Hace un par de días murió Dorothy Malone.
Y con ella murió parte de mi educación cinéfila. Una de esas presencias que definen como espectador y como persona. Porque fue una de esas imágenes que junto con Ava Gadner en La condesa descalza, Debra Paget en La tumba india o Eleanor Parker en Scaramouche convirtieron el visionado de una película en algo más que vivir aventuras y pasar un buen rato. Algo más turbador, oscuro y excitante.
Lo que hizo en El sueño eterno fue magia. Pilla un personaje anódino y muy secundario, una comparsa para engrandecer la figura de rompebragas de Marlowe, y con un par de miradas, un juego de lengua y puro físico, hace uno de los mejores personajes secundarios de la historia del cine, devora a Bogart y me propinó una de las mayores bofetadas. Esto es bueno, pensé de pequeño, esto es lo que quiero encontrarme en una librería.
La mejor y más perturbadora librera de la historia del cine.
Sigo buscando la Acme Book Store.
El verano del pequeño San John
Hace 5 días