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viernes, abril 15, 2011

Sport


No miento. Vuelven los 70, vuelve Ibiza, vuelve Marruecos, Yves Saint Laurent y Jane Birkin y también los rasta, la cultura reggae y las tribus urbanas. La colección de Céline para este verano se ha convertido en su publicidad en un canto a lo étnico, a lo calmado, a la velocidad concienciada con el m edio ambiente, al mundo cool, distraido, contemplativo de la vida que lo mismo entrecierra los ojos con un canuto de maría que con una noche estrellada durmiendo al raso, si es posible, en una playa de Ibiza.


Ellas se vuelven ellos y ellos se vuelven ellas. Todos se vuelven todos. ¿Oficinista? Un traje pantalón de lino, fresco, blanco, estampado, talla grande -como si hubieras perdido peso por la disentería que te causó tu último viaje no-por-ruta-turística a la India- y un bolso serio donde decir a tus clientes que sí, que molas y que tienes algo en el cerebro. ¿Urbanita? Un skate -patinete- y así ni los 110, ni los 30 ni nada. Más verde imposible. Ni una bicicleta por mucho que le gusten a The Sartorialist. Se trata de no posar en las fotos de street style, de llevar gafas de sol fuera, es decir, como toda persona normal y de tener las distracciones a mano para gozar del verano. Ni sexo alocado a lo rica heredera ni conceptualismo de Prada de bibliotecaria que es rata chic de biblioteca.


Y sí, mucha elegancia. Elegancia en el saber vivir, en tomar vino en un vaso de plástico en la playa, en enredarse el pelo lleno de arena y de sal, en pasear por la ciudad ajeno a las preocupaciones, al qué diran y al ritmo de diatriba alocada de los tiempos. Se trata de ser un poco más consciente de uno mismo, como decía Balzac de la importancia del andar, moverse, pensar y no pensar en ello. Se trata también de estar cómodo. De la multiplicidad y de la ubicuidad. ¿Encorsetamiento, estridencias, pop cultura? No. Rotunda la negativa. Se trata de estar cómodo con lo que llevas, como si la ropa fuese el hogar que transportas; y poder vivir con  ellos las veinticuatro horas del día, para una fiesta, para la oficina, para hacer el amor por la noche o para amar por la mañana. Y es que, es cierto lo que dijo Yves Saint Laurent, "la mejor prenda son los brazos del hombre que te ama". Y es que queremos ser y no llevar. Parece que en Céline lo entienden, al menos, como una bonita Arcadia.


martes, abril 12, 2011

Jane Birkin


Jane Birkin. El que no sepa quién es esta peligrosa y deliciosa jovencita tiene un buen problema. Porque probablemente tampoco sabe lo que son las puestas del sol vistas reflejadas en el mar, llevar libros para el avión en cestas de paja, que te diseñen un bolso con tu nombre en Hermés y que te lo den envuelto en una de esas cajas naranjas, comprar algo tan caro que no te lo puedes permitir y luego hacerte preguntas de porqué lo has comprado, una noche loca, bebidas espumosas y estruendosas, música alta y una boda en la arena con un amigo de toda la vida o un desconocido de toda la vida o al menos, con Serge Gainsbourg. y con coronas de flores a la cabeza y un vestido blanco que se vuela con el viento.

Peter Dundas, el actual diseñador de la casa italiana Emilio Pucci parece que sí que conoce a Jane Birkin. Y no solo porque su archifamoso vestido -desnudo- blanco pegado al cuerpo como una segunda piel para que la sirena varada en la orilla se convierta por la noche en la reina de la discoteca sea una copia descarada del que lució la orgullosa señora Gainbourg en los 70 sino porque toda la colección respira el aire mediterráneo, del chic despreocupado, del pelo largo, liso y lacio y de Marruecos, Ibiza y la música tranquila que suena cuando te colocas con ¿M?(m)aría.  

 
      
El que no sepa quién es Jane Birkin no sabe lo que es ser un inglés en Francia, no sabe lo que es grabar canciones eróticas con un hombre que lleva Repettos blancos y no sabe lo que es, en general la esencia de los 70s. Esa década con una sexualidad despreocupada muy lejos de la hipersexualidad de los 80s y el sida, la coca, Warhol y Studio 54. Con marihuana, aún Woodstock y la psicodelia lista para explotar en la cabeza en cualquier momento. En la que el sueño era Ibiza y no Bahamas y en la que aún no había nada que meter en una caja fuerte en Suiza. Alcohol, risas, deseo, sexo y despreocupación. Pero de nada demasiado y, sobre todo, sin competiciones. Una oda a la vida relajada. Vamos a morir, claro. Pero no será mañana. Será cuando ya no podamos hacer nada. No cuando ya no nos quede nada por hacer. Y en realidad no tengo mucho más que añadir... solo miren y disfruten.


De las fiestas maravillosas...


los pantalones con pata de elefante, los accesorios con flecos, las sandalias, los pañuelos en el pelo, las joyas de oro, las turquesas, las trenzas, el pelo largo....

    

En serio, disfruten.

domingo, septiembre 26, 2010

Pucci, Bocaccio 70


Peter Dundas en Pucci deja clara su inspiración: ricos y famosos en la Costa Mediterránea, tanto en el mundo panhelénico pintado de blanco, de azul y que huele a aceitunas como en Marruecos con su tierra arenosa, sus tonos cobres, el té intenso y los mercados llenos de gente. Exactamente el tipo de persona que llevaba las prendas de Pucci en los años 70.

Se trata de gente que lo pasa bien. Chicas estupendas, con mucho dinero, paseos por la piscina, en el crucero y con un montón de pañuelos para ponerse por el pelo. Uno de esos grupos a los que el fundador, Emilio Pucci, pertenecía. Se trata, en el fondo de vivir la vida.


Hay quien se ha acordado de aquel Cavalli que sacó Mariacarla Boscono, rojo de terciopelo, con botas de caña hasta el muslo de color púrpura. Aquí, la musma chica ha tomado mucho sol, ha bebido un millón de dry martinis y ha cambiado el aire regio y soberbio por un rollo hippie de melena al aire, maría suave, un mar de turquesas y un par de novios que la rodean de aquí para allá en cuanto se mueve.


Con una sacudida de melena te puede llevar al fin del mundo. Quizás a caballo, con una Harley o como un ángel del infierno con sandalias de cuero y un vestido corto. Parece que casi lo oigo, Verushcka con su sahariana de YSL, YSL en Marrakech en su casa museo pintada de azul profundo en el que te puedes perder y los brotes de las plantas, verdes, naciendo por cualquier resquicio porque se nos escapa la vida entre las manos.


La influencia del Príncipe de Orán es inestimable. Un azul denso, tonos tierra muy cargados y tiempo para no hacer nada. Mucho tiempo para no hacer. Política de amor libre, una chequera que paga papá -o mamá o la abuela o quien sea- y tiempo para no hacer nada.

Infravaloramos el no hacer nada.
Sólo cuenta el hacer.


Y esta es otra forma de vivir.
Nada de coches rápidos, de vive deprisa y muere joven.

Este camino te lleva a otro sitio: a uno en el que no hay tiempo ni vueltas del reloj ni ninguna de esas cosas.


Ya seremos abuelos un día.
Ya llegaremos a Córcega y moleremos uvas y beberemos vino tinto.
Y vestiremos de negro pero, mientras tanto...