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03 julio 2012

Valente Revival: mi lugar en el mundo.


Publicado hoy en El Cultural


Pisé el desértico mar del Cabo de Gata a los tres años. Mis padres me arrastraron hasta allí en lo que fueron sus primeras vacaciones como adultos, o padres, o lo que quiera que fueran en aquel 1994. Siete horas de tren hasta Almería, otra de autobús hasta el Cabo y huelga de basuras en aquel pueblo aún diminuto y (siempre) feucho. Bueno, todo pasó. El horror pasó. Lo feo pasó porque, cuentan mis padres, allí estaba ese mar, al final de todo, ese poniente inmenso, sólo horizonte, para no volver a querer mirar hacia atrás. Se enamoraron y desde 1996 no han dejado las tierras almerienses. Crearon allí su nido, también mi nido, con el Cabo como paraíso.
En aquel tiempo, durante los noventa, yo aún no era consciente de que por esas mismas tierras rondaba el poeta al que más tarde admiraría tanto: José Ángel Valente. Cuentan mis padres que a los siete años me llevaron a un recital suyo y que el poeta pasó un buen rato hablando de las maravillas del Cabo de Gata, de su parque natural y de su puesta de sol. “La puesta de sol del Cabo de Gata es la herida de Dios”, un poco cursi, en principio, esta metáfora, pero certera, porque si he de elegir un lugar y un instante precisos en este planeta, me quedo con el Cabo de Gata hacia las nueve de la noche y en verano, y con ese cielo magnífico y una cerveza del bar El Cabo, y las olas y el mar ahí, sí, ahí y el cielo ahí, sí, ahí... y no sé si será la herida de Dios lo que veo ante mí, o la herida de José Ángel Valente, llena de sal... y que ahora tanto echo de menos.


18 mayo 2008

7. Casa de rubíes.


Llevaba mucho tiempo obsesionada con la desaparición de Ruby, cantante escocesa autora de fantásticos discos como ‘Salt Peter’ o ‘Short Staffed at the Gene Pool’. Fue el Nadador quien tras publicar un libro sobre desapariciones me animó a realizar la búsqueda. Ruby, de ojos grandes, fue vista por última vez cerca de Gibraltar con un pañuelo violeta alrededor del cuello. Investigué y aprendí de memoria sus canciones, pero no hallé pista alguna. Sin embargo la casualidad quiso que yo asistiera hace unos meses a un espectáculo audiovisual frente a la casa de José Ángel Valente. El vendedor de bombillas de la familia Arqueros decidió darle vida a ese espacio con un juego de voces y luz casi espectral. No llegó mucha gente, al contrario, aquello parecía una reunión secreta, una acción clandestina, una invocación. Y justo allí estaba Ruby. Bella, atenta. ¿La había encontrado al fin?

Con algo de vergüenza comencé a hablarle del espectáculo, las dos estuvimos de acuerdo en que era precioso. La supuesta cantante escocesa tenía pinta de típica extranjera refugiada en la costa, como ésas que tantas veces nos hemos encontrado. Me dijo que se ganaba la vida escribiendo en un periódico de la provincia. “Lo siento”, contesté, “yo no leo la prensa local”. Y hablamos sobre la cultura de nuestra ciudad; “qué extraño no haberte conocido antes”. Aseguró que había pasado aquí toda su vida, yo sabía que estaba mintiendo. Quizá se diese cuenta de la situación y para evitarme me ofreció un trabajo. “Espíalos a todos”, dijo, “escribe todo cuanto ocurra bajo la luz de este lugar, y no cuentes nunca lo que hoy ha pasado aquí.” Ordenó que le enviara una fotografía y un texto de al menos doce líneas cada viernes a las cinco en punto de la tarde. No sé qué hará con ese material, porque no leo la prensa.

Al menos la he encontrado, y ahora escucho sus canciones a más volumen. “Play with me, play with me, don't you wanna come and play with me?” A veces me gustaría entrar en esos foros musicales de la red y contar mi secreto. He decidido guardarlo. Ahora paseo sola con la voz de Ruby dando vueltas en el Mp3. Me acerco a la Casa del Poeta, me quedo un rato… Puede que vaya mañana por la noche. ¿Y si de pronto el espectáculo reaparece? “I'm still running around in here.” ¿Volverá Valente a bailar a ritmo de desierto? “I'm still waiting to see.”

11 mayo 2008

6. Spleen de Almería


La Voz de Almería, 10 de mayo, 2008.



