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lunes, 12 de febrero de 2018

En tierra de nadie


Billy Wilder nació en Sucha. Por tanto, a lo largo de su vida fue austrohúngaro (bendito Berlanga), austriaco, alemán y, finalmente, polaco. Pero no pienso en Wilder mientras escribo. Pienso en los miles de austrohúngaros que sufrieron la gran noche europea y que nunca llegaron a ser polacos.

lunes, 6 de marzo de 2017

Cine, poesía, amor

Con Juan Herrezuelo y José Luis Campos Duaso.
En la calle, daba rienda suelta a su anarquía una auténtica tempestad, pero dentro, en las mismas entrañas de Metáfora, el swing del jazz lo envolvía todo. Los que por allí pasaron -amigos y compañeros en el mundo de las letras, familia en definitiva-, pudieron escuchar a Juan Herrezuelo, a media luz, descubriendo los pasadizos que conducen del Cine a la Poesía y viceversa, mediante una intervención que difícilmente podré olvidar.
De la presentación de “Lo que mirarán tus ojos”, de aquella noche tormentosa de la Librería Metáfora, me llevo la certeza de cuánto amamos el Cine y la Poesía, juntos y también revueltos, como una conjunción anómala de imágenes sin rima y de versos en blanco y negro. Y todo ello porque, como bien dijo Herrezuelo citando sin tapujos a José Luis Garci, el cine es el amor a veinticuatro fotogramas por segundo.


miércoles, 1 de febrero de 2017

lunes, 30 de enero de 2017

Lo que mirarán tus ojos (IV)


El día 20 de enero, se cumplieron 24 años de la muerte de Audrey Hepburn... aquella chica ante un escaparate se merece un poquito más de picoteo.

martes, 26 de abril de 2016

Otra sentimentalidad


A veces, conviene leer la vida desde una sentimentalidad diferente. La perspectiva que nos ofrece el humor bien podría ser una opción. Me refiero al bueno, naturalmente. Pongamos como ejemplo el Holocausto: La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993) es un ejercicio perfecto de maestría cinematográfica. En cambio, La vida es bella (Roberto Benigni, 1997) no es más que una progresión melodiosa de emociones. Ambas ocupan un lugar destacado en mi cinéfilo corazón, pero sólo la cinta de Benigni me lo pellizca a diario.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Octogenarios: Allan Stewart Königsberg

Gracias a la cultura popular sabemos que los bichos malos sobreviven hasta en el peor de los escenarios, pero que Woody Allen haya alcanzado los ochenta sintiéndose morir desde el primer día tiene su mérito.
Allen lleva decenios avisándonos de todos sus males (tal vez por eso no le guste ninguna de sus películas), pero no le creeremos del todo hasta que lo veamos palmar. Entonces, nos daremos de bruces contra una pantalla de cine callada para siempre y aceptaremos, con resignación, que su angustia y sus obsesiones nos han regalado algunos de nuestros mejores momentos.
Pie de foto: Woody Allen. Sitio web de la imagen.


El comienzo de la histórica “Manhattan” (Woody Allen, 1979)

martes, 30 de junio de 2015

El amor con prisas

De vosotros,
los jóvenes,
espero
no menos cosas grandes que las que realizaron
vuestros antepasados.
Ángel González

Por ahora, los jóvenes no tienen previsto envejecer. Consideran, tal vez, que la decrepitud es una maldición que siempre recae sobre los otros, sobre los que ya nacimos renqueantes como viejos, porque ellos, los jóvenes, ni se imaginan que los demás también tuvimos veinte años, que también devoramos nuestra porción de los días y las noches, que tampoco dejamos que el amor palideciera, porque el amor, cuando es joven, teme más a las arrugas de la piel que a las del corazón. Escribe Germán Guirado que “el amor / o es urgente / o no es amor”. Y de urgencias nadie sabe más que los jóvenes, pues se diría que nuestros muchachos no aspiran a vivir más de cinco minutos.
Pie de foto: Clint Eastwood y Meryl Streep en una escena de la película “Los puentes de Madison” (Clint Eastwood, 1995).

