Pronto supo que a Almería no se
le puede desmoronar ninguna Pompeya.
Corría el año 59 cuando Juan exploró
una tierra sin Giralda ni Alhambra,
una tierra que sintió desnuda y verdadera.
Allí, algunas camadas de niños despojados le escoltaron en su camino y pudo encontrar,
sin dificultad, fondas donde acodarse junto a la desesperanza. Como a otros que
vinimos mucho después, el tiempo perezoso y la inmutable libertad del poniente
le dejaron varado en estos campos alfombrados de ceniza.
La calamidad nunca debería ser un
legado pero, si Juan Goytisolo regresase hoy a los campos de Níjar, aún podría hablar
con la misma piedra callada y sorda y escribiría, probablemente, sobre gentes
de miradas áridas que entretienen su destino entre los yates que siguen
fondeando en el Sur.
Pie de foto: En el punto de mira. Martínez Clares, 2010.