31 diciembre 2007

Les cinq diamants.





Acaba el año y aún huele a París:

gato muerto, viajero atropellado

y calles

y vino

y ojos silenciosos que no vuelven.

24 diciembre 2007

Borracha.


Que siga girando el mundo.
Que siga girando mi cabeza.
Que siga latiendo tu imagen
en mi corazón de lambrusco.
Mañana me voy a París.

15 diciembre 2007

Cantar de los cantares.





Yo os conjuro, oh doncellas de Jerusalén, si halláis a mi amado,
Que le hagáis saber que estoy enferma de amor.

-Cantar de los cantares-

11 diciembre 2007

Mi casa.


He leído un poema que escribí con catorce años de edad, y que los editores de La bolsa de pipas han antologado en La Casa del Poeta. Debo estar enferma o ser muy despistada ya que no tengo ningún recuerdo de cuando escribí aquello, en qué momento me lo pidieron o por qué se lo envié. Tengo el libro en mis manos desde ayer, y una mezcla de alegría y decepción me recorren el cuerpo. Siento gran felicidad por encontrarme en esas páginas, tan cerca de poetas que admiro; por compartir un mismo papel ahuesado y el olor a nuevo que nos envuelve. Después sentí vergüenza y quisiera no haberlo publicado. Se trata de un poema sangriento, uno más entre todos los que decidí borrar de los archivos. Pero ahora está aquí de nuevo, puedo detenerme a analizarlo, fruncir el ceño si el primer verso no me gusta y descubrir con gran tristeza que La Casa del Poeta en donde vivo no ha cambiado en tanto tiempo. Llevo cuatro años hablando de lo mismo: Sangre, Espejo, Entraña, Fantasma. Palabras que repito una y otra vez y encuentro en esta antología, con el poema Arquitectura efímera, no hablando más que de cenizas, casi como una premonición de lo que más tarde me obsesionaría. Me pregunto qué va a ser de mí ahora. Por qué perseguir la esencia y nunca encontrar la forma. La vida ha cambiado desde hace muy poco, la pausa azul de la estancia en Niza sólo ayudó a proclamar el rojo como color predilecto. El resultado es un violeta oscuro.
Mi casa es vuestra casa. La Casa del Poeta es la de Satán. La del Celeste que nos vigila, aquella que nos atrapa. Por ello celebro el libro, y doy las gracias a Román Piña y Antonio Manilla. Ellos son porteros de una comunidad de vecinos, en el bello y gigantesco portal de la poesía.