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2.3.13

Pierre Guglielmina - De paso, la revolución




           
El inglés, es un francés mal pronunciado.
                               Louis-Ferdinand Céline

Nosotros – punteados de infinito –
                                      Jack Kerouac

El 1 de abril de 1956, Jack Kerouac anota en la primera página de una libreta nueva: “Viernes a la tarde en el universo, en todas las direcciones adentro & afuera…” Este pez para inocentes (del día de los locos, de todos los locos, en inglés) va a nadar durante tres años, a filtrarse en el mar de todas las lenguas, a terminar este largo bautismo tomando el nombre de Old Angel Midnight, después de haber flirteado con el nombre de Lucien Midnight y dejando detrás de sí, a fines de 1959, las páginas de otras cuatro libretas. Ese mismo año, Kerouac publica cityCityCYTY, visión de un matriarcado planetario perpetuado a golpes de electrocuciones de masa – única tentativa de “silencio-ficción” y guiño divertido a las “tesis” de William Burroughs. 1956-1959: episodio crucial de la vida en prosa, que encuentra su punto culminante en 1964 con Skakespeare and the Outsider. La secuencia es la siguiente.

¿En qué punto estamos en 1956?

1950: una primera novela, The Town and the city, saga de la ciudad natal en “prosa cuidada (prosa deliberada)”. 1951: en tres semanas sobre un rodillo de ciento sesenta metros de largo, En el camino. “Escritura dirigida hacia una mujer”, dice Kerouac de su novela, razón profunda y nunca señalada (ahora sí) de los seis años de exclusión antes de encontrar un editor. Viking le reprocha que no tiene “el estilo de la editorial” (¿domesticidad que le corta el camino a una escritura dirigida a una mujer?). Invención, en el transcurso de una conversación ya antigua con John Clellon Holmes, de la expresión “Beat Generation” que, después de 1957 (ya se publicó En el camino), se convierte rápidamente en un llamado a la militancia y en slogan publicitario. Dos amigos escritores (Ginsberg, Burroughs), ladrones con los que Kerouac integra durante cierto tiempo, en los Estados Unidos de la guerra fría, el tranquilizador trigrama KGB: mecanografió los textos de ambos (batiendo todos los records de velocidad) y les encontró títulos (Howl y Naked Lunch). Los dos se convierten en figuras del movimiento Beat, a medida que Kerouac se distancia radicalmente de este movimiento. Un amigo guarda de trenes (Neal Cassady) con el que descarriló durante diez años, y  que todavía anda por el camino, habla mucho, no escribe o escribe poco, que se va a sentir engañado por haber sido transformado en novela y que se lanza a una puja sobre la caída de los cuerpos – puja que no dejará completamente indiferente a Kerouac. Accidente del camino. El camino tiene sus recodos trágicos. Un hermano y un padre rápidamente ausentes. Y, finalmente, una madre (Mémère) de la que es a la vez rehén y su sostén, y, a buena distancia, el cómplice. Esto en cuanto al decorado.   

¿En qué punto está Kerouac en 1956?

Piensa que estamos en viernes. De eso se trata.

Que viene y sopla sobre el decorado y anima la secuencia.

