Fui a ver la película “Los hombres que no amaban a las mujeres”, dirigida por Niels Arden Oplev, adaptación del primer libro de la trilogía “Millenium”, del escritor sueco Stieg Larsson, que falleció de un infarto a los cincuenta años, sin llegar a ver su obra publicada. La película tiene un buen ritmo y mantiene el interés durante sus más de dos horas de duración. El ambiente frío y los paisajes agrestes acrecientan la soledad de los protagonistas, que se mueven en un entorno hostil en el que las cosas pueden no ser lo que parecen, al más puro estilo de las novelas clásicas de detectives.
Un periodista de investigación, Mikael Blomkvist (Michael Nyqvist), se enfrenta a tres meses de cárcel por no poder probar las acusaciones que ha vertido en un artículo sobre un influyente magnate. Mientras espera el momento de cumplir la sentencia, recibe una propuesta de Henrik Vanger (Sven-Bertil Taube): Debe instalarse en la pequeña isla en la que reside la mayor parte de la familia Vanger, a la que sólo se puede acceder por un largo puente, y una vez allí investigar la desaparición, cuarenta años atrás, de la joven Harriet Vanger (Ewa Fröling), desaparición que tuvo lugar en un momento en el que se había reunido toda la familia. Desde entonces, alguien envía a Henrik, periódicamente, una flor seca y enmarcada como las que hacía Harriet. El viejo Henrik está convencido de que la asesinó un miembro de la familia y que dicho asesino es quien le envía esas flores para torturarlo, así que quiere ver si Mikael puede averiguar lo que ocurrió. Antes de contactar con Blomkvist, Henrik Vanger contrató a una agencia para que investigara sobre él. En dicha agencia trabaja una peculiar investigadora llamada Lisbeth Salander (Noomi Rapace), de aspecto un tanto andrógino y algo gore, con piercings y tatuajes, silenciosa y distante, que se ha metido en el ordenador del periodista y va siendo testigo de sus pesquisas hasta que, en un momento dado, decide intervenir.
Desde luego, el personaje de Lisbeth Salander resulta muy atractivo. Es sin duda una de las mejores bazas de la historia. Nos parece incomprensible en muchos momentos y eso incrementa nuestro interés. La interpretación de la actriz Noomi Rapace es muy eficaz, aunque supongo que habrá mucha gente que no la verá como la encarnación de la heroína que ellos han imaginado. Para mí, que aún no he leído ninguno de los libros, aunque debo admitir que la película ha acrecentado mi interés hacia ellos, Salander tendrá ya siempre las facciones de Rapace. He leído hace poco que el referente para muchos lectores, antes de aparecer la película, era la cantante P. J. Harvey. La versión inglesa de este libro aparece con el título “The girl with the dragon tattoo”, lo que me parece un dato elocuente sobre la importancia de dicho personaje.
Stieg Larsson, en la única entrevista que llegó a realizar, dijo: Tomé a Pippi Langstrump. Pensé: “¿Qué aspecto tendría actualmente? ¿Qué tipo de adulta sería? ¿Cómo la calificarían? ¿Una sociópata? ¿Una autista? Tiene una visión de la sociedad distinta de la de los demás. (O, visto de otro modo, no observa la sociedad del mismo modo que el resto de la gente.)”. La convertí en Lisbeth Salander, de veinticinco años, una chica que se siente como una extraterrestre entre la gente. No conoce a nadie ni tiene capacidades sociales en absoluto.
También el personaje Mikael Blomkvist, periodista de investigación, concienzudo y tenaz, que se enfrenta al caso como quien se dispone a resolver un acertijo, posee el magnetismo de los clásicos detectives, aunque con claras diferencias. En una carta a su editora, Larsson escribió: He intentado crear personajes principales que se distingan, desde el punto de vista dramático, de los arquetipos policíacos al uso. Así, Mikael Blomkvist no tiene ni úlcera de estómago, ni problemas con el alcohol, ni ansiedad. No escucha ópera ni se dedica a ningún entretenimiento raro, como construir maquetas de aviones o algo parecido.
Otro aspecto destacable es el aire de novela clásica de detectives que posee la trama, al más puro estilo Agatha Christie y que, a medida que avanza la investigación, se va convirtiendo en una historia más actual, con asesino en serie incluido. Un argumento escabroso, salpicado de datos inquietantes, como el pasado nazi de algunos miembros de la familia Vanger, que conducen la historia por un camino retorcido en el que no sabemos qué podrá aparecer detrás de cada curva.
Larsson era un gran amante del género policíaco: He leído historias de detectives toda mi vida. (…)Hice una lista de las cinco mejores novelas negras hasta entonces. Entre las que destaqué estaban Sara Paretsky, Val McDermid, Elizabeth George, Minette Walters. Casi todos los escritores de novela negra que he encontrado destacables son, por extraño que parezca, escritoras. Sé qué tipo de cosas me han sacado de mis casillas en historias de detectives. A menudo tienen que ver con una o dos personas, pero no suelen describir la sociedad que las rodea.
Larsson estaba muy concienciado en contra de la violencia de género y la marginación de la mujer. También le preocupaban los grupos extremistas, sobre los que investigó profundamente. Se dice que era un hombre que pasaba dieciséis horas delante del ordenador. Fumaba unos tres paquetes de tabaco diarios, bebía mucho café, se alimentaba de comida basura, no hacía ejercicio, escribía por las noches y dormía apenas cuatro horas diarias.
Ante este fenómeno, uno es testigo de la campaña mediática en torno a la aparición del tercer volumen de la serie, y no puede evitar pensar que debe ser un poco raro por no participar de esa desesperada voracidad. Nunca he sentido la necesidad de hacer cola ante las puertas de una librería para adquirir un libro en el momento exacto de su puesta en circulación. Ni Harry Potter, ni las novelas de Mankell, ni este Millenium. Parece que el aspecto consumista que rodea al asunto poco tiene que ver con el asunto literario, lo cual pronto es utilizado para descalificar los libros, tildarlos de literatura de consumo, acusarlos de baja calidad estilística, etc. No estoy de acuerdo con esa asociación de ideas. Así que, pese a todo, insisto en que me han entrado ganas de leer a Larsson.
Por otra parte, todo esto me ha llevado a descubrir al interesante autor de las ilustraciones de la edición española de los libros: Gino Rubert (México, 1969).