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lunes, diciembre 01, 2014

Saltar En Vogue USA



Odio a muerte los saltos en Vogue USA. Yo soy más de la opinión de Helmut Newton, que creía que fotografiar a una chica en un fondo blanco no tenía sentido y que, por lo mismo, un paisaje sin personas, tampoco. Volviendo a ver The September Issue, en el que salen un número insultante de modelos y modelis, es decir Sienna Miller, saltando para las diversas fotos, me he crispado especialmente con el tema. Como el saltito de Caroline Trentini, una de las favoritas de Anna Wintour, para el número de septiembre de 2007 que es, creo, el más famoso del documental. Además se desvela que son, en realidad, dos saltos. Primero el de ella y luego el de él que son juntados artificialmente. 



Haciendo una búsqueda rápida en Google Imágenes, es decir, poniendo "Caroline Trentini" y "jumping", sin especificar si el saltito del demonio es en Vogue USA o no, aparecen las catorce mil imágenes de ella saltando. No es la única que salta en Vogue USA pero es un ejemplo. En enero de 2007 vuelve a aparecer saltando, además en todo el editorial.


Y en marzo de 2007.


Y en julio de 2007.


Está claro que el 2007 fue un año atroz en el tema del salto. En cambio, 2008 dio varios saltos con sentido, de los que no sólo no me quejo sino que me encantan. El reportaje, también de Trentini, lo fotografió Arthur Elgort para Vogue USA y en él, la modelo interpretaba a una bailarina, acompañada por el niño de la función teatral de Billy Elliot. Nada que objetar.


Como tampoco a la foto original que inspiró al saltito de Caroline Trentini del número de septiembre, la de Jean Shrimpton de cuarenta años antes, mucho más bonita.

jueves, noviembre 06, 2014

Otoños Y Señoras













En 2009, Vogue USA publicó este editorial protagonizado por Karen Elson, fotografiado por Steven Meisel y con estilismo de Grace Coddington. Como el otoño ha desaparecido y ha dado paso directamente al invierno desde el verano de sol abrasador de este octubre (sin quejas), se me antoja poner un poco de este editorial bastante otoñal en mi opinión. No es que me encante porque tiene todo lo que aborrezco de Vogue USA bastante concentrado: los saltitos absurdos, las modelos con tocados en la cabeza que andan hacia la cámara pero que no son como las mujeres que caminan de Helmut Newton, no, son solo pavas que salen apavadas, las modelos como Karen Elson que copan la cuota de modelo intelectual (cuando actualmente Karen Elson es una belleza que se ha quitado aquel vicio tan feo que tenía de posar como si fuera fea o "especial", o sea, sin tetas) y las negras que tienen rasgos de blanca (como Liya Kebede, que no por ello me deja de parecer impresionante) También tiene a la inefable Coco Rocha que, por lo que sea, a Anna Wintour le gusta. Si Karen Elson no me gustaba cuando iba de especialita y bohemia -sale cantando, o sea que la tontería no se le ha quitado del todo-, Coco Rocha es que me enferma directamente. 

Seguía su perfil de Twitter que era como inyectarse azúcar en vena siendo diabético y sus fotos con la boca fruncida y su reluciente marido (que ni siquiera es guapo pero que le decoró la casa bastante bien) reflejado en las gafas de ella o haciendo gansadas en la piscina o en donde sea, cosa que ni me va ni me viene y me pone un poco enferma. Cuando bailaba en Jean Paul Gaultier ya no es que me chiflara, las modelos modelan -que dirían en Sudamérica-, bailar, bailan las bailarinas (vamos, digo yo) pero es que ese estado de felicidad permanente en versión pastelosa no me gusta nada. Y su miniboca, imagino que come con pajita, combinada con su mandíbula me parece que le hace un rostro feo, simple y llanamente. No es que pida yo que las modelos (bueno, por pedir...) sean todas hermosas como Claudia Schiffer o Christy Turlington. No. Las modelos tienen que tener fotogenia y dar vida a los papeles y prendas que les toca desempeñar. Lara Stone es guapa objetivamente pero a veces sale realmente fea. Kirsten McMenamy no es en ningún modo hermosa y Tatjana Patijz o Nadja Auermann no siempre son convencionalmente bellas al modo de Schiffer. Veruschka era una belleza total pero Dovima no. Era una mujer extraña, casi marciana, motivo por el que cuando aparece en Funny Face leyendo un tebeo de marcianitos y al lado de una estatua un tanto extraña, me parece premonitorio y me hace mucha gracia. 

