Es la continuación de Una familia ejemplar
El sacerdote desaparece de su parroquia, los feligreses no saben dónde está, corren rumores: sufre de una fiebre muy peligrosa, de una depresión, etc. etc.
Hasta que llega una escueta comunicación del obispo que es leída durante la misa: el párroco ha sido acusado, ante la justicia ordinaria, de haber cometido abusos sexuales y no volvería a la parroquia, le habían prohibido -además- hablar con sus antiguos feligreses, lo que no se cumplió.
Primero, nadie lo cree. Claro, los niños del propio pueblo no habían sufrido -hasta donde sabemos hasta ahora- "ningún daño". Él era un "párroco ejemplar".
Luego, se fueron asentando las sospechas y se formaron dos grupos irreconciliables: quienes decían que era todo una mentira y quienes se sentían profundamente traicionados.
Llegó el juicio. En el tribunal, tomaron asiento los feligreses que estaban a favor de la inocencia de su párroco, ya que "no es lo que no puede ser". Cada vez que el joven que había sido abusado debía hablar o dar su testimonio, los defensores de lo indefendible coreaban (cual coro en un drama griego): "mentiroso".
Lo que las víctimas de abusos sexuales más quieren es un reconocimiento (Anerkenung) de lo que ellos han pasado, han sufrido... Menos que nada quieren dinero y menos aún el castigo de quienes no han vivido el infierno que ellos han vivido.
El párroco se defendió diciendo que él había interpretado mal las señales emitidas por el niño. O sea, él sostiene que el chico quería... y que lo había provocado. Es lo que dicen siempre...
El tribunal lo condenó a tres años de reclusión, de los cuales, ya lleva dos. Saquen Uds. mismos las cuentas de hace cuántos años ocurrió esto, porque hay algunos amigos españoles que siempre salen con que "fue hace treinta años". No no fue hace treinta años... y si hubiera sido entonces... ¿significaría que es menos grave?
La Iglesia, le impuso a no tratar nunca más en su vida a menores de edad, a abandonar una habitación cada vez que entre en ella un menor de edad, a no tener contacto alguno con sus anitiguos feligreses, cuando salga de la prisión, si viaja, tendrá que reportar cada uno de sus movimientos.
El chico tiene 20 y tantos años, perdonó, con la cabeza al párroco, pero no con el corazón y perdonó a sus papás -dice-.