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miércoles, 8 de enero de 2020

Y cada año la inmortalidad

Trompetas (Martínez Clares, 2019).

En una de sus canciones memorables, nos confiesa José Ignacio Lapido que el futuro ya no es lo que era. El nuestro -el de Gor me refiero-, con el paso de los años y la aceptación de los peores augurios, está adquiriendo una atmósfera propia de la mitología. Porque a Gor, en la actualidad, le sucede un poco como le sucedía a la Comala de Rulfo o al Macondo de García Márquez o a la Mágina de Muñoz Molina. Le sucede que, con sólo nombrarlo, ya sabe a literatura. Cojan, si no me creen, una revista cualquiera de antaño, una de esas que atrapan el polvo sobre los anaqueles de una estantería olvidada o que reposan en el fondo de una caja de cartón bajo las facturas, los recibos de la fábrica de luz, las cartas de la Agencia Tributaria y algunas fotos de Blas El Retratista en las que, con el tiempo, se han colado los martinicos. Cojan, por ejemplo, la revista 55 en la que Antonia M. Jiménez Manzano escribió sobre la mítica banda de música de Gor. Nos contaba por entonces Antonia María que, cuando aquella banda actuaba en las fiestas y acontecimientos de otros pueblos, a su regreso siempre repetía el mismo rito: al llegar a las inmediaciones de Gor, uno de sus músicos tiraba un cohete y, seguidamente, atacaba las primeras notas del pasodoble que iba a acompañarla durante su trayecto hasta a la plaza. Me baila el corazón de sólo pensarlo. Me baila del mismo modo que me baila cada 6 de agosto cuando escucho el estruendo de la banda de música de Jérez del Marquesado rompiendo la mañana, una banda que está viva, que todavía no vive, como la nuestra, del mito y la literatura. Me baila igual que me baila cuando llegamos a la plaza y nos olvidamos por completo de los peores augurios, y nos saludamos y nos besamos y nos abrazamos. Igual que cuando nos acodamos en la barra del Sebas para tomarnos un par cervezas mientras sestean las trompetas de esta fotografía y, desde el balcón del Ayuntamiento, nos reconviene el pregonero. Eso me pasa: que me baila el corazón ahora y que me bailará mañana y todos los días que me queden por vivir, porque ya escribió Galeano -a Eduardo me refiero- que todos somos mortales hasta el primer beso y la segunda copa de vino.

jueves, 23 de noviembre de 2017

El alma dormida


Os lo aseguro: no es fácil escribirle a un poeta, aunque este sea eléctrico. No es fácil escribirle a alguien que entrega su vida a la travesía del desierto. Sé de lo que hablo porque en mi primer libro le dediqué un poema a José Ignacio Lapido, una conjunción de versos que resultó -ahora lo veo- en exceso pretenciosa. Desde entonces, decidí no volver a tentar a la suerte y dediqué mis esfuerzos poéticos a cuestiones más mundanas. Súbitamente, apostaté de mis precarios principios, dejé de codiciar la comunión “en el agnóstico recreo / de los dioses” y comencé la búsqueda de una voz propia, una voz que se pareciera un poco más a mí. Una vez más, el apellido Lapido se cruzaba en mi camino justo en el momento necesario: quién podría negarle al maestro el don de la oportunidad.

martes, 20 de diciembre de 2016

Hurricane

José Ignacio Lapido y José Antonio García. Martínez Clares, 2016.

Por Raymond Chandler sabemos que Los Cero, si nadie lo remedia, van a dormir el sueño eterno. Pero me temo que no estarán solos en este nuevo menester, como tampoco lo han estado durante la resurrección del 2016, una resurrección que ha resultado multitudinaria ya que los muertos éramos más de los esperados. Cada resucitado sabe lo que le conviene y ellos, Los Cero, se han quedado entre nosotros hasta que llegó su hora, ocultos tras las brumas iniciales de The man with the harmonica, cargando sus armas de adrenalina y rock and roll, afilando versos entre bambalinas mientras en la sala sus adeptos ya entonaban una última canción para el espantapájaros.

viernes, 27 de noviembre de 2015

Pop

En enero de 1983, Andy Warhol visitó Madrid. Este viaje legendario supuso para muchos un verdadero acontecimiento, pues los artistas de la incipiente Movida se creyeron legitimados, desde entonces, por uno de sus mayores iconos y consideraron, además, que la mera presencia del genio situaba a España a la cabeza de las vanguardias europeas. Fue, tal vez, un engañoso salto hacia la modernidad que, desde la distancia de los años, aún mantiene un cierto sabor a desencanto.
Warhol fue agasajado con formidables fiestas, y a éstas no faltaron algunos de los miembros más selectos de la sociedad madrileña, incluido el sector más putrefacto y arcaico. Cuenta Luis Antonio de Villena que el norteamericano no quería regresar a su país sin pasar primero por el Museo del Prado. “Al día siguiente de la fiesta con los March”, explica, “le acompañamos al Museo del Prado”. Warhol había mostrado su interés, sobre todo, por la obra de Zurbarán. Al llegar a la entrada de la pinacoteca preguntó por la tienda. Allí, compró varias postales. Pero, cuando sus acólitos le invitaron a pasar al interior del museo, él respondió mostrándoles las postales: “No, no, ya lo he visto. Es maravilloso, es un museo magnífico, me ha encantado”. En palabras del propio Luis Antonio de Villena, esta anécdota protagonizada por el idolatrado artista es lo “más pop de lo pop”.
Acaso sea por este tipo de admirables excentricidades que mis gustos se han decantado siempre por otras cuestiones más vulgares, menos místicas, más poéticas, si me permiten la creencia. Con los pies en el suelo, uno también ha llegado a enamorarse del arte y de sus músicas, pero un poco a la manera canalla que describe José Ignacio Lapido cuando afirma: “En el escenario, se encontrarán con una banda de rock. Y, en la barra, cervezas frías, supongo”.
Pie de foto: Andy Warhol. Sitio web de la imagen.