viernes, 28 de noviembre de 2014

Lo que les pasa a los niños malos

William Hitchcock, un comerciante austero y disciplinado del East End londinense, quiso dar una lección macabra a su pequeño Alfred. Tenía tan sólo cinco años cuando lo envió ante el jefe de la policía local para que lo retuviera durante unos minutos en una celda. Al salir, el agente le espetó: mira lo que les pasa a los niños malos. Misión cumplida. Cuentan que el niño no necesitaba de este tipo de escarmientos pues era reconocido por su buen comportamiento. Pero entendió la advertencia. Y de qué manera.
Con el paso de los años, Alfred Hitchcock utilizó el cine para dar lecciones implacables a sus espectadores: les sentó en el mejor sitio de la platea pero, a cambio, les negó todas las claves para controlar el argumento. Siendo un niño, él había conocido el desasosiego tras los barrotes y, a nosotros, nos lo sirvió escarchado en una bandeja de plata.
Menudo enunciado: mira lo que les pasa a los niños malos. Hitchcock, incluso, llegó a pensar que esa frase sería un buen epitafio para su tumba. A mí me parece que puede ser, al menos, un buen comienzo para un poema. 
Pie de foto: Roger O. Thornhill (George Kaplan) huye de una avioneta en la escena cumbre de Con la muerte en los talones (Metro Goldwyn Mayer. Alfred Hitchcock, 1959).
Sitio web de la imagen.

Cary Grant. Con la muerte en los talones.

viernes, 3 de octubre de 2014

Una cita ineludible

No fue un día cualquiera. El lunes 3 de abril de 1978, Woody Allen triunfó en la ceremonia de los Óscar. Logró las estatuillas al mejor guión y al mejor director por una de sus obras de culto: Annie Hall. Pero Allen no estuvo allí pues la ceremonia coincidía con su concierto semanal en el Michael´s Pub, uno de esos lugares que, asociados a un momento concreto, han edificado gran parte de la profusa mitología del siglo XX.
Más que pensar en los motivaciones del genio de Brooklyn, con frecuencia me pregunto qué sentirían ese selecto grupo de elegidos sabiendo que Allen no estaba en el Dorothy Chandler Pavilion sino allí, en el 21 de la avenida 55, sobre el escenario, a unos escasos metros, apenas camuflado entre la densa humareda del jazz, sacando brillo, como todos los lunes, a su demacrado clarinete.
Pie de foto: Woody Allen empuñando su longevo Albert System. Sitio web de la imagen.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Besos rotos

Veinticinco años. Siete días. Cien salas. Se diría que estoy hablando de una condena, pero se trata más bien de una magnífica e inusual noticia.
Si son ustedes de esos afortunados que aún disfrutan de un cine en su provincia de residencia, lleven a sus vástagos a ver Cinema Paradiso y regálenles, de esta manera, la chispa que podría prender la llama de una pasión.
Ah, y  no concedan demasiada importancia a esos comentarios que, con motivo de su regreso a las carteleras, atribuyen a la cinta de Tornatore la inconsistencia de poseer una trama excesivamente simple (qué pensaría de este exceso un genio como Hitchcock que redujo sus tramas a la estúpida categoría del MacGuffin). Si la historia es sencilla es porque la película nos cuenta únicamente que el cine, como la vida, se reduce a una armoniosa sucesión de besos rotos.
Pie de foto: cartel de Cinema Paradiso.

