He aquí una historia sin sentido. Mi profesora de latín del Lycée Masséna nos obligó a aprendernos aquel célebre poema de Catulo en latín y en francés, ya que mi nivel de ambas lenguas era dudoso, me lo aprendí también en español y se los recité los tres de una vez, y desde entonces no lo he olvidado. Creo que mi -pequeña- obsesión por las aves viene de ese momento. Recité tantas veces ese petit moineau, ese passer mortuus est, ese el gorrión de mi amada ha muerto, que no me quedó otro remedio. Ya había un poco de pájaro azul en el corazón de Bukowski en mi mente y un poco (más aún) de pájaro de papel en el pecho de Aleixandre. La suma de alas durante tanto tiempo me fue haciendo cortocircuito hasta que me di cuenta -creo que ya lo conté antes- de que en realidad yo detestaba los pájaros. No me gustaban tanto como animales sino como figuras a las que buscar entre las letras de otros -aplicándolas a mis propias letras desde el culto a ese mito que entre Catulo, Aleixandre y Bukowski me fui creyendo. En realidad -insisto- odio a los pájaros. Cuando vi la debilidad de aquel vencejo torpe que Cecilia cuidaba en Capileira, sentí más asco. Más tarde llegué a la ciudad e imaginé a los gorriones como nuevas palomas/ratas. ¿Cómo podía hablar así Catulo del passer domesticus, pájaro completamente normal y anodino? ¿Cómo ha podido fascinarnos tanto ese bicho enclenque? Lo odio tanto como lo amé y lo amo tanto como sé que lo odio. No hay remedio. Y todo esto lo cuento sólo por una suerte de coincidencias que os parecerán estúpidas pero que para mí guardan cierto sentido. En primer lugar, el otro día en la montaña algunos detestaron al gato salvaje que en la puerta de aquella casa se había zampado a un petirrojo "se merece morir". En segundo lugar, ayer leí un poema de Hugo Claus a propósito del hambre, la guerra, el odio a los nazis y los banquetes de gorriones (de nuevo pájaros vulgares y prescindibles). En tercer lugar, hoy he cocinado pollo. No era para mí -ya hace muchos meses que dejé de comer carne- sino para mi padre. Mi padre que odia a los gatos y ama a los petirrojos. Mi padre que me regaló el libro de Hugo Claus hace muchos años -al volver de Niza, curiosamente-. Qué bien has cocinado el pollo -me dice él. Quizá porque se me dan bien la muerte. Quizá sea eso... o quizá sea el curry. Ya no sé. Pero tampoco me importa.
Los domingos comemos gorriones.
Y
entre semana aprendemos
a hacer nudos para luego,
cuando
cojamos a todos los nazis
y los colguemos.
Hugo Claus
10 comentarios:
Las coincidencias no existen y http://www.20minutos.es/noticia/642103/0/gorrion/desaparece/madrid/
descubrimiento, Hugo Claus
Me lo apunto: Hugo Claus.
Había un capítulo en "Las horas", de Cunningham, en la trama de Virginia Woolf, donde enterraban a un gorrión en el jardín en un lecho de hierba. Un portento de capítulo (y de libro).
Búscalo, que es muy para ti.
Lo del entierro sale en la peli, no?
Si lo quieres y puedes decir: ¿Por qué no comes carne?
Voto al PACMA desde hace años; si tuviera que matar para comer, no lo haría, pero como pollo casi a diario y algún pescado.
Otra cosa es regodearse con la muerte de un animal y, debo confesar, que perdí la inocencia muy pequeña con las matanzas de cerdo tempraneras en mi pueblo natal (escuchar los alaridos de muerte del animal al que habíamos criado, a las 7 de la mañana, recien salida del mundo de los sueños).
Ayer di clases a un niño de 3º de primaria y nos tocó estudiar los omnívoros.
En caso de necesidad...
Saludos, bonita.
¿No odias ser poeta, Luna?
¿No odias ser poeta, Luna?
Passer, deliciae meae puellae...
¡Oh, dioses de la noche!
¡Oh, dioses de las tinieblas, del incesto y del crimen,
de la melancolía y del suicidio!
¡Oh, dioses de las ratas y de las cavernas,
de los murciélagos, de las cucarachas!
¡Oh, violentos, inescrutables dioses
del sueño y de la muerte!
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