14 septiembre 2014

He empezado a olvidar.

Dime que nunca olvidaré cómo era mi papá, ni cómo era mi mamá, ni como eran las heridas del gato que tanto amo. Dime que nunca olvidaré como eran estas tardes de domingo comiendo palomitas de colores o quemándonos la lengua con la sal espesa de las pipas. También he empezado a olvidar ciertas cosas. Ciertos gestos asociados a, no sé. Ciertos gestos asociados a la muerte. Primero tú y luego tú, primero esta lengua áspera y quemada y luego tú. Hablo un rato con Nera, me dice que aquí ya no hablo de libros. No sé. Últimamente digo mucho que no sé. Que no sé nosésésésésé. Me duelen las piernas de hacer bicicleta y juro que volveré a pesar 56 kilos como cuando comíamos cristales o como cuando vivíamos en Madrid y éramos pequeños. No sé. Dime que nunca olvidaré cómo eran las manos de papá escribiendo con su bolígrafo rojo lleno de sangre gramatical. Dime que nunca olvidaré cómo era mi mamá cambiándome las sábanas cuando tenía fiebre. Dime que nunca olvidaré cómo era el sexo de Él, haciéndome las heridas que tanto amo. Dime que nunca olvidaré a las personas que quiero, a papá, a mamá, a él, a los gatos, a la muerte, a las sábanas nuevas, a mis faltas de ortografía, a los kilos que hemos ganado comiendo golosinas, al hijo que no he tenido, al perfume de jazmín. Dime que no es tan difícil poner una semilla. Dime que tu corazón estalla, que la poesía es un animal crucificado, que el color de los domingos es algo tan estúpido que nunca jamás se olvida. 

11 septiembre 2014

A los diez años imaginé mi muerte... y otras historias veraniegas.

Con motivo del aniversario del 11-S he recuperado el cuaderno que escribí a los diez años, durante el verano de 2001. En él hay dibujos, y también pensamientos un poco extraños. En él me quejo de que mi padre no me deja ver la tele, cuento que mi madre tiene una revista de poesía y celebro muy efusivamente que mi abuela me ha llevado a Terra Mítica. Pero entre todas esas cosas, he encontrado una especie de cuento que me ha llamado mucho la atención. En él relato mi muerte. La muerte más bella, me atreví a decir... ¿Pero en qué estaría pensando para escribir algo tan triste? Han pasado trece años de eso. Dentro de dos meses cumpliré 24. He conocido la muerte, y ya no creo que sea bella. Cómo me gustaría, aunque fuera por unos minutos, volver a ser esa Luna tonta y diminuta. 






08 septiembre 2014

No hay más.

Aleksandra Waliszewska

no hay más que 
decir; matamos
más de lo que creemos
más de lo que sabemos
más de lo que sentimos;
no hay más que 
decir; odiamos;
no hay más
Inger Christensen

07 septiembre 2014

Has olvidado que vas a...


(Inger Christensen)

Aunque esconda la palabra, la palabra seguirá estando. Aunque queme la palabra. Aunque la ahogue para siempre seguirá para siempre existirá. Soy una mala persona sin un hijo sin una moneda sin un lugar. Miro las antiguas conversaciones de WhatsApp con mamá le digo cuánto deseo ciertas cosas le digo cuánto me deseo y no entiendo sus quejas ay qué dolor me dice cuánto dolor. Aunque esconda la palabra otros vienen, otros la traen. Aunque queme la palabra, el fuego no se combate con fuego ni el gato se combate con gato ni la piel se combate con piel y siempre seguirá. La palabra. La idea. La certeza de que es domingo, existirá.

06 septiembre 2014

Puedo gastar todas mis vidas de Candy Crush hasta sentir al fin que he muerto. Que he muerto en el mundo mágico de los caramelos.


TENÍAS PURPURINA EN LOS DEDOS

Puedo abrazar al viejo frigorífico antes de que se lo lleven.
Puedo escribir que tenías purpurina en los dedos y que la purpurina que arde huele a cuento de hadas.
Puedo morder la cola al gato.
Puedo morder la barbilla a mi marido, porque es mío, porque es mío y sabe a fruta.
Puedo llorar y decir que lloro, y no sentir vergüenza de mis pómulos rosados.
Puedo ser cursi.
Puedo bailar desnuda con las ventanas abiertas.
Puedo pintarme las uñas cada una de un color.
Puedo limpiar la casa sólo una vez a la semana.
Puedo negarme a leer las noticias.
Puedo negarme a escuchar los aviones.
Puedo negarme a alimentar a los mosquitos con mi sangre espesa, llena de babas.
Puedo inventar una canción de cuna para los niños sordos, sólo hace falta voz, sólo hace falta un cuello alargado en el que podamos retumbar.
Puedo decir que estamos asustados.
Puedo decir que el hambre es un invento de nuestros dientes para no sentirse tan solos.
Puedo escribir mil veces la palabra cáncer, porque el cáncer se reproduce mil veces. Es un asesino incesante, y yo también soy una asesina incesante, y juro que me voy a vengar.
Puedo soñar que beso a un poeta inventado.
Puedo soñar que soy una gota de lluvia ácida.
Puedo gastar todas mis vidas de Candy Crush hasta sentir al fin que he muerto. Que he muerto en el mundo mágico de los caramelos.
Puedo dejar el gas abierto.
Puedo encender todas las velas.
Puedo tentar a las catástrofes domésticas, o cortarme un dedo, o cortarme un pezón, o cortarme un cabello y después comerme todos mis restos.
Puedo querer un bebé.
Puedo desear un bebé.
Puedo amar la estúpida y entrañable idea de ansiar un bebé con todas mis entrañas.
Puedo hacer el amor conmigo misma.
Puedo preñarme con amor a mí misma.
Puedo decir yo, yo, yo, yo, yo, yo y yo, y sin embargo estar aquí sola.
Puedo respirar bajo el agua.
Puedo entretenerme con cualquier mosca.
Puedo coleccionar fotografías de mi madre y pegar su rostro pálido en las alas de una paloma.
Puedo volar.
Puedo volar.
Puedo prender fuego a todo cuando me plazca.
El aire aquí huele a polvo de hadas.
Ya no hay purpurina.
Ya no hay destellos.
Abrazo a la nevera vieja.
Ya no queda cuerpo.



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Algo que salió esta semana en The Buenos Aires Review (gracias por incluirme en este nuevo número, muchas muchas gracias), pero que escribí hace un mes, cuando decidimos que ya era hora de cambiar de frigorífico, porque hacía mucho ruido.