Podría seguir pero no lo veo necesario. Yo también echo en falta más moda en Vogue, igual que Grace Coddington, motivo por el que me desagrada la edición actual de Vogue USA que tiene tanta -no me quejo porque la haya sino porque no hay contenido- publicidad que uno busca el encarte con el texto y las editoriales y, tras el índice, resulta difícil de encontrar. Anna Wintour se congratula mucho de sus pesados números de septiembre. No sé. Si son todo anuncios. La revista no me cabe en el buzón y tengo que ir a buscarla a Correos, eso es verdad, pero yo no le veo más gracia al asunto. Otra cosa eran los viejos Vogues Colecciones de la edición española de Vogue, que eran imágenes de la pasarela y mucha publicidad, pero que eran divinos. Y otra es Lady Gaga en la portada de aniversario de Vogue USA envuelta en publicidad. 

Aparte de eso, me desagrada que, tras The September Issue, sepamos con certeza que debió haber muchas fotos mejores en el reportaje (recuerdo una en colores pastel que no se publicó por no ir en la línea de todo el reportaje pero que era divina, y la que más le gustaba a Grace Coddington -quedando fuera gracias a la Wintour-, perteneciente a este editorial) que las publicadas. Me consuela que la que juegan al cróquet con vestidos de Balenciaga es bastante interesante (aunque uno se pregunta si el total look no nos lo hemos aprendido ya en el desfile y en Vogue París de Emmanuelle Alt). La primera imagen, la de Karen Elson envuelta en un halo dorado en un cafecín es preciosa y encaja muy bien con su color de pelo y ese efecto halo de su personalidad. La siguiente, la de la amazona con biombo de Coromandel es mejorable, sobre todo por la actitud de la modelo, que con una Linda Evangelista en Vogue Italia, como condesa facinerosa o chica hermosa ascendida a un mundo que solo conocía desde el servicio, habría ganado mucho. En la que Karen Elson canta hay poco que criticar y la del vestido de noche y la baranda del bar podría mejorar con otra modelo pero está bien de ambientación y el brazo de él, medio cortado, añade una trascendencia al instante que no tendría sin él. Parece un instante afortunado como los instantes decisivos de Cartier Bresson. La del bar con dos chicas y la de la bicicleta mejoraría sin sombreros, las modelos no saben llevarlos. Las del coche y la escalera son directamente malísimas aunque podrían replantearse y estar bien.

Sin embargo, pese a todas estas quejas, el editorial me gusta. A veces hay que pagar mediocridad y aburrimiento para obtener genialidad. Por eso este otoño y estas señoras, algunas, merecen la pena.  Y, por eso, en la variedad está el gusto. Y este editorial es variado. Eso sí.

lunes, octubre 06, 2014

Identidad, Miedo Y Semiótica, Galliano Y Margiela


Esta mañana, John Galliano, antiguo diseñador de Dior repudiado por antisemitismo (tras comentar a una pareja judía que eran feos y que su bolso también lo era y que él amaba a Hitler, todo ello, copas de vino mediante), reciente becario de Oscar de la Renta y siempre amado niño terrible de Anna Wintour, con un cargo de director creativo -o algo así, se trata de ese nuevo lenguaje ininteligible de los negocios- de unos perfumes rusos (qué desconcertante es todo), acaba de ser nombrado diseñador en jefe de Maison Martin Margiela, casa que su creador abandonó en 2009, con confirmación oficial y alegría, también oficial, porque por fin en Maison Martin Margiela vuelve a haber un creador con carisma. 

