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domingo, 17 de noviembre de 2013

Chorraditas

Esta entrada esta escrita exclusivamente desde el punto de vista de un librero. Y es una queja. Una de esas entradas pataletas que no sirven de nada, pero con las que uno se queda la mar de a gusto. ¿Y de qué va esta entrada? Bueno, voy a empezar con una declaración. ¿Está el micro encendido?
- Sí.
Vale. Fiuuu, fiuuu, ¿se me oye?
- ¿Qué?
¿QUÉ si se me oye?
- Sí.
- Vale. Pues allá voy.

¡¡¡ESTOY HASTA LOS HUEVOS, JODER, 
HOSTIAS, HOSTIAS, HOSTIAS!!!

Gracias.

¿Y el motivo absurdo que solo entiendo yo? Ahora va.

Como sabéis, trabajo de librero. Y uno las fascinantes tareas que tengo como librero es abrir las cajas, controlar las existencias de llegan y tras inventariarlas, colocarlas en su sitio; ya sea la mesa de novedades, las estanterías, una pila en la sección infantil, directos a devolver, etc. Colocar los libros siempre es tarea delicada. Si es una novedad, qué sacas y qué dejas en la mesa de novedades porque tal como están las cosas ahora mismos con la obsesión por la novedad, llevar un libro a la estantería a veces es provocarle la muerte instantánea. Llevar los libros a la sección de historia y ver que no caben, que no, que no hay forma de meter otro libro en ese anaquel. Libros a la sección de cocina y quedarse otra vez abstraído recordando aquellos diez minutos en que toda la sección estuvo ordenada por temas, etc.

La sección infantil es la más cabrona. Colecciones enteras de ratones famosos que uno desearía estrangular, libros con sonidos, formas caprichosas, personajes de televisión, otra trilogía más, etc. La parte de críos suele ser un caos. Los niños pequeños aun no tienen interiorizado el concepto de dejar una cosa en el lugar donde la has encontrado y los libros empiezan un peregrinaje que les hace conocer fronteras que nunca creyeron que existieran. Los padres, al entrar en esa sección, olvidan también cualquier  concepto de orden y se dejan dominar por los instintos de sus retoños. Las manadas de adolescentes fangirlean abrazadas a los libros que quieren, necesitan, anhelan, pero que no se pueden permitir con su paga. Grupos de machos adolescentes perdidos entre libros que acaban gorileando alrededor del piano de Pocoyó, abuelas que buscan algo más barato, algo más barato, un poco más barato, más barato todavía, no lo tienes más barato, para hacer un detallito para la comunión del nieto de la hermana de una amiga con la que queda los miércoles para tomar un chocolate.

Y libros, muchos libros, cantidades ingentes de libros que colocar en su sitio. Y las decisiones de algunas editoriales no ayudan.

No ayudan nada.


Con la compra de el volumen septimo de las desventuras de Greg, la editorial Estrella Polar regala una peonza. Con el sexto regaló un yoyo. Con el cinco, nada. 

Hasta aquí no hay problema. Esta entrada no venía motivada por el hecho de regalar algo con la compra de un libro. Es un añadido. Algo que se ha hecho siempre y que se sigue haciendo. Con la compra de dos guías de viaje, una libreta para apuntar cosicas. Con esta novela histórica, un abanico. Con esta colección de princesas, una corona para que toda niña que sueñe con ser una princesa y llevar corona se frustre porque no hay dios que ponga esa mierda corona de los cojones. Con este premio super importante, va de regalo una botella de cava para olvidar que te gastaste veinte euracos en comprar ese libro. Etc. Con más o menos entusiasmo, el librero reparte las ofrendas como reparte puntos de libro o primeros capítulos. El problema viene cuando la editorial decide que no se fía que el librero reparta los juguetes o los reparta a los niños que han comprado el libro... no sé... capaz es de dárselo al primer mocoso que corretea por la librería. Así que la opción que se les ocurre no es otra que retractilar el libro con el juguete y ya está. Pones una peonza encima del libro y lo envuelves en plástico y para la librería los diez ejemplares que esta pidió.

El librero abre la caja y para su sorpresa se encuentra un libro con una peonza. Con una enorme peonza de madera mala en su portada bien envuelta en plástico. ¿Y esto como coño lo coloco? Porque no se puede hacer una pila, no tiene estabilidad. No se puede poner en la estantería porque ocupa el espacio de cuatro libros. Si intentas ponerlo de cara en la estantería, se pone como mucho tres porque el resto resbala y, además, sigue ocupando un espacio que se necesita para otros libros. El librero se enfada. No, se cabrea. Y se caga en todo y en todos y, sobre todo, en el puto cráneo previlegiado al que se le ocurrió semejante genialidad. Bravo. Que seguro fue el mismo al que se le ocurrió la brillante idea de:

- Poner con uno de los libros juveniles más feos de los últimos tiempos, una de esas gafas con ojos saltones.

En concreto, éstas.

- Pack de bromas pesadas en uno de los libros juveniles de James Patterson que siguen la estela de anteriormente mencionado, Greg. Un pack lleno de risas de la buena, ains que gracia, que contiene
Moco de broma.
Polvos pica pica.
Y las tres gracias de la función, bombas fétidas.
Sí, bombas fétidas retractiladas en la portada de un libro, dentro de una cajita de cartón de mierda que ha ido viajando dentro de enormes cajas llenas de libros soportando peso, vaivenes, golpes y malhumor. 


Y sí, lo que estáis pensando sucede.
Y sí, la nueva formula funciona a la perfección.

¿Todo esto para qué? ¿PARA QUEEEEEEEÉ? ¿Acaso se nota un aumento significativo de las ventas? Partiendo de mi experiencia en la tienda, la respuesta es no. El libro de las gafas tal como vino se fue, el Greg vende lo habitual, ni más ni menos y las bombas fétidas... bueno... Más que ayudar, todo esto despista y molesta y resulta complicado de colocar. Y, en mi caso, un libro que me está dando problemas, que no se colocarlo y que me deja la tienda oliendo a mierda no me predispone a su favor. En serio, no ayuda.

Ya está. Ya estoy mejor. Me he quedado un poquito más a gusto y más tranquilo. Hasta la próxima chorrada que, convencido estoy, no tardará en llegar. Prometo fotos.