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viernes, mayo 11, 2012

La Cabina


Hay algo muy interesante en la personalidad de las modelos o en su absoluta falta de personalidad cuando posan ante una imagen. No me refiero a Kate Moss y a su boca abierta rozando los dientes con el labio de abajo ni a las modelos de la hornada Victoria Secrets que solo tienen una cara (es decir, poniendo morritos en un intento de sexy) o a especímenes como Daria Werbowy. No. No se trata de eso. Hay un tipo de modelo conocida como "modelo de cabina" cuyo trabajo no es ser famosa ni salir en las campañas de publicidad sino tener una gran percha y desfilar con las prendas para la casa en el desfile (o dejar que te la confeccionen sobre tu cuerpo y en base a tus medidas). Este trabajo especializado no deja de tender a desaparecer pues las modelos de las que Dior hablaba, las que se le casaban y embarazaban cada temporada para su sufrimiento, -y a las que prefería con un poco de barriguita, por cierto, como Balenciaga- están casi extintas. Hace unos años aún se podían encontrar en la Alta Costura pero hoy, tal y como están las cosas, tampoco. Aunque los cánones de la HC siguen siendo los más rígidos del mundo de la moda. Sin embargo hay que decir que en la diosa madre, Vogue USA, habitualmente cuentan con dos modelos que podrían merecer este calificativo.


La fundamental es Caroline Trentini, la brasileña siempre fue una favorita para Wintour y eso supone que, si tu carrera no logra ascender a los niveles estratosféricos de L´Oreal o de Lancome o de una marca de perfume -a ser posible uno de nueva creación-, al menos te supone salir en todos los desfiles y, sobre todo, en las páginas de Vogue USA. Así la señorita Trentini ha aparecido llevando todas las tendencias de moda, especialmente en las imágenes con fondo neutro donde lo importante era ver la caída de la tela sobre el cuerpo de la modelo.

En cuanto al otro nombre, es Raquel Zimmermann, otra brasileña. Trentini y Raquel están bien lejos de los tópicos nacionales del país de la señorita Bündchen, de Adriana Lima y demás. Trabajan absoluta y profesionalmente e, incluso, con gran devoción hacia la cámara. Trentini es una modelo muy aburrida quizá porque su vocación más estricta es la de modelo de cabina. Mientras que Raquel es una modelo que va conquistando poco a poco. Es una mujer muy bella, casada con un fotógrafo, que tiene una estupenda carrera, de esas de segundo plano. Es una lástima porque la verdad es que es una modelo muy versátil que ha mejorado muchísimo con los años. No es una auténtica modelo de cabina al estilo de Trentini en versión actual sino que tiene una carrera de auténtica primera línea aunque siempre en la variante discreta del asunto. Es decir, que acude a la gala del Met pero sin que eso se traduzca en una campaña de Maybelline; que trabaja habitualmente para Lagerfeld pero sin aparecer en versión efímera en sus campañas con Blake Lively y demás y aunque tiene campañas de perfumes en su haber, por ejemplo la de Palazzo de Fendi, fotografiada por el kaiser, no es conocida por el gran público y tampoco ha puesto rostro a las grandes campañas de la década como no sé, la del Nº5.

Cuando veo ésta campaña de publicidad de la línea de joyería de Dior, fotografíada por Meisel en un ejercicio muy comedido, no puedo dejar de pensar precisamente en esas frases que hablan de la elegancia como la cualidad del no ser recordado. Nunca he estado muy de acuerdo con las personas que tienen esa opinión pero sí soy partidaria de la sutileza. Y Raquel Zimmermann es una mujer sutil ante la cámara, aunque sin un ápice de fragilidad. Su talento como modelo se revela, creo yo, cuando está ante un fondo gris y solo tiene su cara para hablarnos de muchas cosas.

En esta colección, Raquel pasa de ser una señorita de los 30s envuelta quizá en un caso de Hercules Poirot que va a Alemania montada en un dirigible a ser una señorona prematuramente envejecida gracias al dinero de su marido que le da un aura de respetabilidad. Luego se convierte en una princesita hastiada, no sabemos si europea o americana, pero sí que sabemos que con mucho dinero. Poco después florece como mujer: poderosa, frágil al tiempo pero sin ñoñería... y poco después es una persona sorprendida admirando la belleza de las joyas que tiene en su mano ante el espejo.


No están mal las modelos de cabina, ¿verdad?.

domingo, septiembre 05, 2010

Una Mujer


Se plantan en medio de la calle. Mirada altiva. Piernas de impresión. Rizos de oro. Esperando a alguien. A algo .... Lo que sea. Maravillosas. Pasan desapercibidas y, al mismo tiempo, recogen todas las miradas. En esa Italia fascinante de señoras viudas que hacen chocolate, de curas que se dan baños de espuma y de parroquianos bebiendo vino -empinando el codo aka- en la taberna desplazando la mirada al rabillo del ojo si aparece una chica guapa.



