viernes, 8 de enero de 2010

jueves, 7 de enero de 2010

El mundo desde otra óptica

Como ya dije hace un par de entradas, he tenido que comprarme gafas nuevas porque las que me han acompañado durante estos últimos años han sucumbido al paso del tiempo y un buen día decidieron emprender el camino del que ninguna gafa regresa.

- ¿La basura?

No. El olvido en la mesa del comedor de los padres. Estoy seguro que dentro de unos años aparecerán en un cajón y la voz de mi madre emergerá a mis espaldas diciendo que las guardaba por si algún día las necesitaba.

Así que ahora voy con gafas nuevas y estoy de un guapo... Son de montura fina, de color azul oscuro y me sientan de maravilla aunque mi hermana pequeña me diga que no me quedan bien. Bueno, no pasa nada. A mí no me gusta el lápiz de labios que utiliza, así que estamos en paz. Sólo hay un problema... y es que tengo que acostumbrarme a los nuevos cristales y a la nueva visión que tengo del mundo. Al haberme aumentado la miopía y nacerme una... una... bueno... lo de no ver de cerca, pues que estos primeros pasos que doy por el mundo se han convertido en una odisea de proporciones... muy grandes.

- ¡Madre de Dios! ¿Qué ha pasado con tu lenguaje? ¿O es que has perdido tu libro de sinónimos?

Me explico. Resulta que con las gafas nuevas el mundo me aparece más nítido, no controlo las distancias entre el bordillo y la carretera y el mundo se me presenta como inclinado. Mis pasos se hacen vacilantes y no tengo un total control de mi cuerpo. Me siento desproporcionado y no calculo bien las distancias. Hay momento en que tengo la sensación de que algo ha entrado en mi cuerpo y lucha para dominarme o que he vuelto a mi adolescencia. Siento mi cuerpo enorme y que no soy yo quien lo controla. Es como si... no sé...

- La vaina.
- ¿El qué?
- La vaina que encontraste debajo de la cama y que pensaste que era un extraño regalo de reyes.
- ¿Quieres decir qué?
- Sí...
- Joder... ¿por qué?
- Esta claro, ¿no?
- Entonces... ¿por qué no me siento diferente? Solo desconcertado.
- Porque suplantan personalidad.
- Claro... y como yo no tengo personalidad.
- El parásito se suicidará de desesperación al ver qué tiene que suplantar y toda la mierda que tiene en el cerebro.
- Claro...
- Si es que ver tanto cine español de destape al final ha sido una suerte.
- Pero me sigo encontrando algo desorientado.
- En una semana se te pasa.
- Gracias.
- De nada.
- ¿Y tú quién eres?
- Ya lo descubrirás.
- Vale.

Algo parecido a esto debajo de mi cama.
A veces los reyes tienen un extraño sentido del humor.


Bueno, me tranquiliza sabe que en una semana el mundo volverá a tener sus dimensiones normales. Es complicado andar pensando que el suelo está más lejos de lo que en realidad está. Suspiro de alivio.

Y bueno, los reyes llegaron y se fueron dejándome un vale para una película, una cosa que sirve para enfriar vinos y una envidia malsana por los clicks de playmovil que le regalaron a una personita que no soy yo.

No son estos los del regalo. Ya me gustaría tener legiones de ellos.

Los quiero para mí. Los quiero. Quiero estos muñecos para llamar a mis amigos e invitarlos a una merienda de pan con nocilla y colacao y luego pasarnos horas jugando a batallas hasta que sus respectivas parejas los vengan a buscar y A. me diga que toca recoger porque hay que cenar e irse temprano a dormir que mañana hay que ir al trabajo.

¿Por qué no nos pueden regalar juguetes a los atractivos treintañeros? Ayer mientras estaba en casa de una tía celebrando la comida de reyes, miraba a los adultos sentados alrededor de la mesa todos correctitos ellos hablando de cosas importantes y sesudas, y miraba un suelo lleno con cinco niños abriendo paquetes, jugando, compitiendo, peleando, montando, imaginando, contentos, felices e ilusionados. ¿Por qué ellos sí y nosotros no? ¿Qué privilegios tuvieron que yo no puedo gozar ya? ¿Por qué dejamos de jugar? Y cuando hablo de jugar me refiero a esto, a sentarse en el suelo con unos muñecos y organizar fantásticas batallas.

Algunas voces dicen que nunca dejamos de jugar, solo que cambiamos la óptica de los juegos. Otros que es lo que se llama madurar. Otros dicen que el autobús pasa cada media hora. Estos últimos son ese tipo de persona que nunca escucha. Pues yo, por mi parte me niego a madurar y dejar de jugar. Nop. No pensarlo. No sólo el amor es una forma de desmadurar, también tendría que serlo nuestra vida. No podemos permitirnos el lujo de dejar de contemplar la vida desde un punto lúdico-festivo con un punto justo de inocencia, de sorpresa y de magia. La madurez es una trampa. Y por poco que pueda no pienso caer en ella.

