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2.6.20

Cabezón 2915, por Mariano Fiszman




                                                               “…no rescato nunca hechos significativos…”
                                                                                                                             N. S.

Estoy por tocar el timbre de la casa de Néstor Sánchez por primera vez. Es el año 92 o principios del 93, lo que me acuerdo bien es la hora por su manera de decir “a las doce” en el teléfono haciendo sonar todas las consonantes a fondo y la o profunda, un poco a lo Riverito. La casa, baja, la primera desde la esquina, tiene un frente de mármol claro, puerta de chapa con un rectángulo vertical de vidrio oscuro en el centro y dos ventanas a los costados, las celosías cerradas siempre. El timbre suena fuerte, se enciende una luz a través del vidrio, el cuerpo atrás de la puerta lo oscurece, abre. Néstor es alto y corpulento, usa la ropa de los viejos del barrio, alpargatas con suela de goma, pantalón de tela liviana con elástico y camisa. Nos damos la mano, me hace pasar, nos sentamos alrededor de una mesa baja, carpeta tejida, en los sillones del juego de madera oscura, de estilo, duros, con apoyabrazos, cada uno ocupa el lugar que va a mantener después durante años, yo a la izquierda de la puerta, frente a la pared descascarada y el cuadro que le regaló Gorriarena y él a mi derecha, enfrente de una biblioteca también de madera oscura con tres puertas de vidrio y cortinitas que no dejan ver adentro, él a mitad de camino entre la puerta de entrada y otra, la que esconde el resto de la casa sin terminar de filtrar las voces de mujeres, los tangos de radio, el olor del bife o las milanesas cocinándose. A sus espaldas enmarcada la foto infantil. Hablamos de literatura, del barrio y sus personajes, que conozco bien porque viví casi toda la vida en esta misma manzana, justo a la vuelta, sin saber que esta era la casa de Néstor Sánchez, al lado de la pescadería que para nosotros sigue siendo la farmacia aunque cerró hace quince años, y cuando más adelante me presente a su madre la voy a conocer de haberla visto barrer la vereda. Pero si en la charla hay entusiasmo es mío, y es mudo. Néstor se sienta erguido y saca cigarros del bolsillo de la camisa, Particulares 30, fuma en silencio. Su cara es redonda y grande, como sus ojos, y la boca ancha. Tiene una sonrisa enorme, contagiosa, se ríe con toda la cara, asintiendo, y los ojos le brillan intensamente. Otras veces la mirada se opaca, apagada, el contraste es grande. Me veo obligado a llevar adelante la conversación, no es mi juego y lo hago torpe, pregunto por ejemplo si esa foto que se ve es de la nieta y me dice que no, que es el hijo, o pregunto fechas, tratando de situar su viaje en el tiempo, y me dice ah, no sé, yo de años no sé nada, meneando la cabeza con los ojos cerrados, como si lamentara no poder ayudarme. Le pregunto qué lee. Casi nada, dice, con la misma desolación, Joyce, “Estoy preso en esta escena ardiente”, cita y se le ilumina la cara. De Claude Simon hay un libro que está bien, El viento, una edición de Fabril, de tapas duras. No lo conozco. En el silencio, se pasa las palmas por los muslos, cruza los brazos, mira fijo la biblioteca, respira pausado y de pronto hondo y suelta todo el aire con un soplido fuerte. Tiene el mismo pelo con el que aparece en las fotos de joven, sin canas, ondulado, bien peinado, y un gesto repetido de alisárselo con la palma, no a los costados, no por coquetería, sino la parte de arriba, unas palmadas, como achatándolo. En cambio la dentadura es postiza, parece que le molesta, todo el tiempo la acomoda y corrige con la yema del pulgar. Cuando su reloj de malla negra y agujas sobre un fondo blanco marca una menos cuarto me dice que se tiene que ir a comer. Llamame, dice. Nos volvemos a dar la mano y salgo.
Ese esquema de visitas se repite un par de años, siempre día de semana, siempre a las doce y hasta la una menos cuarto. Néstor no ve a casi nadie, no lo llaman. Dice que es traductor de inglés, italiano y francés pero que no le dan trabajo, es una mafia. ¿Escribe? Ya no. Estoy seco, dice, sin expresión, sólo confirmando el hecho. No escribe porque no tiene una épica. Antes tenía una épica, una épica de vida, y esa vida se volcaba en la literatura. ¿Ahora de qué voy a escribir, de la vejez? Le dejo una copia de algún cuento que estoy escribiendo, él la hojea y la guarda en esa biblioteca que me empieza a intrigar con sus cortinas. Lee y llama enseguida, no es complaciente ni jodido, ninguna pretensión. Hablando de un cuento que le pasé, dice que le pareció parte de una novela, y yo a partir de ahí arranco mi primera novela, como si me hubiera dado permiso o hecho creer que estaba en condiciones. Como estoy por irme a Francia por un tiempo, le pregunto si hay alguien a quien pueda ir a ver. No. Estaba Beckett, lástima que murió. Después no pasa nada, y repite el gesto desolado.
Cuando nos volvemos a ver nos reímos de los parisinos y del clima, de París no. En la biblioteca del Pompidour encontré sus libros traducidos y editados por Gallimard en los setenta. Estaba Cómico de la lengua pero prefiero esperar a leerlo en castellano. No tengo ninguno, dice Néstor, se perdió todo. Sí leí El viento y también encontré, medio de casualidad, a un lingüista argentino con el que cenamos un par de veces en la rue Dunois, fuimos a bares y a la presentación de un libro de poesía en idisch en una librería del boulevard Saint-Michel con buen vino y comida y un borracho gritón con su perro al que nadie se animaba a echar, y cuando el lingüista me pregunta a quién leo le digo, para desalentarlo, Néstor Sánchez, entonces el tipo se ahoga con el bordeaux y dice que Néstor lo inició en la literatura a los quince años, era novio de la hermana de uno de sus amigos, educó a toda la barra, nunca más lo vio, me pregunta o me dice, como se dicen esas cosas, si no estaba internado. Esa noche somos dos personajes de Néstor Sánchez buscando a nuestro autor.
En Cabezón y Nazca, a las doce, cada uno vuelve a su silloncito. Un día aparece recién levantado, en pijama celeste de pantalones cortos y camisa con botones blancos, solapas y un bolsillo para los Particulares, y chancletas con dos tiras de cuero en equis, como otros vecinos de esta cuadra no hace tanto, a lo Siberia. Las novelas las escribió en un año, catorce meses cada una, no más. Era como un ciclo. El tiempo siempre presente, la fecha de escritura de la novela al final, su rúbrica. Escribía ocho horas diarias todos los días. Cuando se escribe la novela es todo el día y toda la noche, hasta en los sueños. Antes que los personajes envejezcan, dice. El tiempo y la muerte. Cuando le pregunto por el barrio, dice muchos muertos. ¿Ruido? ¿El 90 que pasa por la puerta? No, muertos, se está muriendo mucha gente. Pregunta por Martini Real, de qué murió. Me avisa que murieron Burroughs y Ginsberg, dudo si es reciente o pasó hace mucho y me olvidé o si ya me lo dijo. Sigo dejándole mis textos. Aparece en La ballena blanca un viejo artículo suyo sobre la novela y le pregunto, buscando las palabras, por algo que él dice ahí, si entonces ya contemplaba la posibilidad de dejar de escribir. Sí, asiente con la cabeza, ya la contemplaba, y me queda mirando. Ahora había empezado una novela pero la abandonó. Setenta páginas. No le gustaba. Me muestra una antología de Perfil en la que aparece Adagio. Están Macedonio, Lamborghini, Gusmán. Al día siguiente le dan 300 pesos, le da risa, es lo que se paga en las antologías. Leo la reseña, el libro de cuentos es del 88, ¿tanto? Yo también pensé que era menos, dice con la mano derecha sobre el pelo y ojos muy abiertos. ¿El personaje de Adagio es su padre? No, es Juan L. Ortiz. Es el relato de una visita a Juan L. Ortiz, aunque no pasó nada de lo que se cuenta, sonríe. Iban a verlo a Paraná con Hugo Gola. Su poesía le gustaba, pero hablaba mucho, tenía logorrea. Tomaba mate todo el día y anfetaminas. Vivía con un montón de animales, no se acuerda si perros o gatos. Era alto y flaco, y las plumas que usaba para escribir y la bombilla del mate y su boquilla, todo era fino y alargado. Voy rearmando su itinerario. Perú, ya metido en Gurdjieff, Venezuela, Monte Ávila, la traducción de Muerte a Crédito, con eso se pagó los pasajes a Europa, Italia, España, en esa época andaba bien, llegué a tener auto y todo, después París siete años y Estados Unidos ocho, en total veinte años afuera. Lo invito a cenar alguna vez a mi casa. Queda en pensarlo. Al centro no voy, dice. A todo lo que está más allá de Chacarita, en Villa Pueyrredón se le dice el centro.
Empiezo a verlo afuera, en un café de esa frontera que es Chacarita, adonde se reúne los sábados, a las cinco de la tarde, con Raschella, Hugo Savino y Pablo Ingberg. Hasta acá Néstor viene de zapatos y jeans, y ahora nos saludamos con ese abrazo porteño con choque de mejillas. Entre otros recupero un poco mi silencio, se habla de tango y de jazz, de escritores que no conocía, José Agustín, El oro, de Cendrars, Kerouac, “Y yo me vuelvo a casa, habiendo perdido su amor. Y escribo este libro”, cita Néstor y le brillan los ojos, cuenta cuando fue a Big Sur ilusionado, creyendo que lo iba a recibir una colonia de artistas pero no había dónde quedarse ni cómo volver, un desastre, se entusiasma con Molina, “Bañándome en el río Túmbez un cholo me enseñó a lavar la ropa”, si alguien nombra a Saramago él pregunta quién es, de Borges le gustan Historia universal de la infamia, El Aleph y Otras inquisiciones, lo entrevistó en la Biblioteca antes de irse, la secretaria tres veces interrumpe “Borges, teléfono”, y el viejo “Le dije que aparentara que era un hombre ocupado pero creo que está exagerando”, y el sábado que estaba en la cama antes de ir al bar y se le apareció un recuerdo olvidado de esa entrevista, un flash, él dale con Gurdjieff y con Ouspensky hasta que Borges lo interrumpe “¿Usted es teósofo?”, la risa de Néstor nos hace felices, escritura en estado de gracia, como cuando escribía, a veces estaba escribiendo un capítulo y se le armaban los seis siguientes, anotaba, después del seis al doce, la novela se iba armando sobre la marcha, un esqueleto después la escritura, para los personajes nombres de jugadores de primera C, Orsinis se iba a llamar La juntidad espeluznante, Cómico por los cómicos de la legua, trashumantes que recorrían América, además en esa época como una manera socarrona de dirigirse, “qué hacés, cómico”, o “éste es un cómico”, escrito en Barcelona algunas partes que salían directas a máquina otras a mano, anotaciones en papeles sueltos, con letra grande, a veces escribía “con trago”, de noche, en un bar vacío, el dueño un fantasma, de mañana las pasaba a máquina, Chicago vista un sólo día, el viaje en auto ida y vuelta desde el aburrimiento profundo de la residencia para escritores de Iowa, la gente que escribe “temas” y la imposibilidad de escribir una novela con personajes que no tengan nada que ver con uno, como un militar, qué se yo cómo es un militar, para eso hay que ser novelista (peyorativo).
