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18.6.20

Nota, por Néstor Sánchez




La alusión no es del todo arbitraria: hace aproximadamente una decena de años, en la ciudad de Buenos Aires, un tal Roque Islam (poeta impublicable y desasosegado) necesitó poner el pecho a una especie de exhortación acaso un poco desconsiderada: ¿por qué motivo no escribía prosa?
   Casi sin lugar a dudas él debió experimentar algo bastante parecido a una provocación, a lo alusivo de por sí; entonces preguntó, a su vez, si se le estaba proponiendo que narrara (en los términos más o menos frecuentes), si se le estaba ofreciendo la alternativa de contar alguna historia, o suceso ajeno, o recoveco mnemónico.
   La respuesta no sólo resultó afirmativa sino que además contenía la intención de una posibilidad personal (es decir para él a su edad, de acuerdo con su obstinación sin atenuantes). Casi de inmediato Islam, fiel a cierto octosílabo recurrente, con esfumaturas, optó por ponerse de pie y salir a la calle. Todo esfuerzo por entrever lo que habrá pensado durante el trayecto hasta su casa, solo, a esas horas, resulta poco menos que impensable.
   Ahora, por una rara inclinación a lo inmediato, se presenta la oportunidad de contrapuntear a veinte narradores argentinos que por aquel entonces, en el peor de los casos, sólo llegarían a los veinticinco años de edad.
   De los innumerables lugares comunes de la supuesta crítica especializada rioplatense, entonces, convendría recurrir a tres que, a su modo, terminan de garantizar cierta tendencia a la proliferación y al auge: experiencia directa en lo narrativo que salta sobre la noción de poema (supuesta raíz de la lengua); confianza poco menos que inusitada por parte de las casas editoras; cierto costado de desenfado formal (sobre todo sintáctico) a partir de la segunda edición de Rayuela.
   Sin embargo, releyendo el material, surge casi de improviso un elemento categórico que pretendería enfrentarse a otro un poco más desvaído: por un lado permanencia inevitable del realismo sin atenuantes (o con sus propias esfumaturas y modorras); por el otro la irrupción del texto que querría negarse a ser cuento, o relato, o crónica.
   Y tal vez otro síntoma bastante identificable: casi la mitad de los autores renuncian a la “prosa de cámara” para empezar directamente con el aliento, con la novela o su parodia. En este sentido el material vale la pena porque muestra una transición y, al mismo tiempo, un cansancio, cierta confianza cuestionadora en relación con determinado criterio de realidad (y de palabra), más, al mismo tiempo, la sospecha de que el lenguaje escrito podría protagonizar una sospecha, como tal.
   Por otra parte: las ausencias inevitables pretenderían estar comentadas en algunas de las tendencias que se incluyen aquí.
   En el mejor de los casos la recopilación de veinte autores jóvenes (*) no “da” un solo autor, ni tampoco dos: ofrecería la medida de un conflicto, el titubeo inevitable y bienintencionado de las tendencias más la riqueza obvia de un “estado” semejante. También aparece, por algunos momentos, esa fatiga previa de la convención que tanto atormentara a Roque Islam.
   Caracas, 1970.
                                                                                                                   N.S.


(*) Por dos motivos (exceso de edad y/o divulgación suficiente) fueron excluidos: Manuel Puig, Daniel Moyano, Tomás Eloy Martínez, Juan José Hernández, Rodolfo Walsh y Juan José Saer.

Tomado de: 20 nuevos narradores argentinos. Antología preparada por Néstor Sánchez, Venezuela, Monte Avila Editores, 1970.-  


9.4.13

Sobre Sánchez de Baigorria, por Laura Estrin





Alexander Herzen en mitad de la tragedia que vivió y en el derrumbe de su esperanza en el ´48 francés escribió: 

Hombres de fe, hombres de amor, como se denomina en oposición a nosotros, hombres de la duda y de la negación; no saben lo que es arrancar de raíz las esperanzas alimentadas a lo largo de toda una vida; no conocen la enfermedad de la verdad..."


 Sobre Sánchez es un buen libro mezclado. La palabra goterío que vale todo un continente, una Siberia en las letras argentinas: Este es un libro de geografía pero también de vida, es decir, que se trata en él del tiempo: “El tiempo vuela. Y las moscas del tiempo también vuelan…” y ese juego pronto deja de serlo porque ¡¿quienes son moscas!? me lleva al epígrafe donde Zelarayán y Kant (¡!) piden piedad por las inútiles moscas, con ironía, que es otra piedad, una piedad dura, durísima, sin atenuantes, como con la que trató Sánchez.