El profesor de Filosofía pregunta “¿qué es más real?”, y ningún alumno se atreve a responder. Ocurre lo mismo con las cuestiones que surgen a lo largo de una conversación con los Carracci: Agustín el fotógrafo, Aníbal el poeta y Ludovico el montador de lienzos. Los apodan “trío Carracci” porque nunca se separan. Son iguales a los hermanos del Barroco italiano, pero en la Almería del siglo XXI. Agustín es el mayor de todos, y a pesar de no pertenecer a su misma generación tengo muchas cosas en común con él. Ludovico nunca opina de nada; Aníbal siempre guarda algún argumento para llevarme la contraria cuando hablamos de poesía: “¿seguro que has leído el libro, es cierto que conoces los cuadros parisinos, de verdad entiendes los versos de Baudelaire?” El trío es así. Aceptan sus propias propuestas, comentarios, puntos de vista…, pero si no eres uno de ellos, en seguida desconfían. Sin ir más lejos, la semana pasada, después de una serie de fotografías por la zona baja de la Alcazaba, los cuatro nos fuimos a tomar algo a la terraza del ‘5mentarios’ para charlar un rato. El tema elegido fue ‘Las flores del mal’. No sé cómo lo hacemos, siempre acabamos discutiendo sobre el feo y sifilítico Baudelaire, y sobre el término ‘spleen’ (término que explica su estado ánimo: tedio y melancolía). Aunque para padecer spleen no hace falta irse a París. Allí mismo, en la plaza Masnou, nos vimos rodeados de niños vestidos de oscuro, personas pequeñas de sexo indefinido con lágrimas pintadas en las mejillas y cadenas en la cintura. Tribu urbana que toma las calles de Almería con aire triste y asqueado por el mundo. Estos ‘Emo’, como dicen llamarse, tendrán un par de años menos que yo. No los entiendo, no escucho su música, no comparto su gusto estético, no pertenezco a su generación.

Los Carracci beben, los ‘Emo’ exprimen su bilis negra, y mi Coca-cola Light, calentándose sobre la mesa, trae a la memoria interrogantes. ¿Qué significa esta generación perdida? Unos no creen en la vida, otros creen que lo han vivido todo. La plaza era como un escenario. Terminé el refresco y abandoné a mis propios personajes. Sin dar respuesta, ¿quién de ellos era más real?

07 mayo 2008

5. Las edades de Bukowski.


La Voz de Almería, 2 de mayo, 2008.


‘La Caverna’ tiene aspecto de bar americano de carretera, la música es buena y la clientela parece feliz; tal vez gente del barrio de los Ángeles sin ganas de bajar al terrible centro. No suelo ir demasiado a esa gruta rockera. Cada vez que me acerco, encuentro personajes de lo más extraños. La semana pasada, por ejemplo, fuimos a tomar algo y nada más entrar me fijé en una chica preciosa que estaba sentada sola en la barra. Nos pusimos muy cerca. Nos fascinó la precisión con que liaba tabaco. Nos miró y nos pidió fuego, ninguno de los dos llevábamos. Tenía acento francés muy marcado. Contó que venía de Suiza buscando el calor del sur. Se llamaba Alice y por algún tipo de enfermedad no podía beber alcohol. Señalando su zumo de piña, declaró “moi quand j’étais jeune, cuando era joven podía beber tanto como Bukowski”. “Imposible”, dijo el Oxidado, “¡nadie bebe como Bukowski!” Enseguida nos metimos en una discusión acerca de este escritor al que admiro. Alice apoyaba la teoría de que el ‘gran Charles’ es un autor que sólo interesa en la adolescencia. Yo no estaba de acuerdo con ella. Por su literatura atrevida y su vocabulario, Bukowski atrae sobre todo a los jóvenes que se inician en la lectura, sin ir más lejos, el libro gracias al cual empecé a leer fue ‘La senda del perdedor’, y mi amigo el Nadador confiesa que con sólo quince años ya se había visto atraído por títulos como ‘Mujeres’ o ‘La máquina de follar’. Pero en Bukowski también hay algo más: él se estremece escuchando a Wagner, llora tras el incendio de una biblioteca pública, o encuentra los restos de Cartago en una toalla sucia… Alice no pareció convencida de mis argumentos. Ya era tarde, ella no había conseguido encender su ‘cigarette’ y nosotros debíamos irnos. La invitamos al zumo, salimos de ‘La Caverna’ y dejamos atrás aquel barrio de los Ángeles cuyo nombre ahora parecía rendir homenaje a la ciudad norteamericana donde el ‘gran Charles’ pasó buena parte de su vida. Era de noche, todo dormía, nos dirigimos al terrible centro recordando a la extraña Alice. Puede que todavía no haya encendido ese pitillo perfectamente elaborado. Puede que ella también esconda un pájaro azul en su joven corazón.

