Esta mañana,
John Galliano, antiguo diseñador de
Dior repudiado por
antisemitismo (tras comentar a una pareja judía que eran feos y que su bolso también lo era y que él amaba a
Hitler, todo ello, copas de vino mediante), reciente becario de
Oscar de la Renta y siempre amado niño terrible de
Anna Wintour, con un cargo de director creativo -o algo así, se trata de ese nuevo lenguaje ininteligible de los negocios- de unos perfumes rusos (qué desconcertante es todo), acaba de ser nombrado diseñador en jefe de
Maison Martin Margiela, casa que su creador abandonó en 2009, con confirmación oficial y alegría, también oficial, porque por fin en
Maison Martin Margiela vuelve a haber un creador con
carisma.
Margiela
Y esta pasión por el carisma es el rasgo que más llama la atención de lo comunicado a la prensa por un empleado de Enzo Rosso, director the Only The Brave -OTB-, sobre todo cuando el propio Margiela era carismático por su ausencia total, casi por su desaparición en su propia marca, aunque fuera un anonimato consciente, muy japonés, muy místico, como el de esos monjes que pintan con agua en el suelo para que el sol se lleve su obra efímera, sin dolor por su parte. Así, en Margiela, se pasa del carisma extraño de Margiela, interesante en sí mismo, a otra figura interesante en sí misma pero de una forma muy diferente: Galliano es el que se disfrazaba de torero, de astronauta, de estrella del cabaret de los años 30, de culturista sudado y embadurnado de aceite, de estrella del pop con abdominales y melenón rubio... en Dior.
Esto no deja de ser un cambio total, brusco, brillante quizá. Absurdo, probablemente. ¿Qué pinta Galliano en MMM si su creatividad nunca jamás ha sido conceptual? Galliano es un artista maximalista que resulta lujoso y provocador siempre. Incluso cuando en sus desfiles inserta mundos futuristas, mundos paralelos, retazos del futuro, cortes arquitectónicos, burlas, citas, sátiras, parodias... que lo hace. Lo de Margiela es preguntarse por la esencia de la moda, lo de Galliano es llevar la moda al límite. Puede parecer similar pero no lo es.
Martin Margiela se pasó años en el anonimato, sin que nadie viera su cara, y apenas es reconocido hoy. Cuando dejó su firma en 2009 lo hizo con total discreción y dejando todo al equipo con el que había trabajado, sin diseñador oficial, sin cara al público, sin nada. Eran las batas blancas de Margiela y punto. ¿No?
Suzy Menkes dijo con esta foto que Blazy era el diseñador de MMM. Le abraza Raf Simons, exjefe
En 2011, Matthieu Blazy se despunta como diseñador líder de MMM aunque en total secretismo. Hay quien ya sabe de este hombre, que ha trabajado en Balenciaga, con Raf Simons y con Galliano, pero en general, no. Sí que Suzy Menkes recrimina que en MMM se guarden a este diseñador, que ella juzga con tanto talento, pero que tiene un perfil tan bajo y lo hace en verano de 2014, a raíz de lo publicado porel propio Blazy en redes sociales que le desvela como el director de Margiela y cuenta su currículum.
Ante el desembarco de Galliano en Maison Martin Margiela, no cabe duda de que Suzy Menkes y el mundo de la moda en general ya sabía que había contactos entre OTB y algunos diseñadores estrella que liderasen la casa. Es decir, que en Margiela querían hacer un Tom Ford en Gucci y punto (encontrar a alguien que con su carisma dirigiera todo: bolsos, perfumes, ropa y que en su imagen, mediática a más no poder, encajara los valores de la marca que, en el caso de Gucci, eran sexo y poder, qué duda cabe). La historia de la casa se la reflanflinfla. No es que Galliano no sea un diseñador de talento, que lo es, sino que la marca está buscando otra identidad. Quizá Galliano, ya rehabilitado, o supuestamente rehabilitado, y en peregrinaje exculpatorio, les vaya como anillo al dedo, aunque su léxico y sus intereses disten mucho de los del creador original de la marca, algo que, en cambio, no era tan distinto de Dior.
En 2012,
Margiela colaboró con
H&M para hacer una de esas colecciones que ellos tan brillantemente hacen y que ha arrastrado a
Karl Lagerfeld -que siempre quiere ser moderno-, a
Stella McCartney -que necesitaba posicionar a su firma en el mercado desesperadamente, una vez que había perdido el rumbo creativo tras marcharse
Phoebe Philo de su lado-, a
Viktor &
Rolf -a quienes no conocía nadie y que a mí, en aquella época, me gustaban bastante, por cierto, y que tienen ese interesante perfume llamado
Flowerbomb vendiéndose siempre muy bien, desde entonces-, a
Roberto Cavalli -que dio una vuelta de tuerca a la colaboraciones haciendo directamente en barato algunos de sus éxitos y que hizo entrar el tema de las colecciones en colaboración en declive total total- y a
Marni (yo de esta no tengo ni imagen mental, lógico porque en
Marni no tienen ningún éxito que grite lo que es la firma más allá de una vaga identidad en bisutería -para entendidos- y de una dedicación muy exclusiva a los estampados -que hacen ellos mismos- y a la piel -que era a lo que se dedicaban inicialmente pero que luego abandonaron-),
Versace (un
Cavalli 2.0, pues no dejó de ser la de más éxito) y
Comme des Garçons (una
marca muy en la línea de
Margiela),
Alber Elbaz (que primero echó pestes diciendo que era imposible que él hiciera algo de low cost porque su esencia era el lujo, los tejidos y los acabados y luego acabó vendiendo unos inefables tules a 300 euros) y
Alexander Wang (que se inspiró en el boxeo y contó con
Rihanna haciéndole publicidad en septiembre de 2014 en la Semana de la Moda de Nueva York con un conjunto de chándal gris con su nombre que, en fin). Y también a
Madonna, por cierto, en lo que fue un bluff total: creativo y de ventas.