 No es lo mismo querer ser que ser: hay gente que es. Sánchez. Uno se cansa de esperar a la gente para que sea, sentí-escribí una vez. Algunos hombres son sin proyecto. Vigilia eterna, sinceridad perpetua. Carne viva, ningún engaño sobre sí mismos ni sobre los demás-tristes-moscas… el punto de existencia debiera ser ese. También terriblemente porque “para sobrevivir, casi siempre uno necesita mentir”.

 "Cuánto cuesta un poema?": Sánchez fue un narrador que quiso narrar poesía. Su novela poemática. Todo lo contrario a lo que puedo llamar hombres de prosa o cómodos de letras, como los llamaba Nicolás Rosa. Porque todos hoy quieren ser novelistas: Sánchez quiso ser poeta.

 El libro de Baigorria está guiado por interrogantes. El registro es mezclado, a lo mejor eso lo hace buen libro. Querer seguir leyéndolo es la mejor garantía de que lo es.

 Baigorria ve los pesares de Sánchez: ser duro, pelearse por una afirmación del gusto. Baigorria dice en este libro lo que pone nerviosos a los hombres-de- prosa: Sánchez no hizo ficción ni buscó recursos ni procedimientos que se precisan cuando la vida no puede convertirse, ella misma, en materia estética, así lo dijo. Por eso es biográfico, sin miedo, y muy claro: “Sánchez debatía con todo el peso de sus músculos y su metro noventa de estatura contra el realismo literario, la escritura comercial, los vendidos al mercado”. Sánchez jugó todo. Siempre hay que leer con el pecho y medirse con todos los brazos. Esos autores se juegan la vida. La del cuerpo, otra no hay. Por eso Baigorria dice que para Sánchez la mentira es lo contrario de lo sagrado: una nueva sinceridad, una honestidad como ética propia: otro realismo o realismo extremo. Ahí la revelación de Gurdjieff, que siempre recordarían los que trataron a Sánchez, le hizo decir: “Si esto fuera realmente cierto merecería dedicarle la vida”.
 Y más: “Porque ´la nostalgia de escritura´ (quizá una forma de la repetición…), replica Sánchez, se vuelve insignificante frente a la dimensión de conocimiento que aparece al contar con un instrumento que ya no es el lenguaje sino la experiencia del cuerpo en vínculo con lo sagrado… La noción ´sagrado´ habría que revisarla, aparece plagada de prejuicios… Sagrado es todo aquello que me demuestra cabalmente, en la experiencia concreta, en la experiencia viviente, que no se puede mentir. Ahí está el credo: la experiencia no miente”.

 Y los pesares de Sánchez, su vida entera, están bien agarrados cuando Baigorria anota: “Seguro, está en la lista negra de los que rechazaron en forma literal al mundo. Sin otra operación más que sobre su propia carne. Mostrando la herida, como un santo. Se dirá: ´silencio literario´”. Pero la literatura se juega en la vida, entonces, el silencio es la muerte.

Sánchez sabía que la vida era escritura en presente, así entiendo cuando este libro apunta que el relato del antes rompe el sentido, el de después, el de la experiencia, imposible o inútil. Acá (en Rusia –quiso decir el insoportable Jodasievich), es imposible, afuera (en París), inútil. Jodasievich fue un lúcido poeta quejoso que penó el exilio enloqueciendo. Por eso es bueno leer a Baigorria notando que el viaje de Sánchez es el del anti-flaneur, el que no mira perdido una ciudad extranjera y el del anti-exilio. Y Baigorria de esto parece conocer: “Hay que cuidarse de no meter el pie en el agujero negro. No caer en la depresión del sedentario, ese aparato de captura con música de tango: ´el viajero que huye/ tarde o temprano detiene su andar´”. Sedentario y nómade para la literatura extrema son lugares intercambiables y simultáneos, ese punto donde se conoce la vida, el mundo –según Mansilla, otro enorme viajero–, es lo mismo.

 Hugo Savino escribió sobre Sánchez, acá está citado y escuchado. Los libros son siempre islas de comparación (“no se puede explicar un gusto, sólo se puede comparar con otros”), de formas, de modos, paralelos desgarbados de allá, Kerouac, y de acá, Puig.

