'Los monederos falsos' de André Gide tiene jovencitos con uniforme que asisten a un internado. Esto es lo principal. Pero seguro que, a parte de éste, tiene otros méritos. Dejad que lo piense, porque tiene que tenerlos. Siempre que leo un libro lo primero que siento es si me gusta o no. Es sólo después que intento buscar las razones por las que el libro en cuestión me ha gustado o no. Primero me llevo una impresión y luego la analizo. Me es imposible hacer el camino inverso: primero analizarlo y después decidir si es bueno o no, que para mí es lo mismo que decir si me gusta o no. Esto conlleva un problema que no se puede ignorar por más que lo intente. Acabo dando como razones por las que me gusta un libro sus características intrínsecas y me ocurre a veces que las mismas características hacen que a veces me guste un libro y a veces odie otro.
No sé si me explico bien, pero esto es lo que me ha sucedido con 'Los monederos falsos' y probablemente me sepa explicar mejor con este ejemplo concreto. Para empezar, en 'Los monederos falsos' hay un personaje (Edouard) que está escribiendo una novela titulada 'Los monederos falsos' y hay abundantes reflexiones metaficcionales a propósito de la naturaleza de la novela que estamos leyendo. Los personajes son sólo personajes, creados únicamente para ser los agentes de una serie de acciones y conversaciones. Las conversaciones son unas conversaciones largas y pedantes que nunca tendríamos en la vida real. Y la forma en que las vidas de los personajes se cruzan es rebuscada (todos están relacionados con todos) e inverosímil, típica de culebron con hijos y amantes secretos por doquier. Aquí la palabra clave es "inverosímil". No es sólo que parece que a Gide no se fije lo más mínimo en si su obra es verosímil o no, sino que parece que se haya propuesto hacer una obra lo más inverosímil que pueda.
Cualquiera de estas características por si sola haría que mi cara se contrayera en una mueca de disgusto. Sin embargo, en 'Los monederos falsos' no es sólo que la metaficción y la inverosimilitud no me hayan molestado, es que creo que la novela no podía haber sido escrito de otra forma, esta metaficción y esta inverosimilitud son dos de sus más grandes virtudes. Y cuando me pasa algo así, lo único que puedo hacer es encogerme de hombros y decir que hay recursos que a veces funcionan y a veces simplemente no funcionan y que yo no me siento capaz de saber decir qué es lo que los hace funcionar y qué es lo que no. En una de las conversaciones sobre la novela que estamos leyendo y que Edouard está escribiendo, éste nos dice que quiere hacer una novela que sea toda artificio, nada realista, una novela teórica y abstracta, que haga que los lectores digan "¡Por Dios, esto nunca pasa en la vida real!", pero que sin embargo haga que los lectores se vean totalmente reconocidos en las escenas y los personajes que describe. Y efectivamente Gide consigue esto. Es imposible no leer el capítulo (¡oh, qué capítulo más magnífico!) del reencuentro en la estación de Edouard y su sobrino Olivier y no verse reconocido en la imposibilidad de los dos de decir lo que sienten y de comprenderse el uno al otro. ¡Oh, magnífico!
Edouard dice que su novela no tiene argumento, pero en realidad no es exactamente así. Edouard dice que su novela no tiene tema, pero en realidad habla de tantísimas cosas: conflicto generacional, relaciones entre padres e hijos, amor, sexo, amor platónico versus sexo, adulterio, homosexualidad, religión, cinismo, suicidio, masturbación, culpabilidad, y por supuesto literatura. Pero diría que en último término de lo que habla 'Los monederos falsos' es del bien y del mal. Como las monedas falsas, todos los personajes aparentan algo que no son, pero cuando se acaba descubriendo qué son realmente pierden todo su valor. Todos los personajes, como las monedas, tienen una cara oscura. En último término, la moraleja de esta obra es que debemos luchar contra nuestro lado oscuro. Pero, aunque sea una obra moral, evidentemente la moralidad de Gide es diferente a la moralidad al uso, conviene decirlo.
Los personajes básicamente se dividen en adolescentes o preadolescentes y ancianos. Por más que Edouard tenga 38 años es un adolescente porque se comporta como tal. Los ancianos representan un mundo que se extingue, el mundo en que la bondad y la pureza de los niños no era una falacia, y son numerosas las escenas en que los ancianos les cuentan a los niños lo buenos que son mientras a estos niños se les escapa la risa o en las que alguno de los ancianos cree que Edouard es más bueno de lo que en realidad es y éste se muere de vergüenza y sentimiento de culpa. Es una obra profundamente y extenuadoramente cínica. Cruel y lúcida. Me encanta que sea tan lúcida y cruel como para llegar a proponer que, mientras que los adultos nos dicen que tenemos que ser buenos, en algunos círculos lo que realmente se valora es la maldad. El cinismo llega a quotas altísimas.
Magnífica obra. Echaré de menos el cinismo de Armand, la lucidez de Edouard, el angst de Olivier, la rebeldía de Bernard, el trágico pequeño Boris, el patético viejo La Pérouse, la maldad sin escrúpulos del conde Passavant, la maldad con escrúpulos del fanfarrón de Georges, la cobardía del fanfarrón de Phiphi, la amistad entre Olivier y Bernard, el amor, la admiración y la necesidad que hay entre Edouard y Olivier, tantas, tantas, tantas cosas... De las mejores novelas (francesas o no) que he leído.