Margiela

Y esta pasión por el carisma es el rasgo que más llama la atención de lo comunicado a la prensa por un empleado de Enzo Rosso, director the Only The Brave -OTB-, sobre todo cuando el propio Margiela era carismático por su ausencia total, casi por su desaparición en su propia marca, aunque fuera un anonimato consciente, muy japonés, muy místico, como el de esos monjes que pintan con agua en el suelo para que el sol se lleve su obra efímera, sin dolor por su parte. Así, en Margiela, se pasa del carisma extraño de Margiela, interesante en sí mismo, a otra figura interesante en sí misma pero de una forma muy diferente: Galliano es el que se disfrazaba de torero, de astronauta, de estrella del cabaret de los años 30, de culturista sudado y embadurnado de aceite, de estrella del pop con abdominales y melenón rubio... en Dior


Esto no deja de ser un cambio total, brusco, brillante quizá. Absurdo, probablemente. ¿Qué pinta Galliano en MMM si su creatividad nunca jamás ha sido conceptual? Galliano es un artista maximalista que resulta lujoso y provocador siempre. Incluso cuando en sus desfiles inserta mundos futuristas, mundos paralelos, retazos del futuro, cortes arquitectónicos, burlas, citas, sátiras, parodias... que lo hace. Lo de Margiela es preguntarse por la esencia de la moda, lo de Galliano es llevar la moda al límite. Puede parecer similar pero no lo es. 


Martin Margiela se pasó años en el anonimato, sin que nadie viera su cara, y apenas es reconocido hoy. Cuando dejó su firma en 2009 lo hizo con total discreción y dejando todo al equipo con el que había trabajado, sin diseñador oficial, sin cara al público, sin nada. Eran las batas blancas de Margiela y punto. ¿No?

Suzy Menkes dijo con esta foto que Blazy era el diseñador de MMM. Le abraza Raf Simons, exjefe

En 2011, Matthieu Blazy se despunta como diseñador líder de MMM aunque en total secretismo. Hay quien ya sabe de este hombre, que ha trabajado en Balenciaga, con Raf Simons y con Galliano, pero en general, no. Sí que Suzy Menkes recrimina que en MMM se guarden a este diseñador, que ella juzga con tanto talento, pero que tiene un perfil tan bajo y lo hace en verano de 2014, a raíz de lo publicado porel propio Blazy en redes sociales que le desvela como el director de Margiela y cuenta su currículum. 


Ante el desembarco de Galliano en Maison Martin Margiela, no cabe duda de que Suzy Menkes y el mundo de la moda en general ya sabía que había contactos entre OTB y algunos diseñadores estrella que liderasen la casa. Es decir, que en Margiela querían hacer un Tom Ford en Gucci y punto (encontrar a alguien que con su carisma dirigiera todo: bolsos, perfumes, ropa y que en su imagen, mediática a más no poder, encajara los valores de la marca que, en el caso de Gucci, eran sexo y poder, qué duda cabe). La historia de la casa se la reflanflinfla. No es que Galliano no sea un diseñador de talento, que lo es, sino que la marca está buscando otra identidad. Quizá Galliano, ya rehabilitado, o supuestamente rehabilitado, y en peregrinaje exculpatorio, les vaya como anillo al dedo, aunque su léxico y sus intereses disten mucho de los del creador original de la marca, algo que, en cambio, no era tan distinto de Dior


