Me quedo solo en casa con un resfriado rondando y temiendo lo que pueda pasar mañana. No solo es lunes, si no que es la víspera de reyes. Regalos de última hora, nervios, colas y algún que otro encargo que no ha llegado con los consabidos reproches. Paciencia, que dicen. Pongo le película, me entierro en la manta y me dispongo a pasar dos horas angustiado. Y como.
Una pareja. Un pueblo de casas blancas, luminoso y de sol inclemente. No hay adultos a la vista. Muchos niños.
Ya sé que tiene sus cositas de guión (reacciones del protagonista y etc.) y que no es perfecta, pero no importa. Con escenas como la de la piñata, el paseo lento y tenso por la iglesia, los niños tomando posiciones en la barca... La narrativa lenta, la sonrisa de los infantes, la lumionsa y asfixiante fotografía de Jose Luis Alcaide donde el sol y la luz se hacen terror, la angustiosa banda sonora de Waldo de los Rios, el inteligente uso de la elípsis y muchos detalles para una película que consigue estremecer y angustiar.
Y aviso, es obligatorio verla en su versión original. Con la pareja protagonista hablando en inglés y luchando por entenderse con el resto del reparto, que habla en castellano. La angustia crece. Sobre todo en ella, la incomprensión con los demás y el silencio y la terquedad en ocultarle cosas de su pareja. Cada "nada" que él contesta es un mal presagio.
Además, las historias de maldad infantil siempre me han fascinado. Una crueldad pura, "inocente", llena de sorpresa y juego. Quemar un hormiguero o perseguir un gato. La aterradora mirada inocente de un niño.