Cuando muere la madre queda solo, la casa se me abre, de la sala pasamos al comedor que corresponde a la otra celosía que da a la calle, juego de mesa y sillas tapizadas y vajillero, la cama de Néstor, pastillas sobre la cómoda, atados de Particulares, monedas, páginas de cuaderno llenas de su letra cursiva, de ahí a la pieza que era de la madre adonde están el teléfono y el televisor y un diploma que imita un pergamino con caligrafía cuidada y muchas firmas. Los muebles, artefactos, cuadros, adornos, todo es de hace treinta años, todo mantiene su lugar. Lo desperté. Se peina y tomamos mate en la cocina oscura, uno a cada lado de la mesa, yo de espaldas a la heladera, él cerca de la hornalla encendida a mínimo, un reloj cuadrado de fórmica imitación madera clara y la inscripción Aconcagua nos vigila. Néstor es muy puntual. Se acuesta temprano, se levanta tarde, duerme siesta. Me aburro, como no escribo me aburro. Sin dientes se parece un poco a Benedetti. Querían meterme en el boom y yo me fui a la mierda. Se ríe de Vargas Llosa, “la luz entró en el cuarto como un cuchillo en la carne”, de Carlos Fuentes codeándose con presidentes y embajadores. ¿Hoy pasa el basurero? Tiene que sacar ramas a la calle, a la mañana estuvo el jardinero. También la chica que limpia. Se nota, ¿no? Igual vos sos ordenado. Si, soy ordenado. La cocina da al jardín por una puerta de alambre tejido. Salimos. El contraste con la casa golpea. El jardín es una isla de claridad. El pasto, las enredaderas sobre las paredes, muchas variedades de plantas y flores, a un costado hasta un banco de madera, todo crece fuerte, cuidado, alegre, mágico.
Aparece lo de la computadora, dice que sí y en el café nos ilusionamos, ¿y si empieza a escribir de vuelta? Un sábado al mediodía llego a Villa Pueyrredón en remise y me está esperando en la puerta de su casa. Bajamos la máquina del baúl y dejamos todo sobre la mesa del comedor. Preparó bifes y una ensalada de lechuga bien condimentada, hay pan lactal, fruta, tomamos cervezas hablando de Alberto el almacenero, de Fanego, salimos a buscar una ferretería abierta por el barrio para comprar una zapatilla, el nombre del artefacto lo hace reír, caminamos por Cuenca abajo del sol, le gusta caminar, las calles están vacías, mantiene la espalda recta, el paso un poco rígido pero elegante. Empezó a escribir de chico, en el colegio, tenía aptitud. Redacciones, cartas. A los dieciocho años un maestro le dijo que escribiera. ¿Un maestro de escuela? No, un maestro, un tipo. No había terminado la secundaria, a los dieciséis años estudiaba en el Normal Mariano Acosta cuando murió el padre, dejó la escuela y fue a trabajar. Al ferrocarril. Retiro. El padre y el tío eran ferroviarios. Tiene un hermano ocho años menor que vive en Italia y también escribe. El padre parece que escribía también, era muy lector, a Néstor le quería poner Florencio, Florencio Sánchez, se ríe, por suerte después lo convencieron. Primero escribía poesía, después dejó. No se me da la poesía, me pongo filosófico, me voy por las ramas. En cambio, creó esta escritura que llama poemática. Pero sus relaciones siempre fueron con poetas, no con narradores. Era amigo de Aguirre, Bayley, Madariaga, Molina, Ortiz, Gola, Alonso. Le gusta mucho Molina, más que Girondo. Es más denso, Girondo no es un gran poeta. Cuando él lo conoció, a través de Madariaga, Girondo andaba en silla de ruedas, lo había atropellado una moto por Florida. Era muy mujeriego, hacía grandes fiestas. De Bayley dice que necesitaba la murga, y que él se fue, no lo soportó. Fueron los primeros lectores de Nosotros dos, a la novela no le dieron el premio en el concurso de Primera Plana porque dijeron que tenía influencia de Cortazar. A Cortazar no lo conocía, le había enviado la novela a Paris y él escribió una carta fuerte de recomendación para Sudamericana, y discutiendo lo de su influencia. Así entró a publicar. ¿Cortazar? Le había pegado mucho Rayuela. También Marechal, Adán, pero más todavía El banquete.
Cada dos o tres sábados en el café, con Pablo, Hugo y Roberto, ahora algunos asados, otra noche en una pizzería brindando por los libros que aparecen y la perspectiva de que por primera vez se va a editar Cómico de la lengua en Argentina, ese fin de año todos juntos en la casa de María Teresa, pero al mismo tiempo en el comedor oscuro clases de computación que los dos queremos que terminen rápido para ir al bar de Mosconi, a cinco cuadras, adonde va todas las tardes. Entrando, levanta el brazo derecho y muestra la palma de la mano junto a su cara y cabecea apenas. Alfredo, el mozo, le trae un sifón y dos vasos, uno lo llena hasta el borde de vino Toro que Néstor va estirando, cuando se le termina el mozo se acerca y le vuelve a servir. La reacción rápida, sin necesidad de palabras, la precisión de cada gesto. Pregunto por las drogas. En esa época en Buenos Aires había droga por todas partes, estaba a la orden del día. Tomó eso que estaba dando vueltas para Orsinis, pero él no la usaba. Una sola vez fumó y le hizo mal, se separó en cinco, no sabía donde estaba. El verbo como en inglés, usar marihuana, usar cocaína. En el televisor pasan un amistoso Holanda-Brasil, le causa gracia que conozca los nombres de los jugadores. Desprecia el fútbol a favor del turf, aristocrático, aunque es de River y los domingos en la casa escucha los partidos por radio. Le divierte mucho el apodo Muñeco, de Gallardo, por la cara que tiene. Atrás de las mesas juegan al billar. Jugaba de chico, de prohibido, después ya no. Lo que sí le gustaban eran las carreras, y la quiniela. Ahora es imposible, hay carreras todos los días, y sorteos, lotería, quini, loto, raspadita, provincia, nacional, uf, sopla a través de los dientes. Para jugar a las carreras hay que estudiar, hay que leerse la revista. Una tarde en el café de Chacarita, hablando de las carreras, dice ese fue mí vía crucis. Y que en París trabajaba de mañana en Gallimard y a la tarde iba a las carreras. ¡Tres mil quinientos dólares en Boulogne! Además estaban Saint-Cloud, Auteuil, que era de vallas. Y también el póker, con Mariani y Juan Carlos Martelli. O en vez de ir al bar de Mosconi compró dos botellas de cerveza y yo traje una de whisky y cuando salgo de su casa es de noche, es invierno, necesito mucho caminar, las frases se agolpan, ¿un Gorriarena puede valer 40 pesos?, meo en los pastos de una vía por Monroe, en Triunvirato y Olazábal subo a un 127 y me despierto en Boedo e Independencia, salto al viento frío, a un taxi, cuando se lo cuente va a sonreír con la punta de la lengua entre los dientes y los ojos muy abiertos brillándole.
La casa es alquilada de toda la vida, ahora por el hijo del antiguo dueño. Solo, le queda grande, y piensa buscarse otra más chica o una pieza. Le da vueltas al asunto. Una de las últimas tardes que voy me dice que si se muda va a tener que desprenderse de los muebles, también de la biblioteca, y que elija qué libros me quiero llevar. Abre las puertas. Veo uno o dos estantes con libros. El único que quiere conservar, además de los suyos, es la antología del surrealismo creo que de Pelegrini, un volumen gordo de Fabril, por el poema de Daumal Hechos memorables. Me lo hace leer, “Acuérdate de tu guardián”. El texto está marcado con algunos puntos negros al margen, tiene correcciones a la traducción, algunos yo tachados. Resaltan tres Cómicos, y un Nous deux del 74 que le mandó a la madre desde Paris, con una dedicatoria cariñosa de tono tanguero. Son los únicos ejemplares que tengo. Después, el resto, libros de conocidos, curiosidades, un Alambres dedicado con devoción por Perlongher. Abochornado, al final elijo El conocimiento silencioso, de Castaneda. Hablamos de Castaneda, le pregunto por Gurdjieff, dice que es muy complicado, que no quiere saber nada con eso. A mí me llevó a la locura. Un mal camino. Sí, asiente, un mal camino.
Lo seguimos encontrando cada mes en el café de Chacarita. El cinco de abril lo vemos ahí, en algún momento de la charla pide si alguien le puede conseguir un almanaque grande, que se vean bien los números. Dos semanas más tarde me estiro hasta Villa Pueyrredón por última vez, es un lindo domingo de otoño, bajo del 90 por adelante y las piernas me llevan solas, paran frente a la puerta de chapa pintada de beige, acá quisiera que me dejen, al sol, con un pie sobre el umbral de mármol y a punto de apretar el botón de bronce mudo, mirando la chapa 2915 blanca, su borde de óxido que avanza, detenerme antes de ir al kiosco de a la vuelta, antes que salga la mujer se ponga una mano sobre la boca y diga que era tan correcto, un señor, que a los vecinos les extrañó no verlo, uno notó que la llave estaba puesta, habrán entrado, más tarde voy a entrar yo a una estación de servicio y voy a hacer los llamados, mañana en la comisaría 47, en Judiciales, el sargento primero Méndez, todas son escenas y nombres de una novela cómica escrita por él, pero ahora, en este instante, lo que yo quiero es parar el tiempo, que nada de esto pase, quiero tocar el timbre y que suene, que la luz no esté desconectada, que no haya este silencio, se abra la puerta y aparezca Néstor Sánchez.






