“La fiesta creciente”
Prólogo a Los reyes
subterráneos. Veinte poetas jóvenes de México (La Bella Varsovia, 2015)
Por Elena Medel y Luna
Miguel
E: ¿Cuál es el motor de
esta antología? ¿En qué punto se origina y cuál es nuestro interés hacia la
poesía mexicana? Como lectora, en mi caso existe un interés previo y anárquico,
que me llega por la lectura de Contemporáneos gracias a la antología de Blanca
Estela Domínguez Sosa (DVD, 2001), ahondando después en la completa de Xavier
Villaurrutia, que editó Hiperión en 2006. En paralelo leí a Octavio Paz o
Rosario Castellanos, y a poetas más recientes como José Eugenio Sánchez.
De ahí, dos certezas: la
diversidad de la poesía mexicana y su recepción de hasta anteayer en España,
dependiente siempre de la publicación aquí, ante la falta de distribución. Esto
cambia por completo con esta generación, porque editar aquí amplía la difusión
de su obra —ocurre con Gerardo Grande y David Meza—, pero no la determina.
Con respecto al
conocimiento más directo, en 2009 viajé a México para participar en el
encuentro “El Vértigo de los Aires”. De allí regresé con dos descubrimientos:
la inmensidad de la poesía chilena (Hernández Montecinos, Ilabaca, Norambuena,
Ramírez) y el discurso de Yaxkin Melchy. Me fascinó su capacidad para releer la
ancha tradición latinoamericana y tejerla con sus propias coordenadas
culturales. Yaxkin está en el origen de esta antología.
L: En mi caso todo nace al
revés. Como suele pasar con mis lecturas, soy un desastre descubriendo
literatura. Si hace cinco o seis años me hubieras preguntado qué me gusta de la
literatura mexicana no habría podido decirte mucho. Apenas había leído a Paz,
seguramente por influencia de la biblioteca de mi padre, en donde yo curioseaba
sin conocer muy bien aquello a lo que accedía.
Me resulta también curioso
que menciones la poesía chilena, porque si yo accedí más tarde a México fue
gracias a Roberto Bolaño. Los detectives salvajes es la obra
que me presentó a un país que en la ficción resultaba asombroso. Con el tiempo
me daría cuenta de que todo aquello que Bolaño contaba era más que real.
Por eso mi proceso fue al
revés, creo. Por eso y por las casualidades. Cuando en 2010 abrí el blog de Tenían
veinte años y estaban locos —que luego dio pie a nuestra antología de
jóvenes españoles en La Bella Varsovia—, un montón de chicos jovencísimos de
muchas partes del mundo empezaron a mandarme sus colaboraciones. Entre ellos se
encontraron Yaxkin, David y Gerardo.
Todos estos chicos venían
de La red de los poetas salvajes, cuya conexión con Bolaño no era
casualidad. Fue entonces cuando comencé a leer a los más jóvenes, y gracias a
los más jóvenes conocí a sus referentes, y gracias a sus referentes pude
acceder a nombres clásicos de su literatura, en lo que, como te decía, ha sido
un proceso contrario. Pero me siento bien, la verdad, porque poco a poco creo
que he conocido la literatura mexicana como mejor he podido hacerlo: a través
de quienes más la aprecian. Ahora no sé qué haría sin Abigael Bohórquez, Mario
Santiago Papasquiaro o Cristina Rivera Garza.
E: Varios nexos,
entonces... El papel de estos nuevos poetas como bisagra con respecto a las
generaciones que le preceden —en tu caso, después de leerles; en el mío,
antes—, el reflejo de esa diversidad y riqueza constantes de la poesía
mexicana, y el cambio en la recepción de los textos desde España. Si antes lo
que no se publicaba aquí no existía aquí, pese a que en este caso no hay
barrera idiomática, ahora recurrimos a internet. La cuestión es “dar con
ellos”.
