Pienso en todo esto ahora que acaba de morirse Bobby Fischer, sin duda el más grande jugador de ajedrez de la historia. Fischer era innovador, original, revolucionario… un artista del tablero. Y un excéntrico, como tantos jugadores de ajedrez.
La historia del ajedrez está llena de datos curiosos. El número de jugadas posible en una partida corriente de ajedrez es aproximadamente la cifra representada por el número 1 seguido de cincuenta ceros. Sólo en las cuatro primeras jugadas, las opciones pasan de trescientos mil millones. Los virtuosos del ajedrez tienen que tener una buena memoria que han de llenar de jugadas y contrajugadas.
De acuerdo con las pruebas realizadas en la Universidad de Temple, la tensión física de los participantes en torneos de ajedrez, medida por las pulsaciones, la temperatura de la piel y otros indicios, equivale a diez asaltos de boxeo o a cinco sets de tenis.
Desde la época de Felipe II, en la que el mejor jugador del mundo fue el clérigo español Ruy López de Segura (inventor de la apertura española), ha habido en todo momento jugadores que han sido los más destacados de su tiempo.
Fue el gran maestro alemán Wilhelm Steinitz quien, tras batir a los mejores ganadores de finales del siglo pasado, tuvo la feliz idea de crear el titulo de campeón mundial, que él mismo conservó durante el largo periodo de 1866 a 1894, todo un récord. Steinitz afirmaba hallarse en contacto directo con Dios, a quien podía derrotar al ajedrez, aún dándole ventaja. Sostenía igualmente que podía telefonear sin necesidad de teléfono y que podía desprender electricidad. Steinitz acabó siendo recluido en un manicomio.
Paul Morphy, el gran jugador norteamericano. Estaba obsesionado con la creencia de que alguien trataba de robarle la ropa. Otros jugadores famosos, en cambio, no han dudado en quitarse la ropa en lugares tan poco indicados como el vestíbulo de un hotel, un salón de actos o el segundo piso de un autobús en Nueva York, como hizo Carlos Torres, el prodigioso ajedrecista mexicano que, por cierto, era tan aficionado a los helados de piña que podía tomar hasta quince al día. Los gustos de Fischer en materia de comida iban desde el pescado crudo hasta los enormes bistecs que regaba con zumos de frutas.
En las postrimerías del siglo XIX se instituyó la regla de que cada jugador dispusiese sólo de dos horas y media para hacer cuarenta jugadas. Lo mucho que hacía falta esta regla quedó de manifiesto en una partida entre Paul Morphy y el maestro ajedrecista Paulsen, cuando ambos jugadores permanecieron inmóviles, uno frente al otro, durante once horas. Morphy, por fin, interrogó con la mirada a Paulsen, lo que hizo a éste exclamar: "Ah, ¿me toca a mí?"
La toma de contacto de Bronstein con una partida era como entrar en un trance. A menudo no hacía la primera jugada durante un largo rato y los espectadores se veían obligados a mirar a la pizarra indicadora preguntándose si quizá la partida no había empezado aún. En una partida contra Boleslavsky, se quedó mirando las dos filas inmóviles de piezas durante cincuenta minutos. Finalmente, pareció recordar dónde estaba y empezó a jugar.
Mientras esperan a que su oponente juegue, algunos ajedrecistas se levantan a estirar las piernas y a charlar con sus amigos, para relajarse. Mihail Tahl hacía perder los nervios a sus adversarios con su continuo caminar alrededor de la mesa y sus paradas a las espaldas de aquellos. En cierta ocasión, cuando jugaba con Tahl, Benkö se puso gafas oscuras para demostrar simbólicamente que no quería ver a su adversario. A Tahl le gustaba el humor (en la Universidad escribió una tesis sobre la sátira) y él también se puso gafas oscuras de una forma grotesca. Tahl fue un jugador espectacular cuya característica más destacada residía en sus sorprendentes sacrificios, fruto de una inusual brillantez combativa.
Un ejemplo de dedicación lo constituye Alekhine quien, el día de su muerte fue encontrado sentado en el sillón de su habitación, en un hotel de Estoril, con los brazos colgando y con su cabeza descansando sobre el pecho. Parecía estar escuchando atentamente las notas de algún violín. Las cortinas estaban desplegadas y la luz eléctrica encendida, pese a que era de día. En la mesa había unos platos y junto a ella un tablero de ajedrez con sus piezas sobre el soporte para las maletas. Se cuenta que Alekhine era tan apasionado que incluso llegó a lanzar su rey por los aires hasta el otro extremo de la sala, al perder alguna partida. También era famosa su afición a la bebida.
