domingo, diciembre 13, 2020

Pilar Fraile - Días de euforia

 


Vivimos en una época en que todos los libros son necesarios, todos son obras maestras, todos anuncian la aparición de un escritor que va a ser clave en nuestra narrativa. Todo es tan superlativo que ya no nos lo creemos. Y cuando encontramos una obra que nos hipnotiza, que nos engancha, que nos desafía y nos fascina, ya no sabemos cómo recomendarla. Pese a ello, empezaré diciendo taxativamente que Días de euforia, la novela de Pilar Fraile, es uno de los mejores textos que se han publicado este año en nuestro país. Así de claro. Sin discusión.

                         No sé cuánta gente conocerá a Pilar Fraile, pero desde luego no es una recién llegada. De hecho, Días de euforia (Alianza Editorial, 2020) es su segunda novela tras Las ventajas de la vida en el campo (Caballo de Troya, 2018). También es autora del libro de relatos Los nuevos pobladores (Ediciones Traspiés, Granada, 2014) y del ensayo Materiales para la ficción (Editorial Grupo 5, 2017). Además ha publicado cuatro libros de poesía, ha sido coguionista de un cortometraje y colabora habitualmente en el periódico El País.

                        Hace unos años, tuvo la deferencia de contestar mi Cuestionario Básico.

                         En mi opinión, el texto de la contraportada no hace justicia a la novela, que va más allá de un grupo de protagonistas en busca de un futuro que se les escapa. Entiendo que no se pueden aclarar muchas cosas sobre ella y que lo mejor es entrar en sus páginas sin ninguna idea preconcebida, pero aún así intentaré dar algunas claves de mi lectura.

                         Al principio, funciona como un libro de relatos, descolocándonos en todo momento, obligándonos a entrar una y otra vez en esa realidad que es la nuestra y, a la vez, es otra. Los personajes van apareciendo con una voz propia, identificable, y nos introducen en sus mundos, que parecen muy distintos, y luego se irán cruzando, trazando un camino lleno de curvas que el lector debe ir componiendo como si se tratara de un puzzle.

                         Encontramos la voz narrativa de Mary contándonos sus inquietantes sueños. Me ha recordado a la literatura de Miranda July, con esa mirada de extrañeza ante todo, esa frialdad que pretende interpretar todas las señales que salen a su encuentro, con un lenguaje burocrático que sorprende mucho a la hora de hablar de sentimientos. Por un momento podemos llegar a pensar que se trata de un robot. Racionaliza hasta la exasperación su relación con su compañero de trabajo Roger, o con su jefa Manuela. También encontramos a Blasco, asesor financiero, y a Diana, su mujer y compañera de trabajo en la misma agencia, que atraviesan una crisis conyugal. Él está obsesionado con una adolescente llamada Laila, a la que observa por internet. Ella, soñando con empezar de cero, con reinventarse, mientras sobrelleva una vida rutinaria. O Angélica, que trabaja en una clínica de fertilidad. Su antecesora, Hester, parece haberse esfumado y un día Angélica encuentra un cuaderno de notas que le hará cuestionarse ciertas cosas que tomaba por ciertas. También está Lisa, la compañera de Angélica. Y Carlos, un hombre soltero que se apunta a las clases de un coach. Personajes que, de forma natural pero no por ello menos sorprendente, irán entrecruzando sus vidas, estableciendo conexiones que conformarán esta historia de insatisfacción.

                         Días de euforia cuestiona la artificialidad de nuestras relaciones, nos alerta de cómo la tecnología, que debería servir para unirnos, en realidad nos va alejando, aislando. Y de este modo, un relato que en un principio parece estar planteando una realidad distópica, un futuro no muy lejano, se convierte en un retrato un poco deformado pero fiel del mundo actual. Pilar Fraile disecciona nuestro mundo de modo que veamos las costuras de una sociedad artificial y fría que ha perdido la conexión con su propia naturaleza.