lunes, 24 de febrero de 2014

Cuerdas

Como la mayoría de ustedes, ya he visto Cuerdas. Quiero decir que ya he visto de forma gratuita este magnífico trabajo del que se supone que deberían vivir sus creadores. Alguien, seguramente cargado de buena voluntad, lo colgó en Youtube y, ahora, se ha convertido en la sensación del año. Silba nuestro telefonito y ya está aquí Cuerdas, complaciente, dispuesta para ser vista, entre lágrimas, por toda la familia.
Sabemos, además, que detrás de Cuerdas se esconde una historia tan emocionante como la de ficción, pero esta historia nos conmueve menos, porque la realidad se mueve como un elefante en una chatarrería y a nosotros hace mucho que nos incomoda el ruido.
La publicación de Cuerdas perjudica a la cinta con vistas a su selección para próximos festivales y certámenes, pero sobretodo perjudica a sus creadores, a talentos como Pedro Solís García y a todos aquellos que alguna vez aspiraron a vivir de algo tan digno como hacer que la gente se emocione.
Pie de foto: Cartel de Cuerdas.


PD: Si en este momento tienen la misma mala conciencia que tengo yo, vayan al cine (si alguno de estos cines monstruosos que tenemos actualmente nos lo permite) y paguen por volver a ver Cuerdas.

lunes, 13 de enero de 2014

Fueron rebeldes sin causa

Se congratulan los medios: “la mitad de los jóvenes españoles aceptaría cualquier trabajo, en cualquier lugar y por un salario bajo”. O lo que es lo mismo: alguien ha convencido a la mitad de nuestros jóvenes de que deben aceptar cualquier trabajo, en cualquier lugar y en unas condiciones abusivas.
Parece que la crisis no tardará en arrojar grandes beneficios porque ya ha logrado alguno de sus principales objetivos.
Pie de foto: Cartel de “Rebeldes sin causa” (Nicholas Ray, 1955).

jueves, 19 de diciembre de 2013

Ladrones de bicicletas

A Capra, De Sica y Berlanga. Por regalarle a cada Navidad sus mejores momentos.

El Hollywood dorado nos envió un ángel para recordarnos que es bello sobrevivir a la desesperanza. No era más que un hombrecillo menudo, como cualquiera de esos hombrecillos menudos en los que nunca reparamos, pero, sin él, nuestro querido George Bailey no hubiese celebrado la Navidad cómo es debido.
Ustedes saben perfectamente que Clarence aún no había ganado sus alas y que se encontraba en Bedford Falls, a más de seis mil kilómetros de aquí. Esa adversidad fue la que le impidió llegar a tiempo de guiar a Plácido en su desventurado itinerario por la Nochebuena. Afortunadamente, teníamos a Berlanga -otro tipo que aún espera sus alas-, y por él supimos que los pobres de espíritu disfrutamos de la magnanimidad de las élites cuando nos tenemos que enfrentar a nuestras tentaciones más mundanas.
Aún así, sospecho que, aunque se encontró con los más variopintos benefactores navideños, a Plácido sólo le faltó el llanto pedagógico de un niño para acabar convertido en un perfecto ladrón de bicicletas. Pero esa es otra historia, porque el neorrealismo no cree en los ángeles y a los georgebaileys del mundo jamás les concederá un respiro. Ni siquiera en Navidad.
Pie de foto: Cartel de “It's a Wonderful Life” de Frank Capra (RKO, 1946).

sábado, 23 de noviembre de 2013

Cinco años de cine

En estos días, mientras el otoño se desliza sobre nuestras junglas de asfalto, Abril se nos pone de conmemoraciones. Nos cuenta que cumple cinco años su apartamento, ésa habitación parisina con vistas al Pisuerga. ¿Quién puede negar que los ríos con talento fluyen por donde quieren?
Hace un par de años que tengo las llaves de su bitácora y, como en la película de Wilder, entro y salgo a mi antojo sin dar demasiadas explicaciones. Pero mi proverbial discreción me impide entrar en detalles. Sólo les contaré que, en la misma puerta, nos reciben las palabras de “Un tranvía llamado deseo” y que, al cruzar esa frontera, las paredes huelen a cine y más cine.
En fin, basta con asomarse a alguna de sus ventanas para confirmar que la primavera es amable incluso cuando se adorna de hojas secas. Y por eso festejo que Abril siga esbozando las costuras de nuestros sueños, los inolvidables matices de aquellos inviernos que fueron filmados en blanco y negro.
Pie de foto: Cabecera de “El apartamento en París”.