En 2012, Margiela colaboró con H&M para hacer una de esas colecciones que ellos tan brillantemente hacen y que ha arrastrado a Karl Lagerfeld -que siempre quiere ser moderno-, a Stella McCartney -que necesitaba posicionar a su firma en el mercado desesperadamente, una vez que había perdido el rumbo creativo tras marcharse Phoebe Philo de su lado-, a Viktor & Rolf -a quienes no conocía nadie y que a mí, en aquella época, me gustaban bastante, por cierto, y que tienen ese interesante perfume llamado Flowerbomb vendiéndose siempre muy bien, desde entonces-, a Roberto Cavalli -que dio una vuelta de tuerca a la colaboraciones haciendo directamente en barato algunos de sus éxitos y que hizo entrar el tema de las colecciones en colaboración en declive total total- y a Marni (yo de esta no tengo ni imagen mental, lógico porque en Marni no tienen ningún éxito que grite lo que es la firma más allá de una vaga identidad en bisutería -para entendidos- y de una dedicación muy exclusiva a los estampados -que hacen ellos mismos- y a la piel -que era a lo que se dedicaban inicialmente pero que luego abandonaron-), Versace (un Cavalli 2.0, pues no dejó de ser la de más éxito) y Comme des Garçons (una marca muy en la línea de Margiela), Alber Elbaz (que primero echó pestes diciendo que era imposible que él hiciera algo de low cost porque su esencia era el lujo, los tejidos y los acabados y luego acabó vendiendo unos inefables tules a 300 euros) y Alexander Wang (que se inspiró en el boxeo y contó con Rihanna haciéndole publicidad en septiembre de 2014 en la Semana de la Moda de Nueva York con un conjunto de chándal gris con su nombre que, en fin). Y también a Madonna, por cierto, en lo que fue un bluff total: creativo y de ventas. 

Anuncio de la colección de H&M de Margiela, antes que la de Chanel SS2015 de Lagerfeld

Sin embargo, la colección de Margiela para H&M, que tenía sentido dentro de lo que es la firma (ya que el grupo OTB es el dueño de Marni y Viktor&Rolf), también era reveladora porque indicaba que estaban pasando muchas cosas en Margiela y que había un descarado intento de hacerla relevante. No cabe duda de que el desembarco de Galliano está inscrito en esa línea de pensamiento, más que en la idoneidad del creativo para la firma que, en el caso de Galliano, no creo que sea mucho pese a que también opino que con su talento puede hacer lo que quiera y, ojalá, ojalá, esta parada en Margiela le sirva para marcarse un Givenchy y saltar de aquí, no a Dior como en el pasado, sino a Chanel porque una vez que está libre del conglomerado de LVMH que tiene su emblema en Dior, rival directa de Chanel, creo que esta estrella está en alza, sobre todo porque Karl Lagerfeld está mayor y porque los de Chanel van por libre en el mundo de las empresas de moda y, aunque creo que Galliano es más Schiaparelli que Chanel, una mujer más práctica que la italiana, Galliano encaja bien en la línea espectacular y de show de variedades, de arte y comercialidad, que Lagerfeld ha dejado en Chanel. Confianza. 


Sin embargo, en este lavado de cara que llega a todo el mundo, se impone hablar de la imagen de Galliano que ha distribuido OTB para confirmar su llegada a la casa (que en MMM han definido como una "nueva era" y han acompañado con la imagen de una puerta abierta). Galliano, que pasó de muchacho corriente y tímido a estrella del rock con más de un millón de dólares para vestuario en Dior y acabó convertido en una diva con abdominales al aire, melena kilométrica y afición al disfraz y al atrezzo posando para los fotógrafos, por ejemplo, en el MET, del brazo de Charlize Theron con pantalón de lentejuelas y chaleco estampado, con levita dieciochesca y cardado a juego, ha mutado en un inquietante hombre de traje. Lo de inquietante lo digo por el perro ese que acaricia, si es que es un perro, y que le hace parecer una especie de copia del señor Burns de los Simpson o de un villano de los de James Bond que Ian Fleming siempre diseñaba feos, con imperfecciones físicas y un gusto por el mal lo mismo refinado que brutal. 


