Tras varios días de viaje, uno
regresa a su minúsculo país (ese pacífico estado gobernado por los ritos
ancestrales de cada día) y se encuentra con algunos imperceptibles atisbos de
cambio: una ¿novela? de Luis García Montero sobre la mesa del escritorio, la
luz novedosa que se filtra suavemente por las persianas cerradas o la presencia
amenazadora de una nevera desnuda, casi vacía.
Más allá de donde / aún se esconde la vida, continúan las mentiras
tenaces de un televisor mal apagado. Hoy ensalzan la crueldad del éxito en un
estadio de Lisboa y la anémica rebelión de los votantes europeos. Pero no
encuentro un solo momento para el análisis, porque cada vez se me hace más
cuesta arriba desertar de los versos de Panero, confiar en que la música
amansará a las fieras, abrir la puerta del garaje para abandonar de nuevo las
cuatro paredes de mi patria.
Pie de foto: Hogar, dulce hogar. Martínez Clares, 2014.