Hace una semanas hubo una fiesta de pijamas en casa.
Solo para chicas.
Suertudo, pensarán algunos. Ladrón, dirán otros con esa sonrisa lobuna que da la envidia. Briboncente, mascullarán unos terceros, lo bien que te lo vas a pasar.
Y yo pensaba que sí, que así sería. Una fiesta de pijamas solo para chicas y pensaba mientras me relamía en las fiestas de pijamas que conocía gracias al cine y a unos documentales muy interesantes que corren por internet.
Solían empezar en la casa de alguna chica llamada Mindy o Candie o Melanie. Sus padres se han ido de viaje y ella invita a siete u ocho amigas entre dieciocho y veintidos años para pasar la noche viendo una película de miedo, haciéndose trenzas y criticando a esos chicos que los tienen loquitas loquitas, pero que solo piensan en partidos de fútbol y concursos de beber cerveza. La protagonistas está un poco desengañada con su chico y quiere que está noche sea especial y olvidarse de este patán. Tiene una importante colección de películas de terror y una botella de licor que le ha robado a su abuela que en esos momentos está atada y amordazada en el sótano para que no moleste. Las chicas van llegando y van riendo y se ponen cortos y ajustados pijamas y han bromas y se quejan y dicen qué guapa estás. Hasta que llega la última invitada, Alexia aunque se pronuncia Margaret, y no viene sola. Está con su prima que ha venido de Wyoming o de Chalapattula de vacaciones; es una preciosa muchacha a la que presentan como la flamanete Miss Calabaza Borracha 2013.
- ¿Te importa que haya venido acompañada, Mindy?
- Por supuesto que no, Alexia aunque se pronuncia Margaret. Bienvenida Prim.
- Gracias, eres un encanto.
- Gracias, y tú muy guapa.
- Sí, pero hay un problema Mindy.
- ¿Cuál Prim?
- No sabía que era una fiesta de pijamas y...
- ¿Sí?
- No he traído pijama y tendré que cenar, ver películas y jugar al twistter desnuda.
- No pasa nada. No tienes nada que ninguna de nosotras no haya visto ya. Íbamos a cenar. Espero que te guste la pizza.
- Me encanta la pizza, aunque espero que no lleve salchicha. No me gusta la salchicha. La odio.
- ¿No? ¿Y qué te gusta comer a ti?
- Me encantan las almejas. Sorber, chuperretear, abrirlas con la lengua y tragarme sus jugos.
- ¡Qué divertido!
Y empieza la fiesta. Beben un poco más de la cuenta y tienen un susto cuando se dan cuenta de que han confundido la película y en vez de poner "El sacacorchos maldito IX" han puesto una película del hermano pequeño de Mindy llamada "Chicas besándose mientras otras chicas saltan a la pata coja III". Y aunque al principio se sienten algo cohibidas y sorprendidas, la curiosidad se abre paso como la gangrena se abre paso en una herida y acaban mirándose, sonriendo, mordiéndose los labios hasta que llega el primer beso, la primera caricia y una de ellas, con voz tímida y recatada, dice lo de si puede sacar su colección de dildos. "Nunca salgo de casa sin ellos".
Y ya podéis imaginar dónde acaba esto. O en orgía de sudor y suspiros, o en orgía de sangre y vísceras porque ha dado la casualidad que un psicópata se ha escapado del hospital psiquiátrico maldito donde un doctor hacía experimentos satánicos con él y las mata a todas bien muertas menos a Mindy porque es nuestra protagonistas y todos nos sentimos identificados con ella.
Pues para mi sorpresa, la fiesta de pijamas que hubo en casa no fue de este tipo.
A ver, que ya me extrañaba a mí que A. dejara el piso para una fiesta de estas características y, la verdad, no sabía a quién podía haber invitado. No me imagino a las mamas del colegio correteando por el piso en pelotas mientras una las persigue con un percutor sensual Mandrake 3000. Pero a mí me daba lo mismo, que hicieran lo que quisieran mientras me dejaran leer en paz. Al final le pregunté a A.
- ¿Y quién viene a la fiesta de pijamas esa?
- Las amigas de Niña Zombie.
- Pero si son unas crías.
- Claro, una fiesta de pijamas para niñas pequeñas. ¿Qué te creías?
- Nada, nada. A mí que me dejen leer.
- Que sí, ya se saben las normas de la casa.
Que son:
1. No se entra en la habitación de A. y de Jorge.
2. No se entre en el despacho de Jorge.
3. No se molesta a los gatos.
4. Jorge no existe.
Y llegó la noche de la fiesta de pijamas y mi casa se vio invadida por seis niñas de cinco y seis años que correteaban nerviosas y entusiasmadas por el pasillo. Con sus pijamas, sus peluchas, sus ilusiones, sus temas pendientes y sus ganas de convertir esta reunión en una tradición. Niño Lobo se había ido a casa de su padre. Los gatos, cobardes ellos, se escondían debajo de la cama intentando huir del acoso al que le sometían las niñas. Y ellas se disfrazaban, se reían de cosa que solo ellas entendían, se quedaban en silencio cuando yo cruzaba la habitación, volvían a perseguir a los gatos, y resultaba aterrador ver como en cuestión de milésimas de segundo eran capaces de pasar de esto
a esto
para volver a su estado original como si no hubiera pasado nada para al poco tiempo, un hecho tonto y sin ninguna importancia encendía la mecha y de nuevo de
a
- A. - decía yo -. Son demonios.
- Son niñas.
- Que no, que lo he visto, que son demonios. Que están en plan qué mona que soy y al momento se les ponen los ojos en blanco y empiezan a chillar. Que no es normal.
- Sí que lo es.
- Que no. Yo no duermo esta noche. Que no me fío de ellas, que no me fío.
- Tú vete a lee tranquilo y ya está.
Ya está. Era muy fácil de decir, pero no las tenía todas conmigo. Es que eran muy raras... pero mucho. Y niña Zombi, también. Se daban abrazos diciéndose lo mucho que se querían y al momento se estaban peleando mientras otra se quejaba de que nunca se hacía lo que ella quería mientras una cuarta perseguía a los gatos. Y volvían a ser amigas y se comportaban como princesas para pasar a ser matones de discoteca al segundo siguiente para convertirse en hadas repartiendo amor y piruletas para metamorfosearse en hunos arrasando una solitaria aldea.
- Están locas.
- Son niñas. Es normal.
- Están muy locas - insistía yo.
- Estate tranquilo - y A. se iba con ellas a jugar, a maquillarlas y a explicarles cuento.
"Es una de ellas", pensé.
Cenamos, jugaron, se pelearon y se reconciliaron. Perseguían a los gatos. Lloraban, se calmaban y volvía a llorar porque estaban calmadas. Decidieron que yo era un juguete genial y que lo más divertido era venir a correr cerca de mí mientras leía. Me hablaban de cosas y yo las mantenía alejadas de mí con un palo y mi peor cara. Y continuaban con su juego de transformaciones. De niñas encantadoras a monstruos. Y eso durante toda la noche.
Toda la noche.
Al final opté por hacer lo más sensato que podía hacer.
Me escondí debajo de mi cama con una escoba y los gatos y recé para que Buffy entrara por la ventana y acabara con esos pequeños monstruos vestidos de rosa que alguien había convocado y que insistían que yo era su amigo.