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domingo, 7 de mayo de 2017

Sobre parques y uno de tantos infiernos

Para entender el dramatismo y alcance de esta entrada tengo que dejar claros dos puntos:

1. No me gustan los niños.
2. Odio los parques infantiles.

Mi más puto peor infierno.

Sé que cualquier afirmación tiene sus matices y hay niños que después de conocerlos me llegan a caer bien y he pasado grandes ratos y grandes conversaciones en parques infantiles, pero en general las dos afirmaciones son ciertas y válidas desde hace muchos años.

¿A qué viene esto?
Bueno... ya sabéis que ahora tengo una hija, carne de mi carne, sangre de mi sangre, a la que modelar a mi imagen y semejanza para que acabe superándome y se convierta en una hermosa diosa oscura repleta de crueldad, ambición y elegancia. Tiene...

- ¡A.! ¿La niña tiene catorce meses y pico o ya tiene quince?

...catorce meses y pico. Esto implica que ya anda. Y tiene ganas de andar y conocer mundo, salir a la calle, socializar. A pesar de llevarla a museos de taxidermistas, conferencias sobre la influencia de Demócrito en el universo desconocido de la hípica azteca, permorfances que tan de moda se han puesto en la red de estaciones de metro abandonadas de Igualada. A pesar de todos mis esfuerzos, de mi lucha tanto silenciosa como llena de irritantes quejas impropias de alguien de mi edad, la niña quiere ir a parques infantiles (y encaramarse encima cuando escribo, que es donde ahora la tengo).

En Igualada tenemos muchos parques. Son parques muy correctos, amplios, espaciosos. Lugares donde los niños, pequeños y grandes, pueden jugar tranquilos. Lugares que al caer la noche, los adolescentes pueden ir tranquilos a darse el lote, beber algo, fumar algún porro que otro (los que fumen, claro) y hablar, hablar, hablar. Donde los ancianos pueden ir a hablar, quejarse de los jóvenes, arreglar el mundoY estos parques suele estar cerca de terrazas de bares. Los primeros, llenos de críos corriendo. Las segundas, llenas de padres tomando unas cervezas y con un ojo en los niños.

Otra cosa que no me gusta son las terrazas de los bares y eso de "salir a tomar algo".
Para mí implica "estar".
Y no me gusta solo "estar".
Pero de esto ya hablaremos otro día.

¿Y todo esto a qué viene?
El lunes fue festivo y salimos A., la nena y un servidor a dar una vuelta. También venía con nosotros una sobrina de A. de la que estábamos de canguro y que tiene...

- ¡A.!, ¿cuántos años tiene tu sobrina?

... casi tres. Pasamos a ver a un tío de A. y decidimos "ir a tomar algo" a una terraza cerca de un parque. Niña Dragón y la sobrina vieron el parque y se lanzaron a la conquista del tobogán.
El horror.
Un parque que estaba vacío, de repente, como surgidos de veta a saber dónde, aparecieron un ejercito de mocosos de diferentes edades que empezaron a correr, subir, trepar, saltar, chillar, gritar, empujar, dar vueltas... entre ellos estaban las dos niños y un enorme, y atractivo, tipo con su corpachón y cagándose en todo. 
Un puto infierno.
Apareció una niña que se dedicó a ir detrás de Niña Dragón molestándola. La empujaba, le tiraba a los pies juguetes para que la pequeña los pisara y luego quería pegarla porque los había pegado. ¿Debía intervenir en el conflicto arrancándole la cabeza a esta arpía o dejar que lo resolvieran ellas solas? ¿Qué protocolo hay en los parques? Críos que sin miramientos cascaban a otros por un quiero subirme yo primero. Niñas que ocupaban el tobogán y solo dejaban que se tiraran sus elegidos (desconozco si tras pago de tributo). Críos con miradas perversas que corrían de un lado a otro sin miramientos por las pequeñas que estaban a mi cargo. Y ellas convertidas a su vez en monstruos para otros niños. Brutalidad infantil que se retroalimentaba.
Y los padres contemplando aquello. Bueno, no, yo estaba perdido en medio de aquello; una especie de circo romano sin la parte divertida (la de los leones comiendo cristianos) donde los padres prueban las aptitudes de supervivencia de su progenie.

Idea para cuento: un parque extremo donde los niños pequeños muestran su valía. Acceso a armas. El dolor está glorificado. Una especie de cúpula del trueno para menores de cinco años. Falta encontrar cómo desarrollarlo para que no se quede en un simple chiste.

- Ya podéis ir a jugar, nenes. Cuando traigan las fantas y las patatas os aviso.

Los niños se lo pasan bien, por eso. Supongo que ellos no perciben ese clima de violencia. O disfrutan participando en él. Yo iba extraviado entre los niños, con miedo a que olieran el pavor que exudaban mis feromonas como un triste skaven de nivel bajo y vinieran a por mí. 

Al final todo acabó con A. viniendo al rescate diciendo esas palabras tan maravillosas de "vamos a dar una vuelta", pero aun pervive esa media hora de puro terror.

Y sí, ya lo sé. Ya sé que cuando vaya a un chiquipark será peor.
Mucho peor.