Y aunque no queda nada.
Lo queda todo.

Se huele el aroma. La pared encalada o pintada de colores. La ropa tendida que huele a jabón. La vieja amarga que tiende en una cuerda. Las flores frescas, medio muertas medio vivas, en un estado constante de las cosas para siempre. La silla desvencijada. La silla caída. Y ella... no está. Y está.

miércoles, marzo 31, 2010

Monográfico De La Alta Sociedad


El peso de la vida disipada y de la corrupción del alma no siempre se reflejan en el rostro sea por pactos malditos sea por la religión del dinero. Siguiendo el viejo mantra -y nunca desfasado- de la cara es el espejo del alma vemos los ojos inmisericordes, el ceño fruncido del taimado, la risa fácil del buen pastor, el gesto de desdén en la comisura de la boca aparcado de quien ha visto demasiado, la frente del pensador o la nariz de quien medita....



Es eso de "!no aparenta 60 años!".


Es cierto, responde, !aparento 59!.


No hay nada más terrible qu la juventud que ha vivido demasiado...


O la madurez que ha vivido demasiado poco...

jueves, marzo 11, 2010

Prejuicios


Hay muchos prejuicios contra la ropa de Chloé. Que si beige, que si contemporáneas en chandal, que si siempre lo mismo. ¿Y qué? Al final estas mujeres, elegantes pero sofisticadas. Sofisticadas pero sin ser altivas. Superiores pero sin ser distantes. Magníficas sin dejar de ser un sueño. Y mágicas sin un epíteto de trágicas son las que nos gustan.


Son las chicas con las que sueñan The Sartorialist y Garance Doré y, por tanto, el resto del mundo. Femeninas pero no frágiles, a la moda sin ser fashion victims, encantadoras, simpáticas, jóvenes, intensas sin ser cargantes y sorprendentes. Vividoras sin ser balas perdidas. Sensibles. Francesas... deliciosas.

Las chicas de Chloé son despreocupadas, inconformistas, con un punto idealista y al mismo tiempo el punto justo de la represión. Incomprensibles niñas de papá entremezcladas con suspiritos de niña pequeña y carácter de femme fatal al margen de la legalidad. De esas que beben absenta y usan vestiditos lenceros y ligeros con florecillas bordadas.

Algo bravuconas puede. Pero también despampantes. ¿Perfectas? Demasiado. Lo que es un problema en cierta medida porque volvemos al principio, ¿beige, beige, beige? Cáfé con leche entremezclado con café de Colombia. Chocolate blanco y chocolate negro tan amargo por el cacao concentrado. ¿Dulce, amarga, incomprensible?


No sé qué piensan los psicoanalistas de quien se pasea por París envuelta en capas de mohair, en "chandal", con tacones. Con collarcito de Chaumet y pashmina de a antiguos veinte francos y algo de suelto en el bolso para un helado, un café, unas chucherías...


Seguro que piensan que bajo ellas subyace la despersonalización de la clase pequeño burguesa. De la izquierda que lo es cuando vale la pena y la derecha cuando conviene. De los actos de fundación de las niñas bien y los cócteles de champagne y las tardes de Vogue, de Prada, de Missoni, de mercadillos, del Mercado de las Pulgas, de limusina, de taxi, de humo, de whisky, de soda, de Rock and roll...


¿Despersonalizadas? ¿Uniformadas? Las mujeres de Chloé son eternas señoritas. Sempieternas chicas melancólicas que enternecen el corazón con puestas de sol y medias sonrisas. ¿Hay algo de malo?

Quizás no dan salvajes punzadas interiores.
Pero, sed sinceros, ¿quién quiere vivir en una maldita montaña rusa?

jueves, octubre 29, 2009

Caos


No paramos de hablar del presente para encaminarnos hacia el futuro. John Galliano se cotiza entre las chics parisinas con sus devotos 30s y 40s contonéandose por las aceras empedradas de París. Gaultier saca su imaginario decimonónico y envuelve a Jane -la de la jungla- entre corsarios en un barco de mala muerte con sujetador cónico y aires bondage. Karl Lagerlfed se aburguesa y le sale el espíritu francés del Trianon y decide que !oh París, qué granjas hay a 300 kms!. Y, mientras, la moda sigue un curso que poco tiene que ver con sus propietarios...


Prada dice que no consumamos, bueno que si hay que hacerlo, Prada. Pero que lo bien que está ser comunista. Lanvin decide especializarse en coquetuelas deminónicas extremadamente frívolas que ronronean como gatas en celo por mimos y por ropa. Rodarte cuenta que los cuentos medievales de sangre, honra y blonda están mucho mejor que la contemporaneidad. Y Balenciaga da tumbos entre las niñas bien de toda la vida y las tribus de mala muerte.