Este texto apareció publicado por primera vez en el nro. 1 de la revista Zélema, Buenos Aires, 2010. Forma parte de Visiones de Sánchez, recopilación de testimonios de escritores que conocieron a Néstor Sánchez. Pertenece al libro inédito Tres encuentros.


2.3.17

Zelarayán y el cuestionamiento del ser, por José Fraguas


La de Ricardo Zelarayán es una voz franca y vivificante en la literatura argentina. No hace falta ser un experto para reconocer cuando es su música la que está sonando. Y al mismo tiempo en ella se distinguen nítidamente las frases, los refranes, los giros que remiten a la creación oral, colectiva y anónima, “el lenguaje que se escucha a cada rato” y que constituye una cantera disponible e inagotable. Por eso su literatura, y en forma explícita las reflexiones que escribió alrededor de sus libros y las que ensayó en las entrevistas que le hicieron, brindan una suerte de definición ostensiva y sin rodeos del ahí de la poesía.

Zelarayán dice que escribe para tener donde agarrarse, para no perderse, para no disiparse que en un punto es decir que escribe para encontrarse, que existe si escribe. Pero en lo que escribe hay mucho de lo que dicen los otros. Y es lo primero que le viene a la cabeza cuando tiene que empezar a hablar: “No sé cómo empezar pero empiezo nomás. Hoy estaba almorzando en una pizzería y oí una conversación telefónica del cajero que estaba detrás del mostrador…”

De modo que la posibilidad de inventar y escribir mantiene una estrecha relación con el desarrollo de la facultad de registro. Se trata entonces de un inquietante devenir, el del poeta en pura oreja, grabador casi: “Un conocido escritor me decía, por ejemplo, que temía al grabador porque sentía que era un poco él. Es decir que el temor al grabador era un poco el temor de sí mismo.”

Zelarayán afirmará repetidas veces “no soy escritor”. Rechaza así la solemnidad del rol y las relaciones con un mundillo “para las que nunca estuvo preparado y además no tiene ropa ni ganas”. Porque para ser lo que convencionalmente se entiende por “escritor” habría que ajustar el ritmo de la producción a cierto estándar. Y éste le abre la puerta a lo planificado, lo útil y lo necesario, enemigo del deseo, motor legítimo de la escritura. Como dice rimbaudianamente uno de sus poemas:
“A veces hay que hacerse el otro,
o el oso…”  

Pero ese rechazo tiene que ver también con que Zelarayán,  como el filósofo argentino Luis Juan Guerrero, considera que la obra de arte se revela por su propio poder de mostración y apuesta al “ser operatorio” de las obras. Lata peinada es una novela imposible, se resiste a ser escrita. El título es más la expresión de un deseo que algo realizado. En “las inútiles reflexiones” que acompañan a la novela se dice que ésta es una lata que no se deja peinar, que es una balada o un canto que su autor no logra terminar de compaginar. Es una novela arisca, un conjunto de cabos que se escapan cuando se los quiere atar, un texto que se le va de las manos, que se le empaca como una mula. Libros como Roña criolla, en cambio, se escriben de súbito. Mientras otros caen por un borde y se pierden definitivamente. No así sus títulos que perduran alimentando para siempre la fantasía de sus huérfanos lectores: Apodos & apariciones, Una madrugada o Después del almuerzo es otra cosa.

Es la rebeldía y la libertad de los escritos zelarayianos. Su superficie es como la piel movediza del caballo que conocen bien tanto el pajarito que la surfea como el boyero que se sienta largas horas sobre ella. Textura sísmica, oscilante, en flujo y reflujo “mandada a hacer para espantar las moscas”. Para librarse del vínculo con la gauchesca que le endilgaron, Zelarayán aclara en una entrevista que a él no le interesan los caballos tal como aparecen en esa tradición literaria sino sólo su piel espantamoscas, imagen que lo acompaña desde niño.

¿Qué moscas espanta la escritura de Zelarayán? Lo demasiado consciente, lo literatoso, lo que chirríe de tan prolijamente escrito: “Palabras que no se escuchen, las mejores”. Por eso se entiende que las lecturas literarias no hayan ejercido una influencia determinante en su obra. Lo ha dicho muchas veces: la clave está en el oído, en una escucha de la oralidad cotidiana callejera que, sospechamos, tiene que ser bastante azarosa e involuntaria para que sea fecunda. No todas las frases serán la semilla de un poema.

Si cuando era estudiante de medicina Zelarayán se identificaba con los pacientes, cuando escribe son los otros quienes llevan la voz cantante y el carácter coral es principio constructivo de sus textos. Los que hacen y mueven el mundo zelarayiano son casi siempre “buscavidas, delincuentes, pobres”, figuras invisibilizadas o cosificadas como instrumento de distinción por la sensibilidad convencional de la clase media urbana porteña pegada a la ‘alta burguesía’.

La de nuestro autor tampoco es una mirada paternalista ni miserabilista, es la potencia del brío y la vivacidad de las voces de peluqueros, mozos y suboficiales la que se impone por sí misma. Según Zelarayán, los que se llaman a sí mismos poetas y se creen dueños de lo que nombran son como moscas que revolotean en torno de una canilla seca. Más sabio parece el decidido paso de las hormigas hacia lo dulce:

“Hasta se me hace que las hormigas
buscan la miel de la guitarra,
de la guitarra de Hermenegildo.”

Se paladean los nombres, apodos y alias de los personajes: Jeta ‘e Bagre, Don Natividad, la Alcirita. Mientras que el propio nombre se convierte casi en un obstáculo cuando de lo que se trata es ser vector o conducto de la literaturidad circulante y efectiva de la que sólo es dueña el habla colectiva. La despersonalización resulta entonces una prometedora invitación:

“me ofreció su pase libre para viajar por todo el país.
Total, me dijo, es un pase innominado,
cualquiera lo puede usar…
si se lo presto.
El pase sin nombre me deslumbró”


Esto se refleja también en otro plano cuando se entusiasma ante la propuesta de sólo aparecer en la lista de colaboradores de Literal y no firmar los textos de diversos géneros que publicaba la revista y participar además en la redacción entre todos de una novela colectiva.

Zelarayán es también un estudioso de los apodos a los que considera un género literario oral precioso. Los utiliza en sus novelas para dar nombre a los personajes y también teoriza sobre el género. El apodo es pariente de las coplas, los chistes y los cantitos de las manifestaciones. Es una creación de los sectores de menores ingresos y menos letrados. Y una de sus particularidades es no depender de la voluntad de su autor que existe aunque permanezca anónimo. Su eficacia depende de la aceptación de los otros, que se lo apropian y lo intervienen libremente. Los apodos, subraya Zelarayán, se graban como un tatuaje. Para el que lo recibe puede ser un regalo o una maldición. Pero aún en ese último caso el dueño del mote puede llegar a extrañarlo si por alguna razón los demás dejan de usarlo, como si lo abandonado fuera él mismo o algo que, mal que le pese, lo significa.

Zelarayán no descree de las particularidades que pueden compartir los habitantes de una región y sus textos abundan en gentilicios y en descripciones de modos de ser: “Estaban también dos morochos nuevos, muy sosegados, que sonreían siempre y decían lo justo. ¿Serían santiagueños?” . Pero frente a los usos empobrecedores y reificantes, utiliza los gentilicios para efectuar cruces tan insólitos como convincentes: “me acusan de ‘hacerme el Rulfo’, el gran escritor jujeño… ¡perdón!, mexicano”.

Zelarayán no está muy de acuerdo con lo que han señalado varios críticos acerca de la casi ausencia del yo poético en sus poemas y afirma que se puede ver bastante de su drama interno en poemas de amor como “Tal vez no importe tanto”, “Distancia” o en el que dice:

…y a veces un poco deslumbrados
nos vamos por ahí…tambaleantes.
Pero la cosa recomienza, y siempre volvemos
a ser lo que éramos.

Pero sin duda es la sonoridad, “el problema tímbrico”, el principio estructurante de su escritura más que la remisión a una subjetividad como núcleo. Lo decisivo es la cadencia poética que constituye, según sus palabras, una corriente que circula en el texto, un circuito al que no se le puede cambiar una palabra sin que se venga abajo, una tensión anclada en los sonidos de un idioma que casi inevitablemente se diluiría al llevarla a otro. También “el cholo Vallejo” se ha referido a esta dimensión que pone a los textos que tienen respiración poética al borde de la intraducibilidad. Para el autor de Trilce pueden trasladarse las ideas pero no “los grandes movimientos animales, los grandes números del alma, las oscuras nebulosas de la vida, que residen en un giro del lenguaje, en una tournure, en fin, en los imponderables del verbo
.”

Zelarayán fue asumiendo, a lo largo de su vida, diversos roles: aspirante a médico, corrector, redactor creativo, traductor, periodista, escritor para chicos, poeta. Reflejos de cada una de estas actividades pueden vislumbrase en la superficie de sus textos. Se reconoce la intención de darle lugar al azar y a lo inconsciente que convive con su inclinación a versionar, a mostrar la búsqueda misma y a cuestionar también de algún modo la hipóstasis de un texto definitivo e inmutable.

En sus escritos pueden encontrarse también los giros habituales que se utilizan para ganar la atención del interlocutor pero con un énfasis y un carácter contestatario de manifiesto: “¡Atención a los colados que pueden ser más importantes que los invitados!” . Es una apuesta por lo lúdico, lo gratuito, lo desinteresado y otros aspectos de la discursividad dejados de lado como sinsentidos desde un criterio racional y utilitario estrecho.

Expertos en quebrar las imposiciones de la necesidad, los niños ocupan un lugar clave en la poética zelarayiana: “A todos los chicos nos gusta caminar hacia atrás o con los ojos cerrados” De la propia infancia entrerriana del autor provienen imágenes vigorosas como la de la piel sísmica del caballo y escribirá además un libro “apto para todo público” en el que la voz cantante la tienen los objetos, un paraguas que se queja de vivir encerrado, por ejemplo.

Pero si bien Zelarayán afirmará que el fondo de la cosa está cerca del fondo de su casa de Paraná, no es el entrerriano el único paisaje que explora. Como dice el cubano Lezama Lima, cuando el hombre se vincula con el mundo exterior “precisa” un paisaje. El paisaje es la naturaleza puesta a la altura del hombre, una forma de dominio pero también de diálogo. Para el autor de Paradiso, el paisaje americano, la feracidad de su extensión, lo vuelven un espacio gnóstico, “que no es espacio mirado, sino el que busca los ojos del hombre como justificación”. Además, la potencia de ese espacio licua hasta la más poderosa pulsión mimética de lo europeo y “conversamos con él siquiera sea en el sueño”.

Zelarayán rechaza las operaciones aminorantes de la crítica: el “invento unitario” de la literatura regional, la reducción de todo escritor provinciano a un hombre de campo y la manía de ver en todo escritor argentino “un copión y un colonizado”. Y los paisajes que él explora, los del noroeste argentino sobre todo en donde el silencio se mide en leguas, no son un marco externo sino el espacio con la acústica adecuada para el sonido que busca su poesía.

“La Gran Salina” es el corazón blanco de esa geografía y de la poética zelarayiana:

“Habría que reemplazar la palabra misterio
(al menos por hoy, al menos por este
‘poema’)
por lo que yo siento cuando pienso en los
trenes de carga
que pasan de noche por la Gran Salina.”

Hay un eco macedoniano en este señalamiento del carácter intransferible de la sensación de inexplicable misterio “que siembra el tren” al atravesar la salada inmensidad. Como Zelarayán mismo lo ha señalado, más que su estilo es la filosofía de Macedonio Fernández y en particular su concepción del Ser y de la identidad personal las que han tenido un impacto perdurable en él. Se sabe que según la sugestiva teoría macedoniana todo lo que existe es el Ser o alma ayoica que no es sino el sentir actual mío pero en tanto “místico sentir de nadie”. Y esa marejada de sensaciones, sentimientos e imágenes en continuo, pleno y único flujo no fue causada ni depende de algo exterior u objetivo. En sintonía con esto, Zelarayán propondrá en las reflexiones paralelas a la elaboración de Lata peinada: “Sueño, pensamiento y acción, siempre juntos”.