Imaginemos por un instante que la hipótesis apocalíptica se haya inmovilizado en la semana de la Creación, el día del Señor  que sólo deja presagiar, escribe Kerouac, “el día fantasmal donde los Estados Unidos industrial deberá ser abandonado al óxido en el transcurso de un largo domingo de una tarde de olvido[1]”. Un olvido tan profundo que Dios mismo podría al fin dormir con un sueño pesado. El apocalipsis no es otra cosa que esta perspectiva escatológica acerca del deseo de sonambulismo y de olvido de los humanos. Pero la eternidad de la hipótesis bíblica no excluye evidentemente que los hombres quieran todo el tiempo hacer de ella un acontecimiento para los noticiarios. Eso es un verdadero golpe de estado: un apocalipsis a corto plazo, una transacción mortífera con la eternidad, impuesta a aquellos a los que Kerouac llama, en una fórmula impecable, los “contribuyentes a la circulación”. Y esta vez, no es el rey el que está desnudo (ideas francesas trasnochadas y antiguas), es la reina América la que quedó al descubierto. La bomba-paloma fue lanzada. El culto de la razón contable exhibe a plena luz del sol un monstruo que su sueño engendraba y designa la cara cansada de la técnica, su falso dios acoplado, que sólo aspira a hacerla descansar de sus crímenes. Dicho de otra manera, a perpetrarlos con toda impunidad. Monotonía de un mundo sin afuera, consagrado a una perpetuación cada vez más pautada. ¿Nuevo Mundo? “Carne asada de muerte”, retruca Kerouac en Viejo Ángel de Medianoche. Haciendo que resuene al fin, para nosotros franceses, el sentido metafísico de la expresión “s´endormir sur le rôti” [2](¡perder una ventaja!). En el transcurso de un largo domingo a la tarde. Perpetrar. Perpetuar. Kerouac no siempre tuvo el ojo en la escucha de esta maquinación de asesinato que toda sociedad quiere y sólo puede silenciar religiosamente. En el camino, cartografía definitiva que puso término a la errancia por el desierto estadounidense devolviéndole la tierra a los indios y anunciando una nueva edad planetaria (“las migraciones son chinas, pero la tierra es india”), inquietó un poco a los Estados Unidos, pero ni siquiera rozó el fondo del asunto. Y la novela desemboca, lógicamente, en la ultimísima línea, con la evocación del “padre que nunca hemos encontrado”. ¿Reglaje en sordina de los ajustes de cuentas de la tribu Beat? No solamente. El padre perdido, la mujer inaccesible (la destinataria de En el camino, adulterada por los aplazamientos editoriales), allí están las marcas alrededor de las cuales todo el mundo (editores, diarios, críticos, amigos, familia, familias,  el país entero) está listo para rencontrarse. Naturalmente. Libro poco católico, En el camino da la impresión de convertirse en la lápida de Jack Kerouac. 1922-1957. El cordón sanitario se desplegó y Norteamérica, a partir de entonces ya asentada, va a proseguir su sueño de sonambulismo dominguero haciendo como que camina. Velo, red, sudario. El que toca el velo de la verdad ve caer sobre él una red cada vez más ceñida, que rápidamente puede transformarse en sudario. Es el programa. Todo el genio de Kerouac es haber sabido, in extremis, esquivarlo como pocos (victoria de la escritura sobre la generación), haberse despertado antes de encontrarse como papa de la capilla Beat (abdicación que se le imputa a la influencia materna, y que aún hoy deprime a sus fervientes admiradoras) y haber hecho de este despertar el sujeto y el motor de su prosa (victoria de la voz sobre el cuerpo). Porque la prosa espontánea no es ni la escritura automática ni el cut-up (que se quedaron a menudo prisioneros del delirio nihilista): es la búsqueda de un desapego a través de un tratamiento de la escritura por la voz, una colocación del sonido en las palabras. “Shakespeare escuchaba el sonido primero y después las palabras estaban en su CABEZA RÁPIDA[3]”. Para tener la cabeza vacía (desapego), hay que tener una cabeza rápida. Lo inverso no es verdad. Esta vía poco frecuentada (constantemente amenazada, desviada) es la que Kerouac encuentra al inscribir en la primera página de una libreta nueva: “Viernes a la tarde en el universo, en todas las direcciones adentro & afuera…”

