La botella de vino blanco barato aún está en la mesa. No es que pretenda parecer Bukowski, ni mucho menos, no pretendo parecer una de esas imágenes que nos han hecho creer de él, ni una simple borracha en temporada de verano, ni una frívola, ni una mentirosa (qué te has creído, esto es ligth y sin alcohol, sin edulcorantes además, sin gluten, sin aspecto, vacío sur la table que diría Tarkos, le petit bidon vide, sin ser, insípido, insensible, incoloro, inadecuado, puta). Porque si hay lolitas más allá de los 15, también hay Bukowskis más allá de los 17. Prohibido (debería advertir Anagrama) este libro o está recomendado a mayores de 25. Porque si sigo viva, al cumplir 25 prometo releer La senda del perdedor, quizá uno de los mejores libros que haya pasado por mi cama, por mi mesilla de noche o estantería. Prometo leerlo y morderlo como hace años. Prometo deciros ¡Ey, Bukowski no era tan malo, no estaba tan borracho! ¡Ey, Bukowski también tenía su corazoncito, colegas! Pero a quién le importan los corazoncitos hoy. Si el vino está sobre la mesa. Si somos frívolos y cutres en después de la lectura. Si... -quiero una doble y unas patatas y aquí espero a Elisabeth Falomir para una de las entrevistas de Público, y aquí estoy pensativa o pensante, o incluso pensando en algo si es que pienso- Si la literatura a veces es Gossip Girl para nenas y todo el mundo dice y nadie sabe. Y todo el mundo cree y nadie piensa. Y yo escribo y no siento: maldita sea. Maldita sea, querida Naira Perdu (¡poeta y amiga de infancia!), quién me iba decir que después de tanto insultar y parodiar a Becquerón acabaría diciéndote lo mismo que él escribió y que tantísimo odiábamos: "cuando escribo no siento". Cuando escribo no siento cuando escribo no siento cuando escribo no escribo. Cuando bebo no siento. Cuando estoy triste. Cuando soy cursi. Cuando no entiendo. Blá. Etc. Púm.