Para nuestro autor la identidad es algo perdido y que se busca aún sin abandonar la sospecha de que quizás nunca existió. Como ante otras concepciones rígidas y aminorantes, frente a la cuestión de la identidad personal y colectiva, Zelarayán adquiere una actitud lúdicamente crítica. En un inédito libro de fragmentos en el que trabajaba a principios de 2000 anotó: “El ser: ‘Lo saludé y no era. A mí también a veces me saludan y no soy’”.



Tomado de: Zelarayán, compilado por Jorge Quiroga, Buenos Aires, Biblioteca Nacional, 2015.

26.1.16

Macedonio Fernández: vigilia y ensueño, por Jorge Quiroga


Cuando Macedonio Fernández, en una detención de su derivar errante, fue a vivir con su hijo Adolfo de Obieta a un departamento cuya ventana daba a la vegetación del Jardín Botánico en la calle Las Heras, durante un tercio del día se acuesta y duerme, y según su costumbre anota en un cuaderno sus experiencias, quiere saber si dormita o sueña despierto, lo que repite desde hace muchos años. Adolfo le dice que eso no tiene importancia y que lo principal es poder descansar. Pero para Macedonio conocer su estado es crucial para seguir pensando, esa grieta entre la vigilia y lo que él dulcemente llama el ensueño, esa flotación en el que el cuerpo y la mente están sumidos, y para Macedonio es de sumo interés el umbral, en el que no sabemos si estamos soñando, y las imágenes nítidas que invaden nuestro ser pertenecen a un territorio que no dominamos y perturba nuestro ánimo de tal forma que enrarece nuestra percepción del mundo. Durante mucho tiempo, Macedonio medita sobre esta cuestión, y su pensar lo llevó a adoptar costumbres cotidianas, al parecer raras y excéntricas, pero que correspondían a su investigación sobre la vida, que significaba unas verdadera obsesión, a partir de su enclaustramiento y de una soledad que experimentaba hasta rozar el sentido, entre otras cosas, de su misma situación en el orbe. Para Macedonio el mundo exterior es fantasmático, esto quiere decir que está compuesto de restos que se agrupan, vendrían sus imágenes de la nada, no serían copia, sino libre creación del sujeto. Todo debe pasar por nuestra conciencia para tener entidad. La irreductible posición antirrealista macedoniana es decisiva para negar el tiempo, y por lo tanto la evocación se vuelve trunca y su sistema digresivo, e interminable, para lo cual el registro de los estados tiene la virtud de poder ubicarse en una condición, casi siempre de duda constante, porque interrogarse acerca del dormir, el sueño y el mundo externo, ese el comienzo de un pensamiento en el cual la Filosofía se torna Literatura, señalando los altibajos del ser.

La tradición apuntada por Freud dice que “el sueño, si es que no proviene de otro mundo arrebata al durmiente a otro mundo” justamente esa traslación hacia otro lenguaje, hacia el fondo de las cosas es la que arrastra al durmiente, que sabe que ese pasaje lo contiene y lo conduce hacia un retiro o aislamiento en el que el ser se reduce a un procedimiento asombroso. Porque lo que busca Macedonio es estar atento a esa oscilación, de los ojos abiertos en la vigilia y la entrada al ensueño

Si las imágenes del sueño son más débiles, según el estado del sujeto que sueña, él insistirá que las imágenes que registra en su atención, por el contrario, son nítidas y no se diferencia en su onirismo, que se dirige a sustentar el mundo, impactan en la conciencia y ese golpe provoca una inminencia de la pura experimentación. “En el ensueño el Mundo cesa, pues fluye libre y variadamente la Afección y nuevamente se asocian las imágenes de la Presentación sin ninguna eficiencia causal” (No todo es vigilia la de los ojos abiertos) Macedonio quería pensar su Metafísica, en ese sentido se puede decir que su filosofar, tiene parta él implicancias vitales y cotidianas, por lo que no se las puede juzgar, sino como un pensamiento que, digresivamente, va montando un entramado visible de entradas, salidas, y postergaciones, con un lenguaje muy propio y excluyente. En realidad es un proyecto que consiste en escribir Literatura, encubierta en una reflexión constante, y entonces semeja una escritura filosófica, pero el proceso es inconcluso, se ha dicho cesante y arrastra cuerpo y espíritu, mediante un proyecto de idealización y de una negación sistemática al ser un mundo que se encierra en sí mismo, pero que se expande en sus incrédulos lectores. Escritos obsesivos, como buscando el nexo que los reinicie, un pensamiento extremo, casi utópico, sobre las circunstancias de su propia elaboración y dispersión.

“Si todo necesariamente es psíquico, si lo no psíquico es ininteligible e inconcebible, y si nuestro total de estados sentidos comprende millares de estados que no son visuales ni táctiles”, dice Macedonio y esta característica lo conduce a pensar a su experiencia formada por esa multiplicidad, que conjetura sus posibilidades afectando su existencia, de modo, que lo que se puede repetir es que el Mundo, aparece o desaparece, que esa inmaterialidad es inconstante. “El Mundo no es necesario es pasajero, contingente”, al soñar puede ser que esté, pero negar, o predecir su presencia no tiene sentido, porque en el ensueño y en la vigilia mi psiquismo lo convoca o ausenta.

Diferenciar ese Mundo exterior y el sueño, para saber si sueño o no, mientras las cosas se mueven en una causalidad engañosa (tigre y dolor) por lo que es preciso constatar su secuencia de aparición, y entonces es imprescindible intervenir en el juego. El Mundo exterior no depende de nuestra voluntad inmediata, y es igual, dice, a las imágenes mentales que disponemos, y ellas sí que son voluntarias, el sujeto recibe entonces esta imaginería y, como dijo antes Macedonio, todo es psíquico y por lo tanto, se incorpora a nuestra experiencia. El. Ser libremente crea la imagen, que no es copia de nada, el mundo externo es como vimos fantasmático, lo comprueba el caso del ensueño, porque tanto en aquel estado como el de los ojos abiertos (Macedonio duda de que esto pueda distinguirse, por eso insiste tanto en corroborar su verdadera circunstancia). La sensibilidad tiene esta condición de hacer surgir diversos estados. Los movimientos corporales alteran la significación y las imágenes se modifican, como lo hace el mundo externo.

“Los realistas quieren que el mundo exterior sea algo en sí y exista sin llegar a ser hecho psicológico.”
Macedonio entiende que no se puede ausentar de su existencia, pero todo tendrá que ser puesta en duda, y en su pensar solitario, el solipsismo no se cumple enteramente del todo. ¿A qué llama ensueño? ¿A una suspensión de la vigilia? ¿A un estado intermedio al estar despierto o adormilado? Su irrealismo le dicta que el Mundo no es, no se trata de algo en sí, y esto es una controversia y una manifestación de su idealismo absoluto, que tiene mucho de procedimiento ilusorio.

¿Habrá rozado la locura, el completo vacío, en esta especulación, o esta le servía solo para pensar? La obra de Macedonio es un intenso diálogo con él mismo, que demanda una deriva constante de la lectura, un lector salteado como él dice, que pueda atravesar por sus escritos, porque aparenta un pensamiento sistemático, rígido, pero construye una divagación, a la que es posible acceder por destellos y reverberaciones, que fragmentariamente dejan a su paso señales de una interrupción que desorienta, si uno cree entender su sentido. Las imágenes del sueño, “el interés emocional y agitación psicológica percibida como un tercero son iguales a los de la vigilia” (“El mundo es un almismo ayoico”) La vigilia es lo que aparece como un estado pasible de angustia, aún el pensar y recordar, prever, y evocar, por lo menos no son tan nítidos, los llama de carácter débil, por lo tanto les niega como posibilidad. Estamos ante un pensamiento que trata de cambiar los rumbos acostumbrados, para generar por lo menos una bifurcación de lo ya pensado, también quiere decir que en la vigilia hay algo más que no conocemos. La irrealidad es suponer una causa a la vigilia, esta no está causada quizás por ningún elemento, porque nuestro hecho psíquico, conciencial, crea lo exterior. Entonces debemos atender a nuestro propio interior, porque allí estarán las claves de la existencia o de la no-existencia.

Macedonio establece una especie de fenomenología del sueño y la vigilia, el umbral donde el que sueña se vuelve real/irreal. Estos dos órdenes son equivalentes, y si el Mundo es supuesto, antes y después de percibir, los anulamos, porque la vigilia es un tiempo intermedio, una suerte de flotación en el vacío. Puede ser un ensueño, entonces es real, porque nuestra mente está en estado de receptividad, esto se refiere a ese modo de permanecer. Es ensueño cuando se fusionan, y están por así decirlo, intercambiados.

El “onirismo” macedoniano es muy particular, porque las dos instancias se entrelazan, y se diferencian a la vez. Hay una violencia dulce en lograr que el ensueño sea nuestra situación permanente. “El sentir y el imaginario es lo único existente, nada existe que lo cause, no existe en la vigilia ni en el ensueño algo sentido o imaginado, sino solo el estado de sentir e imaginar que es la plenitud del ser, que no es sombra, representación o efecto de nada.” Esta plenitud del ser, manifiesta entonces un estado, de tal forma que la atención está puesta en ese movimiento oscilante que nos hace existentes. Sentir e imaginar (lo que él llama Afección/Placer/Dolor y proliferación de imágenes) no representan nada, y esto es una forma de negar lo exterior.

El encadenamiento causal es una construcción ficticia, lo que quiere decir que debo ponerla en duda. Macedonio opone “en el dormir” con la vigilia, a pesar que esa reflexión (pensar, imaginar, sentir) es ensueño. En el dormir vivimos la intensidad del ensueño. La vigilia es sólo hipotética y precaria en su iluminación, todo lo oculta; se pregunta qué hay en ella que está llena de olvido, falsas imágenes e insistencias. Para Macedonio la vigilia y los fenómenos que derivan de su estado, provienen de una preocupación lejana, su libro No todo es vigilia la de los ojos abiertos es de 1928, y así lo indica su vida que estuvo dedicada a pensar y describir estos instantes primordiales. La vigilia es un dormitar en el que el ser responde a sus propias palpitaciones.