¿Qué es un viernes santo? Es la traslación ordenada de la abscisa apocalíptica, el momento de la semana santa donde la temporalidad bascula, el último día de la Creación que se anuncia como  el primero de la Resurrección. Es también el día de la procesión de la Cruz, signo precursor de la victoria sobre la muerte y figuración de la articulación de estos dos ejes del tiempo, de la Pascua judía (desplegada hacia el porvenir) y de la Pascua cristiana (realizada en la muerte y la resurrección, pero a la espera de la consumación definitiva). Es el día que eligió Kerouac para despertarse. “Harás que se callen los demonios de la inexistencia para hacer simplemente que pase el tiempo & durante ese tiempo es eterno hasta el fin del último año-luz sería mejor encontrarse el viernes santo al final de la tarde ahí donde empezamos de manera que el Sagrado Sonido pueda entrar en la casa cuando el trabajo haya acabado  & y beber su cerveza & hacer que los ojos de sus hijos estén febriles –“. ¿Cómo no oír Hijo en Sonido[4]?  Simplemente no queriendo entender de qué se trata ya en el primer canto de Viejo Ángel de la Medianoche. Pequeño mensaje evangélico para los sordos que somos y demostración de la pertinencia teológica de Kerouac: viernes al final de la tarde, entramos en el reino del Espíritu Santo. El Padre, la historia es conocida: es eterno hasta el final. El Hijo, deberían dejarlo volver a SU CASA para que descanse. Terminó su trabajo. Encarnación. Pasión, Resurrección, Ascensión, Asunción, ¿cuántas veces habrá que repetirlo para que nuestros pobres oídos incómodos en el cuerpo oigan? Sería tiempo de pasar a otra cosa, para ver bailar en nuestros propios ojos febriles, Sus hijos, lenguas de fuego. No teman, se reiterará el mensaje. Canto 4: “El sueño ya terminó y estamos despiertos en la eternidad de oro.” Canto 25: “Viejo Ángel de Medianoche Ventana del mundo bong medianoche interludio Eterno Ya:” ¿El Espíritu Santo, una travesía eterna en forma de música? Canto 49: “Me parece que voy a callarme – Ustedes, la gente, pueden oír el resto en el oído.”  Kerouac, por su parte, ya empezó, despertó del mal sueño que “ya terminó” y parece sin embargo mantener a todos esos cuerpos en Babel: el don de las lenguas lo pone a la escucha de su confusión, del “bla-bla-cadabra mundial del balbuceo de lenguas que pasa a través de mi ventana a medianoche”, del “abracadabra del balbuceo nocturno de esas lenguas, que hablan todos al mismo tiempo, AHORA –  Eh, pobres seres humanos, los lloro – Estuve en prisiones de hierro pero Eh, no fue peor que lo mejor de eso del esto.” ¿Perciben el furor como quien no quiere la cosa que anima a Kerouac? ¿“Prisiones de hierro”? “¿No peor que el mejor eso del esto?” ¿Qué quiere decir? Que el eso es la mejor prisión de hierro del esto. ¿Cómo llegó a decir semejantes cosas? Leyendo, así de simple. Por ejemplo, la fórmula de Freud: “Allí donde eso era, yo debo advenir.” Pero sobre todo Joyce que trató a fondo – a fondo perdido – la cuestión del eso (el “Dios libidinoso” de Giacomo Joyce) y del esto (el famoso HCE de Finnegans Wake). Kerouac es un lector de una inteligencia crítica extraordinaria. Absolutamente inmerso en el “acto fisiológico original” que es la lectura. Por otra parte, los escritores a los que lee se convierten inmediatamente en personajes de sus novelas. Por algo encontramos ahí a Billy Artaud, y a un tal Destouches, y a Genet “el divino conocedor de las Flores”. Y para un texto (raramente mencionado) escrito en colaboración con William Burroughs, I wish I were you (Me gustaría tanto ser tú – inversión llorona del principio formulado por Freud), Kerouac firma con el seudónimo de Jack Ducasse. ¿Quién puede captar esa ironía y apreciar semejante conocimiento de los desafíos de la literatura y el lenguaje? Por cierto no los pobres seres humanos cuyo esto es prisionero del eso. Tampoco la gente que, confundiendo  je (yo) y moi (yo o mí)  [5], querría tanto ser toi (tú) es decir moi si Je se quedara en el eso. No salimos de allí y en efecto, esta “humanidad llorona” es para llorar. Fin del canto 2: “La gente, losyo- gente.”

