En otro tiempo
fuiste cisne real,
ahora te has
vuelto muda.
Lal Ded
Soy místico, mas sólo con el cuerpo.
Mi alma es pura y no piensa.
Fernando Pessoa
Uno. Todo ocurre más rápido de lo que pensaba, la sangre está aquí,
veloz, como el verano. Llevamos sandalias y cazadoras vaqueras. Si la
indumentaria es confusa, los sentimientos lo son más. Es lunes, hablamos de
religión. Me compro un cuaderno porque he comido sola.
Dos. Detesto el olor nocturno del mercado, como detesto las palabras herencia,
tanatorio, orfandad. Detesto padecer de ritmo,
parecer vacía, pertenecer a quién. Amo, sin embargo, los paseos en Pueblo Seco.
Descubrirnos a nosotros mismos en pequeños espacios tétricos de la ciudad. Tú
sales a correr y yo me compro una alfombra. Quisiera volar con ella. Comprender
el ritmo. Pertenecerte a ti.
Tres. Gonzalo se marcha a Nueva York, dice, y echo de menos febrero.
Qué bien se estaba en febrero, pienso. Qué egoístamente bien se estaba en
febrero. Llevamos dos meses sin ver a Gonzalo. Su risa sigue siendo sana. Hay
una enorme distancia ahora que sabemos solventar con el alcohol. Cerveza, vino
blanco, perlas de sake. Si no fuera por la fruta, tendría el estómago quemado.
Cuatro. Las amistades son extrañas, nunca dejan de sorprenderme. Te digo
que quiero estar tranquila. Que sólo me gusta comer con Mai y hablar de cómo
escalar nuestras propias montañas. También pienso en las vacaciones. ¿Nos vamos
a Oporto? ¿Y a París? ¿Y a San Petersburgo? ¿Con qué dinero? Sé que debería ser
más amable. Sé que debería ser menos mala. Sé que debería ser más cariñosa. Pero
detesto el olor del mercado. Lo detesto.
Cinco. Escribo con lentitud dos o tres piezas al día. Cuando hablo de lo
que quiero recupero la confianza en mi profesión. El viernes noté cómo una
pequeña frase emocionaba a una amiga. Eso es lo que espero de la escritura. Me
preguntas si no será conflictivo el periodismo, y El Gaviero, y la poesía. Sólo
es conflictivo cuando no te gusta, pienso. Pero a mí me gusta. Comunicar es una
necesidad. Una tierna obligación.
Seis. Este
ordenador no tiene la tecla 6. Cuando quiero escribirlo pongo . Mirad: . Esto
es un . Un seis. Un . . . Este ordenador, que era tuyo y que ahora es mío, no
sabe poner el día de mi nacimiento. Digamos entonces que no he nacido. Pensemos
entonces en la evaporación de mil novecientos violeta.
Siete. Pero nada se evapora porque las noticias son buenas y las camisas
son nuevas. Estreno camisa floreada para celebrar que una carta ha llegado a
mí. Rezo (incluso si no rezo) para que mi hermoso hermano de México venga con
nosotros. Si todo sale bien, saldrá. Si todo sale bien, te abrazaremos. Si todo
sale bien, largo homenaje. Toda la vida. Largo homenaje.
Ocho. Lal, Lalla, Lalishiri. Incluso si no rezo, hablo contigo. Tu voz
es la de una sirena que sólo conoció el desierto. Lal, Lalla, Lalishiri.
Cuántas generaciones te han ignorado. Si fueras un hombre, todos te querrían.
Si eres mujer, te encuentro entre los pesados libros geométricos, rotos,
pesados, pesados, testosterona meditativa para las almas. Lal, Lalla, Lalishiri.
Te casaste a los doce años y te divorciaste a los veinticuatro. A esa edad seré
madre, te prometo, Lal, Lalla, Lalshiri. Te prometo escribiendo mal tu nombre
que a esa edad no me divorciaré pero me casaré con mis vergüenzas y con mis
flores abandonadas. Lal, Lalla, Lalishiri. Dices que los muertos no existen. ¿Qué
puedo darte en ofrenda?