No quiero hacer mucho palabrerío sobre el último show de John Galliano para Dior que ha sido tan apresurado como todos los demás de sucesores pasados de moda o caducos por obra y gracia de las muertes repentinas que tanto se llevan en Dior desde que Monsieur se atragantase -y desplomase- con ¿un bombón?.¿una raspa de sardina?. Quémásda. El muerto al hollo y el vivo al bollo que es lo que se viene diciendo desde siempre y es una frase tan útil como versátil. Viendo el desfile de Galliano me reafirmo en la idea de "morir con las botas puestas". Eso me gusta de Lagerfeld que será por la edad, será por su -no-madurez incluso cuando presenta una bazofiá, él está convencido de que es maravilloso y de que ha hecho lo mejor sin emponzoñarse con la temproada 04 fue mejor que la 05 o la primavera me salió más bonita que el invierno. Al fin y al cabo, la moda dura lo que dura, se trata de evolucionar, de estancarse o de sea lo que Dios quiera.
John Galliano desde hace un tiempo, el mismo que desde que se dio el giro en la publicidad de Dior en la era Galliano pasando de Giselles que cabalgaban bolsos repletos de logos, japonesas cool que se reflejaban en escaparates metálicos y perfumes que había que rastrear en el anuncio porque entre tanto colocón guachi no se encontraban, la maison que capitaneaba el timonel de Galliano también cambió. Los dioses egipcios con sus heraldos dejaron de pasearse por Dior, no había y a locomotoras ni Eugenia Silva llevaba penachos de india, tampoco había carrozas envueltas en nebulosa, gitanas -gitanorras- entremezcladas con enanos y ancianos y amantes que se volvían leones rampantes en la pasarela. Dejó de haber, en medio de la desgracia operística de Madame Butterfly, plisados magistrales de origami que se volvían geishas por sí mismos o africanas que paseaban sus cuerpos lánguidos, mistéricos y salvajes en trajes de noche que podían salir de la sabana por los salones versallescos que Galliano plantificaba en cualquier sitio.
De repente, Galliano dejó de presentar cada colección como la última. Ya no se reía ante la prensa tímidamente diciendo "creo, darling, que mis clochards son lo más bonito que he hecho" ni Arnault tronaba que Galliano era un genio. De repente, comercialidad o madurez manda, Galliano cambió sus delirios pintorescos -en todos los sentidos del término artístico- por colecciones donde una muy medieval y actual Juana de Arco rampaba, virgen, joven, discreta, por los campos de batalla de Dior. Pero, más en la corte del rey que en la batalla. A partir de ahí, hubo quien se mostró algo decepcionado. Que a Galliano le han "atado los machos" para que venda más y más parecía ser el chascarrillo de todo cool que iba a ver sus colecciones; como si tirar la última piedra o hacer la última risa fuera lo más "in"- puagh- del mundo de la moda.
Galliano siguió creando buenas colecciones que, simplemente, ponían el acento en otras partes. Lejos de juzgar si esto es bueno o malo, si esto es apropiado o no, si esto es lo que se desea, lo que se espera, y lo que se saborea de tres en tres meses en el mundo de la moda, las pildoritas Galliano -al menos para mí- seguían siendo efectivas. En esta, su última colección, Galliano sabe de sobra lo que le está ocurriendo. No hay más que ver las capas de embozado del principio, lo pesimista del negro que se avalanza, trepa y se enrolla por el cuerpo de las modelos, la noche que puebla sus prendas: azul del cielo, negro, gris plomizo.
Galliano, como quien intuye la muerte, sabe lo que le espera. Sabe la ruina, la caducidad de la vida, el tempus fugit, lo huidizo de las vanidades, la carne trémula que se convieret en polvo, la maldad, la decadencia. La hermosa decadencia. La febril y bella decadencia...
Pero, también sabe que tras la ruina, llega la ascensión. Que el ave fénix se incendia para renacer, que de la vida sale muerte y que la muerte engendra vida, y es que al final... al final, lo que cuenta es levantarse y no las veces que caes porque la muerte besa de blanco. Como un nuevo bautismo.
Aunque en la firma se han desligado completamente de Galliano, como se ve en la imagen en la que salieron a desfilar las "manitas" -little hands- de la casa Dior, con sus batas y su palpable emoción -y es que hay que reivindicar este trabajo invisible-, el museo Rodin que también ha visto los adioses de Valentino y de Tom Ford en Yves Saint Laurent se llenó del sonido del que falta, del que no está. God Save Galliano, y sobre todo, que vuelva. (Esto me va a quedar muy cursi pero...) !Te queremos John! Ellos te aplauden a tí, como yo.