“Los hechos de la vigilia no se suceden por asociación, sino por causación. ¿Será esto así y hará ello la diferencia entre sueño y realidad?” La muerte como dato radical se iguala con el olvido (la muerte continua del contenido psíquico), donde se dan recuerdos y en la vigilia aparece el ser fantasmático.
¿Alucinación?, ¿ausencia de un objeto que referencie y sea representación de la imagen? Pensar las cosas es ensoñar, entonces se ilumina la escena que figuro. Meditar profundamente en ese estado especial comprende mi angustia de ser. Lo externo, la interrupción, el desaparecer de seres y cosas en el Mundo que ser extingue a cada paso, que muere en mí. El ensueño (regularidad y repeticiones) es la representación agradable del que duerme o cree hacerlo. Repetición de la realidad, es entrar en el ensueño sin interferencia en ella, donde el rastro de lo real es inhallable.

Para Macedonio “el tiempo nada separa”. Y el sueño de la aparición de su padre, con el que entabla un diálogo que evoca, pero que para él es una presencia en su ser, es el ensueño con virtud de retrotraerse e imaginar. Es lo más voluntario, y encierra una predisposición frecuente. Hay momentos regocijantes y angustiosos, envolviendo nuestra existencia. Entre sueño y realidad presume una disparidad “formal”. “Estaríamos en el idealismo absoluto con un doble soñar del ser”. El sueño otorga existencia, estar despierto (vigilia la de los ojos abiertos). Es seguir soñando, es prolongar un estado. Macedonio es el único que sueña, porque soñar es vivir plenamente, los seres existen cuando son soñados, y el Mundo que ellos ven, si duermen, cesa. Macedonio despierta pero sigue soñando. ¿Qué distingue el ensueño de la realidad? Sentir es algo externo que se da en esa emergencia.

Que algo “sea” en el sentir, o en el llamado Mundo, es todo misterio, significa un asombro que compromete nuestro entendimiento. La no existencia es una mera palabra, como otras veces el “ser” es nada más que verbalidad, para un soñador esto es así. Macedonio negando al tiempo, que no es nada, anula el dato radical de la muerte y se entrega meditando al proceder del tiempo. Algo nos estremece y convence, nos conduce a un espacio de sutiles reverberaciones que posibilitan el pensamiento profundo. No sabe cuándo se está soñando o no, que es lo mismo que decir la transmisión de un modo de estar. ¿Estoy despierto? ¿Estoy soñando? La meditación se da en el ensueño o en el instante que uno cree soñar o pensar. La representación es formular qué imágenes corresponden a determinado objeto, pero cuando esto se encuentra por lo menos dudoso hablamos de algo que falta. “En el sueño hay todo esto: una zona de imágenes acompañada de estados emocionales, como en la vigilia.” De estas imágenes se dice que no son percepciones, que no son reales. ¿Esta es una contradicción o una constatación? Macedonio siempre tiene en cuenta al que lee, dialoga con él pero no obtiene respuesta, porque eso es imposible.

Las imágenes visuales, táctiles y musculares que percibe la mente se crean y se extinguen de la nada. Hay una repetición de eternidad que le hace además creer en la causalidad y en sus efectos Las secuencias son producidas por un conjunto de causas que él llama “situación”. Se pregunta acerca de las condiciones para que la escena sea soñada o real. Si la causalidad es esta duda, qué cosas deben darse para mantener una seguridad. No parece que quiera solucionar esta situación dilemática. La invención literaria, el novelar, nos trae todos los sueños, para emprender el continuo soñar, en que consiste escribir literariamente. Macedonio no diferencia entre lo sucedido y lo imaginado, manteniéndose en posición receptiva para los sueños. ¿Qué significa para él pensar? Sobre todo evocar de manera presente lo visto, lo tangible, lo oído, forman un conglomerado de imágenes meditadas. Todo es pensamiento, mi cuerpo y la evocación. El ser y los fenómenos son cruzados y muertos de la nada de la que provienen, de donde surgen, y la sensibilidad es eterna, reside en el vacío que es el tiempo negado de por sí. El ser asombra, deslumbra, en su persistencia, en lo que es. Y el yo significa “el otro”. Hay una traslación continua, que el estado de ensueño no hace sino redoblar.

El ser es plenitud, inmediatez y lo soñado es la única realidad y el verdadero misterio. Entre el despertar, o en él, y el comienzo de la percepción en la vigilia, estas imágenes, del ensueño y la afección, en el sueño, o en el momento de los ojos abiertos, ellas dan su versión. Tanto en un estado como en el otro, las imágenes indelebles persisten. El Mundo material es un sueño de la afección, es decir que percibimos diversos elementos, placer, dolor, y entonces los soñamos transformándolos o traduciendo en imágenes. Lo mismo ocurre en el ensueño, imaginación/ideación o imágenes signo, pensar con palabras, engendramiento afectivo. ¿El sueño está compuesto de imágenes que son producidas en ese tramo intersticial? La imagen hace visible esa realidad del mundo exterior amenazante, que yo creo y durante el dormir no se quiere abandonar. Esa imaginería del sueño donde pienso que estoy, quiero glosar esas apariciones, antes de pasar a las nuevas imágenes de la vigilia.

Lo real es lo soñado, y lo que llamamos Realidad es una suposición, el ser es lo que se constata. En Macedonio aquello que es lo que vuelve, hace inteligible esa reflexión interminable es la Pasión, que es del orden de la Altruística-vivir en la vida del otro, sin cuerpo, en estado emocional metafísico, casi anulando la propia vida o inexistiendo. La “eternidad” conciencial del individuo, no se afecta con la destrucción de mi cuerpo. De esto deriva su novelística y su concepción, o no creencia en la muerte. La inmortalidad consiste en estar no ligado al destino de un cuerpo, y quizás sí de la mente. El sufrimiento indica que siento, pero “ser” es una mera verbalización según esta forma de pensar, con las palabras no se piensa, pero ellas sirven d comunicación, y para recordar, se lo hace para sí, no pueden suscitar en otros el recuerdo, siempre está presente esta capacidad que nos permite a toda hora imaginar. El asombro de ser (emoción) nos recubre y compensa. Toda “concepción de existencia” Macedonio la vincula con su propio ser. Su doctrina es de “plenitud, y eternidad de toda sensibilidad, de la única sensibilidad”.  

Hay, dice, “una imposibilidad de creer”, nada más que en su conocimiento limitado, que se enfrenta aparentemente con lo fatal e inevitable, hay que continuar pensando. Le sigue su fundamentación de la eternidad, de su Metafísica que es personal, y él divaga en su transferencia, que define como un estado de Autoexistencia, porque si es así es lo único que vale. “La Metafísica es hacer del Cosmos es decir del No Ensueño, Ensueño, de traerlo al enigma del ensueño, por el robustecimiento de la Afección y una actitud enervante de la sensación”. Se trata de un traslado, de una peculiar sensación de un sujeto de cambiar de lugar, un estado para que se pase a otro orden de acercamiento.

El pasado es eterno y la máxima sensación es que de algún modo la anulación es posible, la Metafísica de Macedonio busca convertirse en mística en la forma extrema, uno no se suicida del Cosmos, porque todo es experiencial y la Afección reestablece su trayecto. Eternidad y pasado se dan de tal manera, entrelazándose de tal forma que conviven. “La Metafísica, en suma, es hedonística, es hija del miedo” y la intelectualización procura amortiguar, enriquecer y ejercitar “los buenos ensueños y la Afección”. ¿La eternidad es la no-muerte, el ensueño que nos transporta a la ideación, o formación de imágenes, que es la metafísica? “La metafísica es la investigación intelectual de las vías genéticas del hecho espiritual de emoción de infamiliareidad de lo ya conocido, de lo nuevo, que tal es el “choque metafísico”. Investigación de aniquilamiento es pensar cabalmente, la búsqueda macedoniana, pasa por caminos donde su aislamiento lo lleva a la soledad de su cuarto, donde pequeñas muertes de las que sobrevive, lo convencen de que sus empeños se justifican. Se pregunta sobre el sentido de pensar, concebir o ser objeto de un pensamiento. ¿Qué significado tiene representar la nada? ¿Se puede pensar el ser o el no-ser? Pensar es concebir-poseer una imagen para lo que se nombra. Esta peripecia es total, pertenece al territorio de su cuerpo y los esfuerzos de conocerse y rodear el riesgo espiritual de extraviarse en el pensamiento. El objetivo es acceder al “choque metafísico”, el momento en el que todo el ser se conmociona con una interrogación que es impostergable. Macedonio deambula por la filosofía, pasa largos años meditando y ahí lo importante es que su manera inconclusa de indagar piensa siempre en las mismas cosas, como si su asombro del ser no tuviera límites. No se trata de un sistema cerrado, sino de una lectura sobre su propia condición efímera y por lo tanto incesante en su reflexión.

El sueño, que algunas veces llama ensueño, lo envuelve comprometiendo su ser y lo inunda de significación que quiere dilucidarse. Se puede caer en la nada psíquica, entonces el mundo no es forzoso, y termina su misterio. ¿Hay mundo o no hay mundo? El ser y el no ser no son pensables, por lo que son meras verbalidades. Tenemos continuamente instantes de no ser, esto hace que pensemos en el ser que es presente. El dormir, sueño y vigilia, es inmediato, el pensamiento está ligado a una imagen privativa. Si la “angustia” pertenece al ser, cómo puede intervenir en el no ser. Las categorías macedonianas las intercambia, porque así no tiene seguridad y es posible reformular-deformar constantemente sus derivaciones. El no ser ni siquiera es cotidiano en la vida, no hay discontinuidad en el tiempo, porque éste sin sucesos es inconcebible y casi absurdo. Hablar de angustia o de ansiedad es un estado psíquico que se refiere al “infinito”, al “ser” y al “no ser”. Aludiendo a Husserl menciona la contingencia del ser que desaparece o habiendo desaparecido permanece. “El despertar del sueño como si fuera la metáfora de un resurgimiento de la vida después de la muerte, esa una dimensión del ser místico –siempre presente: ser y presente son la misma cosa– que se halla interrogada”, dice Horacio González y esa divagación macedoniana se corresponde con una investigación sobre el significado de esa grieta entre el despertar (que no es del todo) y el soñar que también es inconcluso.

Hay enunciados dilemáticos que pueden mostrar alternativas que señalan dos caminos posibles, el sueño-ensueño, tiene su negación en el Cosmos, lo exterior, que como juego de falsos espejos reverberan en las vida diaria Macedonio busca separar los regímenes, porque no está seguro si está despierto o sueña, o es soñado por otro que lo involucra.

El resucitar de las personas en el sueño comprueba la existencia que le otorgamos como soñadores, y de algún modo cómo ellos han podido evitar la muerte, y que nuestra fe confía en su supervivencia. ¿Qué es real para Macedonio, el sueño o la vigilia? ¿Qué diferencian las personas tocadas a las que soñamos y que por eso resucitan? Macedonio se pregunta por qué causa se disminuyen los sucesos del sueño, cuando sus imágenes son más fuertes y contundentes para nuestra conciencia, para lo que ocurre con los ojos abiertos como si ahí se presintiera lo que hay que creer. Por lo menos duda y por eso se interroga. Él dice que la intensidad conciencial del ensueño es tal vez más grande que la de la vigilia. Aunque no puede explicar así el olvido –la muerte– en los sueños y en la vida. La diligencia de nuestro ser hacia los sueños. Macedonio hace resucitar a su padre en un ensueño soñado del pasado y se pregunta si no se puede intentar resucitar o torcer el destino del padre, niño que lo ve morir ante sí. El Mundo para Macedonio puede estar o no estar, es percepción y contingencia, igualmente existe el sujeto o lo que se llama sujeto. El yo no es nada, sin yo, es un fenómeno no adventicio. Yo existe en un cuerpo, no es algo conciencial, no puedo concebir la no existencia ni por un momento. La muerte se entiende como el no- ser, esto es imposible, casi de todo sentido. El ser y la existencia es no presente ni actual.