                         Estamos ante un libro que se lee con fluidez a la vez que exige la participación del lector para que vaya recomponiendo una trama que no respeta tiempos ni espacios, con distintas voces que dibujan una sociedad que va perdiendo la humanidad. Una advertencia hacia esa tecnificación de las relaciones, esas tecnologías que, con la promesa de mantenernos conectados, nos van deshumanizando, hasta el punto de no ser capaces de identificar las emociones que aparecen ante nosotros.

                         Destacar también el importante papel que juega el humor en estas páginas, como elemento distanciador que nos ayuda a digerir un mensaje alarmante, y más teniendo en cuenta que muchas de las cosas que aquí aparecen ya se están materializando. El desencanto, la soledad, la insatisfacción con un mundo en el que, aparentemente, no nos falta nada, la dependencia de una tecnología que nos cataloga y nos aliena, un futuro inquietante para una sociedad formada por miembros cada vez más aislados y más fríos.

                       Días de euforia es una apuesta inteligente de buena literatura. No dejen de buscarla, su lectura vale la pena y nos deja pensando, nos ofrece un estanque donde enfrentarnos con nuestro reflejo.

martes, diciembre 01, 2020

Bárbara Blasco - Dicen los síntomas


 

Bárbara Blasco, al margen del curioso currículum que se ha publicitado y que nada tiene que envidiar a algunos escritores norteamericanos que no dudan en informar de los múltiples trabajos que han desempeñado, es una escritora valenciana que va recorriendo su camino de forma seria y profesional, sin hacer mucho ruido hasta ahora. Recomiendo también la lectura de sus anteriores libros, Suerte y La memoria del alambre, ambos en la valenciana editorial Contrabando. Su tercera obra ha ganado el Premio Tusquets de Novela y esto da la oportunidad a muchos lectores de conocer a una autora muy interesante.

                        Dicen los síntomas nos sumerge en un microcosmos familiar, con todas las complejidades que eso conlleva. Virginia, una mujer en plena crisis existencial acude al hospital a cuidar de su padre moribundo. Allí se cruza con su madre y con su hermana, y con los pequeños secretos y rencores que se esconden en los silencios, en las ausencias, en los mensajes que nunca se intercambiaron. La voz narrativa es la de la propia Virginia, con su visión amarga, un tanto cínica e impregnada de un cáustico sentido del humor, no sólo de su familia, sino de la vida en general y de las relaciones con los demás en particular. Es una mujer a la que le interesan las enfermedades hasta el punto de afirmar que "si tuviera que escoger un único aspecto para estudiar la historia de la humanidad, sólo uno, elegiría sin duda la historia de las enfermedades". Tiene treinta y nueve años y no tiene hijos, pero aún es fértil, aún puede tenerlos, y por eso se acuesta con desconocidos sin tomar precauciones, como si se dejase llevar por un impulso que, sin ser autodestructivo, sí podría acabar con su vida tal como es.

                        La enfermedad como aglutinante de la propia existencia, la soledad aséptica de un hospital como lugar de encuentro y de balance, ese entorno neutro en el que nos enfrentamos directamente con nuestra fragilidad. Es al estar cara a cara frente a la enfermedad cuando nos cuestionamos nuestra existencia, cuando nos permitimos pensar que no somos eternos. Nuestra sociedad, en general, vive de espaldas a la muerte. Hemos decidido olvidar ese detalle y hacer como si nuestros días no estuvieran contados. El escenario de esta novela, esa habitación de hospital, simboliza el desamparo ante algo que nos supera. La protagonista se enfrenta a la muerte del padre y, a la vez, se plantea engendrar una nueva vida. Su visión ácida, descreída y desafiante, contrasta con el hecho de ser la única que siempre parece estar al pie del cañón. Los problemas con su padre no son motivo suficiente para alejarla de su lado.

                        Un libro escrito con un estilo ágil, con un sentido del humor que actúa como elemento que nos ayuda a mantener la distancia adecuada ante un tema que, por definición, resulta asfixiante. Una voz narrativa que se defiende con sarcasmo de todo aquello que le da miedo. Dicen los síntomas es un libro interesante y ameno.

(Sólo una advertencia: si tiene intención de ver la película Langosta, véala antes de leer este libro, háganme caso).