Un libro sobre la pérdida, sobre el dolor. Una disección quirúrgica del sentimiento de la ausencia, del vacío absoluto y la fragilidad.
El pensamiento mágico es característico de los niños le dijo Joan Didion a Eduardo Lago en una entrevista (El País, 2 de Septiembre de 2006).
Cuando una pareja se divorcia es frecuente que los hijos se sientan culpables; tienden a creer que la causa de la separación es su mal comportamiento. Los ritos propiciatorios que buscan provocar la lluvia son un ejemplo muy característico de pensamiento mágico entre adultos. Cuando perdí a mi marido me aferré al pensamiento mágico con una intensidad que después me causó asombro. Me negaba a tirar sus zapatos porque estaba convencida de que si los conservaba, John volvería a por ellos.
El 30 de Diciembre de 2003, Joan y su marido, el también escritor John Gregory Dunne, regresaron del hospital en el que se encontraba ingresada su hija por lo que en un principio parecía un caso de gripe invernal. Decidieron cenar en casa. Hablaron de que no se deben mezclar los whiskeys y de la Primera Guerra Mundial. Y de pronto, él dejó de hablar y se desplomó. Estaba muerto. La vida cambia en un instante.
Una experiencia así te golpea con fuerza y te deja noqueado. No es fácil asimilar una muerte, y menos una muerte repentina. Uno se queda como envuelto en una nube, como fuera de su cuerpo, flotando, el mundo sigue marchando, pero muy lentamente, todo se produce de pronto a cámara lenta. El cuerpo se vuelve pesado, el entorno se distorsiona. Y Joan Didion comienza a moverse como un autómata, haciendo con diligencia lo que tiene que hacer. Llama a la ambulancia. Va al hospital. Da su consentimiento para la autopsia. Recoge sus pertenencias. Entra en una especie de shock en el que únicamente piensa en las cosas que tiene que hacer.
La escritura de este libro es una catarsis. Ella busca una explicación. Busca también un desahogo. Revive una y otra vez los acontecimientos, la secuencia de los hechos, acumula datos, horas, detalles, volviendo a los mismos momentos. Joan Didion nos habla de la muerte, del impacto que produce en nosotros la desaparición de un ser querido, del periodo de duelo, de los misterios que envuelven nuestros pensamientos, nuestras creencias.
En épocas difíciles, me habían enseñado desde niña, lee, aprende, prepárate, recurre a la literatura. La información es control.
Nos habla pues de sus lecturas. Ocupan una parte importante de la narración. "Una pena en observación", de C. S. Lewis, el pasaje de "La montaña mágica", de Thomas Mann, en el que habla del efecto que la muerte de su esposa produce en el personaje Hermann Castorp, "Blues del funeral", de W. H. Auden; guías de autoayuda,
algunas prácticas, otras inspiradas, la mayoría, inútiles; literatura profesional como los artículos recopilados en "Bereavement: Reactions, Consequences and Care", en el que se dice, por ejemplo, que
los supervivientes pueden experimentar la sensación subjetiva de estar dentro de una cápsula o envuelos en una manta; un estudio de Harvard sobre el "Duelo en la infancia", el libro "Funerales", de Emily Post, que
guía al lector desde el momento en que la muerte se produce (...) hasta las instrucciones de cómo deben sentarse los asistentes al funeral; o "Historia de la muerte en Occidente: desde la Edad Media hasta nuestros días", que reúne una serie de conferencias de Philippe Ariès. También los libros la ayudan a afrontar la enfermedad de su hija, a moverse por el hospital y a tomar una postura activa, especialmente "Intensive Care: A Doctor’s Journal", de John F. Murray,
un médico que había sido jefe la unidad de Neumología y Cuidados Intensivos, en el Hospital de la Universidad de California, en San Francisco, y que describe el día a día, a lo largo de cuatro semanas, de una UCI.
Todo trata de ser racionalizado, desmenuzado, comprendido, asimilado, intenta reconstruir todos los detalles y recordar lo que había ocurrido un día determinado, un año antes. También los recuerdos del pasado están presentes. El lector se da cuenta de que está asistiendo a la exposición de la vulnerabilidad de una persona, a su intimidad más dolorosa.
El protagonista de este libro es el pensamiento. La mente de la autora, descarnada y sincera. El pensamiento como refugio, pero también como fuente de dolor al recordarnos momentos felices que ya no volverán. El pensamiento irracional que confía en que la situación es reversible. El pensamiento analítico, que intenta estudiar con frialdad los hechos, los datos. El pensamiento humano, que nos sobrecoge ante una imagen, como cuando recuerda a su hija a los tres años o el día de su boda con John, o los recuerdos asociados a los años en que la familia había residido en Los Ángeles.
Sobrecoge la sinceridad del libro. Joan Didion expone sus sentimientos, su intimidad. Nos los pone delante de la cara en un acto particular de exorcizar el dolor. Asistimos a su manera de afrontar el duelo. No oculta nada, se hace preguntas y enuncia todas las dudas que su situación le provoca. ¿Era yo la «viuda media»? se pregunta ante un artículo que afirma que el viudo medio tarda varios años tras la muerte del cónyuge en recuperar su anterior nivel de satisfacción vital. Y se pregunta también: ¿Cuál había sido realmente mi «anterior nivel de satisfacción vital»?
El tema de la muerte. No solemos pensar en ella, pese a que somos conscientes de que ha de llegar el momento en que abandonemos el mundo, en que lo abandonen nuestros seres queridos. ¿Qué ocurre entonces? ¿Puede llegar a comprenderse algo así? John y yo estuvimos casados cuerenta años, nos cuenta Joan Didion. Estábamos juntos veinticuatro horas al día (...). No podría contar las veces que, a lo largo de un día normal, se me ocurría algo que necesitaba decirle. Pero de pronto todo cambia. Queda sola y ha de acostumbrarse a ello, asumirlo. Y nosotros la acompañamos en ese camino. Nos cuenta que tiene pensamientos irracionales, que ella sabe que son irracionales, pero que le proporcionan alivio, como cuando ante la muerte de una amiga piensa que se encontrará con John y podrán cenar juntos y charlar y reír.
El estilo de Didion es sencillo, claro y, sobre todo, eficaz. Se centra en lo que quiere contar y no se recrea en el sentimentalismo, lo cual no quiere decir que el libro no sea profundamente doloroso, su lectura se clava en el pecho del lector. Joan Didion te coge el corazón y te lo aprieta. Toca nuestros terrores más profundos y nos vuelve vulnerables.
El libro termina al llegar el aniversario de la muerte. Un año. A partir de ahí, los recuerdos del mismo día del año anterior ya no tendrán a John. Los últimos capítulos son una despedida. También sé que si hemos de continuar viviendo llega un momento en que debemos abandonar a los muertos, dejarlos marchar, mantenerlos muertos.
Por la solapa del libro nos enteramos de algo que ha quedado fuera del texto. Quintana, la hija de Joan y John, murió el 26 de Agosto de 2005, a los 39 años de edad.