“Como si dijéramos: las cosas se ven con los ojos abiertos, las imágenes se ven con los ojos entrecerrados”. Pero lo que realmente interesa son las imágenes, como si en ellas residiera un caudal que hay que transferir. ¿Hay efectos inmediatos en los sueños? El Mundo, el exterior es un invento, increado por uno, en el ensueño el Mundo cesa. En la imaginación del sueño hay causalidad, pero puede no haberla, ya que se niega la secuencia, y el tiempo que la contiene. Las agresiones del Cosmos, o del propio cuerpo, son respondidas analgésicamente, evitando o tratando de anular el dolor con la conciencia que hace que la Afección se postergue. ¿Esta Metafísica es no literaria, pensadora, o es una forma proposital de escritura? La clave de su acción descriptiva, está basada en la experiencia que se tiene, niega también lo discursivo o la verbalidad con que las nociones se vuelven mera abstracción.

El ser pleno, cognoscible, es esa indagación sobre las condiciones de experiencia, porque se procura en el extravío las peculiaridades del asombro. La conciencia es un continuo, dice, lleva claridad. El hecho metafísico está reunido en un estado “momento conciencial de infamilareidad” en donde con lo conocido nos introducimos en el Misterio.

El estado místico, que es de plena verdad, sabemos que es el objetivo vital que Macedonio anhelaba para sí mismo, es decir el acceder a una claridad de pensamiento, el haber y acontecer plenamente, reflexionando en una atmósfera de saber-ser. Toda la labor conciencial requiere retrotraerse a la Mística primitiva, conocer-desconocer el haber y el ocurrir, sumergiéndose en el sin yo que es el saber místico. El ser verbal nada es, lo nuevo, es ese impulso, no para explicar lo inaccesible, sino para ahondar en lo aparencial. Los momentos del pensar provocan estados múltiples, variedad que con o sin pensamiento da la pluralidad de estados. Hay variedad porque hay complejidad de situaciones y lugares. Pensar exige esa pluralidad. Macedonio considera las alternativas de aquello que piensa, como una reflexión  aparentemente sin nexos pero que se  relaciona con cómo ve el ensueño, siendo la posibilidad de encontrarse en un momento no muy diferente a la vigilia de un hombre despierto.

Freud dice respecto del estado onírico que se da “el estricto retraimiento o aislamiento del sueño respecto a la vida real” (La interpretación de los sueños, T IV 1ª parte) en la indistinción de Macedonio esto en parte es así porque para él la vigilia constituye otro aislamiento. El tema de la intensidad o nitidez de las imágenes es un elemento primordial. Para Macedonio aquellas que provienen de los recuerdos son vivaces. Sigue Freud, “alguien podría presuponer que la intensidad sensorial (vivacidad) de las imágenes oníricas singulares tiene alguna relación con la intensidad psíquica de los elementos que corresponden dentro de los pensamientos oníricos”. La teoría de Freud que construye el concepto de inconsciente (censura y represión ) no es afín a las elucubraciones de la introspección macedoniana, el que no hablará del contenido de sus sueños, más bien le interesa la intención de soñar y todos los fenómenos que envuelven la salida, la entrada al sueño, y todas sus derivaciones. El trabajo de Macedonio es arduo porque no busca comprender sus ensoñaciones, su descripción es de estados físicos y de psique.
“Macedonio consideraba a la escritura como una imperfecta transcripción del ensueño”. La nada lo acechaba, entonces esta maniobra le resultaba inevitable. Y necesitaba por eso escrudiñar, entre la realidad y el ensueño, colocándose en un lugar intersticial. La intensidad de las imágenes en el ensueño, en la demencia se compara a las sensaciones.

“La alucinación, las imágenes del sueño, las voces de la locura, son formas de la Pasión, que no necesitan otra prueba de realidad que el soporte del apasionado”. ¿Estoy dormido o estoy despierto? O en el ahora me encuentro en ambas situaciones, y el tiempo es eliminado. “El ensueño –es a su vez– era un medio (instrumento poético) y una forma de vida, a la que se puede legar por el trabajo de la reflexión y la escritura”. German García: “La teoría del ensueño en Macedonio –no la explicitación sino la práctica– sería la clave de la comprensión de las figuras de su estilo y en esas figuras se juega el sentido manifiesto de su escritura y de su ser”. La palabra debe advenir, en forma de metáfora o de Lenguaje, por encima de las imágenes-ecos, que provoca el sueño. El deseo y el recuerdo y sus posibilidades y emergencias son señalados como puntos nodales, donde se debe enfocar la reflexión interminable. Sueño, recuerdo y deseo se vinculan en la poemática del casi-filósofo, que con sus estados de ensueño difuminan o sabotean la realidad visible o lo perceptible.

La vida bonacible o penosa, se repite durante un tiempo y nos remite a un Mundo identificable y familiar. ¿Hay unidad en ese Mundo, lo hay en la vida individual? O tenemos mejor que estar atentos a la multiplicidad de estados en los cuales existimos. Encerrado en su pieza y en sí mismo, Macedonio niega el tiempo, la muerte de los que aman, y se propone vivir envuelto en el ensueño que lo deja deslizarse por las fronteras de su ánimo, de su asombro de ser, y en el desmayo y en el sueño, cree experimentar los límites de su existir, y eso le hace tener visiones de sus recuerdos. Estados mentales, pasados, presentes y futuros son admitidos por ese idealismo absoluto que Macedonio profesa, instancias propias y ajenas, que lo relacionan a un pensamiento original y espontáneo. Sabe que no se puede ausentar, y que no vale negar la existencia porque esto no es concebible. Todo debe pasar por nuestra conciencia para ser algo, de otra manera es nada.

La imagen difiere de la sensación original, que se altera con movimientos y aptitudes. La imagen del sueño permanece, no la ve efímera. Por eso Macedonio prefiere esta figuración, y la extiende a la vigilia de ojos abiertos y a la escritura. El mundo se da como deseo, fantasía, evocación, volviendo al mundo exterior. Hay que sumergirse porque ello nos arroja a un profundo mundo interior, en el que nuestro espíritu emprende un viaje a los límites de nuestra experiencia y contemplación. Pensar, expresa en algún momento existencia. “El sueño, el desmayo son esas situaciones supuestas de inexistencia (pues el que nada siente nada es” (No todo es vigilia la de los ojos abiertos). Suponemos una muer que no es tal, por eso cuando sobrevivimos, entramados en la plenitud del ser, se sigue soñando en un estado “místico” que es exultante. Más despierto que una vigilia es ese tránsito a la “eternidad nemónica individual”.

Los enredos macedonianos no son muchos, aunque una claridad traspasa sus tropiezos, la reverencia, un alegato por Pasión, la muerte del cuerpo en su ocultación a los ojos, son tan solo una maniobra. El estilo del ensueño constituye al ser como concebible y posible, ahí se manifiesta, lo llama como todo lo que se presenta como integrante de la subjetividad, exceptuando al mundo externo, en la sensibilidad donde está todo mi existir, al ser plenitud inmediata, es el sueño. “El deseo o la voluntad de acción directa sobre la imagen y no sobre la sensación”. ¿La vigilia consistirá en una serie de sueños cortos? ¿Hobs estuvo en realidad en Buenos Aires? ¿Realidad o ensueño?

El ensueño tiene que ver con la asociación de ideas, y el sueño no posee efectos. Habrá buenos y malos ensueños, y puede instalarse la angustia, desapareciendo las imágenes agradables, la llamada vigilia es una construcción ficticia, que separa el ensueño de la realidad. La vigilia, como ya dijimos, es una hipótesis precaria que se establece para delimitar campos y ordenar la vida. La costumbre macedoniana de dormir-dormitar, y anotar el sentido, contaminan los hábitos, y son un componente de su extravío. Se pregunta qué es lo que hay en esta vigilia, compuesta de olvidos, brusca muerte súbita, ensueños y recuerdos recientes o remotos, que la caracterizan. Aparece como un estado latente, no del todo cierto, que guarda un misterio que no consigue develar, poblado de imágenes diferidas. El ser de los sueños es también fantasmático, no se consigue asir, y el de la vigilia comparte esas cualidades por extensión o presencia del pasado. Acomodamiento fisiológico el dormir, puede desaparecer en el transcurso de la evolución humana y es un acto de adaptación a circunstancias que pueden cambiar. Pensar, imaginar, prever, recordar, durmiendo en el ensueño, nada se diferencia en la vigilia, lo que está diciendo Macedonio es que tales disposiciones se igualan y se complementan, son espacios continuos e inmediatos. Convertir estos procedimientos en Literatura es el propósito de este escritor atípico.

Solo no es puro sueño lo que tenga que ser anterior, y como este a veces es mera verbalidad, y en otras ocasiones plenitud, se duda de lo que sea efectivamente sueño. La vigilia en verdad pertenece a este punto de inflexión donde se deberían partir las aguas. Hechos y cosas desaparecen continuamente o son inhallables en el ensueño, en la “realidad” y sus rasgos no surgen claramente. “Podría decirse que si los ensueños son tan angustiosos o regocijantes, no vale la pena de que sean irreales, y si estamos acostumbrados a la perdidumbre de muchos hechos calificados en el momento de reales, es porque la realidad tiene un valor hedónico apenas diferente o superior al de los ensueños”. En broma o en serio Macedonio trastoca los tiempos y convierte el ensueño en realidad, no solo de los tramos de una vida personal, ya que los lleva al tiempo que no existe. ¿Soñó que vio al intruso o lo ha soñado, ocurrió efectivamente la persecución? Mediante esta vacilación Macedonio se pone al resguardo y enrarece las certezas del acontecimiento, no se somete a ellas, vive en estado de sueño, donde no hay seguridad tampoco de que la imagen sea cierta. Su mente es receptiva de los cambios que se dan en esa escena.
La vigilia, una serie de sueños encadenados, tiene trayectos desechables, restos de una experiencia ya conocida, y núcleos significativos conmocionantes para la conciencia del soñador.