viernes, 25 de octubre de 2013

La verdad no es cosa mía

Amo el cine casi tanto como leer de cine y, hoy, lo he pasado en grande leyendo “La traición de Rita Hayworth”. No hablo de la novela homónima de Manuel Puig, sino de la entrada en la que Francisco Machuca concluye que llega un día en el que hay que dejar el cine para salir a la vida. Es cierto que, fuera del cine, a la intemperie, todo parece bastante diferente. Incluso para la Hayworth, que siempre fue Gilda para aquellos hombres que nunca quisieron amarla.
Discúlpenme si pienso que la vida debería ser otra cosa mucho mejor, y que sería estupendo que un día tuviésemos que dejarla para salir al cine y darnos un baño de realidad. Tal vez, en algo así pensaba Machado cuando dijo que “también la verdad se inventa”.
Pie de foto: Rita Hayworth. Edición de Martínez Clares, 2013.

domingo, 6 de octubre de 2013

Paradiso

Cuenta José Luis Cuerda que, durante el rodaje de “Amanece, que no es poco”, se presentó en el lugar un paisano de Molinicos armado con una escopeta. Al ser detenido por la Guardia Civil, declaró: “Voy a pegarle un tiro a los del cine, que me tienen harto”.
Ese bizarro alarde de ignorancia bien pudo ser el germen de la preocupación que nuestros gobernantes muestran por la Cultura.
Pie de foto: Philippe Noiret y Salvatore Cascio en una escena de “Cinema Paradiso” (Giuseppe Tornatore, 1988).

jueves, 26 de septiembre de 2013

Las profundidades de Comala

Escribe Jorge Volpi en su prólogo a Pedro Páramo (Bibliotex, 2001) que la primera línea de la novela nos anticipa una obra maestra. Y a mí se me hiela la sangre cada vez que leo: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”. ¿Cómo se puede concentrar en este puñado de palabras toda la aridez de un pasado, todo el desasosiego ante lo que está por llegar?
Dejen que les diga que, con esta línea voluptuosa y sencilla, también podría comenzar cualquiera de los westerns legendarios, porque el Pedro Páramo de Rulfo se parece a un western al que le han arrebatado todas sus piezas; un western de muchas historias apenas sugeridas, historias que todo el mundo conoce pero que todo el mundo calla, y que va escribiendo el propio lector conforme lo lee; un western por el que desfilan, sin disimulo, el Peck de Duelo al sol y el Heston de Horizontes de grandeza; un western en el que, a poco que le demos carta blanca a nuestra imaginación, se vislumbra la perplejidad de Stewart mientras cree liquidar a Liberty Valance; en definitiva, un western de Ford, sin Ford.
No creo que a Juan Rulfo le importase mucho que esta novela de novelas a mí se me antoje un western perfecto, porque lo verdaderamente maravilloso de su narrativa es ese conjunto de historias que se relatan las unas a las otras en soledad, y la cotidianidad irrespirable que nos regala, prodigiosamente, con la canícula de agosto.
Pie de foto: Cartel de El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962).

lunes, 2 de septiembre de 2013

El baile de La Flaca

Bailaron apenas dos piezas.
Corría el año 57 y el Nevada Palace -Ganivet, 7- daba cobijo al equipo de rodaje de La India en llamas (J. Lee Thompson, 1959).
Era bellísima”, apostilla y prosigue: “Teníamos dieciocho años y nada que perder. Nos acercamos a saludarla y, sin mediar palabra, esbozando tan sólo un gesto inacabado, me invitó a bailar”.
Recuerda que, de repente, enmudeció la orquesta y ambos se alejaron como mecidos por el silencio. Él no pudo o no supo silbar.
Apuro mi copa y le pregunto a qué huele Lauren Bacall. Respira recónditamente como aspirando de nuevo su recuerdo y me responde sin paliativos: “Olía a señora”.
Pie de foto: Lauren Bacall