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lunes, 22 de junio de 2009

'Fedra' de Jean Racine


Pocas obras deben existir como la 'Fedra' de Racine que sean una defensa tan radical de la virtud (afortunadamente), pero también pocas obras deben existir como la 'Fedra' de Racine que hablen con tanta intensidad del dolor por un amor que se sabe que nunca será correspondido (desgraciadamente). Fedra está enamorada de Hipólito, el hijo de su marido, que encima resulta que no es nada más que un bravucón misógino y arrogante. Ella agoniza literalmente de amor (como pasa en toda tragedia que se precie), pero, avergonzada, no se atreve a confesar quién es la causa de su lenta agonía. Al final, presionada por su nodriza, se lo confiesa. Fedra se llama a sí misma "un monstruo incestuoso", porque en el mundo de Racine la idea de cometer un crimen es tan grave como el hecho cometer un crimen en sí mismo. Siguiendo esta misma tónica, ella nunca se hubiera atrevido a confesar su amor a Hipólito, pero como parece que Teseo (el soso de su marido) ha muerto, una vez más, convencida por su nodriza, se lo confiesa.

Hasta aquí bien: Fedra es un personaje consumido y debilitado a partes iguales por el amor y la culpabilidad; en este contexto se entiende que ella no se atreva a hacer nada hasta que no es empujada por un personaje externo. Lo que me mosqueó es que en el mundo de Racine los personajes de alta cuna sean tan nobles que no sean capaces de una calumnia y que por tanto no sea Fedra quién calumnie a Hipólito después de su rechazo, sino su nodriza (que es una criada y que por tanto, en el mundo de Racine, sí que es lógico que sea capaz de calumniar a quién se le ponga por delante sin remordimientos; una vez más la calumnia se refiere sólo al hecho de tener deseos incestuosos, no a una violación como era hasta entonces la tradición, Diós nos libre). Es por esto que la Fedra de Racine nunca será una de mis heroínas favoritas. Aún así es una heroína bastante guay, tiene unos grandes discursos, que te encogen el corazón, y una salida de escena épica (aunque una vez más me mosqueó que las últimas palabras de la obra no fueran las suyas; Racine, en serio, tío, ¿darle las últimas palabras a Teseo que es un muermo de personaje? ¿cómo habíamos quedado que se titulaba la obra?)

Así, el mayor pero que le encuentro a la obra es el personaje de la nodriza, maniqueista a más no poder, un mero instrumento a las manos del autor para hacer su heroína más noble y recatada. Y el mayor acierto, para mí, es que es una obra en que poco ocurre, que la acción se ve empujada por las palabras de los personajes, por la revelación de sus sentimientos (¡ésta es mi definición del teatro, señores, apuntárosla!) Personalmente también me gusta que haya un montón de muertes pero ningún asesinato. Me gusta (en esta ocasión) el uso recurso del deus ex machina: Poseidón envía un monstruo del mar que acojona los caballos que tiraban el carro de Hipólito y éste es arrastrado hasta que queda hecho una piltrafa. Toma ya, esto sí que es una muerte. Toma ya, le está bien empleado al chuleras de Hipólito.

Pero, aunque Hipólito, me caiga mal, es un buen personaje. Uno de los aciertos de Racine fue hacerlo enamorado, una novedad en la tradición, y se tiene que tener en cuenta que en el mundo de Racine, estar enamorado es una flaqueza de carácter, pero en el caso de Hipólito es aún más grave, porque Hipólito es hijo de una amazona y siempre ha mirado con desprecio y aires de superioridad a los que se enamoran, pobres diablos, hasta que él se enamora y se enamora nada más ni nada menos que de la hija de los enemigos de su padre, lo cual hace de Hipólito un auténtico hipócrita, porque es víctima de un amor que debería ser tan condenable como el que siente Fedra por él. Racine ignora este aspecto (como ignora también que los errores que Teseo ha cometido fuera de cámara sean también de la misma calaña), pero nosotros lectores del siglo XXI no podemos hacerlo. Evidentemente, las lecturas implícitas que contiene este olvido me encantan (ya sabéis, a los hombres se les perdonan errores que las mujeres no se pueden permitir cometer y tal).