Es para mí un placer tener la oportunidad de acompañar a Raúl en este acto. Y a Mariano Zurdo, de Editorial Talentura (antes Editores Policarbonados), responsable de esta preciosa edición ilustrada por Carmen Puchol y que incluye un interesante prólogo firmado por nuestro común amigo Francisco Machuca.
Raúl Ariza es autor de un blog de referencia, visitado por muchísima gente: “El alma difusa”. Ese blog ha sido y es su carta de presentación, su salida al mundo. Los blogs se han convertido en un medio ideal para exponer la propia obra al juicio de los demás. El éxito de “El alma difusa” es incuestionable, y ahí podemos comprobar, entre otras cosas, lo importante que es el cine como fuente de inspiración para Ariza.
Leyendo “Elefantiasis”, lo primero que uno se pregunta es cómo es posible que Raúl Ariza no haya publicado antes, porque se trata de un libro que pone de manifiesto la calidad literaria de su autor, calidad que uno no adquiere de la noche a la mañana sino que requiere muchas horas de dedicación, de práctica.
Imagino a Ariza escribiendo en sus ratos libres, casi en secreto, por el mero placer de contar una historia, de soñar unos personajes, de inventar un mundo que, tal vez, nos ayude a comprender este. Y es que escribir suele ser un acto de insatisfacción, de rebeldía incluso, casi de prepotencia, nada menos que la invención de un mundo imaginario, de gente que no existe, de personajes que parecen incluso salir de las páginas y sentarse a tu lado, pidiéndote explicaciones, reprochándote que seas el responsable de sus desgracias.
André Gidé escribió: “El mal novelista construye sus personajes, los dirige y los hace hablar. El verdadero novelista los mira actuar”. Y en este libro Raúl observa a sus personajes y nos cuenta lo que va viendo, lo que hacen, cómo se comportan, cómo esa mujer de setenta años observa su desnudez en el espejo, o la que prepara la cena con falda y zapatos, señal inequívoca de que algo no encaja en la estampa cotidiana, o ese hombre solitario, viudo, que todos los jueves se bebe un par de gin-tonics en un club de carretera, o ese otro que se encuentra solo en una parada de autobús a las tres de la madrugada. Dramas, historias que nos golpean, que nos recuerdan el sufrimiento de los demás. Raúl dice en uno de estos cuentos: “Yo creo que mirar es hermoso. De hecho, es la primera expresión amorosa que se me ocurre”. (p. 23 – Una mirada). Y eso es lo que hace, mirar a su alrededor, sin juzgar a nadie ni tomar partido, sin moralinas ni conclusiones lapidarias. Mero testigo, cronista antes que fabulador, sus historias van configurando un mundo reconocible e imperfecto.
Uno de los temas que conviene resaltar es la capacidad de empatía que demuestra el autor. A fin de cuentas, escribir es colocarse en el lugar del otro, como dijo Vila-Matas. Y Ariza adopta en “Elefantiasis” perspectivas diferente: unas veces la voz de una esposa, otras la de un homosexual, la experiencia de un hombre sacudido por las circunstancias o la siempre eficaz voz del narrador omnisciente que registra lo que sucede con la asepsia de un forense. Autor minucioso, él mismo afirma en otro de los relatos: “Y es curiosamente en las pequeñas cosas, donde advierto más dificultades”. (p.36 – Le suelo tocar el pelo). Y no puede ser de otra manera, teniendo en cuenta que es en los pequeños detalles donde realmente se mide la capacidad de un escritor, su poder de observación y de evocación.
Las historias de Raúl Ariza se centran en un momento concreto, generalmente anterior o posterior al suceso central del relato. Un momento en el que aparentemente no ocurre nada, ese instante en el que uno interioriza algo que le ha ocurrido, algo que le ha cambiado la vida. Pero la maestría de Ariza se encuentra en su capacidad para dejarnos entrever aquello que no nos está contando, la parte escamoteada cuyo peso resulta evidente. Y todos estos relatos van dibujando el perfil de una sociedad opresiva, fría, en la que cada individuo, a la hora de la verdad, se encuentra solo ante sus circunstancias. No estamos ante un libro autocomplaciente, sino que resulta duro en ocasiones, y nos incomoda en otras, y consigue zarandearnos como cuando nos intentan sacar bruscamente de un sueño para que nos asomemos a la realidad. Un libro cuyos relatos, breves, de apenas un par de páginas, conseguirán que nos quedemos con la mirada perdida y noqueados ante su lectura. Algo muy difícil de conseguir y que pocas veces ocurre. El valor de los grandes relatos: lograr trastocar nuestra realidad desde la ficción.
El relato, como género, va ganando el reconocimiento que se merece, recuperando su dignidad y su valía. Y en ese camino, a golpe de buen hacer y de autores como Raúl Ariza, va consolidando su lugar en el mercado y ganando el favor de los lectores. Un buen relato proporciona un placer difícil de describir, la sensación de que algo se ha trastocado a nuestro alrededor, tal vez algo imperceptible pero suficiente para tener la sensación de que nada es ya como era antes. Esa es su magia, su poder oculto, capaz de expandirse tras la lectura, difícilmente acotable, pese al intento de algunos autores por describir sus características, delimitar sus horizontes, clasificar su temática o la forma de abordarlo; el relato siempre consigue escapar a todos estos intentos y parece burlarse de quienes defienden una única forma de abordar un género cuya característica más destacable sería, precisamente, su heterogeneidad. Como dice Sergio Pitol “sería monstruoso que todos los escritores obedecieran las reglas de un mismo decálogo o que siguieran el camino de un único maestro”.
Escribir es, en general, una tarea solitaria, una actividad misteriosa, un poco incomprensible. Y en la propia obra se encuentran las preocupaciones y obsesiones de cada autor. Los demonios que le impulsan a seguir adelante, a transformar en palabras, en historias, las propias reflexiones. En base a esas preocupaciones se aborda el hecho literario. En el caso de Ariza, nos encontramos con un entorno realista y una preocupación centrada en el ser humano; un planteamiento moral, aunque no moralista. El propio título del libro, “Elefantiasis”, transmite, junto con la portada y la cita que lo encabeza, el recuerdo de David Merrick, el famoso hombre elefante que, en la película que sobre su vida filmó David Lynch, reafirmaba su humanidad proclamando que él no era un animal, sino un hombre. Un hombre, ni más ni menos, como los que encontramos en las páginas de este libro, con sus deformidades, sus problemas, su mundo, sus circunstancias, a veces terribles, el lado amargo que intentamos ocultar a los demás o que nos negamos a admitir. Un lado oscuro que sólo depende de las circunstancias adecuadas para que se manifieste y nos recuerde nuestra vulnerabilidad.
En fin, todo esto que he dicho hasta ahora, es tan sólo para asegurarles que “Elefantiasis” es un libro cuya lectura no deberían perderse.