Las palabras son para comunicarse, no para pensar. El verdadero conocimiento metafísico se presenta en forma de imágenes, que no es preciso descifrar. En la mente del lector o del interlocutor hay inadecuaciones que la comunicación procura corregir o por lo menos intenta actuar con nuevas inadecuaciones. “Lo que sueño a veces ocurre luego: puedo soñar cuando estoy bajo un temor o una expectativa grata”. Siempre esta oscilación entre el placer y el dolor hace residir al sueño en la esfera del pensamiento, porque lo que se piensa existe, y debo entregarme a ese movimiento que se da en imágenes, sobre todo visuales, que continuamente se refieren a ese estado de consuelo o desconsuelo, en el que Macedonio se refugia y se retira a su ser pleno. Existe una secuencia causal externa, que es la fuente de las imágenes, como una repetición de la realidad. Aunque la huella de lo real sea difícil de encontrar para el soñador, como si estuviera envuelto en una zona, más allá, que tiene sus propios modos de ser. La contigüidad de los estados de por sí aniquila al tiempo que para Macedonio nada separa ni es.

Estar despierto no es únicamente tener los ojos abiertos, significa seguir soñando, y la metafísica no es más que esa condición del sueño, porque su permanecer ahí es abrirse a una infinidad de manifestaciones del alma. Un pensamiento de sentido común diría que Macedonio no sabe distinguir si sueña profundamente o si dormita, sobre todo cuando está bajo el influjo de la ensoñación, por imposibilidad mental, pero también es cierto que ese diálogo incesante con el que recuerda, lo conduce al ensueño, como el único espacio donde, de un estado al otro, conserva su integridad, con su yo desintegrado.

Dice Horacio González: “El texto macedoniano contiene la preguntan de su cesación y por el acto de su conclusión. Pero no por ello el ser queda vacante. Al contrario Macedonio tiene un escribir “abierto al vacío” porque busca el momento áureo y místico en que el escrito se transforma en vida” (Macedonio Fernández: El filósofo cesante). Este llegar implica una propensión hacia nuevos significados que solo residen, cuando este pasaje se realiza otorgando vías a lo que ese instante, se convierte en otra cosa. Si no hay yo, tampoco hay identidad, si el Mundo exterior es conjeturable, queda el misterio del sueño/ensueño. ¿Son dos cosas o una sola? Donde quizás es posible que los fantasmas, recuerdos y experiencias vivan derramando una luz al ser y sus vicisitudes.

Existe miedo, al soñar y al despertar, como algo invariable, ese sentir atraviesa zonas aparentemente opuestas, pero en verdad se diluyen en el olvido-muerte, o se recuperan con la labor reflexiva. “Pero reduciendo al régimen del Ensueño el mundo del no Ensueño o Cosmos, nos encontramos sintiendo únicamente las espontaneidades, creaciones continuas de nuestra Afección, que no por falta de cosmos dejará de presentar la suprema variedad de dolor-placer. Y así ocurre que es vano refugiarse en el régimen del Todo Ensueño, pues en nuestras pesadillas de todas las noches podemos sufrir todo lo que el cosmos nos puede causar…”

Pero esto en la casi teoría o Filosofía fracasada, Macedonio está desmintiendo que la vigilia perfila un desorden y no se la debe eludir, el ensueño cubre con su modo todo aquello que se formula. Cuando apareció No todo es vigilia la de los ojos abiertos, en 1928, la mayoría se desconcertó. Los que seguían a Macedonio lo consideraban una persona singular. Su pensamiento parecía utópico, fuera de lugar, se dividieron los bandos y los que lo veían como un loco lindo, no lo tuvieron más en cuenta. Su reclusión encapsuló a los escritos. Pero el entusiasmo acerca de Macedonio persistió en otros, continuó pensando en la vigilia y el ensueño como señales de su meditación.




20.1.15

Oliverio, el más allá literario, por Jorge Quiroga




En 1957 Oliverio Girondo  publicó un libro de poemas absolutamente extremo, en términos de propuesta de lenguaje poético, por su calidad y rigor, libro que aún no ha sido suficientemente medido en la historia de nuestra poesía y en los efectos que provoca y provocará pensándolo como investigación y proyecto.
Girondo es un poeta de neto corte experimental, lo que quiere  decir que trabajó, en última instancia, con materiales que le sugerían el diálogo interior, con un fondo o una masa de lenguaje, a la que llegaba a través de una búsqueda signada por la incertidumbre.
En la Masmédula es el resultado provisorio de esa interrogación, que trasciende la expresión habitual y corriente, para encarar el desmembramiento de los vocablos y su recomposición, hasta llegar a la médula  de lo hablado, pensado, escrito, y sentido, en un verdadero estado de conmoción.
La obra poética de Oliverio Girondo accede a ese desenlace de su producción, primero determinada  por  la  Vanguardia  histórica del 20/30 , y luego envuelta en las consecuencias de la neovanguardia de mediados del Siglo XX  que hace su eclosión en la década del 60, y que se extiende hasta la virulencia estética del 70.
En este sentido, es precursora de lo que vendrá, en términos de investigación que indaga, con sus propios recursos, una situación, en  su  caso de existencia, límite y de intensa crisis espiritual.
Por esos años, Rodolfo Walsh arma un juego aparentemente diferente en confluencia con la hiperpolitización de la época, y descubre con Operación masacre un nuevo territorio textual, que conlleva la transformación de acuerdo con la experiencia misma de la escritura.
Esta va modificándose, en la medida que se modifica, al propio escritor, colocándose al borde de su particular búsqueda.
¿En qué se parecen, y en que se separan estas dos obras fundamentales de la literatura argentina?
En las dos, se configura un imaginario que se sumerge en las densidades de la experiencia que se va viviendo. En el libro de Oliverio es la presencia insistente de la orfandad, y de la muerte acaso cercana, en el de Walsh la mirada acuciante de los otros, el peligro y la incógnita  misma de la imagen de esos fusilados.
Los dos encierran una  pasión  por el lenguaje, el uso extremo de procedimientos de escritura, que niegan la acostumbrada ficción, en procura de aventuras inéditas.
El libro de Girondo es impensable en relación a lo escrito hasta allí, inclusive por Oliverio, por las características de una lengua imprevista, pero de ninguna manera frívola ni arbitraria. Formada por palabras inventadas, residuos y yuxtaposiciones, nuevas maneras de fusión que tiende a una significación entrevista, que quiere ser un grito de estremecimiento. Es indudablemente producto de una circunstancia límite más acá y más allá de lo literario.


El libro de Walsh  inaugura un nuevo género, difícilmente  clasificable. Ya  que el autor escribe como trasponiendo el umbral de lo previsible. Tiene que ver con la ética y por lo tanto excede el marco de lo meramente verosímil, para rozar y ahondar la verdad, transformada en circunstancia política.
Un texto y otro utilizan elementos puestos en circulación y de alguna manera irrepetibles. Para la poesía argentina, el modo particular del último Girondo, encontrará aciertos y desmesuras que  parecen ser adecuados a la extrema estética de su escritura.
Operación  masacre inicia una literatura  hiperpolitizada, que lo vinculará estrechamente y de forma indeleble, con las preocupaciones y la sensibilidad de un tiempo histórico.
El libro de poemas de Girondo aparece también en un momento especial de nuestra historia social y política, la primera entrega es de1954, luego en 1956, y otra edición ampliada en 1963, es decir en los finales  del  gobierno de Perón, después  en  el llamado período postperonista, que tanta importancia tuvo en la configuración  de  un contexto de crisis.
Por lo que se puede afirmar que surge en una coyuntura cultural, que estaba de alguna manera condicionada por el estado estético del retorno de la vanguardia que aquí estaba construyendo su  actitud de descubrimiento del lenguaje con su propia lógica que irrumpía a través de una lengua muy particular.
La voluntad artística con que se escriben estos poemas consiste en entablar un diálogo interior, interpelación que trata de buscar un idioma singular que va traduciendo vivencias llenas de quiebras y aristas.
Es un libro desafiante, un modo de intervenir con un soliloquio en el campo cultural de la época, que era pequeño, quizás provinciano, aislado, como  correspondiendo a un país periférico, pero también cruzado con líneas artísticas de avanzada en la plástica, en la literatura. En el teatro, y que explicarán las expresiones posteriores del Instituto Di Tella.
Claro que como sabemos estas tendrán  unas especial relación con la suma politización del 60, producto de las encrucijadas sociopolíticas.
El  cosmopoliticismo de Buenos Aires es un ingrediente que determina estas realizaciones de la vanguardia, que en el caso de Girondo se presentan en su obra, como receptoras de una circunstancia límite, la angustia y la desesperación llegan juntos de una indagación extrema Algunos poemas son vertidos casi evitando la lectura, porque ella solo será posible si se aceptan los procedimientos de esa poética girondiana que se muestra interesada en fijar sobre todo sus inquietantes significaciones.
Girondo escribiendo  un libro como este, que publica muchos años después de la  moderada propuesta del Martinfierrismo, del cual el poeta fue propulsor y protagonista, cuando la mayoría de los escritores que procedían de esta corriente, ya había  entrado en otros caminos estéticos, al  insistir en la frescura de su búsqueda, plena de actitud de ruptura, reivindica así ese pasado y el ejercicio de una escritura poética que lo obligaba  a ser riguroso.
Trabajó entonces incansablemente, rodeado de libros  y diccionarios en el silencio de su escritorio, eligiendo palabra por palabra, sentido por sentido, uniendo y deshaciendo, operando y manipulando el lenguaje.
Su vanguardia consistía en un gesto desmesurado que se explica por su voluntad de culminar su obra, en un momento crucial de su vida.
El libro no era resultante, inevitable de la poesía que se venía escribiendo, por lo tanto se constituye como algo no aguardado y que indirectamente expresaba estados de conciencia, que se fragmentaban en sentidos y significaciones inéditas.
Producto de preguntas vitales de carácter individual, encerraba una posición aristocrática, pero que clamaba por una comunicación renovada. Incluía por un lado, un estremecimiento existencial, una evidente verdad, puesta en  estado de ebullición. Se centraba en la obtención de climas que ya dejaban de ser frívolos y que iban presagiando un destino inexorable.
De alguna forma podía leerse como un trance trágico, una especie de exorcismo y que mediante una detallada elección de vocablos, y el movimiento creador de nuevas palabras, iba en procura de la expresión exacta y el desprendimiento.
Dice Daniel Freidenberg: “Desde Veinte poemas  para ser leídos en un tranvía (1922) a  En  la masmédula ( 1956 ) Oliverio Girondo llevó a cabo una de las mayores aventuras de la lengua castellana. El juego  con la imagen brillante  y la irreverencia  en un principio, un desolado rastreo en la incertidumbre más tarde y finalmente la reelaboración  bullente y desquiciada de las posibilidades de la lengua son los principales rasgos de una obra que, a más de un cuarto de siglo  de la muerte de su autor, vuelve a nacer ante los ojos de quien quiera leerlo” (1)
La aventura, en este sentido la palabra mencionada es muy significativa tratándose de una época que localizó lo heroico de la aventura humana como riesgo y mirada hacia los otros, como acto cargado de significado activo, Girondo, auscultándose de todos modos, realizando una entrega personal.
El mecanismo esencial empleado primero es la negación, la mezcla, el autosondeo  hacia lo incierto de la vida y la muerte, como dos polos fascinantes y aterradores. Indagando en  el ser, con la marca y la alimentación de la nada, asimilando imágenes contradictorias y graves.
El movimiento tiende a la dispersión y al ensamblado de partículas que cobran nuevas direcciones, mitologías intransferibles volcadas en un  lenguaje cifrado pero que es transparente y que con claridad dice su intención. Esto significa explorar hacia dentro y desdoblarse para ser otro. Encontrar quiebras, grietas, erosiones que muestran lo indefenso del ser, su condición de búsqueda.
El tiempo se despedaza en tropos, las palabras se unen, formando secuencias y líneas interminables. Es el darse sin límites, como si la escritura poética consistiese en estar alerta a un llamado incierto que nos conmociona, rodando entre estertores de la muerte.

