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lunes, 6 de diciembre de 2010

Mini-reseñas otoñales

‘Una cuestión personal’ de Kenzaburo Oé. Normalmente no soy fan de los libros que describen como un personaje se lanza a la autodestrucción. Pero hay excepciones, claro. En este caso el protagonista es un profe de segunda división de veintitantos años, dominado y acojonado por un suegro castrante, y con una mujer que acaba de tener un hijo deforme que probablemente morirá dentro de poco, pero que sí no se muere quizás sea aún peor. Por supuesto no es un personaje que se pueda admirar; es cobarde, débil, indeciso, egoísta, quejica, etc. Pero es tan real. Me gusta el aire realista (y la sordidez comedida, sin estridencias gratuitas) que tiene el descenso a los infiernos que emprende. Quizás sea porque es en parte autobiográfico, pero es un libro que me sonó sincero. Sin embargo, el final no me acabó de convencer. No por la decisión que acaba tomando (porque creo que es la que debería haber tomado) sino porque lo hace de una forma algo precipitada y encima luego nos cuela un epílogo empalagoso e innecesario. Pero el libro me gustó mucho. Me encantó su aire de pesadilla angustiante, lo apresuradamente que se suceden las escenas y la forma en que todos los hilos argumentales acaban confluyendo.



‘Queridas mías’ de Clarice Lispector. No soy ni mucho menos una experta en Clarice Lispector. Sólo he leído dos libros de relatos suyos: uno me gustó mucho (Felicidad clandestina) y el siguiente me decepcionó mucho (Lazos de familia). Aún así, cuando en la biblioteca vi este libro que está formado por las cartas que Clarice envió a sus hermanas mientras vivía en el extranjero (Italia, Suiza, Inglaterra, Washington, etc.), ya que su marido era diplomático, no me lo pensé dos veces y me lo llevé a casa. Llamadlo voyeurismo, ser cotilla, idealización romántica de cualquier tipo de correspondencia, o interés por los escritos personales de los escritores que fueron escritos sin pensar en su futura publicación. El resultado es un libro delicioso. Las cartas están llenas de amor y nostalgia. Y describen las dificultades del oficio de escritora, el desarraigo de vivir en un país extranjero, el hastío que producen las reuniones sociales, el día a día de la vida en familia, el deseo de volver a Brasil, etc. Son frescas, espontáneas, ricas y llenas de vida.



‘¡Aquí no paga nadie!’ de Dario Fo. Una obra curiosa, entretenida y divertida. Cae simpática. Es como un vodevil, pero en lugar de esconder amantes en el armario se esconden conservas y paquetes de arroz que se han robado de la tienda de comestibles porque los precios están por las nubes. Las situaciones absurdas y los malentendidos grotescos son llevados tan al límite que me hizo reír en voz alta de verdad. Aún así, su denuncia social peca de cierta ingenuidad y un idealismo impracticable. Y los personajes son bastante planos, excepto el de Juan, que en un principio parece que está del lado del gobierno y de las leyes (por más que sean injustas), pero que luego descubrimos que es todo más bien por cobardía, aunque al final, como no podría ser de otra forma en una obra tan idealista, acaba comprendiendo su error y rebelándose como el que más; sí, excesivamente ingenuo, pero bonito.



‘Un árbol crece en Brooklyn’ de Betty Smith. No está mal el libro. El principio está muy bien. Luego se vuelve algo previsible y repetitivo, pero sigue sin estar mal del todo. Eso sí, se lee muy bien, que dicen. Es sobre una niña pobre que vive en Brooklyn, se evade leyendo libros y sueña con ser un día escritora. Y es todo bastante tópico y bastante idealizado. Por ejemplo, el padre es un borracho pero de buen corazón y hay una maestra que es una solterona insatisfecha. Es todo también muy sentimental; las pasan muy canutas y a veces no hay nada que comer, pero al final, en el último momento, siempre hay algo que los salva. Aún así, las partes que hablan del amor por los libros y por la escritura están realmente bien. También me gustó la relación de la protagonista con su padre, la forma en que se quieren, pero también la relación con su madre, porque las dos son demasiado orgullosas y se parecen demasiado y, aunque se quieren, no dejan de haber malentendidos y tiranteces entre ellas. Pero es que los personajes principales todos son tan buenos y tan nobles, tan perfectos. Y luego, para rematarlo, hay ciertos tics de estilo que realmente me parecen enervantes, como lo de transcribir en primera persona los pensamientos y reflexiones de los personajes; es un recurso que me parece de vagos.



‘La tía Mame’ de Patrick Dennis. Reconozco que los libros de humor no son los que más me gustan. La comedia es probablemente el género que me gusta más en el cine, pero los libros etiquetados como “de humor” pocas veces consiguen hacerme reír. Aún así, tenía bastantes esperanzas puestas en ‘La tía Mame’. Iba de un niño huérfano que era criado por una tía excéntrica en el Nueva York de los años 20. Intuía, por el argumento, que me podía gustar. Pero me equivoqué. Las situaciones no son ni de lejos tan divertidas como esperaba, más bien oscilan entre lo predecible y lo ridículo e inverosímil. Además, los personajes son ridículamente planos y esquemáticos. Sí que la tía es un personaje excéntrico, pero lo es de una forma muy tópica. Probablemente me hubiera gustado más si se hubiera centrado en la relación entre tía y sobrino, pero de esto no hay casi nada. Es todo el rato sobre lo excéntrica y guay que es la tía. Hay también algunos prejuicios de clase y muchos aires de superioridad: se quiere hacer pasar a la tía y el sobrino como unos liberales muy enrollados pero se hace a costa de contraponerlos a otros personajes que de tan mezquinos no son creíbles. Y todo da bastante rabia.



‘El cocodril i altres narracions’ de Fiódor Dostoyevski. Mira que me gustan las novelas de Dostoyevski, pero con los cuentos no hay manera. En este volumen que pillé en la biblioteca sólo hubo uno que me pareció mínimamente interesante; los otros los termine por puro orgullo y acabé de lo más fastidiada. El que se puede decir que aún me gustó es ‘Un episodio vergonzoso’; va de un tipo de clase alta que cree en el amor al prójimo más allá de clases sociales y decide pararse en la celebración de la boda de uno de sus empleados para demostrar que él es el jefe más bueno y solidario del mundo porque es capaz de mezclarse con la gente de clase inferior a la suya. Por supuesto, los que están celebrando la boda se quedan flipando, se preguntan qué hace allí, desean que se largue y acaban entendiendo que sólo se ha presentado por vanidad, para demostrar que él es superguay. Es un relato lúcido, crítico, inteligente y con un humor sutil. Los otros cuentos también son supuestamente humorísticos, pero el humor es mucho más grueso, uno está protagonizado por un marido cornudo, otro es sobre los muertos en el cementerio que hablan y siguen siendo tan miserables y egoístas como cuando estaban vivos, y el último es sobre un tipo al que se lo traga un cocodrilo y no quiere salir de allí porque allí dentro, sin tener que hacer nada, se está de maravilla. El problema es que el humor es muy chabacano y todo es bastante burdo y tópico, impropio de Dosto. Me río más con ‘Crimen y castigo’ o ‘Los hermanos Karamazov’ que no con estos cuentos supuestamente divertidos.