Jack Kerouac está solo en los puestos avanzados y todo este asunto del reino del Espíritu Santo se le cae encima, no a causa del catolicismo sulpiciano de su madre, si no porque, de niño, leyó la Biblia en francés y desde entonces no dejó de escribir. En inglés, aparentemente. “Por otra parte, ninguno de ustedes sabe nada del lenguaje – excepto Jack”, oímos decir en Ángeles de Desolación. Kerouac es el único escritor norteamericano consciente del hecho que, “desde que Finnegans Wake fue escrito, el inglés ya no existe… como tampoco ninguna otra lengua[6]”. Lo que le hizo decir que Burroughs, por ejemplo, escribía en missuriano. Creyeron que bromeaba. ¿Por qué tan pocos escritores anglosajones – tan pocos escritores, en general, escucharon a Joyce? Kerouac insiste sobre la magnitud del desastre en Shakespeare y el outsider,  su posición con relación a Joyce siendo idéntica a la de Joyce con relación a Shakespeare: “Condell y Heminge dijeron que sus manuscritos están raramente borroneados, cuando lo están, así como aparentemente fluía en sus escritos y escribía en un inspirado apuro lo que inmediatamente escuchaba como un sonido-sabio mientras la tapa de acero de su cerebro se cerraba a las exigencias de una trama y de personajes en ese mar inglés de depredadores avaros que salieron de él. Y mi presentimiento, a pesar de los pesados dobles sentidos que exigen una cierta reflexión, él lo hizo todo con más intuición que deliberación y habilidad de eso. Mi teoría es que Joyce entendió esto completamente, el primer hombre en hacerlo desde 1615 con la única posible excepción de Laurence Sterne[7]”. Está demás decir que esta tradición de la “tapa de acero sobre el sonido” no es anglosajona.  O como lo declaró sin ambigüedad un escritor francés: “Considero por ejemplo a Shakespeare y a Joyce como atípicos de la literatura inglesa.” ¿Y Kerouac? Trata, en Viejo Ángel de la Medianoche, de dar consejos. A Ginsberg, especialmente: “Allen, sería mejor que le des voz a la mirada.” ¿La tapa de acero saturada de sonido? ¿La superficie que se pone a resonar? ¿A vibrar? ¿Quién puede entender? ¿Quién, en Norteamérica, leyó a Joyce con semejante intensidad, con semejante voracidad? Pero al mismo tiempo, y tal vez sobre todo, a Baudelaire, a Mallarmé, a Céline, a Genet, a Proust, a Balzac, a Rimbaud, a Lautréamont, a Chateaubriand, a Voltaire, a Racine, a Pascal. Su ciencia del sonido le viene de la lectura del francés, de la literatura francesa. No tanto del léxico como de la música francesa y de la furia francesa (veneración precoz de Céline y nunca desmentida). Las furias, dicho sea de paso: divinidades infernales encargadas de ejercer sobre los criminales la venganza divina. ¿Kerouac como Tisífone, vengadora del asesinato cada vez más telefoneado? También en este punto Kerouac reconoce el valor pregnante y el avance de la literatura francesa. Avance o ventaja de las que resume las aventuras franco-norteamericanas en este cohete: “Pasó mucho tiempo antes de que el ennui[8] de Baudelaire regrese a los Estados Unidos, pero llegó, a partir de los años 20 [9]”. O sea: Baudelaire se liberó de su ennui yendo a buscar del lado de Poe algunos elementos de subversión que firman el “avance subjetivo” de la literatura anglo-sajona en ese momento. El regreso del ennui a Francia en los años 20, es la ilustración de una inversión de la perspectiva (¿pérdida de una ventaja?): la “generación perdida” vino a disipar su ennui a Francia y a pedirle a Baudelaire, entre otros, su Bendición, y encontrar allí las armas de la insurrección, insurrección que es tal vez, según Lafayette, el más “santo” de los deberes. Ir y venir que por cierto no deja de tener relación con el de las revoluciones norteamericana y francesa. ¿Cuáles son los efectos últimos de esta elección de la literatura, de la lengua francesa como “lengua de ángulo” (Joyce escribe Finnegans Wake en París, Kerouac define a Norteamérica como “mi Francia sombría”)? Probablemente la aventura sigue su curso.