De la antología me
interesan varios aspectos en cuanto a su armazón. El primero, claro, que hemos
accedido a la obra de casi todos los poetas gracias a la red. Leerles en
revistas digitales como Órfico o Círculo de Poesía ha
sido la vía de entrada; no tanto el blog personal o las redes sociales, que
“añadían” a los nombres que nos habían llamado la atención. La selección del
editor de una revista continúa siendo imprescindible.
El otro es la voluntad de
reflejar las muchas voces de la poesía mexicana. No entendemos a algunos
autores sin esa mirada a sus propios precedentes mexicanos, otros saltan las
fronteras y atienden a la influencia de la poesía en su idioma; pienso en el
peso de Huidobro o Di Giorgio, tan diferentes y arraigados en la explosión del
lenguaje. Otros se vinculan a las figuras contemporáneas estadounidenses de la
Alt Lit...
L: Exacto, esa es una de
las cosas más brutales que encuentro en México y que creo que hemos tratado de
reflejar en este libro: la diversidad. Cuando miro el panorama joven español,
por ejemplo, encuentro muchas maneras de hacer, sin embargo, creo que en México
esos estilos son más extremos. Aquí leemos a poetas torrenciales, herederos de
Zurita (Omar Jasso); muy pop (Jesús Carmona-Robles, Jehú Coronado López, Xel-Ha
López); relacionados con la Alt Lit (Martín Rangel, Augusto Sonrics), cuyas
lecturas de Tao Lin o Mira Gonzalez han sido muy importantes. Los hay más
líricos, más surrealistas, más cercanos a una Alejandra Pizarnik... Todos
conviven, y defienden sus literaturas con fuerza, sin desmerecer a sus compañeros.
Eso me parece esencial a la hora de trabajar: hacerlo al máximo, y respetando a
los que te rodean.
Estuve en México unos años
después que tú, en 2014. Fui a Guadalajara y organizamos una pequeña lectura
con poetas muy distintos entre sí. El diálogo del que hablas surgió desde el
primer minuto, pero no solo entre ellos, sino también con el público. Los había
más clásicos, los había fanáticos del spoken word, los había con un
lenguaje muy propio de internet y los había que preferían el humor, el monólogo
casi cómico, pero poético. La conexión y el diálogo existió. El público, en su
mayoría gente joven o relacionada con la FIL, aplaudió efusivamente con los
buenos poemas. No por los estilos ni porque uno fuera más famoso que otro, y ni
siquiera porque unos tuvieran libros publicados y otros no. El aplauso vino por
la calidad del poema, y eso me parece brutal porque creo que lo que me ha
enseñado México es a leer. A leer de verdad, más allá de las formas o los
estilos. En Los reyes subterráneos prima el trabajo. Admiro a
mis colegas mexicanos porque a pesar de sus gustos especiales saben ver qué
merece la pena del otro. En la lectura de Guadalajara, cada poeta leyó a un
compañero, y resultó increíble ver cómo David Meza elegía un poema de Ana
Carrete sin que sus estilos sean en nada parecidos. Otra cosa que me llamó la
atención en el directo y que creo que hemos respetado en este libro es su
carácter político. Si estos poetas impresionan es porque están conectados a la
tierra, a la sangre, a la muerte y a la vida, de la manera más pura.
Por otra parte, entiendo
el estado de la poesía mexicana como síntoma de lo que está pasando en la
América de habla hispana, y de la fuerte unión que están experimentando autores
de todo el mundo hispano, así como del ruido que están haciendo fuera de las
fronteras de nuestro idioma.