 Biografía y autobiografía pelean sin molestarse, abundándose, se tratan una a otra en Sobre Sánchez. Baigorria sabe que “el que más habla de sustraer el yo, es el que más preso está en la cárcel del yo”. En la ciudadela siempre alguien levanta la ceja y dice: ¿Quién puede escribir una autobiografía? O, directamente: ¿Quién es para escribir una autobiografía? Hay autores que lo primero que escriben es una. Shklovski. Este libro no es ni biografía ni autobiografía, ojalá siempre haya libros sin género como éste.

 Si me apuran –como dijo Viñas… digo que me gusta más la segunda parte que la primera: el encuentro entre él y Sánchez fue imposible. Entonces hay que leer y escribir, y escribir sólo se puede de lo propio, lo único que se sabe. Entonces Baigorria tiene algo para decir y ahí lo dice. Aunque se demore en el relato de drogas, claro dice que el problema de Sánchez estaba más acá o más allá de ellas.

 Cita a Sánchez: “-Pero la improvisación tiene un límite”. Sanchez ritmó pero supo. Supo de la tonta repetición y del sabio decirse otra vez. Dice Baigorria: “Un sensible que no soportaría demoras en su intento radical de dejar todo atrás, de dedicarse a una disciplina que pudiera romper lo que funciona en automático, abolir la esclavitud del hábito mental y corporal, suprimir la repetición de gestos que se hacen por costumbre. Por supuesto que debía insistir, querer que los demás lo siguieran. Debía ser difícil de soportar”. La literatura y su inhumanidad, el fracaso absoluto del humanismo, esa política de la bondad en prosa, una de sus formas: los hombres de prosa son soportables, buenos, amables, corteses, comprensibles, ubicados, correctos y comprensivos en su paternal entender, variante del dejar caer al otro, del denuesto de esa obra que viene a importunar, a confundir.

 Variantes, diferencias: Zelarayán decía que había dejado la poesía cuando dejó de escuchar bien, Sánchez cuando perdió lo que llamó épica. Quizá lo que aquí se llama el “carácter hipnótico de la vida”, “había perdido el sentido de la vida. Para él, todo tendría sentido si no existiese la muerte”.
Y uno agradece a Baigorria la cita, el recuerdo.





Baigorria anda por recuerdos, citas, cosas que le dijeron, cosas que supo, lo que hizo… en un momento agrega: “habría que procurar siempre incluirse de otro modo”. Baigorria piensa y escribe que Sánchez “difícilmente reía de los chistes de otros”, que “huir es rechazar todo lo que te rechaza”, que escritura y experiencia se unían en él, que Sánchez peleó contra lo invencible, la muerte: parece que sentía que no podía ser que “uno se pase la vida como un imbécil y que cuando empieza a entender algo tenga que morir”. Baigorria trae pensamientos crudos que ayudan a vivir y a entender. Saberes. “Aun cuando todo funcione, hay días miserables”: saberes de vida, de la vida de Baigorria, de la vida en la ribera. Como Wernicke. Saberes de la derrota. Como de Wernicke escribió Monteagudo.
 Sánchez fracasó al esperar que Gurdijeff le funcionara como un salvoconducto, pero sólo la condena del escepticismo es la que crea, la que hace escribir. El que grita, insatisfecho, escribe. La escritura es una queja a la que no se la lleva el viento.

 Sánchez escribió lo que tenía que aprender y perdió en la tarea el ánimo, eso también lo leo en Sobre Sánchez. Un libro bueno porque se pierde, digresiones –dirán algunos, yo le llamo vida-propia entre la ficción alambicada que puede ser ajena. “Intento escribir sobre Sánchez y de pronto hay crecida y el terreno se inunda” – es hermosa esa frase y es una especie de fracaso también, luego sigue anotando y anuda: “Como decía Haroldo Conti, en Sudeste, hablando de otra época pero que todavía se constata en los isleños viejos: los habitantes del río son semejantes al río y por eso sobreviven y por eso también parecen hoscos, sombríos, lejanos, solitarios. Destemplados. ´No aman al río exactamente, sino que no pueden vivir sin él. Son tan lentos y constantes como el río. Y sobre todo, tan indiferentes como el río¨”.