Furia y música. ¿La furia? Con perspicacia, Truman Capote le dijo a Kerouac que no escribía, o mejor dicho, que escribía a máquina. Tendríamos que disponer ya de un diccionario de insultos entre escritores. Sería mucho más útil que todas las “Historias de la literatura” reunidas. Se podría llamar El reverso de la historia de la literatura finalmente contemporánea por ella misma, los insultos como deflagraciones sin complejos a través de los siglos. Truman Capote por consiguiente reconoció muy rápido, con el ojo del enemigo (los enemigos de mis amigos son mis amigos, como epígrafe del diccionario, por favor), la gran innovación técnica de Kerouac: el paso de la pluma al teclado. Se glosó mucho sobre la influencia del jazz en la prosa de Kerouac, sin hacer nunca la pregunta: cómo pudo “recobrar de la música el bien que le corresponde”. Como si estuviera ahí, disponible, al alcance del primer contemporáneo del bop recién llegado. Para escuchar a Parker y a Monk, había que conocer sobre esa música. Conocimiento que, en Kerouac, se manifestó en ese deseo compulsivo de escribir rápido a máquina. Deseo de apropiación evidente, pasaba en limpio (doble interlínea) los manuscritos y a veces incluso los cuadernos de notas de sus amigos. Capote escandalizado con este gallo.  Que sus novelas hayan tardado tanto tiempo en ser publicadas tampoco ralentizó el tempo furioso de Kerouac: diez libros escritos durante los seis años de espera para la aparición de En el camino.  Puro gasto, este deseo de apropiación y esta cadencia constituyen su respuesta ritmada. ¿Respuesta a qué? A “la expropiación racional del individuo-hombre […] pequeño propietario […] de su propio sexo[10].” Su réplica al hecho de que “los hombres desean a las mujeres y […] las mujeres complotan para tener bebés de los hombres – Cosa de la que estábamos orgullosos cuando teníamos un capital inmobiliario pero cuyo sólo recuerdo nos enferma hoy, cuando las puertas electrónicas de los inmensos supermercados se abren automáticamente cuando entran mujeres embarazadas para que puedan comprar los alimentos y continuar alimentando la muerte – Censúrenme esto, U.P.I[11]”. ¿La música? La música es un levantamiento de la censura sobre la manera en que circulan los cuerpos (tanto la literatura como los libros). Es decir una manera de no enfermarse ante la vista del horror sin fondo, de mirarlo sin miedo (miedo que lleva necesariamente a odiar la música). “Lo propio del espíritu francés es recobrar de la música algo que pasa entonces a la literatura de manera que intervenga en lo que se ve”, ha sido dicho y repetido. Repitámoslo una vez más. Porque es así como Kerouac oye y da ver, por ejemplo, la doble revelación contenida en las palabras “be bop”: la formidable voluntad – de ahora en más programada  – de fusión, de reducción infinitiva del be al bop (“ser parido”) y el llamado paciente – siempre imperativo – de la separación, de la división del be (“sé”) y del bop. ¿Ven el cuadro? Escuchen éste: “La orquesta entendió la chifladura de la vida que no sólo los situó mal en una nación blanca sino que los desdeñó por lo que verdaderamente son y la chifladura la sintieron subir y descender en su vientre, de golpe Dizzy aplasta su labios tensos como un tambor y lanza una nota fantásticamente clara y estridente que hace que todos levanten la cabeza en la boîte[12].” ¡Be! ¡Si! La nota sacada del Sancte Iohannes. Ti-Jean en el teclado. Sí.