E: Hay otra clave: la
lectura. Ante la poesía de Pablo Piceno imagino las lecturas que sustentan cada
poema: las de poetas eruditos, intelectuales, a los que él insufla vida. O ante
la de Irma Torregrosa, que enlaza con la poesía doliente de autoras como
Pizarnik, Idea Vilariño o la propia Di Giorgio. Tirando de Torregrosa, una
divergencia con respecto a generaciones anteriores es —creo— la presencia de
mujeres. En las lecturas para esta antología me fascinaban sus discursos, que
discurren en paralelo y a distancia de los de los hombres: si bien ellos, salvo
alguna excepción, tienen bastantes puntos en común —de estilo, de discurso, de
referencias—, no sé qué une a Diana Garza Islas y a Daniela Rey Serrata, o a
Andrea Alzati y a Frida Librado, más allá de escribir en el mismo tiempo y en
el mismo espacio.
L: Tienes razón. Cuando
leí a Clyo Mendoza o a Xel-Ha López por primera vez pensé, ¿de qué mundos
vienen? ¿Cómo es posible que escriban desde lugares tan distintos? Aquí vuelve
a entrar lo político. Pienso en una gran poeta mexicana, Sara Uribe, solo un
poco mayor que estas autoras. Tiene un estilo desgarrador y profundamente
femenino, que no le impide ser crítica con su sociedad, y mostrarla —quizá— de
la manera más salvaje que existe. Su libro Antígona González es
una de las mejores representaciones del miedo y la rabia en México que yo haya
podido leer.
En este sentido, la poesía
de Aleida Belem Salazar o Dante Tercero guarda una única cosa en común, a la
que ya me he referido antes: la cercanía a la realidad, a la tierra, y a la
sangre, aunque sus maneras de conformar un poema luego sean radicalmente
distintas. Algunas más felices, otras más enfermas, otras más torrenciales y
otras muy concisas.
E: Y ahí entramos en la
expansión de lo político... Lo político asumido, que no entendido sin más —es
decir, madurado e insertado con naturalidad—, como en España estamos empezando
a intuir: en el discurso propio. La poesía política de estos autores, su voluntad
de intervención, abarca más allá del discurso sequísimo que en España
identificamos como social.
L: Exacto. Porque a pesar
de ser un país ausente de tantas libertades, a la hora de escribir sus jóvenes
autores sí que son libres, alejándose de todo miedo, de toda pose.
E: A mí estos poetas me
muestran la libertad de sus decisiones: al escribir, al leer a otros... Podría
ser una de las aportaciones de esta antología: revelar esa escritura sin
prejuicios.
L: Cuando propusiste Los
reyes subterráneos —un verso de Yaxkin Melchy— como posible título,
pensé en esa libertad; en esa capacidad de ser únicos, de decir lo que quieren
y de luchar con ello desde el interior de la tierra, para luego conquistarla.
En los últimos años se han publicado en México un buen número de antologías,
revistas y fanzines que recogen el trabajo de estos autores: desde la ya
mencionada revista Órfico a Radiador Magazine o Tierra
Adentro, hasta libros como Poetas parricidas. Generación entre
siglos (Cuadrivio, 2014) o Astronave: panorámica de poesía
mexicana 1985-1993 (UANL-UNAM, 2015) han sido una muestra de este
delirio, de esta enorme fiesta creciente. Poner orden siempre es complicado, y
más cuando hay tanto material donde seleccionar y tantas propuestas distintas.
Sin embargo veo necesario tener a Esther M. García y su reivindicación
feminista muy cerca de Ricardo Limassol, y sus pequeños episodios humorísticos
y dramáticos con los que tanto marcó a quienes leyeron su libro Jóvenes
del futuro, les habla su capitán. Con este título de Limassol, y con Los
reyes subterráneos, siempre hay un carácter generacional. Por supuesto que
esto no es nada hecho a propósito, incluso Gerardo Grande o David Meza tienen
fantásticos poemas y manifiestos sobre su generación. Me pasa lo mismo con Esther
M. García, ¿no tiene Bitácora de mujeres extrañas algo que ver
con eso que decíamos de la imposibilidad de reunir a las autoras de esta
antología?
E: Esta antología parte de
una imposibilidad para alumbrar la posibilidad, entonces. No sé si lo habremos
conseguido...