Aparte de ese detalle, de esa realidad infiltrada, de esa nota discordante que tan bien viene para reflexionar, hay algo en la presentación de este nuevo Galliano que también lleva a reflexionar. Anna Wintour tiene razón cuando, en The September Issue, dijo que la moda pone nerviosa a la gente. Es cierto. La moda es semiótica, dice cosas: se dicen cosas con ella, voluntarias e involuntarias. No sólo que se vaya bien o se vaya mal, se vaya a la moda o se vaya demodé, no tiene que ver. El nuevo Galliano va de traje, un dos piezas azul marino, impecable, con solapa ancha y combinado con una camisa de rayas morada y una corbata de lunares (combinación de estampados bonita donde las haya, de mis favoritas), con impecable pañuelo rosa en el bolsillo.


Galliano ya no es una mamarracha, es un nuevo hombre, un nuevo hombre de negocios, además, con carisma y una oportunidad que va a aprovechar. Además, esa mirada que no es desafiante, sino un poco huidiza y melancólica es más propia del diseñador, que siempre ha sido tímido e introvertido, que de la estrella aquella de Dior y pese a que su calvicie es más que incipiente -y sin postizos mediante- y que la cirugía estética que se ha hecho es, como poco, donatelloversacesca, no cabe duda de que hay una nueva etapa en este hombre y eso se sabe por la ropa, de hecho, han debido temer que no distingamos a Galliano del presidente de banco número diez y le han colocado al perrillo para dar más calor a la situación -cosa que no acaba de pegar-. 


El traje es impecable y me gusta bastante, sin ser yo mucho de solapas, sobre todo porque el ojo de Galliano para el color es una de sus mejores características y ese marino-morado con mezcla de estampados y un toque rosa para bajar la intensidad es meridianamente perfecto, ni gota de rancio (pese al atrezzo de la foto, que tiene delito) y nada estridente. Yo tengo confianza en este nuevo Galliano porque ya no se viste como una mamarracha. Ni siquiera la Wintour, madrina irredenta de Galliano, consiguió llevarle por el buen camino en la producción de moda de Vogue sobre la boda de Kate Moss, en 2011, cuando ya perdido en el Gallianogate había sido despedido de Dior. Lo bueno fue que aquel editorial demostraba que Galliano no estaba perdido para el mundo de la moda y que aún había interés en él -a diferencia de Lacroix, por ejemplo, o del mismo Margiela-. Yo tengo confianza en este nuevo Galliano porque su ropa me dice cosas que antes no me decía. A ver si es verdad que Galliano se ha quitado su disfraz y vuelve a sus orígenes gloriosos. Al fin y al cabo, en 1987, para recoger su primer premio al Mejor Diseñador Británico del Año, también llevó una corbata de lunares y un traje. Su carrera ahí estaba a punto de despegar. A ver si, por segunda vez, pasa igual.

martes, noviembre 26, 2013

Zorras, Zorros, Skin, Fur














Me gusta que a la nobleza del star system de la moda le gusten las pieles. Anna Wintour, que recibió un tartazo de PETA no hace muchos años; Carine Roitfeld y también Anna Dello Russo o Giovanna Bataglia siempre las llevan pero también Kate Moss que, por una vez, se separa de esas hordas de supermodelos aburridas como ellas solas que posan con el "mejor desnuda que con pieles" que aunque es un buen eslogan, como que no me acaba de convencer. ¿Por qué es aceptable comer filetes y llevar zapatos de cuero -o conducir coches con asientos de cuero- y no ponerte un abrigo de visón? 

Si yo también entiendo eso de que hay distintos escalones de animales y que es una locura llevar abrigos de zorro ártico pero a veces parece que los cerdos y las vacas no son de Dios. Como que son animales de segunda fila. Sus muertes importan menos. Otra cosa horrible que me parece que hacen los de PETA es eso de tirar tartas o de pintar con sprays de graffiti los abrigos de las señoras, eminentemente. Que sí, que es publicidad, es propaganda, es una maniobra de concienciación y de visibilidad pero... Y todos esos vídeos que circula por ahí. Yo me enteré de lo que era el astracán y me pareció repulsivo, asqueroso, pero la gente come sesos y lengua y caviar y huevas de caballa y no me parece que sea menos horrible o menos cruel.

