No hay nada más aburrido que la Semana de la Moda de Nueva York donde todas las mujeres se convierten en grandes damas y todas las jovencitas histéricas pueden ser consideradas trendsetters. La moda americana ha partido siempre desde el punto de vista de la comodidad y la rentabilidad y las pocas sorpresas que reúne cada temporada se cuentan con los dedos de una mano y suelen llevarse el gato al agua los mismos creadores. Marc Jacobs, Rodarte, el dúo de Proenza, Alexander Wang y Altuzarra son últimamente los escogidos para marcar el ritmo del qué se lleva y del qué no se lleva. Al margen de sus propuestas, Marchesa presenta arrebatadores -o no- trajes de noche que se verán en las Alfombras rojas norteamericanas y Ralph Lauren y Oscar de la Renta son dos apuestas seguras.
Lo bueno de la NY Fashion Week es que ni decepciona ni sorprende. Es lo que es. No tiene pretensiones de engañar a nadie. Permite a las mujeres y a los hombres del mundo saber qué van a vestir seis meses antes de que lo vistan y es un auténtico pret a porter que, es algo que se echa de menos. No hay espectáculo, no hay deseos insatisfechos y no hay engaño. La moda se entiende como negocio, como forma de fealdad sustituible, como dinamo de la industria, de la sociedad de consumo y como un campo con el que rendir un tributo temporal a la belleza.
Por eso, se permite jugar y meter baza con el típico tópico de que Nueva York aburre porque, francamente, al 98% de las veces lo hace. Y Tom Ford lo sabe bien porque ha decidido rematar a la ciudad de ciudades y mudarse a Londres para presentar sus colecciones femeninas. No obstante, a mí me gusta la semana de Nueva York. Tiene diseñadores maravillosos que entienden las necesidades de la mujer actual y se dejan de bacos, de báquides y de cuentos. Uno de ellos es Ralph Lauren, el otro Oscar de la Renta.
De la Renta es un gran diseñador que ha dejado momentos inolvidables para el mundo de la moda tanto en su propia firma como en Balmain cuando hacía unos trajes de noche que eran una delicia y con los que uno entendía a la perfección el significado y el concepto de Alta Costura. Sin embargo, a De la Renta le pasa un poco como a Armani. En el inconsciente colectivo, es un diseñador aburrido que trabaja por y para las princesas judías de la Quinta Avenida y que se vende a los petródolares y a la elegancia rancia y conservadora de abrigo de piel, bolso de cocodrilo, traje sastre, anillo de Tiffanys, perlas y rosas blancas en un jarrón bajo una obra de Warhol.
Sin embargo, en su colección de primavera verano 2012, De la Renta se luce. Hace un magnífico desfile lleno de sus señas de identidad: las mujeres blancas, anglosajonas y protestantes y las judías ricas que compran Vogue y lo que sale en Vogue y esas cosas de Anna Wintour. Pero, además, demuestra que si tiene un nombre, lo tiene bien merecido.
La colección es absolutamente primaveral, deliciosamente veraniega y llena de maestría. Tiene un punto inconfundiblemente actual y al mismo tiempo, rebosa de tendencia historicista. De La Renta no hace palabrería con el vintage ni con la inspiración. Planta a su smodelos sobre una alfombra blanca y las hace desfilar como si fueran Titania y él fuese Oberon. Y así es. El sueño de una noche de verano.
En mi humilde opinión, este vestido rosa y el siguiente modelo amarillo son dos de las prendas más hermosas que he visto en mucho tiempo. Estoy segura de que a Velázquez le hubiese gustado pintarlas. La colección tiene un sabor español poco tangible pero muy presente. De La Renta demuestra que España está más allá de los tópicos de la piel de toro y consigue recrear el esplendor y la magnificencia de una corte barroca pero trágica. En mi opinión, el guiño al Barroco encaja perfectamente con el momento económico en el que nos encontramos.
Porque este amarillo, este vestido, esta magia, este hada... hace desear seguir viviendo.
Lo que para mí es el verano.
Desear que sea eterno. Al menos, como un sueño.