¿Por dónde empiezo?
No soy una persona muy sociable. Ni muy simpática. Ya sé que esto os acaba de pillar por sorpresa por la dicharachería que he demostrado en este blog, pero no, no soy el alma de ninguna fiesta ni la alegría de las reuniones. Tiendo a convertirme en El Vigilante, observando desde la distancia y ni de coña interaccionando. No soy rápido buscando temas de conversación y la charla banal se me escapa. Así que suelo conversar con monosílabos, inquieto, buscando la salida más cercana y rezando a quien no creo para que empiece un apocalipsis zombi y así tener un tema de conversación que sí domino.
- Entonces, ¿cómo es posible que una ameba social como tú le haya tocado la lotería de acabar teniendo en su vida a alguien como A.?
Eso, junto con el origen de la vida, el secreto del sabor del arroz que hacía mi abuela y si Wert es humano y no un demonio cibernético es uno de los grandes misterios de la vida. Suerte y no hago muchas más preguntas. Para quienes no la conozcan, A. es todo lo contrario. Le encanta la gente, salir a dar vueltas por las calles, las reuniones multitudinarias, conocer gente nueva, los niños e irse a los parques con sus pinturas y dibujar sirenas, dragones o lobos en los brazos de los críos. De gratis. Solo por el placer de conocer gente y ver la sonrisa de un niño. Y el azar ha querido que la clase de colegio de Niña Zombie (las serpientes) esté rebosante de niños simpáticos con padres sociables que se han conocido y, lo que es peor, se caigan bien entre ellos. Entonces juntas a niños felices y sociables con una madre hermosa, alegre, divertida y con don social con padres simpáticos que ocupan el parque y les encanta la calle y el ruido y son todos alegres y majos y dedican el fin de semana a hacer cosas raras como salir a dar una vuelta o ver a otra gente y, ¿qué ocurre? Lo peor.
Que deciden hacer actividades... todos juntos.
Es gente rara. Ahora les ha dado por irse al parque con instrumentos de música y pinturas y organizar una orgía de actividades para los niños: canciones, cuentos, pintura, juegos y risas. Lo explicas y la reacción general es de "qué guay... esos niños crecerán sanos y con unos recuerdos maravillosos". Pero a mí me inquietan. Son una especie de secta donde hablan, se relacionan, comparten problemas, angustias y alegrías y hacen cosas juntos.
Vamos a tomar algo.
Vamos de paseo.
Vamos a celebrar un cumpleaños.
Vamos a inventar juegos.
Vamos a la nieve.
Vamos al parque.
Vamos a comer un domingo todos juntos.
Vamos a pasar un fin de semana todos juntos en una casa de colonias dejada de la mano de dios en medio de ninguna y sin servicio de habitaciones donde tendremos que hacerlo todo y los niños tendrán espacio para jugar y nosotros para hablar y explicarnos cosas y tendremos tiempo para relajarnos e imaginar otras actividades que podemos hacer todos juntos.
Así que dicho y hecho. Una fin de semana en el campo. Un montón de adultos con ganas de que los niños se vayan a dormir para emborracharse y hablar de sexo, y un montón de críos sin ganas de ir a dormir correteando como animales rabiosos por campo, pasillos y habitaciones. ¿Quieres venir?, preguntó A. Ya imagináis la respuesta. Yo en una casa de campo con mucha gente y críos solo puede acabar de una forma.
Y, la verdad, no me apetece ponerme una estúpida máscara.
Además, cuando era pequeño ya estuve de colonias en esa casa. Y no, no guardo buenos recuerdos. No me gustaba ir de colonias y... pasaron cosas. No recuerdo con exactitud qué, pero pasaron cosas. A veces no son más que flashes, pero... algo pasó y no volví a ser el mismo.
Así que nada, Jorge se queda el fin de semana en casa disfrutando de no hacer nada y la cantidad de vídeos tontos que hay por estos mundos de internet. Para colonias, Varon Dandy. Paso de un fin de semana de niños corriendo y jugando, padres hablando de los niños, del cole, de gin tónics, de los que no han ido, de niños que lloran sin mucho entusiasmo porque se han caído y padres que sana sana culito de rana así con un poco de desgana porque prefieren seguir la conversación, de ver quién hace la carne, de dónde se ha metido, de globos gigantes (en varios sentidos), penes saltarines y lavabos comunitarios. ¿Antisocial? Sí. Además, si fuera, perdería ese aire de misterio que tengo y dejaría de ser el tío ese raro del sombrero que lleva a lo niños al cole para convertirme en alguien más normal y balbuceante.
Y no me lo puedo permitir.
Por cierto, qué gusto da volver.