Anuncio de la colección de H&M de Margiela, antes que la de Chanel SS2015 de Lagerfeld
Sin embargo, la colección de Margiela para H&M, que tenía sentido dentro de lo que es la firma (ya que el grupo OTB es el dueño de Marni y Viktor&Rolf), también era reveladora porque indicaba que estaban pasando muchas cosas en Margiela y que había un descarado intento de hacerla relevante. No cabe duda de que el desembarco de Galliano está inscrito en esa línea de pensamiento, más que en la idoneidad del creativo para la firma que, en el caso de Galliano, no creo que sea mucho pese a que también opino que con su talento puede hacer lo que quiera y, ojalá, ojalá, esta parada en Margiela le sirva para marcarse un Givenchy y saltar de aquí, no a Dior como en el pasado, sino a Chanel porque una vez que está libre del conglomerado de LVMH que tiene su emblema en Dior, rival directa de Chanel, creo que esta estrella está en alza, sobre todo porque Karl Lagerfeld está mayor y porque los de Chanel van por libre en el mundo de las empresas de moda y, aunque creo que Galliano es más Schiaparelli que Chanel, una mujer más práctica que la italiana, Galliano encaja bien en la línea espectacular y de show de variedades, de arte y comercialidad, que Lagerfeld ha dejado en Chanel. Confianza.
Sin embargo, en este lavado de cara que llega a todo el mundo, se impone hablar de la imagen de Galliano que ha distribuido OTB para confirmar su llegada a la casa (que en MMM han definido como una "nueva era" y han acompañado con la imagen de una puerta abierta). Galliano, que pasó de muchacho corriente y tímido a estrella del rock con más de un millón de dólares para vestuario en Dior y acabó convertido en una diva con abdominales al aire, melena kilométrica y afición al disfraz y al atrezzo posando para los fotógrafos, por ejemplo, en el MET, del brazo de Charlize Theron con pantalón de lentejuelas y chaleco estampado, con levita dieciochesca y cardado a juego, ha mutado en un inquietante hombre de traje. Lo de inquietante lo digo por el perro ese que acaricia, si es que es un perro, y que le hace parecer una especie de copia del señor Burns de los Simpson o de un villano de los de James Bond que Ian Fleming siempre diseñaba feos, con imperfecciones físicas y un gusto por el mal lo mismo refinado que brutal.
Aparte de ese detalle, de esa realidad infiltrada, de esa nota discordante que tan bien viene para reflexionar, hay algo en la presentación de este nuevo Galliano que también lleva a reflexionar. Anna Wintour tiene razón cuando, en The September Issue, dijo que la moda pone nerviosa a la gente. Es cierto. La moda es semiótica, dice cosas: se dicen cosas con ella, voluntarias e involuntarias. No sólo que se vaya bien o se vaya mal, se vaya a la moda o se vaya demodé, no tiene que ver. El nuevo Galliano va de traje, un dos piezas azul marino, impecable, con solapa ancha y combinado con una camisa de rayas morada y una corbata de lunares (combinación de estampados bonita donde las haya, de mis favoritas), con impecable pañuelo rosa en el bolsillo.
Galliano ya no es una mamarracha, es un nuevo hombre, un nuevo hombre de negocios, además, con carisma y una oportunidad que va a aprovechar. Además, esa mirada que no es desafiante, sino un poco huidiza y melancólica es más propia del diseñador, que siempre ha sido tímido e introvertido, que de la estrella aquella de Dior y pese a que su calvicie es más que incipiente -y sin postizos mediante- y que la cirugía estética que se ha hecho es, como poco, donatelloversacesca, no cabe duda de que hay una nueva etapa en este hombre y eso se sabe por la ropa, de hecho, han debido temer que no distingamos a Galliano del presidente de banco número diez y le han colocado al perrillo para dar más calor a la situación -cosa que no acaba de pegar-.
El traje es impecable y me gusta bastante, sin ser yo mucho de solapas, sobre todo porque el ojo de Galliano para el color es una de sus mejores características y ese marino-morado con mezcla de estampados y un toque rosa para bajar la intensidad es meridianamente perfecto, ni gota de rancio (pese al atrezzo de la foto, que tiene delito) y nada estridente. Yo tengo confianza en este nuevo Galliano porque ya no se viste como una mamarracha. Ni siquiera la Wintour, madrina irredenta de Galliano, consiguió llevarle por el buen camino en la producción de moda de Vogue sobre la boda de Kate Moss, en 2011, cuando ya perdido en el Gallianogate había sido despedido de Dior. Lo bueno fue que aquel editorial demostraba que Galliano no estaba perdido para el mundo de la moda y que aún había interés en él -a diferencia de Lacroix, por ejemplo, o del mismo Margiela-. Yo tengo confianza en este nuevo Galliano porque su ropa me dice cosas que antes no me decía. A ver si es verdad que Galliano se ha quitado su disfraz y vuelve a sus orígenes gloriosos. Al fin y al cabo, en 1987, para recoger su primer premio al Mejor Diseñador Británico del Año, también llevó una corbata de lunares y un traje. Su carrera ahí estaba a punto de despegar. A ver si, por segunda vez, pasa igual.