Bobby Fischer hizo más por el ajedrez que todos los campeones del mundo juntos, pues logró que el juego se popularizase de forma jamás soñada. Incluso hubo un momento en que, cuando la multitud le solicitaba autógrafos, sacaba un aparatito del bolsillo y se ponía a sellar cuanto papel o fotografía le ponían delante. “Es fantástico –decía-, me lo compré en Alemania”. Durante el famoso match con Spassky en 1972, celebrado en Reykjavik (Islandia) acaparó la atención de la prensa mundial y del gran público. En todo el mundo se vendieron más libros de ajedrez en un mes que en otras ocasiones durante un año, y en la mayor parte de las ciudades se agotaron. Fue en este merecidamente llamado el “match del siglo” donde por primera y última vez en la historia de los campeonatos de ajedrez, un aspirante pierde una partida por incomparecencia. Y aún así, se hizo con el titulo. Fischer no apareció en todo el día como protesta por la presencia de las cámaras de televisión. Se quedó encerrado con llave en su habitación con la clavija del teléfono desconectada.
Después de aquello, se jugaron algunos campeonatos sin límite de partidas, pero tras la excesiva duración que tuvo el encuentro Karpov-Kasparov en 1984, que incluso fue suspendido por el presidente de la FIDE, Campomanes, porque temió por la salud de los protagonistas después de 48 partidas, sin que alguno lograra las seis victorias requeridas para vencer, se decidió volver al match de 24 partidas. El 9 de Septiembre de 1985, Garri Kasparov conquistó el titulo mundial de ajedrez, al batir a Anatoli Karpov, que lo ostentaba desde 1975.
Actualmente, la situación en el ajedrez es más caótica que nunca. Los campeones se suceden con rapidez. En 1993, Kasparov crea un organismo paralelo a la FIDE, por lo que se ha llegado a dar el caso de que coexistan más de un campeón del mundo. Esto no es nada beneficioso para el ajedrez, por lo que se está volviendo a un sistema unificado.
El actual campeón del mundo es el hindú Vishwanathan Anand, al vencer en el torneo que se celebró en septiembre de 2007 en México DF. En Octubre de 2008 defenderá dicho titulo enfrentándose con el ruso Vladimir Kramnik en Bonn (Alemania).
Fischer fue un personaje de una inteligencia excepcional. Un hombre de gran carisma, lleno de manías y excentricidades, de salidas de tono, de opiniones provocadoras y políticamente incorrectas. Un genio desgarbado capaz de hacer arte en el ajedrez. Una de sus propuestas era terminar con la teoría de las aperturas, que estaban en su opinión demasiado analizadas, y comenzar la partida sorteando la colocación de las fichas de la primera fila. Fischer ha sido sin duda uno de los personajes más importantes del siglo pasado. Su genio y personalidad han mantenido su nombre en la mente de todos. Spassky dijo de él: "Fischer siempre me ha producido una particular impresión por la integridad de su naturaleza. Tanto en el ajedrez como en la vida".
A la pregunta ¿qué es el ajedrez? Fischer respondió en cierta ocasión: “El ajedrez es la vida”. Y, desde luego, no consagró sus días a otra cosa. Fisher fue un ser excepcional, un campeón del mundo que murió imbatido, pues el titulo no lo perdió en 1975 ante Karpov por derrota sino por incomparecencia, con la excusa de que no se atendían sus múltiples demandas.
Tras veinte años de retiro voluntario, Fischer accedió a jugar la revancha contra Spassky, en Yugoslavia, infligiendo así la ley del embargo que pesaba sobre dicho país y por lo cual fue perseguido por el gobierno estadounidense. Tras sus constantes exigencias, que a punto estuvieron de volver loco al gobierno yugoslavo, entre las que se incluía la de levantar todos los retretes tres centímetros del suelo para su mayor comodidad, se celebró el match que finalizó con una nueva victoria de Fischer.
Los últimos años de su vida los pasó en Islandia. Allí le habían dado asilo político, lo que le permitió salir de Japón, donde había sido encarcelado por la orden de extradición de EE.UU. que pesaba sobre él. Vivió recluido, solitario, rehuyendo a la prensa.
Murió, como ya se ha dicho en tantos sitios, a los 64 años, tantos como casillas tiene un tablero de ajedrez.
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