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viernes, 7 de junio de 2013

Trastos, canciones y recuerdos

Hace un par de semanas murió mi abuelo. Era un hombre mayor, tuvo una buena vida y ha tenido una buena muerte. Han sido unos días bastante tristes, pero siguiendo todos los tópicos habidos, la vida sigue y el mejor homenaje es un buen recuerdo y una comilona. A principios de esta semana acompañé a mi madre a casa de mi abuelo para empezar la limpieza y decidir qué guardamos, qué se tira. Objetos que podrían ser el resumen de ochenta y siete años de vida. Muchos papeles, facturas de hace tropecientos años, dibujos de cuando mi hermanas y yo éramos pequeños, fotos, pilas, botes de vidrio, las capachas y cestas de esparto con las que entretuvo la vejez, libros de cuando era pequeño, viejos tebeos, poemas de mi abuela, diplomas, monedas olvidadas en el fondo de un portalápices, barajas de cartas, ropa, platos, vasos y viejas ollas, las herramientas con las que trabajaba el cuero y el esparto. Muchas de estos objetos se han salvado, claro y parte de ellas se han venido a casa.

Una caja con una minúscula parte de mis viejos tebeos (la mayor parte los tengo en casa de mis padres) y algún libro de cuando mi madre estudiaba en el colegio y decían aquello de la cruzada contra los rojos, que dios puso España en el centro del mundo porque era su país favorito y los catalanes son ahorrativo y educados. Libros de enseñanza que tanto hicieron por la deseduación de algunas generaciones.


En la caja también he encontrado viejos álbumes de los pequeños castores, aquel tebeo que creía perdido de Superlópez y los alienigenas, Popeyes y Corsarios de Hierro. Parte de esas lecturas apasionadas que me acabaron formando como persona, lector y emborronador de papeles (lo de escritor viene grande).

La radio. Según dice mi madre, cree recordar que es la misma radio que les acompañó cuando llegaron a Igualada desde Andalucía allá por los sesenta. Y si no es esa, la compramos al poco de llegar.


Todavía funciona.

La colección de casetes. Baccara, las Grecas, Raffaella Carrá, Adelfa Soto, cantantes desconocidas que prometen calenturas y algunos éxitos del verano que prometen horas de diversión.


Y dos cintas que son parte de mi infancia ya que juntos con algunos amigos del barrio las escuchábamos de escondidas.


Sí, amigos, una cinta con los chistes del mítico Arévalo repletos de frases como "Entra un mariquita en un bar y dice...". Y, sobre todo, la cinta "Chistes verdes S / Canciones cachondas S" que se abre en su cara B con aquellos famosos versos que decían 

La cabra, la cabra,
la puta de la cabra
la madre que la parió
yo tenía una cabra
que se llamaba Asunción.

y que tantas veces cantamos en el patio del colegio o en las excursiones alternando con los avisos de los profesores o algún compañero que decía "sois unos guarros". A lo que a esa provocación solo se podía responder una forma. Entornaba los ojos, engolaba mi voz y resumiendo en un mismo gesto y postura la pasión de un Lucho Gatica o un Julio Sosa, me soltaba por pachanga y trianaba

Me subía a la reja
con la polla tiesa
y le dije, niña,
me la quieres ver.

A lo que invariablemente alguien respondía con aquello tan galán de

Chúpame la minga, dominga
que vengo de Francia.

replicado por un

Fullim, fullam, fulleira.
palla, palleira, palla, palleira
soy de Orense, vengo de Lugo,
llevo la gaita metida en el culo.

Y así pasábamos las excursiones entre risas, jolgorio, canciones guarras y alguno de los compañeros enseñando los testículos a los coches que venían por detrás. Aunque a esto último nunca le acabé de pillar la gracia. 

¡Qué de recuerdos estos días! Tal cual como el muffin de Proust (hay que adaptar la literatura a los tiempos y las modas culinarias) con estricnina regreso a mis tiempos de niño que se sabía canciones puercas y con ello ganó puntos de popularidad y se ahorró unas cuantas tortas. La risa, salva.

Y entre todo lo que nos hemos traído, una curiosidad.


¿Qué hacía en casa de mi abuelo una vieja y desconocida película italiana en Super-8?