21 abril 2008

4. Fisiología esférica



La Voz de Almería, 19 de abril, 2008.


El Bohemio es capaz de encontrar una cita adecuada para cada situación. Siempre que salimos por el centro acabo pensando que mi vida es una novela repetida para cuyos segundos ya existe un verso, una escena trágica o una melodía. Por eso no quedo mucho con él, me da miedo esa capacidad suya a la hora de interpretar el mundo. A veces se convierte en una especie de psicólogo-poeta que adivina y dramatiza mis escenas. Aún así es uno de mis mejores amigos. La semana pasada me acompañó al cine. Teníamos entradas para ‘La carta esférica’. La verdad es que no nos entusiasmó demasiado pero al menos pudimos conocer a Carmelo Gómez, actor que ya me había impresionado en ‘Vacas’ de Julio Medem y que además, en persona resultó ser muy agradable. Antes de llegar al Teatro Cervantes el Bohemio y yo tomamos café, hacía al menos tres semanas que no nos veíamos y los temas de conversación pendientes se acumulaban. Primero me contó el viaje a Italia con su compañía de actores. Me habló de discusiones y peleas entre el Pianista y el Ruso, y de sucesos nocturnos en los garitos de jazz venecianos. Después me preguntó por la Almería reciente a la que no echaba de menos. Le contesté que aquí todo seguía como siempre, los mismos vagabundos, el viento, las mismas olas… Le anuncié mi nuevo trabajo como columnista imaginaria en un periódico local y se quedó sorprendido. “Qué locura”, dijo, “vendiendo imaginación. El trabajo del periodista consiste en contar la verdad, no en inventarla”. Me miró serio, como cuando busca en su mente circense una cita correcta, y afirmó: “deberías vivir en guerra con los hombres y en paz con tus entrañas”. El Bohemio tenía razón. Una cosa es el poeta, el inventor, aquel que, como escribió Machado, vive en paz con los hombres y en guerra con sus entrañas; y otra cosa muy distinta es el periodista, que cuenta el mundo tal y como es. Esa noche, en el Teatro Cervantes, atendí más a aquella idea que a la película de Imanol Uribe. Ni periodista, ni poeta: yo era una mentirosa más en busca del bergantín hundido.

14 abril 2008

3. Surbús


La voz de Almería, 12, abril, 2008



Uno de los conductores de la línea 11 se parece a William Faulkner. Desde que lo descubrimos, comenzamos casi inconscientemente el llamado ‘ciclo sureño’. Consiste en tomar el sol en camisa vaquera o hablar de animales gigantes que agonizan. Otra de las fases del ciclo es evidentemente la lectura. He de reconocer que antes de toda esta historia no había leído a Faulkner. Tengo en la estantería ‘El ruido y la furia’, mi padre me lo regaló hace tres años. Yo leo muy despacio, sobre todo literatura como esta, llena de descripciones y construcciones gramaticales difíciles. William, el conductor, es un hombre serio, ni siquiera te mira al comprar el billete, simplemente espera a que subas y luego vuelve a arrancar. Hace bien su trabajo. Nunca pega frenazos. Siempre llega a tiempo. Un día, para ponerle a prueba, nos sentamos detrás de él y leímos alguna de sus líneas en voz alta. William no se inmutó. Continuó serio durante todo el viaje. Cerca de nuestra parada pulsamos el botón y se detuvo. Estábamos desilusionados por no haber logrado reacción alguna en él. Nos dirigimos entonces a la playa para aprovechar el buen tiempo de este sur. Me gusta el mar pero no la playa, odio la textura de la arena al colarse en los calcetines. A pesar de todo, aquella tarde se estaba bien. El Oxidado apuraba el último capítulo de ‘Desciende, Moisés’; yo me tatuaba ‘ruido y furia’ en el brazo con un rotulador rojo, pensando en las páginas que me quedaban por leer, calculando los céntimos del autobús de vuelta… Sigo creyendo que el conductor es él. En realidad William Faulkner no murió, ha venido desde el Misisipi hasta Almería para encontrar escenarios diferentes. Quizá esté escribiendo nuevas historias acerca de los pasajeros de la línea 11 de Surbús. Encuentra en su trayecto una excursión entrañable, centro-club náutico-auditorio-residencia-universidad y vuelta a empezar. Quisiera tener el valor suficiente para dirigirme a él y preguntarle “hey Bill, ¿cómo va esa novela?”. Sé que no me tomará por una loca, puede que hasta me conteste y me hable de su vida, puede que detenga el autobús, se acaricie suavemente su delatador bigote, y por fin susurre “yo sé que tengo el corazón mirando al sur…”