miércoles, 13 de mayo de 2015

Encadenados al cielo

La música se agarra a la juventud: la música con su parafernalia de cueros y greñas, de tupés y litronas, de sueños quebrantados y resaca; la música que es la argamasa de la tribu, que diseña sus vestiduras, sus leyendas y sus vicios sin ánimo de crear tendencia, que se cuela en la mirada de sus adeptos, en sus ojos desafiantes de animales apaleados; la música con tanta prisa por vivir, tan marginal y tan efímera. Y sin embargo, sigue aquí, con nosotros, ella que nunca quiso perdurar, sonando incansable en nuestra memoria.

Tal vez sea el único culpable, pero no me arrepiento: a la música tengo que buscarla en las fotos antiguas porque lo que vino después ya no me parece música como tampoco me parece juventud. Mírenlas detenidamente porque ahí estamos los jóvenes de antaño. Es Cierto. No se dejen engañar: son ellos, los 091, pero podríamos haber sido cualquiera de nosotros; cualquiera de los chavales que nacimos en una dictadura y crecimos en libertad sin saber muy bien qué hacer con ella; cualquiera de los presuntos rebeldes que nos expandimos como una plaga por las ciudades y los pueblos a golpe de Discoplay, presos vertiginosos de una libertad vertiginosa, tan progresiva como el rock de los 70, tan fascinante que llegó a atraparnos sin remedio. Y ahí seguimos. Entre músicas. Recordando lo que ya nos advirtió Bob Dylan cuando dijo que nadie es libre, pues hasta los pájaros están encadenados al cielo.


Pie de fotos:
1. José Antonio García y José Ignacio Lapido en "Granada es posible", foto de Juan Jesús García.
2. Las fotos son del año 1982 y están sacadas en la puerta del bar Santa María (calle Almona de San Juan de Dios, en Granada), justo enfrente del callejón que llega hasta el instituto Ángel Ganivet, que en aquellos tiempos era sólo de niñas. El Instituto Padre Suárez, que también está cerca, era donde estudiaban Tacho González y José Ignacio Lapido, y era sólo de chicos.

091: La vida que mala es.

sábado, 25 de agosto de 2012

El poeta eléctrico

He escuchado decir a José Ignacio Lapido que “la poesía es un remedio, un arma o una brújula”. 
¿Quién lo sabe?
Tal vez sea un remedio para esos tipos que están seguros de todo, un arma que se lame las heridas en soledad o una brújula que desconoce el camino.
Escucho las canciones de Lapido y me parecen un hotel en el que se cobijan las sombras y los sueños. Se diría que sus camas están hechas para no dormir.
Él no quiere que le llamen poeta, pero yo admiro a los poetas que saben manejar la navaja estilográfica porque, aunque sus letras son combativas, sé que han nacido con vocación de caricia.
Pie de foto: Vocación de caricia. Martínez Clares, 2012.

sábado, 31 de marzo de 2012

Doce Canciones Sin Piedad

Hace unos días, Rafael Indi me invito a escribir un artículo en su blog ”Pequeño animal en disturbio”. Pretendía saber cuál fue ese primer libro de poesía que llegó a mis manos, de dónde nace este río que sigue bañando mis poemas, quién puso la primera palabra en esta historia aún por escribir. Y yo, ciertamente, no le hice del todo caso y me fui un poco por las ramas. Este es el resultado: Doce Canciones Sin Piedad .
Pie de foto: Sentir Granada. Martínez Clares, 2008.

jueves, 10 de febrero de 2011

Harry y Sally

Descreído ya de casi todo, anoche regresé al delicioso escepticismo de When Harry Met Sally, una de aquellas efímeras tentativas que pretendieron recuperar el cine de escritor a finales de los ochenta. Dirigida por Rob Reiner, es curioso que su guión lo firme una cineasta de radiante optimismo: Nora Ephron.
Igual de escéptico que Harry Burns, se muestra José Ignacio Lapido en su último disco -De sombras y sueños- cuando nos confirma que para sofocar las últimas revueltas bastaría con regalar televisores.
Me temo que sí, José Ignacio, porque desde esas pantallas astutamente sedativas aún me llegan recuerdos de amores que nunca existieron y los recibo como si Meg Ryan no estuviese envejeciendo con mesura, todavía elegante o quizá, con el paso de los años, declinando aún más hacia la azucarada lasitud de Doris Day.
Pero, mientras se tambalean mis últimas certezas, me permito sonreír porque presumo que La Day no sabría cómo fingir un orgasmo.
Pie de foto: Supervivientes. Martínez Clares, 2007.