Así que para los próximos reyes quiero cliks de playmovil. No para coleccionar, sino para jugar.

Y punto pelota.

martes, 5 de enero de 2010

Carta a sus majestades los reyes

Existe una especie de tradición no escrita en el mundo blog que consiste en escribir una carta a los reyes magos con los deseos/peticiones/exigencias/premios por haber sido tan majos y tan buenos niños este pasado año. Como no quiero ser menos, también lo haré yo. Así que aquí va mi carta.

"Queridos Reyes Magos de Oriente y otras tierras de por allí lejos,

voy a ser sincero con ustedes. No me gustan. Lo siento. Me considero y me siento profundamente repúblicano y cualquier cosa que me atufe monarquía, realeza y cosas de ésas provoca tales espasmos en mi estómago que acabo pareciéndo un aspersor de tropezones y líquido. Espero que no me lo tomen en cuenta y si lo hacen pues muy mal por parte de ustedes, porque siempre han dicho que los niños tienen que ser sinceros, no decir mentiras e ir siempre con la verdad por delante.

Pero voy a lo que voy que es lo que pido que me traigan como regalos. No será una lista muy extensa. Empiezo.

Para el día de hoy quiero como regalos:

1. Un vale para ir a buscar una película.
2. Un contrato seguro y válido que me certifique que en el próximo año no habrá ninguna invasión
a) Zombie.
b) Extraterreste.
c) Mormona.
d) Tostadoras mutantes lanzadoras de pizzas.
e) Monstruos antidiluvianos.
f) Cristianos.
g) etc.
3. Un tio en América muy enfermo que me deje toda su inmensa e inmoral fortuna.
4. Un apartamento en La Habana.
5. Una villa en la Toscana.
6. Un sencillo arsenal de armas termonucleares, pero no contaminantes para cuando me lance a la conquista del planeta tierra y otros planetas que me pillen cerca.
7. Una nota de prensa de la SGAE pediendo perdón por, entre otras cosas, inflirtarse en bodas, peluquerías, autobuses y lugares públicos exigiendo más dinero, más dinero, más dinero.
8. Conocer a más y más gente por estos mundos y hacer más y más amigos o conocidos.
9. Libros, libros, libros y libros. Y si pueden ser un par que me trasporten a mis primeros años lectores, mejor.
10. Una película inédita de John Ford.
11. Una novela inédita de Jane Austen.
12. Una partitura inédita de Beethoven.
13. Iba a pedir El libro del juicio final de Connie Willis, pero me he enterado que a finales de enero sale en edición bolsillo y puedo esperar.
14. Tiempo para verme completa la serie de los Monty Phyton.



15. La segunda temporada de Arrested Development.
16. Conservar mi trabajo.
17. Convertirme poco a poco en un buen entendedor de literatura infantil y juvenil.
18. Conseguir de una vez que mi superejercito de hombres radiactivos dejen de jugar en el espejo a hacer carantoñas y a ver quien tiene los músculos más grandes.
19. Y otras mucha cosas que iré añadiendo conforme vayan pasando los días.

Y ya está. Espero que me lo traigan todo, que no vuelva a ver calcetines, que se porten bien conmigo para que yo me porte bien con ustedes.

Sin nada más que añadir, hasta pronto. Póngame a los pies de sus señoras esposas y les dejo un vídeo de japoneses haciéndose daño. Que como no los conocemos, es gracioso. Que ya sabemos que desde lo de Herodes, les encanta el humor físico."


lunes, 4 de enero de 2010

Una única tradición navideña

Dicen los entendidos en estas cosas que la navidad y las fechas que la rodean es época de tradiciones, de rituales que se repiten un año y otro. El tió atiborrándose de mandarinas para luego darle con un palo, las cenas familiares, los regalos, llevar la carta a los pajes, la cabalgata, las compras de última hora, las campanadas, los "feliz año" y "buenas fiestas" soltados sin ton ni son a las más variopintas criaturas de la calle (incluidas aquellas a las que se ignora/odia/desprecia el resto del año), etc.

Como animal social que me dicen que soy (desde la Grécia clásica que oigo el sonsonete éste) también me veo arrastrado en esta vorágine de tradiciones y tópicos. Las cenas/comidas familiares son inevitables y desde la irrupción de mi sobrino son más divertidas. Las colas de última hora me las ahorro como comprador, pero las sufro como vendedor. Llevar la carta a los Reyes ya se hizo con ese pesar tan mío de dejar a un lado mi radicalismo republicano. El ritual del fin de año para una parte del mundo porque para otra parte (judios, musulmanes, budistas, jedis, maradonianos, etc.) se celebra en otra fecha. Las felicitaciones por la calle... aunque evito siempre deser "feliz navidad" porque me resulta algo hipócrita celebrar el aniversario de un señor que no creo ni siquiera que haya nacido y en el que no creo en absoluto.

