams es tan ridículamente lacrimógeno que se me hace todo totalmente inverosímil. Bueno, supongo que ha estado bien para leer en su contexto original la famosa cita aquella de que “siempre he dependido de la amabilidad de los extraños”.