Roberto Cavalli hizo un Dolce & Gabbana hace un par de años. De sus maravillosos pantalones estampados, aterciopelados y brocados y sus vestidos de fulana, de chica de esquina ascendida a amante querida que acude a fiestas de postín y de sus abrigos de piel para italianas lascivas o para millonarias sin remordimientos. Aquello tenía aires de Versace, hortera, extrasexual y exagerado aunque con un punto distinto, más vulgas bien sur pero es que Gianni era un absoluto genio. Hasta que bueno, ya saben cómo es la moda, cómo es esa frase de Lagerfeld sobre que eres tan bueno como tu último colección y todo el rollo... Cavalli decidió cambiar su firma, hacer algo distinto, algo que no era y.... claro, no. Como los D&G, que solo con su colección de amor a Sicilia han vuelto a copar portadas y .... parece que Cavalli vuelve....
Vuelven los ricos, vuelve lo absurdo, vuelve la vida fácil, vuelven los retos estúpidos, los zapatos en los que se bebe champan, las tiendas de seda, el raso impregnado de sudor, la coca que se pierde entre la arena, las olas que se escapan del paraíso, el futuro que corre entre las agujas de los tacones perdidos y... el joi de vivre.
Y es que no lo podemos remediar. Nos gustan las mujeres bellas, las sábanas blancas bañadas por rayos de sol, las playas del Norte de España, Ibiza, las flores blancas en el pelo, el YSL que se emocionaba con Rusia, el Valentino que se sentía un marajá en su palazzo, el frenesí de Bianca Jagger sobre aquel caballo en Studio 54 y las piscinas de fondo muy azul con hamacas y toallas de rizo al lado deslumbrantemente blancas.
Aún así pese a que Cavalli vuelve a sus orígenes -y esas chicas hermosas y alegres y que viven la vida aunque a veces sean desdichadas o estén colocadas-, hay que decir que la inspiración de la colección está sacada del viento, del mar, del salitre, del pelo empapado por la espuma del mar, por las maletas de Vuitton convertidas en macetas y llenas de tierra, de las comunas de niños de papa y de los hippies que se convertirían en tiburones en los 80s.
No es que pase nada. Uno puede ser pobre y de derechas, rico y de izquierdas... o de nada y de todo....no importa pero desde luego hay algo muy burgués en todo esto... Cavalli sabe que es verdad aquello del Gatopardo sobre que todo cambia para seguir igual... que no pasa nada porque son otros y los mismos... que somos ricos y somos pobres... que tenemos hijos sin vernos el tobillo, que amamos y morimos y lloramos los muertos y reímos en el velatorio... y todo es fascinante. Fascinan los apelativos que definen el modo de vida sin preocupaciones propias de una vida extraña, parada en el tiempo, que busca la esencia en el murmurllo de la carne en vez de en el volcán del corazón como diría Casanova aunque... nunca Don Juan, siempre Casanova. Aunque... son absurdas las tribulaciones de quien tiene todo para no tener nada.... aunque... nadie es quién para juzgar... por muy vano o vacío o por muy lleno.
Yo, tras todos esos apelativos absurdos veo sirenas que podrían ser mujeres, sobre todo, porque parecen dispuestas a dejarse caer en los brazos de quién aman. Y nada más. Mientras tanto, ver pasar la vida que es lo que cuenta... a medida que las olas de la riqueza y la pobreza permanecen inmutables entre los tejidos de nuestra vida que podrían ser de mendigo, de banquero, de hippie, de dama, de vagabundo, de sirena, de cautiva, de actriz, de prostituta, de egipcia, de amada, de temida, de cortesana o de fashionista perdida de hoy. Y eso es la moda.. ser uno mismo, ser otro... y seguir siendo uno.