En 1997, Ghesquiére tomó las riendas de la casa Balenciaga. Como quien dice, por aquel entonces, la firma no era una bicoca. Más bien todo lo contrario. Tenía un nombre de prestigio pero eso era más una carga que un aliciente porque todo lo que uno hace, comparado con Cristóbal Balenciaga, queda en nada. Y, en los 90s, Balenciaga no era más que una marca como la de Pierre Cardin: licencias, licencias y licencias. Hasta el año 2000, nadie sabía nada de Ghesquiére. Y, de repente, sorprendió con unas colecciones soberbias en las que tomaba el pasado glorioso de Balenciaga (abrigos de piel que te envuelven, investigación en los tejidos, creaciones rígidas y vanguardia) combinado con las claves de su propio estilo: la tendencia futurista.
En general, la tendencia mediterránea está fuera de la obra de Ghesquiére quien está mucho más próximo a los de Amberes (como Van Noten o Martin Margiela, a quien admira especialmente) y, aunque retome el archivo de Balenciaga para sus colecciones (estampados, sombreros de pescador...), en general, su estética es norteña. En París ya no hay nadie que le cante a España, antes estaba Lacroix que siempre guiñaba el ojo a las vírgenes andaluzas e incluso Lagerfeld que en los finales de los 80s e inicios de los 90s se llenaba el ojo con Claudia Schiffer tendiendo la colada con luz mediterránea. Al Mediterráneo sólo se canta ya por los sureños, por los propios mediterráneos y, parece que, una vez desaparecido YSL, muerto Versace y jubilado Valentino, lo único que queda del espíritu latino está en Dolce and Gabanna aunque sea más bien únicamente lo siciliano el tema de su devoción. Sólo Ralph Lauren en la Semana de la Moda de Nueva York parece interesarse por lo latino aunque sea pasado por el filtro de México como muestran sus toreritas del pret a porter para el verano de 2013. Y, va Ghesquiére y se vuelve español y, no sólo español, sino de volanterío andaluz.
El éxito de la colección de Ghesquiére reside precisamente en que, aunque es imposible no ver a España en su inspiración y que sin desligarse del espíritu de la firma cuando era llevada por Cristóbal Balenciaga, consigue imponer su sello personal (lo tecnológico, las mujeres robóticas, la investigación en el tejido y el corte por láser y los nuevos volúmenes) pero sin caer en ningún tópico. No es la España negra de Carmen que tanto fascina a los anglosajones y a los germanos, no es la España de la farándula de chisperos y chulos de Goya y tampoco es lo rural del Viaje por España de Antonio Ponz. Al contrario, es una España moderna, progresista, europea y actual que sabe ver en su pasado la oportunidad pero a la que no lastra lo que pasó ayer.
La verdad es que Ghesquiére ha tenido unos años veleidosos. Tras consagrarse con sus americanas escolares y sus palestinas que lo pudieron todo en el invierno de 2007 y que lanzaron su nombre al estrellato y sus prendas a la consagración (Zara mediante -de hecho, algunas prendas de Zara que se "inspiraron" en la colección de Ghesquiére fueron retiradas de las tiendas), no ha acabado de rematar en sus colecciones, inspirándose demasiado en lo tecnológico y los androides. Sólo ha habido entre el 2007 y hoy (verano de 2013) un par de colecciones interesantes: las fantásticas minifaldas y cuerpos rígidos con sandalias-bota de los sesenta del año 3000 para el verano de 2008, los 80s de neopreno para el invierno de 2008 - 2009 y los estupendos vestidos inspirados en los de Diane Von Fustenberg y la avalancha de drapeados y raso completamente versallescos de invierno de 2010. Y aquí, vuelve la impronta de Ghesquiére: España y Balenciaga, una vuelta a las raíces pero con un punto tecnófilo.
Ghesquiére ha explicado que para esta colección se ha inspirado en la danza y en el cine, vistos desde el primas de la firma. El diseñador ha afirmado que pensaba que era interesante "jugar con el contraste entre el cubismo de Balenciaga y la rigidez arquitectónica y con la mitología, la antigüedad y el movimiento" (según ha declarado para Vogue América). En la década de los 30s, Cristóbal Balenciaga se inspiró en la danza para hacer diseños que trataban sobre el movimiento del baile. Por ejemplo, dedicó una serie a la obra de Toulousse Lautrec que citaba el mundo del cabaret y de sus danzas sensuales. Sin embargo, Ghesquiére ha preferido mirar al mundo del flamenco y combinar la fiereza y el movimiento sinuoso y ondulante de los volantes con los cortes limpios, diestros, tecnológicos y agresivos que inspira todo lo que no sale directamente de las manos del hombre. Muy sexy aunque es evidente que a Ghesquiére le gustan los escotes de las mujeres.
Las críticas al desfile se han centrado en el pragmatismo de la colección. Y es cierto. Los vestidos del final de la colección son todo lo que uno puede desear para el verano: frescos, jóvenes, inspiradores del amor, insufladores del deseo, alejados del exceso, la farsa y el virtuosismo como fin. Ghesquiére nos presenta a una mujer que quiere verse guapa y eso nos gusta siempre. Por supuesto aparecen los puntos fuertes de Ghesquiére en la propuesta: perforaciones hechas a láser y cortes rígidos que no se acaban de amoldar a las formas del cuerpo sino que "encajan" sobre una más bien como una armadura. Se trata, precisamente, de algo que Cristóbal Balenciaga también le gustaba hacer: por respeto, quizá pudor, prefería poner distancia entre sus trajes y el cuerpo de las mujeres.
Los accesorios son muy interesantes: anillos de oro en cada dedo muy delicados que acaban con todos los excesos de Anna Dello Russo por ejemplo o con el trabajo de Kenneth Jay Lane. Vuelve a sacar al desfile sus sempiternos zapatos cuadrados, de corte masculino, en este caso, acordonados y de charol brillante aunque más sencillos que a lo que Ghesquiére acostumbra -es el autor de las famosas sandalias lego y de zapatos con tacón de plexiglás y cortes imposibles-. Las sombrereras son maravillosas, por cómodas pues se pueden llevar con sencillez y sin afectación, y hacen que la inspiración en los años previos a la II Guerra Mundial y al cierre de Balenciaga sea más patente.
Como conclusión a la que va a ser, sin duda, una de las colecciones que arrasen en las cadenas de "moda pronta" para el próximo verano y los siguientes, se puede decir que su practicidad no resta su sensibilidad. Se inspira en El testamento de Orfeo de Jean Cocteau, rodada en los 60s, pues para ese film, Balenciaga diseñó algunas piezas. Y, no cabe duda de que los accesorios mostraron bien ese devenir hacia la naturaleza pues Ghesquiére usa el corte al biés de Madame Grés con maestría, maestra en los años 30s y férrea opositora a los nazis en el París ocupado y también se inspira en los ciervos y las aves del bosque para sus tocados: la melena suelta, de diosa griega, pero ubertecnológica, hipertextual e hipermedia. Pues claro, todo es naturaleza.