Revelación armónica, por consiguiente, que viene a resolver la disonancia que produjo la verdad como repetición cada vez más pautada. “Porque decir la verdad y publicar esta verdad hace mal […] Es una fuga”, según Kerouac. Un arte del contrapunto del que se sabe que se opone a la armonía, como la horizontal a la verdad. Viejo Ángel de Medianoche es el lugar suspendido de esta experiencia muy articulada, intentada en el momento en que toda fuga parece imposible. Es el lugar insostenible de una experiencia de lo imposible – de ahí el desplazamiento incesante de acento, acento que exige otra escucha, más oblicua. Horror y oído. Furia y música. Pesadez del programa y velocidad del imperativo. Diluvio de muerte y paciencia del ser. Delirio y desapego. Entusiasmo beat y soledad lúcida.  Calor y frío. Viernes a la tarde adentro y afuera. Lo imposible sostenido, porque fue jugado, hasta que haya posibilidad de pasar. Canto 4: “& Burroughs y Ginsberg estaban dormidos & y tú estabas acostado en la banqueta  en ese momento fuera del tiempo bajo la luz de la lamparita roja del bus & veías las cortinas de la eternidad apartarse para que tu mano empiece y para que puedas ser el afectador – & el efector – de la media vuelta completa & del profundo resurgimiento del vestido piruetante de la literatura mundial hasta que se convierta en algo sobre lo cual un hombre pueda poner sus ojos & leer en continuidad por el placer de leer & el placer de su lengua en su boca & no simplemente esas insípidas historias de una insípida aridez & de una paranoia floreciente…”  Toda una odisea en ocho líneas: los compañeros de viaje dormidos (¿Circe?), en el otro extremo el encuadre de la mala literatura en dos vertientes paranoicas, lo femenino árido y lo masculino floreciente, el momento fuera del tiempo, la banqueta bajo la lamparita roja (olviden el bus, está en el burdel o en lo de la puta Calipso), las cortinas de la eternidad que se abren para que la mano pueda deslizarse bajo el vestido piruetante (aridez olvidada) y producir su inversión (armonía reconquistada) y que la lengua pueda gozar en continuidad. Kerouac atravesó bien su Ulises. Es un atentado al pudor de su generación (dormida en le tiempo) y es un paso al otro lado del tiempo. O incluso, es apartarse de eso que Kerouac llama magníficamente el “vergonzoso lógico profesor de filososía”. Lo que quiere decir en “lenguaje de tablón”: la tendencia inconsciente e insistente en estar en apuros con los nombres, en querer sosías en todas partes, cadáveres amontonados. Inútil insistir acerca de la ciencia de las sirenas, de la diferencia de sexos y de la diferencia en su propio sexo que todo esto supone. Está escrito. Incluso está fechado, puesto que Kerouac estaba muy atento a las apariciones y desapariciones de mujeres: “[…] y las muchachas empezaron a desaparecer de la calle – ya no se podía ver como en los años 30 el cowboy que se paseaba con su muñeca en el bailongo, ahora está solo, rebop, bop nació porque las pibas dejaban a los tipos para convertirse en modelos de segunda para la clase media[13].”  Que una nueva música pueda aparecer como respuesta a la desaparición de las mujeres, que la improvisación sea una manera de que aparezcan mujeres cuando está la amenaza de que desaparezcan (aquí, guiño de Kerouac a Kafka para agradecerle su pequeño texto sobre el “silencio de las sirenas”), son cosas que se pueden aprender a escuchar en Viejo Ángel de Medianoche para llegar a la odisea en el desorden. Y “si eso los aburre es porque quieren ladrillos en la sopa” (Canto 9). Kerouac, al que todo eso no lo aburre ni un segundo puesto que, una vez pasadas las puertas del Infierno, él también es eso (“invisible y radiante, al lado de mi mano bien-amada, que hizo su trabajo y ya no existe para dar vigor a las preocupaciones de este mundo imaginario en vida-y-muerte”), cuenta detalladamente (“el hacha haiku”) cómo la prosa espontánea se precipitó sobre él. Acá están las llaves del laboratorio.