Se sigue un más allá del lenguaje, entonces las ausencias no son tales, en la intensidad del olvido.
La inmovilidad ante esas formas que no cambian, el exilio más urgente, dejan extender el pensamiento hasta el vacío más inminente, amenaza el buceo en el mismo yo, el lenguaje interno, cercano al grito y a la angustia, lindando con el llanto, fuera del tiempo, en un espacio flotante.
La atmósfera y  la poesía se encuentran  relacionados con la pesadilla y un espacio existencial  de intemperie vinculado, con una sensación de profundo miedo. Son anotaciones de un viaje interno que astilla a las imágenes.

  
Hay un registro minucioso de situaciones de vértigo, que se trasladan al poema extraviando su  turbio angustiante bagaje. El tiempo se difunde en los huecos, porque lo que se desea es capturar el íntimo secreto de las cosas, hechos y  planos de la orfandad extrema.
Es un destino errante en el cual todo está distorsionado y tenso y tiene que ver con la entrega total. Se vaga por un mundo erosionado desgastado, desprovisto. Evidentemente, en el marco de una crisis existencial, cuando rige la nada, el destiempo, el yo minimizado, ante la inmensidad de lo incierto.
Alguien vive todavía en un déficit de asombro y se encuentra dispuesto a trasponer los umbrales del sueño o la pesadilla. Girondo se enfrenta en su último libro con un universo contradictorio, horrendo y hostil a veces, dulce otras, del que sólo podrá salir con la intensidad del fondo de una cerrada noche, utilizando capas de insomnio.
Siendo fiel a su búsqueda peligrosa, escribe una poesía hundida en interrogaciones y hallazgos de lenguaje, que lo hacen renacer y reencontrarse en la ausencia.
Testigo de su propio naufragio de vida, este viaje hacia la nada atisbando el más allá, es uno de los documentos más inquietantes de la poesía argentina contemporánea.
La época no explica esa aventura poética, pero nos ayuda a intentar interpretarla, el desgarramiento y la ruptura eran partes esenciales del sentimiento de esos años, por un lado, de alguna manera eso tiene que ver con la crisis y el cuestionamiento individual, cercano a la muerte, la extrema politización es otro signo, trágico en sus efectos y quizás necesario, de un clima de encerrona, de encrucijada y de avance popular. Los vientos de la Historia, empujaban, según la famosa frase de Walsh, así como la lógica de la ruptura que propiciaba la neovanguardia de mediados del Siglo XX, estaba preanunciada, o por lo menos hacía posible el desborde del legado último de la poesía de Oliverio Girondo.
Acercar estas realidades. no solamente significa  constatar una coincidencia de época, el mismo Paco Urondo, resaltaba en un libro de esos años (2), que Girondo había sido el poeta del 22, más consecuente con una estética que tiene sus raíces en el Martinfierrismo, y que supo ser fiel a la ruptura como estética, sin hacer concesiones, y  con una fulgurante coherencia.
También  en ese tiempo una revista, Zona de la poesía, se encargó de exaltar la figura de Oliverio Girondo, dedicándole un número y  exhibiendo su fotografía como homenaje en la tapa. Es decir que debemos enmarcar esta obra de Oliverio, como un encuentro de ciertas  preocupaciones, que sobre todo están en el clima de esos poemas. Ellos son atravesados y tienen cruces con otros textos con los cuales en algo dialogan, y se acercan en puntos, convergencias y divergencias, que conforman un haz de posibilidades inscriptas en un determinado lapso de tiempo y una literatura.
Transcurridos años de la muerte de Oliverio Girondo es pertinente tratar de reflexionar como su poesía se constituye en un punto de referencia inevitable, si queremos pensar el sentido de  una obra experimental que nos sigue convocando, y que se seguirá releyendo una y otra vez.
Oliverio Girondo es un poeta que de alguna manera arriesga bastante en este su último libro porque él tenía ya un prestigio que provenía  de su trayectoria intransigente, pero con estos poemas se colocaba en una posición radical que lo alejaba bastante de lo que fueron sus compañeros generacionales y  planteaba una escritura poética sumamente extrema.

Habría que pensar este  trabajo poético de Girondo, contextuándolo, a pesar que la escritura de En la masmédula se resiste, porque su intento es el resultado de una crisis existencial que se transfiere a una intensa búsqueda de lenguaje.

Claro que la pasional circunstancia que vivía la llamada generación del 60,  debe incluir al 70, formando una unidad porque allí está el núcleo de una transformación de las expresiones artísticas que debe ligar y  cruzar estos órdenes, que en apariencia están polarizados pero que necesita encontrar vínculos, porque al mismo tiempo que se cuestiona una política, se comienza a gestar una propuesta integral.
Es por eso que los poetas y narradores más conscientes de esa  época, se dan cuenta y  pensaron  a su obra, que es de indagación y de literatura, cuya característica es dejar que la realidad tenga lugar en ella, y además sean permeables  a la investigación y a la problematización estética. 
Rodolfo Walsh es un ejemplo, siempre se mostró atento a las manifestaciones renovadoras de nuestro Arte, Francisco Urondo como vimos pensaba Girondo constituyendo un precursor y un antecedente que formaba parte de una verdadera tradición rupturista que había que recuperar (junto con Macedonio Fernández, Raúl González  Tuñón, Juan L. Ortiz, Roberto Arlt, Nicolás Olivari, los Discépolo, etc.), la  poesía de Juan Gelman está traspasada en muchos poemas de elementos  residuales productos de la neovanguardia, hasta inclusive un poeta como Luis Luchi aparentemente reacio a toda, tesitura escribe algunos textos que únicamente pueden ser  leídos en esa óptica.
La figura del escritor anti-oficial era dominante, y convocaba a la escritura, Girondo  fue tomado como el ejemplo que invitaba con su conducta, a  continuar el camino de su intransigencia, su carácter transgresor lo colocaba en una situación privilegiada. Pero lo que hay que remarcar es que la trayectoria de Oliverio Girondo excede el marco de la mera Literatura para convertirse  en una figura muy emparentada con una sensibilidad poética de cambio. El que lee sus poemas, comprende en esta actualidad  que no necesita continuadores de su poesía, sino más bien comprender su actitud de cambio, de cuestionamiento  y de incesante crítica, una especie de más allá literario, que en realidad es la asunción de una ética.


(1) Daniel Freidenberg: en “Imágenes en vuelo” ( Poemas Inéditos ) Ed. Losada – Nobel Fotografías Eduardo Longoni. Bs. As. / Oviedo 2004

(2) Francisco Urondo: “Cuarenta años de poesía argentina” (1920- 1960) Editorial Galerna, Buenos Aires 1964.



*


EN LA MASMÉDULA - Oiverio Girondo


El pentotal a qué


Lo no moroso al toque

el consonar a qué la sexta nota
los hubieron posesos
los sofocos del bis a bis acoplo de sorbentes subósculos
los erosismos dérmicos
los espiribuceos
el ir a qué con meta
los refrotes fortuitos del gravitar a qué con cuanta larva
      en tedio languilate en los cubos del miasma
los tantos otros otros
la sed a qué
las equis
las instancias del vértigo
el gusto a qué desnudo
los tententedio tercos del infierneo en familia
las idóneas exnúbiles
el darse a dar a qué
el re la mi sin fin
los complejos velados
el decomiso aseto
los tejidos tejidos en el diario presidio de la sangre
los necropiensos con ancestros de polvo
el “to be” a qué
o el “not to be ” a qué
la suma lenta merma
la recontra
los avernitos íntimos
el ascopez paqué
cualquier a qué cualquiera
el pluriaqué
a qué
el pentotal a qué
a qué                          
                       a qué
                                           a qué
                                                                      y sin embargo


La mezcla


No sólo

el fofo fondo
los ebrios lechos légamos telúricos entre fanales senos
y sus líquenes
no sólo el solicroo
las prefugas
lo impar ido
el ahonde
el tacto incauto solo
los acordes abismos de los órganos sacros del orgasmo
el gusto al riesgo en brote
al rito negro al alba con su esperezo lleno de gorriones
ni tampoco el regosto
los suspiritos sólo
ni el fortuito dial sino
o los autosondeos en pleno plexo trópico
ni las exellas menos ni el endédalo
sino la viva mezcla
la total mezcla plena
la pura impura mezcla que me merma los machimbres el
        almamasa tensa las tercas hembras tuercas
la mezcla
la mezcla con que adhrerí mis puentes


Arindandantemente


Sigo
solo
me sigo
y en otro absorto otro beodo lodo baldío
por neuroyertos rumbos horas opio desfondes
me persigo
junto a tan tantas otras bellas concas corolas erolocas
entre fugaces muertes sin memoria
y a tantos otros grasos ceros costrudos que me opan
mientras sigo y me sigo
y me recontrasigo
de un extremo a otro estero
arindandantemente
sin estar ya conmigo ni ser un otro otro

 

 

Destino


Y para acá o allá

y desde aquí otra vez
y vuelta a ir de vuelta y sin aliento
y del principio o término del precipicio íntimo
hasta el extremo o medio o resurrecto resto de éste o
      aquello o de lo opuesto
y rueda que te roe hasta el encuentro
y aquí tampoco está
y desde arriba abajo y desde abajoarriba ávido asqueado
por vivir entre huesos
o del perpetuo estéril desencuentro
a lo demás
de más
o al recomienzo espeso de cerdos contratiempos y destiempos
cuando no al burdo sino de algún complejo herniado en
       pleno vuelo
cálido o helado
y vuelta y vuelta
a tanta terca tuerca
para entregarse entero o de tres cuartos
harto ya de mitades
y decuartos
al entrevero exausto de los lechos deshechos
a darse noche y día sin descanso contra todos los nervios del
    misterio
del más allá
de acá
mientras se rota quedo ante el fugaz aspecto sempiterno
       de lo apasrente a lo supuesto
y vuelta y vuelta hundido hasta el pescuezo
con todos los sentidos sin sentido
en el sofocatedio
con uñas y con piensos y pellejo
y porque sí nomás