Y mientras, nosotros seguimos aquí. Entre la jauría de voguettes sedientas de sangre, los fotologueros con aspiraciones a novena musa -o décima, quién sabe- y las extrañas veleidades de los diseñadores para los que hoy es abominable ser imbécil y mañana está de moda.


Creo, sinceramente, que juzgar la contemporaneidad es muy dificil, más que dificil es tremendamente complicado porque nosotros "estamos contenidos en nuestra propia caja". Vemos lo que podemos ver, oímos lo que podemos oír, y analizamos lo que nos permiten las circusntancias. Y, al fin y al cabo, el tiempo sigue pasando y nosotros nos perdemos en sus giros.


Nos siguen gustando las mujeres, que las queramos ya es otra cosa. Nos siguen gustando las rubias sexies y carnales que también son frías y calculadoras con aires de femme fatale. Nos gustan las morenas raciales, las princesas de Arabia y las gitanas con misterios que descubrir. Nos gustan las curvas de las diosas y la delgadez andrógina. Suspiramos por la actitud y el carácter, por el poder y el encanto, por el sentido y la sensibilidad. Nos gusta el negro, nos gusta el blanco, nos gustan los vestidos apretados, los escotes reverberantes, los tacones altos, los bolsos brillantes y los diamantes rozando el pecho. Y no nos preguntamos en qué hemos cambiado porque la respuesta ¿duele?.


Duele saber que vivimos en un ciclo sin ciclo. Poiret estableció el ciclo de la moda. Lo que ahora está de moda ya lo estuvo hace cincuenta, lo de hace veintinco lo estará pronto y lo inmediatamente posterior a nosotros nos parece una aberración que llevaremos dentro de unas décadas sin sonrojo alguno y, así hasta el eterno infinito. Ahora, devoradores del presente y del pasado donde los haya, los ochenta ya están demasiado reinventados, los noventa con su sencillez rígida y sus perchas vivientes nos gustan por sus cortes estructurales y ese aire de !eh! !que soy todo esencia!. Los setenta nos gustan para el verano, aires folk y paz entre hermanos. Los sesenta para los días de fiesta y bajón con un poco de color neón y colocón y los cincuenta para sumergirnos en lo ideal. Los cuarenta nos recuerdan a la guerra, al patriotismo y al humo de cigarros manchados por el rouge de labios. Los treinta, sofisticación a pasos ceñidos. Los veinte, hot hot hot. Los años diez, corsés y sensualidad japonesa creativamente deliciosa y sutilmente delicada y... anteriormente la gala, la novia, el luto, los sueños, la Costura. ¿Y sigue girando la noria?


Y cuando algún creador habla de la contemporaneidad -Balmain? pero con otro aire- o Isabel Marant o Pucci o Armani o la New York Fashion Week... decimos comercial. Imbuídos de desprecio, fulminados por nuestro ácido cinismo, carentes de sensibilización para con nuestra época. ¿Postmodernidad, Café Starbucks y sueldos míseros? Queremos otra cosa en la moda.... Soñar, por ejemplo. ¿No?


Y, entonces, recuerdo a Dalí diciendo "lo único que no puedes dejar de ser, es moderno".


Y pienso, si es que así no se puede. La moda no son sueños, es ropa para llevar. Para mujeres de verdad. Los contadores de historia son eso, contadores de historias. Los vendedores de sueños son vendedores de sueños. Los príncipes azules no están en Meetic. Y los modistos son modistos. Su labor es diseñar prendas. Vender prendas. Cambiar la moda. Enardecer las bajas pasiones. Sofocar cuentas bancarias y abrir números rojos en la tarjeta.


Y uno piensa en la desubicación...
Y luego dice, generación X ¿allá vamos?

jueves, octubre 15, 2009

Tensión


Karl Lagerfeld ha vuelto a hacer de las suyas. Que si él no diseña para gordas y que si las modelos tienen que estar delgadas-anoréxicas porque las curvas no quedan bien en pasarela. Que si cincuenta kilos para metro ochenta es mucho y que si esos pechos son excesivos y las caderas están poco marcadas. Que si no hay nada peor que los conversos porque Karl, gordo, sabe lo que es estar gordo y, claro, no lo permite.


La verdad es que la mayoría de personas son intransgentes. Karl es la punta del iceberg en cuanto a la actualidad sobre los cánones estéticos pero no es nada nuevo bajo el sol. A Chanel no le gustaban rubias y a Meisel le ocurre que sus gustos acaban concluyendo en dimensiones fóbicas. Si le gustas, llevas un gran trecho ganado. Si no... bueno, hay catálogos de supermercados y cosas así. ¿No?