Al pasar: los dos textos importantes que “teorizan” la prosa espontánea (“Principios de prosa espontánea”, “Creencia y técnica para la prosa moderna”[14]) están escritos  en la época en que escribió Viejo Ángel de Medianoche, no antes y tampoco después. El laboratorio. Viejo Ángel de Medianoche se presenta en un desorden inquietante. Es un texto en caída libre (un salto) y sería perfectamente vano querer organizar sus secuencias. Seria transformarlo precisamente en “amenazador silencio-ficción que posee a ese globo-comezón donde todo el mundo rueda en caída alrededor de la baratija satélite”. En una mercenaria ficción afásica y amenazadora que posee al globo como una comezón a fin de canalizar la caída y asegurar la circulación de la baratija. Kerouac tiene otra revolución en mente. ¿Entonces por qué el desorden? Para curar, anuncia en el canto I, a “los muchachos y a las chicas del para-siempre”. Gesto crístico por excelencia, curarse del “para-siempre”, es abrir al sonámbulo a otra lógica del tiempo. Nosotros, muchachos y chicas, es decir eternos niñitos. El “para-siempre” es nuestra enfermedad mortal cotidiana, que la medicina no puede curar, de la que el psicoanálisis hizo el inventario de todas las proliferaciones y para la cual habría que rogar que se nos dé nuestro pan cotidiano – ya que, como lo escribe San Ambrosio, “si recibes el pan cada día, cada día para ti es hoy”. Viejo Ángel de medianoche es pues una puesta en escena (con una ventana en el fondo de decorado) del inconsciente y del sueño, en el transcurso de la cual el “para-siempre” va a ser tratado desde la raíz en todas sus manifestaciones de posesión, de prensión sobre el cuerpo. La prosa espontánea (en el sentido de voluntad libre) no es otra cosa que un despertar en el sueño. Una capacidad de dormir y despertarse a voluntad. De ahí la impresión de derrape constante, de pulverización continua, de consumación de la letra que, por estar muerta, seguiría siempre pendiente. Kerouac escribe: “Es necesario que sobrevuele mi lenguaje”, donde escuchamos el salto que hay que cumplir para escapar a la vigilancia que el lenguaje ejerce sobre nosotros, nosotros que, mientras nos creemos hablantes, somos hablados por él. El sobrevuelo del lenguaje: una inversión de la vigilancia al pie de la letra. Pongan el oído: “¿& siempre nosotros páginas vírgenes desnudas nos negamos a oír Qué el Quién? ¿El Quién? ¿Qué Vos También?” Donde se encuentra condensado en una línea el fracaso del despegue (inversión) de la letra expuesta (página blanca) por falta de oído, por incapacidad de oír el sonido, la voz (Qué el Quién) que llama al nombre (el Quién) y que termina en una recaída en el corral de la vigilancia generalizada (Qué Vos También). Viejo Ángel de Medianoche es un pequeño libro atiborrado de enunciados de este tipo, de episodios concentrados de la leyenda de Dulouz, contados en otra parte, nombres de escritores vivos y muertos, de amigos y de parientes – sin relación aparente como para hacer sentir el lado sustraído a las pertenencias – que son otras tantas letras a la espera de ser invertidas, desplegadas. Liberadas. “Para romper la barrera del lenguaje con PALABRAS, es preciso estar en órbita alrededor de nuestro espíritu” lanza Kerouac en “La primera palabra” [15]. Estar en órbita alrededor de nuestro espíritu, no es la misma cosa que ser satelizado alrededor del “globo-comezón”. En tierra, el espíritu es siempre monumento o tabla rasa. Es decir letra. Para sobrevolar nuestro lenguaje, haría falta entonces dar vueltas alrededor del espíritu finalmente despegado de la letra. ¡Adiós, insignificantes satélites del significante! Un espíritu vivo separado de la letra que no llega a nacer. Llegado a este punto de su experiencia, Kerouac sabe que puede prescindir de la ilusión de que hay un mundo. Escribe: “Un mundo podría lograr contentar a todos los fracasados de la literatura.”  Para sus oídos, el globo-comezón revienta. Y luego: “¿Por qué debería temerme a Mí mismo? – Es como ir a ver una película totalmente en pedo y en lugar de la historia  uno ve un enjambre de partículas eléctricas cada una echando espuma eternamente sobre la pantalla – ¡mierda! Estoy a punto de pasar del otro lado.” ¡Se acabó el cine! Victoria de lo físico sobre la rumia psíquica. Pasar del otro lado. ¡Ding! El 6 de noviembre de 1958 Kerouac les va a llevar la buena nueva a los estudiantes de Hunter College en New York: “Hay una beat generation? Es una pregunta muy estúpida porque, esta noche, deberíamos preguntarnos: ‘¿Es que hay un mundo?’ Porque podría hablar cinco, diez, veinte minutos sobre el tema. ‘¿Es que hay un mundo?’. Porque verdaderamente no hay un mundo. Porque a veces camino por la vereda y veo a través y no hay un mundo y terminarán por saberlo.” Estas frases, las primeras que pronuncia esa noche, desaparecieron en la re-transcripción[16]. Ahora sólo existen en la cinta de la grabación de la conferencia. Los escritos se los lleva el viento, las palabras quedan. De ahí esta operación inspirada de Kerouac, invirtiendo la famosa fórmula evangélica, para significar la misma cosa: “[…] y agujero bien considerado como aquel que tira la primera rosca espera recibir chichones & heridas”  (canto 32). Por supuesto que la rosca a la que alude es el pan de ese día. La primera rosca, es la prosa espontánea. Perfectamente agujereada.

