- Buenos días, alumnos.
- Buenos días, señor profesor.
- Tras unos meses de descanso en los que me he dedicado a corregir las dos mil trescientas sesenta y cinco páginas de mi novela Los pardos destinos de la alondra marchita, de próxima aparición en las mejores librerías y páginas de descarga, iniciamos la tercera clase de Resumiendo la Odisea, asignatura que lo único que pretende es que tengáis las claves necesarias para hablar de una obra literaria sin haberla leído.
- ¡¡¡¡¡Bieeeeeeen!!!!!
- ¿Nos leerá un fragmento de su novela?
- Sí, por supuesto, al acabar la clase.
- Oooooooh, ¿y por qué no ahora?
- Porque ahora tenemos que seguir con los antecedentes a la Odisea y explicar uno de los acontecimientos más tontos de la historia de la mitología, pero que de forma inexplicable más repercusiones ha tenido.
- ¿Cuál?
- ¿Sí, cuál?
- ¡Qué nervios, qué nervios?
- El juicio de Paris.
- Como la ciudad, pero sin acento.
- Fuera.
- ¿Qué?
- Fu-e-ra.
- ¿Por qué?
- FUERA.
- Pero, ¿por qué señor profesor? ¿Por qué?
- Te avisé en la primera clase, te avisé en la segunda clase, pero tú ni puto caso. ¡No quiero oír ese chiste! Así que recoge tus cosas y a tu puta casa a llorar tu fracaso como persona y simbionte.
- Pero...
- QUÉ FUERA, HOSTIAS.
- Vale, vale... lo siento... adiós... os echaré de menos.
- Qué carácter tiene el profesor.
- Y qué mirada.
- Y qué abdominal alorzada.
- Y qué culo.
- Bueno, seguimos. El juicio de Paris. ¿Recordáis quiénes eran los protagonistas?
- Yo... yo... yo... yo...
- Dime, chico con cara de rana.
- Había algo y uno que miraba y un melón u otro coleóptero y algo más, música de Haendel, creo.
- Bueno, te has acercado, pero ni de lejos. Tres diosas egocéntricas, un príncipe vestido de pastor con cara de tonto y una manzana de oro. Paris tenía que comerse el marrón que no había querido digerir Zeus y decidir quién era más guapa si Hera, Atenea o Afrodita. Y aunque en principio la elección tenía que ser algo basada en el juicio equilibrado y la trasparencia...
- Ja.
- ... acabó como acaban todas estas cosas, en una sucia mezcla de sexo, violencia, chantajes, sobornos, dildos parlantes y samba elegante. Total que la historia acaba con Paris haciéndose querer y las diosas ofreciendo sus mejores "regalos".
- ¿El qué?
- Pues...
- ¿Los dos libros finales de Canción de hielo y fuego?
- ¿Una cena privada e íntima con Miss Junio 1973?
- Un botón que si lo tocas muere alguien y a ti te dan un millón de dolares y como la vida de los demás como que a mí plim, pues a tocar y a tocar y a tocar y ja ja ja ja. Todo con ambiente de los setenta y mal rollo.
- Nada de eso. Cada diosa le ofreció algo en lo que era especialista. Hera le ofreció poder. Mucho poder. Pero mucho. De ese poder que dices, joder qué poder tiene y no me refiero a saber estar encima de un escenario.
Atenea le dijo que lo convertiría en un tío listo, pero listo de verdad. De los que resuelven el sodoku difícil, se atan los cordones de los zapatos a la primera y saben que Arquímedes es algo más que una enfermedad venérea.
- ¿Y Afrodita?
- Eso, ¿qué le ofreció Afrodita?
- ¿Qué creéis que le ofreció la diosa del amor, la sensualidad, el sexo y los huevos que dan gustito? No es muy difícil de imaginar.
- Ah, claro.
- Si es que tiran más dos cúpulas del amor...
- Dos calderos de deseo...
- Dos tinajas del amor pubescente y maduro...
- ... que cualquier.
- Sí, queridos alumnos. Afrodita le dijo que si le daba la manzana a ella le conseguiría la tía más buena del mundo. A lo que Paris le dijo que él no quería una tía que fuera buena, que para eso ya tenía a su madre Hécuba que por las noches le preparaba una tacita con leche calentita y le explicaba cuentos donde él era el héroe. A lo que Afrodita dijo que no le había entendido. A lo que Paris dijo que él era un príncipe y entendía lo que le daba la gana. A lo que Afrodita suspiró. A lo que Paris siguió hablando de su principidad y que lo que él quería era una buena moza que tuviera las tetas así y no hablase mucho e hiciese chumba chumba con las caderas y la la la. A lo que Afrodita le enseñó las tetas para hacer que se callase. A lo que Paris se calló porque las tetas de una diosa son para adorar en silencio y Afrodito le dijo que tendría a la mujer más guapa del mundo mundial y de la historia y que ella tenía el carácter que tenía y que era lo que había y si no dos piedras.
- ¿Y quién era esa mujer, estimado y dilectísimo profesor?
- Pues la mujer más guapa y hermosa y preciosísima del mundo mundial y que tenía la más mejor cara y el cuerpo más de infarto y los ojos así y los labios de esa forma y todo eso era Helena de Troya, hija de Leda y del mísmisimo Zeus convertido en cisne...
- ...
- ...
- ...
- Perdón, profesor, ¿qué?
- Sí, Leda se jincó a un cisne
y por hijos tuvo unos huevos del que nacieron unos críos y Tindáreo, el marido, le preguntó qué significaba eso y ella dijo aquello del "un gen recesivo" y coló.
- ¿Coló?
- Ya os he dicho que la cultura griega está sobrevalorada y no son tan listos como los libros de historia y las canciones de Abba nos quieren hacer creer.
- ¡Qué fuerte!
- Y uno de los hijos fue Helena que creció hermosa y graná la moza y todo el mundo que la veía por la calle se exclamaba y decía a quién habrá salido tan alta y tan gallarda con lo baja y cejijunta que es la madre y lo patán y patituerto que es el padre. Y esta es la muchacha que Afrodita le prometió a Paris. Guapa, maja, simpática, más apañá que un jarrillo de lata, con estudios, inteligente, buena amazona.
- ¿Y hacían buena pareja?
- No era mala, pero...
- ¿Pero?
- Siempre hay un pero, si no la historia no es buena.
- ¿Y ese pero es...?
- Que ella estaba casada.
- ¿Con quién?
- Eso lo explicaremos en la siguiente clase.
- Oooooooh.
- Esto de la mitología me parece más un mal culebrón que un pilar de la cultura occidental.
- Ya te digo.
- ¿Y ahora, señor profesor, nos leerá un fragmento de su novela Los pardos destinos de la alondra marchita?
- Por supuesto... aquí va... este es un fragmento del capítulo setenta de la segunda parte. En él, Aloisa, la prota, ha descubierto que detrás del cuadro de su abuela con el perro con chistera hay una pasadizo secreto que conduce a una cueva infrasubterránea donde encuentra la colección de pulgares de criada que su padrastro, Antoine, coleccionaba de joven. Atormentada por la visión obcena de tantos pulgares hacia arriba, canta la canción del tordo mientras su mente divaga en un monólogo interior que empieza así
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