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lunes, 8 de febrero de 2016

De generaciones

Foto1: De izquierda a derecha, Carlos Barral, J. M. Caballero Bonald, Luis Marquesán, Jaime Gil, Ángel González y Juan Ferraté, junto a la tumba de Machado en 1959. (Foto del libro “Partidarios de la Felicidad”, Círculo de Lectores. Barcelona, 2000). Foto 2: Poetas participantes en “Ninguna voz es la mía. I Encuentro de Poesía Joven” (Foto de Laura Rosal, Baeza, abril de 2012). 

Hace unos años, diez jóvenes poetas (algunos de los cuales están respondiendo sobradamente a las expectativas puestas en ellos) se retrataron en Baeza, vestigio docente de Antonio Machado, del mismo modo que medio siglo antes lo hicieran otros jóvenes poetas ante su tumba de Colliure. Con “ninguna voz es la mía”, aquel Machado de enormes soledades rompía con la estética modernista y abría camino a una nueva concepción de la poesía. Por ello, tal vez consideren los nuevos líricos de cada época que nada de envergadura puede emprenderse si no se parte desde las vecindades del sevillano. De ambas instantáneas, tan distantes en el tiempo, se desprende una misma intención de acta fundacional, de nacimiento de una generación que busca lugares comunes en las proximidades de la impronta machadiana.

Vista del Mediterráneo desde la terraza del Hostal-Restaurante de La Isleta del Moro (Martínez Clares, 2008).

Los gestos están muy bien, pero el mejor homenaje que se le puede hacer a un poeta -dead or alive- es abrir uno de sus libros. Somos muchos los que hemos crecido en los Campos de Castilla alimentándonos de Proverbios y Cantares, siguiendo el rastro de aquellos aoutlaws fronterizos del noventa y ocho, pero, pese al gusto por el etiquetado que atesoraban nuestros instructores, no entiendo las generaciones literarias, pues en la Poesía, como en la vida, me parecen imprescindibles los lobos solitarios. No obstante, si tuviese que elegir un lugar propicio para cimentar una, me decantaría por la Isleta del Moro. Y no porque allí versificase muchas de sus penumbras el gran Javier Egea, sino más bien por la milagrosa zarzuela de marisco que sirven en su hostal-restaurante. Seguro que no es esto lo que esperaban de mí, pero de estas pequeñas degeneraciones también vive el verso.