A Christian Dior le gustaban las modelos con algo que agarrar, según contaba él mismo. Y no especialmente jóvenes. Tampoco mayores, claro. Pero de su propia boca, "mis modelos son chicas que pierdo al cabo de unos años cuando se quedan embarazadas, se casan o quieren dedicarse a su familia y no a posar". Y no le gustaban sin pecho ni cadera. Quería curvas, curvas.


A Irving Penn le gustaba fotografíar a su mujer, realmente sólo a su mujer. A Avedon le iba el humor y la belleza antes de la guapura y las supermujeres y a Helmut Newton el sexo. Quería valqurias, diosas, mujerones pero no relamidas chiquillas lánguidas que no sabes si acercarte a darlas de comer o si apartarte por si tienen tisis o tifus. A Richardson, su intransigencia para con el respeto y la dignidad no son ni comentables.


El "target" de mercado al que se dirige la marca -la idea del diseñador- o llámalo X a veces condiciona en la elección y en las intransigencias del que escoge. Neo2 no hace composiciones isnpiradas por la obra de Mozart sino más bien por algo indie-boho.bobo ¿?. Y Vogue prefiere a Oscar de La Renta antes que a Bershka. ¿Intransigencia, gusto personal o sello característico?


Por este blog, pueblan más imágenes y textos que forman una cosmogonía muy clara y precisa. Un mundo polivalente pero clásico, elegante y sin estridencias. Editoriales consagradas o delicadamente frágiles. Sofisticadas damas, elegantes disonancias. Acordes suaves y música de cámara.


Y he pensado, si Chanel lo compran mujeres hechas y derechas, ¿porqué no algo diferente?


Y esto es...

lunes, marzo 02, 2009

Prada, Comuna ¿Chic?


Miuccia Prada siempre se ha considerado comunista. Corazón a la izquierda y sangre roja, muy roja. Comunista, anarquista, política. Por encima de un mundo superficial que hiela el corazón, de una cultura en la que se paga quincemildólares por un vestido y cuatromil por unos zapatos. Una cultura en la que dar de comer a una tribu de África cuesta treintadólares. Una cultura donde nada es justo.


Miuccia Prada es una intelectual. Si se hubiese criado en el París de los sesenta ahora tendría la voz cascada por los cigarrillos sin filtro y por el vodka bebido en el Barrio Latino entre susurros y confidencias de artistas malditos sin más compañía que el opio y sin más consuelo que el suicidio.


Si hubiese vivido en París quizás hubiese terminado su vida como poetisa frustrada ahogando sus lágrimos y su cuerpo en el Sena, tarde, cuando las farolas parpadean anunciando el alba. Anunciando la hora burguesa del desayuno. Anunciando la Iglesia del domingo y el pan y el vino.


Pero Miuccia Prada tiene otro pasado diferente al que se escribe con sangre, roja. Del corazón. Heredo Prada. La transformó en un imperio. Capitalista, you know it. Y en cada colección decidió reirse de las fashionistas que pagaban las esencias y tormentos capitalistas encerradas en zapatos de tacón y pintalabios rojo fuego. Sólo un poco. Dice ella.


Decidió convertirlas en secretarias. Amantes, queridas, putas mejor vistas. De los cincuenta y sesenta, de la Revolución Industrial pendientes de su marido, sus hijos y sus revistas del corazón. Con su falda de tablas recuperada de alguna disyuntiba entre Coca Cola y Pepsi por el american way of life.


Luego las convirtió en intelectuales. De negro. Muerte. Y rojo corazón. Un impulso beatnik animado por la bebida y los -ismos. Pequeñas filósofas de hoy, carteras de Prada y libros de Nietzsche. En el escaparate de Prada por la redención.


Luego Miuccia tuvo devaneos y coqueteos con la femineidad. A veces la cortejaba con celo, otras la rechazaba con fiereza. Al fin y al cabo las que compraban, eran ellas.


Ahora, tras seguir comunista. Dice Miuccia que sólo las valkirias son mujeres. Armadas. Hasta la muerte. Sin saber qué es rendirse. Calzadas con zapatos de tacón. Y rendidas a un salón con alfombras de terciopelo bajo la muy alargada sombra del triángulo de Prada.


Dicen que los extremos se tocan. Cuentan que Hitler y Stalin firmaron un pacto de acero. Compran tiaras de diamantes los de Prada para la comunista alzada en reina de los socialistas capitalistas, del movimiento de clases de los obreros comprando bolsos de Prada. Alzada en reina, con tiara de Cartier. Hay extremos que se tocan.


Mientras ella se sigue riendo de sus súbditos que aún creen en la república, en las comunas, en el proletariado. Que malviven malcomiendo para pagar Prada. Para seguir durmiendo amparadas en que es Prada.


Quién sabe, quizás algún día el rojo sea de sangre. De guerra. De revolución. Quizás algún día todos seamos comunistas.

O quizás no.