Esta inversión de la letra del Evangelio, en la que Kerouac condensa su propia experiencia del nombre como letra muerta, es también este cambio radical por el cual se separa de él para “afirmar con conocimiento de causa, es decir con toda lógica de escritura, que todos los nombres que  han dicho algo, en efecto, son él[17]”. Kerouac puede entonces escribir en el canto 26: “Viejo Ángel de Medianoche se escribe solo ya que es el Sonido del Hic es [… ] pero mira el futuro escrito en el estado presente illumina […] John Kerouac  transliterador del perfecto saber […]” Kerouac, de paso, retomó su nombre de bautismo. ¿Transliterador? En el canto XXVI del Paraíso de Dante (¡San Juan le pregunta a Dante sobre la caridad!), se oye: “En cuanto me callé, resonó un canto muy dulce en el cielo, al que mi señora unió su voz, y decía: ‘¡Santo, santo, santo!’ ” Y en la última parte del Finnegans Wake, dice H.C.E. (Hic est): “¡Sanctus! ¡Sanctus! ¡Sanctus! Llamado a todas actualizado. Llamo a todas las ovejas a beber el día. Linde. Surrección.”  El Sonido del Hic es, es en efecto una resurrección de la voz que renombra incesantemente el nombre. ¿Un nombre? Un punteado de infinito. ¿Y la muerte? Un error de pronunciación.

Nueva York, enero de 1998




Traducción del francés: Hugo Savino



[1] Ángeles de desolación, Biblioteca Universal Caralt, 1975.
[2] S´endormir sur le rôti: dormirse en los laureles. Rôti: asado.
[3] Shakespeare y el outsider (Traducción: Javier Fernández)
[4] Juego con Son, sonido en francés y Son, hijo en inglés.
[5] Je et moi: je, pronombre personal sujeto y moi, yo o ,  pronombre forma tónica  y sustantivo invariable.  
[6] Philippe Sollers, Théorie des éxceptions.
[7] Shakespeare y el outsider (Tr. Javier Fernández)
[8] En francés en el texto de Kerouac.
[9] Ángeles de desolación.
[10] Philippe Sollers, Improvisations.
[11] Ángeles de desolación.
[12]The Begining of Bop (Comienzos del bop), en Good Blonde & Others.
[13] Ibídem.
[14] Verdadera rubia y otros.
[15] Ibídem.
[16] “Sobre los orígenes de una generación”, en Good blonde & others
[17] Philippe Sollers, Théorie des Exceptions