Suelo pasar por alto el término pret a porter. Todo lo que conlleva eso de para llevar y para la vida diaria, toda la bagatela protesta de Yves Saint Laurent e incluso aquello de "un toro y un caballo" de Picasso. No obstante, poco veo para la vida real de mis damas: en Rodarte pintan androides de pintura en tela y en Prada me ilustran tecnófobas tecnófilas maquinadores del swinging London.
No obstante, veo Bottega Veneta. Las veo. 24 horas, siete días a la semana. Prácticas por la mañana -!y maduras! llevando los niños al colegio o corriendo tras un aguacero, dulces a mediódía si hay una comida o incluso si se alarga por un té sin poner en duda nada de la vida práctica. Elegantes por la tarde, paseo del brazo del marido, tarde de tiendas de chicas o ir a la compra -qué más da-. Por la tarde noche, un cóctel y... más tarde, de fiesta y urbana, como debería ser, personificada casi en el deseo mismo de la contemporaneidad.
Sólo miren.
¿No es bella?
Ysin delirios Tomfordianos.
Nada de publicidad, solo ella.
De veras.