Pues eso que abro los ojos. Me levanto y voy a hacer un pipí. Como todo el mundo, vamos. El pipí de las mañanas es uno de esos grandes pequeños placeres que deberíamos saborear cada día en lo que realmente vale (saborear en un sentido metafórico de la palabra, claro, aunque si alguien quiere bebérselo, adelante, no seré yo quien lo impida). Una ducha tranquila y relajada con agua muy caliente. Me visto y al comedor. Los nenes viendo dibujos. A. desayunando. Me preparo el desayuno que consitirá en un café con leche y alguna tostada. El pan muy tostado. Casi negro. Me siento ultracansado y soñoliento. Si es que no me sientan bien los días de fiesta.
Anulamos la excursión a Barcelona y la cambiamos por una visita a la óptica u ojerería para comprarme unas gafas nuevas. Y la revisión, claro. El motivo de la compra de gafas no es la coquetería. Una niña de dos años me largo una patada el verano pasado y desde entonces mis gafas pendían de un suspiro para pasar a mejor vida. Finalmente, el día de navidad decidieron que había llegado su hora. Y adiós. Han sido unos buenos años, pero aquí nos quedamos. Grité y maldije al cielo por su osadía y crueldad. ¿Por qué? ¿Por qué a mí? No puedo estar sin gafas. No veo bien; todo es un cúmulo de sombras distantes, de imágenes borrosas que se pierden, nada concretas, caras perdidas en un mar de niebla... Y no puedo leer porque al pasar las hojas me pegan en la nariz. Así que solución de emergencia. Tendremos que reanimar a las moribundas. Celo. Sí. Voy con celo en las gafas. Aguantando la patilla inutilizada. Por la calle, sintiendo ojos acusadores que me miran y murmuran, mira ése, lleva celo en las gafas.
Así que aparecimos los nenes, A. y yo en la óptica. Elegir la montura. Yo intenté utilizar la tradicional táctica masculina para elegir. La primera que me gustar, pues ésa. Y ya está. A. utilizó la clásica mirada femenina de por favor, mira más. Y así hicimos. Para el nene todas me quedaban bien. La nena estaba más preocupada por explorar su rostro en el espejo y comprobar cuánto podía sacar la lengua. Cuando elegí la montura me hicieron pasar a la revisión ocular. Presión. Siempre siento una infinita presión cuando me colocan ese aparato monstruoso en la cara y me piden que mire unas letras en la pared. ¿Recordaré el abecedario? Y la pregunta... ¿lo ves bien o mal? Pues depende, contestaría yo. Depende del ánimo del día. Según tu humor, un mismo hecho lo contemplas desde una óptica más optimista u pesimista. No se puede reducir a un simple bien o mal. ¿Y todos los matices de los días? Pero no creía que la óptica u oftalmóloga u ojerera quisiese preguntar eso, así que me decanté por el bin o mal. Después de las preguntas, las letras y el movimiento inquietante de ruedecitas la declaración: aumento de la miopia y aparición de lo otro que no recuerdo el nombre, lo de no ver de cerca, vamos. Antes de reyes tendré las gafas nuevas. Hasta entonces, a seguir con el celo...
Salida de la óptica. ¿Dónde vamos a comer? El nene propone y los adultos... bueno, ¡qué no haría uno por la sonrisa de un niño! Así que vamos a... a... MacDonals. A comer. La verdad, ir a una hamburgueseria me aturde. Y por varios motivos.
1. La gente.
2. El olor.
3. La presión. ¿Qué eliges? Y todos esos nombres tan ridículos Mcnosequé con queso y algo parecido a carne. Y las colas. Al menos me colé, y eso sienta bien.
No me gusta comer en esos sitios. No es que sea un sibarita, pero aquello que me llevé a la boca sólo tenía gusto a pan. Pero ver a los nenes felices con sus productos de merchandaising en la mano gracias a una empresa corporativista que vende la rapidez y la insipidez de sus productos como modelo de vida valío la pena. Y me permitió observar a mi alrededor y contemplar los ritos de apareamiento del adolescentis idiotis masculino.
Realmente en la adolescencia el nivel de hormonas aumenta a la misma velocidad que el nivel de neuronas desciende. Me explico. Chica mona se acerca a mesa donde chico mono está comiendo con dos amigos menos monos. Ella inicia el cortejo de acercamiento con sonrisas, disimulos, pero dejando claro quién le gusta. El chico sabe que gusta e inicia por su parte su prosodia de movimiento rituales para hacerse valer ante la muchacha que consiste en:
- tomarle del pelo.
- hacerle bromas.
- tirarle bolas de papel.
- y sonreír mucho.
Ella queda complacida por los gestos del macho alfa y se sienta a su lado cuando el espacio es realmente casi inexistente, lo que demuestra dos cosas:
- ella quería sentarse al lado de él.
- él ya podría dejarle un poco de espacio, joder.
Sigue el ritual. Continuan con las bromas y tal aunque en esta ocasión participan los amigos del chico. ¿Competencia? No, ya que esos dos estaban completamente dominados por el macho alfa. ¿Entonces? ¿Por qué en un momento ella se levanta ofendida de la mesa y se larga del local dejando al chico con cara de idiota y con las palabras "no te vayas" colgando del labio? Sus amigos lo miran y él reconstruye la sonrisa y suelta un par de chites crueles a propósito de la muchacha.
¿Por qué? ¿No le gusta la chica? Mi teoría es que en la adolescencia, el macho alfa vive supeditado a la opinión de los miembros de su tribu. O sea, los ritos de masculinidad o desafio no se exhiben para la muchacha, sino para los demás chicos. Antes la aprovación de los amigos, que estar con la chica que te gusta.
Por suerte para la raza humana, esta actitud cambia con el tiempo. O no, que sigue habiendo mucho gilipollas suelto.
Después de comer (sic) para casa para echar una siesta y vivir el resto del día entre la modorra de un miércoles convertido en domingo con el resultado de asistir a la primera vez en que un niño de cuatro años ve El temible burlón y se extasía con Burt Lancaster y sus acrobacias.
No lei nada y la noche me la tiré tumbado en el sofá no haciendo nada. Ni pensar siquiera. Hasta que llegó la hora de ir a la cama y decidí estrenar el pijama que me había comprado por la mañana. Imposible dormir con pijama. Imposible. Es incómodo. Los pantalones se suben, da calor, la camiseta se pliega alrededor del cuerpo impiendo una correcta circulación de la sangre. A media noche hice lo que tenía que hacer; quitarme el pijama. Y los calzoncillos. Yo duermo desnudo, en pelotas, con todo mi cuerpo respirando. ¡Qué gusto dormir desnudo! En invierno y en verano. Alegría para el cuerpo. Así por la mañana parte de mí pueden despertarse tranquilas sin encontrar oposición. Y, por cierto, dormido me parezco una cantidad bárbara a este señor:
Pero en bolas.
Y ya está. Hoy ya es otro día. Y al ser el día que es, feliz año, sed buenos, pasadlo bien, comed lo que querais, bebed lo que el cuerpo os deje, acostaos con quien deseéis y todo eso que se dice. Ah, y haced un montón de propósitos para incumplirlos uno a uno.