Había una vez una mujer que camina sola bajo el sol crepuscular de la playa.
Quizás porque esa arena es tierra de nadie.
Quizás porque ella ya no era de nadie y no se puede aspirar a ser otra cosa que uno no es.
Recorría la arena blanca bajo el telón de un cielo impresionista. Ahogando suspiros y susurros en el rumor de las olas.
Mirando a la lontanza y contemplando quizás el mítico rayo verde.
A veces buscando en las botellas que llegan a la playa un fatal mensaje.
O un final feliz...
Deseando abandonar la playa por aquel barco donde partió su amante. Su amado por mar.
Pero llega un día cuando en vez de encontrarse con su amante prófugo; se encuentra con la Muerte.
Esa Santa Compaña Valleinclanesca que dice que el final llegó.
Y ella, previsora, se pone ese vestido de novia que ya había teñido de negro.
Y deja su playa. Adios querida. Hay veces que el mar es tumba y, otras calma.
Ya no es su playa. Ella es la playa.