Las pieles de Anna Wintour casi siempre tienen ese halo wasp y son a menudo estolas colocadas sobre abrigos de paño, con botas a la rodilla, falda a la rodilla, un jerseycito y un collarcito. En cambio, Carine Roitfeld las lleva con desdén, como si no fueran nada. Anna Dello Russo, una mujer muy sobrevalorada en mi opinión, las lleva con un montón de joyas y en colores y texturas chirriscantes. No es que no me guste, pero siempre me parece que va vestida con recortables y que ella es una mariquita pero un poco rara: con arrugas de extrema delgadez y chepa (y cara equina, para qué vamos a engañarnos). Giovanna Bataglia -antes, ahora menos- y Kate Moss me gustan en su actitud llevando pieles. Es natural pero las pieles son lujosas. Lo único que me da que pensar cuando me pongo piel es que uno se ve inmenso en esos abrigos. Pero eso me gusta. No vas en un abrigo, vas en una manta.

lunes, octubre 07, 2013

El Final De Una Carrera





1993, Irving Penn para Vogue USA

Irving Penn murió el 7 de octubre de 2009. Es decir, hace exactamente cuatro años. Es sobre todo conocido por sus fotos en blanco y negro, especialmente de su mujer, Lisa Fonssagrives, una modelo de altura, muy al estilo de Dovima, pero más hermosa y más dúctil que la envarada Dovima en fotografía (la de la foto de Avedon Dovima con elefantes, vestida de Dior). De alguna forma, a Penn sólo le gustaba fotografiar a su mujer porque era su ideal de belleza. Esto es algo común en el mundillo de la moda donde muchos fotógrafos acaban teniendo relaciones más o menos longevas con modelos que les satisfacen su gusto estético ideal. Y es común que lleguen a casarse y/o formalizar su relación. Pero Penn también hizo dibujos que se publicaron a partir de los años 40 en Harper´s Bazaar y luego ya, tras estudiar artes en Philadelphia, se dedicó a la fotografía. En Nueva York se hizo con el puesto de director de arte de Saks, puesto que antes había ocupado el que fue su profesor en la escuela de arte, y permaneció allí un año, hasta que le dio por recorrerse América y México haciendo fotos.

Cuando volvió a Nueva York con algo que ofrecer, Vogue le contrató. Pero no como fotógrafo sino trabajando en la composición de la revista. Y en octubre de 1943  apareció en la revista su primera portada. Penn conoció a Fonssagrives en 1947, en una sesión de fotos, y se casaron en 1950. En 1952 tuvieron un hijo, Tom, y en esa década Penn abrió su estudio particular en Nueva York en el que se encargó de fotografiar campañas para General Motors o Clinique pero también donde realizó retratos a diversas personas, siempre con un toque uniforme que permite reconocer al Penn de siempre (un primer plano, a ser posible, en blanco y negro, sobre fondo gris, y un cierto estatismo que es perenne en sus fotos) aunque también con distintos grados de creatividad. 

La sencillez del atrezzo de las fotos de Irving Penn es uno de sus mayores rasgos de identidad aunque también es una de sus grandes innovaciones, hoy quizá ha perdido innovación ya que casi todo Vogue USA -salvo los editoriales de la bendita Grace Coddington- está fotografiado sobre un fondo blanco (que a Helmut Newton tanto le desagradaba porque decía que la vida no pasa sobre un fondo neutro). Sin embargo, si hoy Vogue USA con Anna Wintour a la cabeza es Caroline Trentini dando saltitos en The September Issue sobre una pantalla blanca, es porque Irving Penn estuvo allí. 

