Es bueno que los humanos sean la única raza que tropieza dos veces con la misma piedra, porque sino no daríamos segundas oportunidades a cosas que la primera vez han ido mal, y sino yo no hubiera descubierto nunca lo maravilloso que es ‘El inicio de la primavera’. De Penélope Fitzgerald leí ‘La librería’ y, a pesar de que es un libro del que sólo encontraréis buenas críticas, a mí me decepcionó muchísimo, básicamente porque me pareció previsible, simplón, soso y superficial. Pero, a pesar de esta primera experiencia tan mala, me animé a leer algo más de Fitzgerald y ahora me alegro muchísimo de haberlo hecho.
Después del párrafo de introducción, de rigor según mi libro de estilo, que casi nunca dice nada y casi siempre os podéis saltar, ahora viene cuando intento argumentar por qué me ha gustado el libro (o no). Luego ya, para el final, viene lo de contar el argumento. El caso es que los defensores de Penélope podrían decirme (con mucha razón) que su estilo es el mismo en ‘La librería’ que en ‘El inicio de la primavera’, un estilo que quiere parecerse al de Jane Austen, pausado y elegante, con apariencia costumbrista y una ironía sutil de fondo. E incluso podrían añadir que la única diferencia es que una pasa en Inglaterra y la otra en Rusia. Pero ahí sí que ya no les daré la razón, porque yo creo que si me ha gustado tanto no es sólo porque pase en Moscú y yo tenga debilidad por todo lo ruso.
El protagonista de ‘El inicio de la primavera’ es un impresor de origen inglés pero que se crió en Rusia y ha vivido la mayor parte de su vida allí. Todo empieza cuando su mujer le deja, sin dejar ninguna nota ni ninguna pista. Y la novela va de cómo él reacciona o no reacciona ante este hecho. Diría que en último término es una novela de cómo las circunstancias que nos rodean nos modifican el curso de la vida y como tenemos que adaptarnos a ellas. Parece que no va de nada, pero va de mucho. Se centra en la cotidianeidad de la vida diaria, y esto que parece que podría hacerla muy pequeña es lo que la hace muy grande.
Me quejaba de que ‘La librería’ era previsible y una de las cosas que más me han gustado de ‘El inicio de la primavera’ es que no es nada previsible. Es un libro que no acaba de encajar en ningún género novelesco concreto y hasta cierto punto esto te desconcierta. Vas leyendo y no tienes idea de por dónde va a tirar. Y ésta es una sensación magnífica. Es una novela que te acoge en su casa y te hace sentir comodísima. Me es muy difícil decir por qué es tan deliciosa esta novela. Al fin y al cabo, no pasa nada y los personajes son planos, muy honrados y nobles todos ellos. Incluso hay unos niños sabelotodos que en otros libros me hubieran puesto de los nervios, pero aquí, si bien no me han gustado, al menos los he tolerado, y esto en mí ya es todo un triunfo.
Como he dicho, ‘El inicio de la primavera’ es muy rusa; hay samovares, políticos asesinados, estudiantes, revolucionarios, criados, tolstoianos, un oso, una dacha, vodka, espías para el gobierno, pasaportes internos y externos, etc. Sucede en 1913 y la revolución ya amenaza con estallar y los extranjeros que viven en Rusia saben que en cualquier momento se pueden ver obligados a marchar. La historia empieza en invierno y poco a poco el hielo se va fundiendo y la primavera se abre paso, hasta que todo culmina el día que abren las ventanas. Está todo tan minuciosamente descrito que es una delicia. Pero también tiene un toque inglés, que se ve sobre todo ese costumbrismo irónico y en la descripción de la pequeña sociedad llena de prejuicios que forman los ingleses que habitan en Moscú. Lo último que diré para tratar de convenceros que esta obra es una maravilla es que se nota que está muy bien tejida, con amor y esmero, y que en su simplicidad y su cotidianeidad está la belleza.