05 abril 2008

2. Cueva cibernética


La voz de Almería, 5 abril, 2008


Tantas horas delante del ordenador no puede ser bueno, pero lo considero una parte más de mi formación. Internet devora librerías, museos, salas de exposiciones o recitales. Gracias a páginas como ‘Myspace’ he podido acceder a obras de artistas emergentes como Pesce Khete o Zosen entre otros. Mucha red, poco estudio, ése parece mi problema. Hay un abismo entre la maravilla técnica de ‘Blogspot’ y la arcaica textura del folio de apuntes, sobre todo cuando trata de lírica griega. A pesar de lo que muchos piensan, traducir latín o descubrir los secretos de Baudelaire en Literatura Universal no es una pérdida de tiempo, todo lo contrario: Humanidades y Tiempo son sinónimos, esto lo demuestra la literatura griega. Existe desde hace tanto que nunca se podrá formatear.
Estuve en el homenaje del ‘Aula de Poesía’ a Pablo García Baena. Como invitados a la mesa redonda asistieron Guillermo Carnero y Juan Antonio González Iglesias. Este último habló del mundo clásico y contó historias sobre héroes hermosos. Amar las ‘lenguas muertas’ en esta sociedad, se convierte casi en un acto heroico. Para algunos la poesía también está muerta. La poesía tiene mala fama, pero yo confío en ella. Recuerdo que el recital estaba lleno de estudiantes (asistían por recomendación de nuestro profesor de Literatura). Me pregunté si su iniciativa habría sido buena idea, a muchos podría resultarles aburrido. Y efectivamente, desde el primer momento, unos pocos alumnos no se callaban, a veces no nos dejaban escuchar: móvil, papel volador, carcajada… Guillermo Carnero y Juan Antonio no cuajaron entre la juventud. Al llegar el turno del homenajeado, viejo, pequeño, casi invisible, temí lo peor, sin embargo su voz débil, angelical, y sus más de ochenta años nos deslumbraron a todos. Allí estaba la poesía: un anciano desvelando el mundo cual Zaratustra ante sus invitados. El poeta era el paraíso, Juan Antonio era Roma, y el ‘Aula de Poesía’ una cueva cibernética de pantalla plana donde bucear horas y horas.

02 abril 2008

1. Machine sublime


La voz de Almería, 29 marzo 2008
El otro día fuimos a un edificio abandonado que custodia el final de la playa. Desde allí arriba se podía vigilar toda la ciudad, eran las seis y pico de la tarde y el sol se iba a poner. El cielo tenía un tono anaranjado por el centro y rosado hacia los bordes. El color y la luz de aquella tarde pasaban irrecuperables ante nosotros. Cuando volvimos a la civilización, antes de que oscureciera, discutimos sobre esta ciudad extraña en donde nos adentrábamos. Y es que la luz de Almería enamora. Tantas son las personas que vienen y se instalan en busca de su sol: paisanos o extranjeros adoramos su luz y quisiéramos quedarnos siempre en este espacio caluroso. Pero ocurre algo extraño en el proceso, algo cambia, de repente dejamos de amarla y la magia acaba. Bien lo saben nuestros creadores, todos ellos padecen una relación amor-odio con Almería que es difícil de explicar: esta ciudad supone para ellos un obstáculo, algo de lo que a veces se avergüenzan. Parece que al llevar un tiempo viviendo aquí los ojos se convierten en lentes de plástico y no somos capaces de apreciar la belleza. Amamos tanto este sol que llega a desquiciarnos. Odiamos la ciudad brillante, su luz ya no nos basta.
¿Y a quién le basta entonces? Almería es pequeña, imperfecta, pero tan acogedora como para dejarnos volver cuando la necesitamos. Ésa es la paradoja, su viento y su luz son máquinas destructivas, máquinas sublimes repletas de arte. Salir a la calle, pasear, darse una vuelta por las librerías, por los museos, por la Alcazaba… contemplar el cielo naranja y rosado de la tarde, disfrutar de lo poco que tenemos y casi nunca apreciamos, porque hemos mirado en vano tantas veces, y tantas veces creímos ver.