La carrera más importante de Penn fue en Vogue porque fue donde pudo explorar la belleza. Es verdad que nunca abandonó los estudios étnicos ni los desnudos (que no se hicieron públicos hasta 1980 por su capacidad de ofender -¿?-) pero es su carrera como fotógrafo de moda la faceta más conocida, quizá porque la fama lo devora todo. También es mejor conocida su obra en blanco y negro (a diferencia de Helmut Newton, por ejemplo) pese a que no sólo se manejaba bien en color sino que en color hizo algunas de las fotografías más impactantes que se han visto en revistas de moda del estilo Vogue y que bien podrían estar colgadas en cualquier museo, no al lado de Warhol o de Damien Hirst, como si fueran una cosa posmoderna más, un bien de consumo; si no al lado de Picasso, de Monet o, mejor, del Bosco ya que causan ese horror bello que tanto gustaba a Felipe II. En estas imágenes se podría etiquetar su ojo rojo, sus labios de abeja, su mujer sin rostro (probablemente mi imagen favorita de Penn) o su muchacha con máscara (que protagonizó la portada de Beauty in Vogue, el libro). Y nadie podría dudar de su talento, ni de su delicadeza.

El estatismo y la planificación son dos rasgos clave de la obra de Penn, junto con su cuidadoso estudio de la volumetría y las sombras, una obsesión que le acompañó toda su carrera. Aunque sus bodegones no son lo más conocido de su producción, sus naturalezas muertas también han definido un estilo de fotográfica para revistas de moda o para producciones con comida, flores o metales (Penn trabajó con todos ellos y su hijo se convirtió en diseñador de productos metálicos).Cuando murió Penn, Anna Wintour y los de Vogue USA se mostraron desolados con la pérdida de un fotógrafo de tanta calidad y cuya carrera siempre había estado unida a Vogue. Lo que no dijeron es que en sus últimos años de vida, murió a los 92, ya viudo, Penn había fotografiado sistemáticamente bodegones para Vogue y no portadas, editoriales o algo más lucido (que habían preferido ofrecer a Testino, Leivobitz, Meisel o similar). 

Este editorial, de 1993, es una buena reivindicación del talento de Irving Penn incluso con lo pequeño, igual que Rembrandt con su buey desollado o Durero con su liebre. Sobre todo teniendo en cuenta que Penn creía que "fotografiar un pastel, puede ser arte". Y tanto.

viernes, julio 12, 2013

50 Fiestas
































Grace Coddington cuenta en sus memorias que tiene una gran amistad con Anna Wintour. También que le organizó sus más memorables fiestas de cumpleaños, además de contar algún chascarrillo sobre la organización de las fiestas de, por ejemplo, el MET en su gala anual de la moda. Parece evidente que a Anna Wintour, una mujer de negocios, el aspecto social de su cargo, le va. Puede que por ello hace unos meses saltaran rumores sobre una posible embajada en Londres que Obama le había ofrecido... 

Sin embargo, la Wintour decidió quedarse (un poquito más) en Vogue USA, esa revista que ha configurado hasta el milímetro en estos últimos veinte años y en la que hay muchas celebrities, poco blanco y negro, poca letra, pocas páginas (salvo en septiembre), mucha publicidad (de todo tipo), muchas cartas a la directora y, generalmente, un editorial de Grace Coddington que es lo mejor del número y que cuenta una historia y trata sobre la moda. La Coddington, esa loca de los gatos pelirroja, que obtuvo relevancia gracias al documental The September Issue en el que hacía de robaplanos de la Wintour y a la que, pese a las reticencias sobre ser grabada y su amistad, discutía minuto sí, minuto también en pantalla; siempre se ha quejado de la poca moda que hay actualmente en las revistas de moda. 

Eso es algo que el dúo calavera de Vogue: André Leon Talley y Hamish Bowles, comparten con ella. Son, igualmente, hijitos de Wintour, sus protegidos... como muchos otros diseñadores: Galliano, Olivier Theyskens, De la Renta y Jason Wu entre otros y modelos: Caroline Trentini, Gisele o Karlie Kloss... porque aunque el sueño de Wintour es que su hija, Bee, heredase su trono en el mundo de la moda (o en la Biblia de la moda), la criatura no ha pasado de pavonearse (sosamente, la verdad) en las escaleras del MET del brazo de mamá una vez al año y de proclamar que prefiere el derecho (¿algo que ver con Will Gardner de The Good Wife?) y las cosas de papi a los juguetes fashion de mami. Y mami se ha tenido que buscar otros acólitos.