Pero sí que hay una tradición navideña en la que participo entusiasmado y en primera línea de fuego. Y, aviso, no es nada original ni diferente ni vanguardista ni underground. Así que olvidad la idea de verme en representaciones de porno belenes vivientes, villancicos dodecafónicos y cosas de esas. Me refiero a uno de los grandes tópicos de las navidades.


Sí, es éste. Tragarme cada año ¡Qué bello es vivir! (It's a wonderful life, Frank Capra, 1946). Y lo hago con un gusto... Pongo la película en el DVD, me siento en el sofá, empiezan los créditos, las primeras imágenes del pueblo nevado, las oraciones por el pobre George Baile y empiezo a llorar. Porque habré podido ver esta películas unas doce o trece veces, pero el resultado siempre es el mismo y en las mismas escenas. Llorar con elegancia y mesura. En serio... aunque mi buen amigo Jordi me defina viendo la película como, y cito casi textualmente, "un gimoteante amasijo de carne tembloroso y lleno de mocos que se balancea dando patéticos alaridos", conservo una inusitada elegancia. Como en todo lo que hago, coño.

No lo puedo evitar. Y no lo quiero evitar. Sé que se le pueden achacar mil y una cosas a esta película (su ñoñería, su convervadurismo, su sensiblería), pero por mi parte es una de las películas más importantes en mi corta, pero meteórica vida. Pensemos que la dirige Frank Capra que junto con Howard Hawks y Gregory LaCava es uno de los inventores de eso que se llama comedia moderna. Que sale James Steward. Que la lista de secundarios es maravilla y todos y cada uno con su peso; Thomas Mitchell, Ward Bond, Gloria Grahamme, Lionel Barrymore, etc. Por ese idealista mensaje de unión, ayuda y fraternidad. Porque cree en los milagros. Porque sale un ángel genial. Y porque aparece radiente de belleza Donna Reed, una de esas actrices que descubrí de muy jovencito y que decidí que formarían parte de mi familia.


Cada vez que la veo la disfruto. Supongo que es la magia de un gran guión y de una idea que a todos nos ha pasado alguna vez por la cabeza, ¿cómo sería el mundo si no hubíeramos nacido? A veces pienso en esta cuestión y veo este posible mundo sin mí.


Y nadie puede decirme que no pueda ser una posibilidad.

Además, este año ha sido maravilloso compartir los lloros con A. Si es que pocas cosas hay mejores en la vida que llorar con una película. Aunque el resultado de eso sean los ojos rojos y un impresionante dolor de cabeza.

Os dejo la escena final de ¡Qué bello es vivir! y me despido. Voy a descansar un rato. Ser la pieza fundamental del planeta que impide una posible invasión es agotador.


viernes, 1 de enero de 2010

Año nuevo, blog semi nuevo

La vida es cambio. Ya lo dijo el griego ése que no se lavaba en los ríos. Y como hay que cambiar, pues cambio el blog. Cambio el formato (no sé lo que durará) y cambios muy sustanciales en la barra lateral. ¿Los adivináis? Tiendo al minimalismo de lo menos es menos. Ya me diréis qué os parece. O no.

Y bueno, primer día del año tranquilo. Una celebración donde me comí doce patatas fritas, donde cenamos panceta con salchichas y huevos fritos pa mojar pan que rico que rico. Donde oímos salsa y salsa y algo de rumba, bailamos, reímos y nos dormimos. Un fin de año normal y tranquilo, vamos. Y hoy, pues nada... he hecho una cosa que nunca antes había hecho.

Ir a llevar la carta a los reyes.

No para mí. Para los nenes. Aunque eso sí, he aprovechado para poner en la carta un par de libros para mí por si cuela. Je je je.

¡Qué bonito son los Reyes! ¡Qué ilusión, qué miradas ilusionadas en los niños! ¡Cuántos nervios y emoción! Qué época tan bonita para sobredimensionar y explotar el chantaje emocional hacia los más pequeños.

- Pórtate bien.
- Recoje la habitación.
- No pintes la paredes.
- Deja de jugar con el mechero.
- No quemes la colcha.
- Deja la pistola en su sitio y ponle el seguro.
- No toques mis reservas ilegales de uranio.
- y etc.

para acabar todas estas frases con una temida conclusión:

- Si no los Reyes no te traerán nada. Absolutamente nada.

¡Qué bonito, madre de Dios!

Así que ahora queda pasar la tarde como buenamente podamos, ver alguna película, leer algo u hacer alguna que otra cosa completamente diferente. Ya lo veremos. Lo mejor siempre no es hacer planes.

Así que nada, me voy a echar una siesta como me merezco y mañana seguimos.



Sé que esta canción ya la puse, pero me apetece que sea la canción que empieza este año.