 Baigorria va destilando: “Se precisa poder para desacatar, para ser libre”, también comenta justo que la vida se complica en placeres u obligaciones que a veces se confunden. Baigorria cuenta su vida y lo que fue juntando, sus trabajos en otra Siberia, Canadá, lejana a la Chacarita que retrató Sánchez pero muy dura e imprevisible, como aquella. Dice: “la vida sedentaria tiene más problemas que la nómade. Pero es algo que a la larga se vuelve inevitable. La velocidad merma, la energía también. Hay que aprender a administrar los recursos, incluidos los fantásticos”.

27.5.10

Historia(s) del cine o Adrián Cangi dice que Godard..., por Pablo Moreno





Y pongo mi mayor esfuerzo pero no logro entender lo que dice el texto. Son las 22.35 hs. Terminé mi jornada laboral y encuentro un asiento en el colectivo 110. Fila del fondo, entre dos personas, sin intimidad para leer.

Leo el prólogo de Cangi de Historia(s) del cine y me revuelvo en el asiento. Primera enumeración: Broch, Mann, Bloy, Malraux, Adorno, Benjamín, Heidegger (esto empiezo a no entenderlo), Debord, Foucault (¿Foucault?), Blanchot (¡Blanchot! ¡Ira de Dios!), Deleuze, Sollers…y suspiro. Levanto la vista y me cambio de asiento, en la ventanilla.

Sigo leyendo, qué prosa difícil, imágenes subordinadas, texto-imagen. Si el texto es bueno se puede hacer cualquier cosa. Como Sallman con Zoo de Sklovski. Varias veces es nombrado Heidegger. Hay tipos que cometen los peores actos y nunca caen en desgracia. Y encima son filósofos. Si al menos escribieran como Céline. Continúo. Estratigráfica. Repito la palabra como un mantra. Rezo en silencio. Me estaré embruteciendo. No entiendo lo que leo, no entiendo al Godard de las últimas décadas. Será porque su morada en Suiza le da mucho tiempo para pensar y termina afirmando pelotudeces, sale suelto de cuerpo a pontificar la muerte del cine, o del cine tal como lo conocíamos. O quizás todo esto sea la tragedia de no poder explicar mi incomprensión. De mis fobias hacia el lenguaje técnico. Del odio que me producen los intentos teóricos de querer dar un status científico a todo aquello que amamos, sean libros o films. Ya lo sé. Todo esto son teorías sin calle, ni sangre. Las teorías de un mundo muerto.

Entonces trato de legitimar mi compromiso con las imágenes. Y vuelvo atrás.

Me acuerdo haber visto casi toda la filmografía del Godard de los 60’s en un par de semanas en la Lugones. Tendría unos 18 años y el cine estaba vivo. Me encantaron las historias, las traiciones de las heroínas, las calles de Paris y Anna Karina. Iba al cine a ver a Anna Karina. Manuel Puig decía: “los rostros de la Garbo y de la Crawford eran los autores de sus films”. Y lo rajaron a patadas del Centro Sperimentale di Cinematografia.

Seguí viendo films. Miraba los de Ferreri porque estaban la Schygulla y Ornella Mutti. Los films eran intensos, feministas. Fassbinder era frío como un témpano, pero era una fuente inagotable de historias. Los parámetros estéticos y narrativos se van corriendo con los años. Godard decía algo así en Introducción a una verdadera historia del cine: “hay que partir de cero, pero ese cero se ha corrido y ha dejado de ser un cero”. Las historias son verdaderas si las formas narrativas son sinceras. Sentidas. A partir de ahí todo es susceptible de ser experimentado, porque todo es experiencia. Narrar es una experiencia y un privilegio de pocos.

Hace un par de años vi dos veces seguidas un film de Apichatpong Weerasethakul: Syndromes and a century. El film, como todos los del tailandés, no ofrecía una historia, trama ni argumento. Eran los mismos personajes en dos mundos distintos (un hospital rural y un hospital de ciudad). Al día de hoy no puedo explicar la fascinación que me produjo. Era sumergirse en la película y disfrutar de ese mundo. Nunca puede transmitir esa emoción.

La felicidad no tiene explicación.

Miro por la ventana y veo la calle Artigas. Villa Pueyrredón es un barrio hermoso. Antes que me cuestione por enésima vez para qué la literatura, el cine, todo esto, al recapitular, recuerdo el mail de la mañana. El Joven Poeta ante mis dudas de tipo imbécil me escribe: “Amigo, métase a Hamlet en el culo”.

Y entonces me río solo.


Buenos Aires, 16 de abril de 2010.