Uno de ellos es Hamish Bowles (en Vogue desde hace veintiún años y, actualmente, International Editor at large, gracias al pique Carine Roitfeld-Anna Wintour en Hearst-Condé Nast) que parece un poco el contrapunto de ALT: delgado, vestido de lord inglés atrapado en la mente de Sebastian en Retorno a Brideshead, coleccionista de Alta costura, especialmente Balenciaga, y con un aire un tanto lánguido y melancólico que oscila entre el dandismo entendido al estilo años veinte y la excentricidad comunista-capitalista del Camelot de los Kennedy del que es un gran estudioso (¿acaso no es esta fiesta similar al derby de Roger Sterling para celebrar su compromiso con Jane en Mad Men?). Esos pocos números que Vogue España ha sacado del suplemento -bastante malogrado dada la crisis económica pero que a mí me chiflaba- Vogue Gourmet se inauguraron con un reportaje a Hamish Bowles y con odas a su estilo de vida y su gusto.

En su cincuenta cumpleaños, la Wintour -ni corta ni perezosa con un vestido verde de Oscar de la Renta- le organizó una fiesta en Long Island, de época (años 20 gracias al Gran Gatsby (se nota que Wintour ha colaborado en la historia de amor entre Prada y la señora Luhrmann para diseñar el vestuario de Daisy en la película y el resto de piezas) -acudió el director Bar Luhrmann, de blanco, pero sin su mujer-), con un mapa del tesoro para encontrar la party, también Lauren Santodomingo (conocida por encontrar excusas para llevar pieles el 21 de junio, fecha en que se celebró el cumpleaños), Naomi o Lacroix (que, además, diseñó la vajilla de Vista Alegre que se usó en la fiesta), Oscar de la Renta, Derek Blasberg (el ex asistente de Wintour despedido por ser demasiado cariñoso y fiestero con algún diseñador... y reconvertido luego en it boy por excelencia -¿?-), Giovanna Bataglia, Bee, Grace Coddington y más gente guapa.

Reseñable, reseñable, lo que se dice reseñable... no mucho más que el voyeurismo hacia los que son ricos y famosos pero quizá, sí, un detallito ligero pero significativo. ¿Por qué nadie fue vestido años 20 a una fiesta años 20? Sí, sí... parece mentira que todos los invitados fueran de primera línea del mundo de la moda y que estuvieran allí algunos de los diseñadores, periodistas y caras de la industria más célebres y con más talento del mundo. Porque ninguno, ninguno, fue vestido como en los años 20. Fueron en un remedo, al estilo de los 20s del Gran Gatsby, de lo que se cree que la gente vestía en los 20s a nivel inconsciente colectivo: vestidos de flecos, boas de plumas, pelo bob (Wintour ahí reina) pero la verdad, que sí, que sí, es que esas prendas quedaron muy limitadas a las flappers y a un estrato social: cabarets, Berlín la nuit de la República de Weimar, antros de Nueva York y Chicago porque la gente de bien no iba vestida así. Para empezar, el largo era más bien a media pierna que en la rodilla, la colita del vestido era casi obligatoria y el aire de decadencia, droga y sexo era menos sórdido y más sofisticado. Y la versión que optaron el resto de invitadas (salvo los trajes veraniegos blancos que eran lo más 20s que se vio): traje largo, kilos de joyas y lentejuelas... bonito pero no, no. Nada que decir sobre los que fueron de sí mismos: los de la Renta, Anna Wintour... ¿Se puede ser más aburrido?... En serio, ¿por qué los ricos no saben vestirse? No clothes, no party!