Mostrando entradas con la etiqueta relatos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta relatos. Mostrar todas las entradas

9.10.24

Over there, por Cecilia Bainotto

De entre todos las bestias que en mi cuerpo lucharon contra mi alma acabó por triunfar el cerdo”

                                                                                                                     José María Pacheco

 

 

ESTÁS SUCIO...

 

Se ensucia el lenguaje. Y está bien como forma de rebelión. Después de todo es así en el wáter closet o inodoro, la oxidación en el proceso de combustión es inevitable: luz y calor juntos. “Venga esa mano pajera” dice Rodolfo Walsh en su relato “Fotos”

Aunque percibo, sobre todo en los masculinos, que la irreverencia tiene un límite.

 

El límite, la característica o cualidad de hombre activo con abundancia de semen que tira para los cuatro puntos cardinales. Incluida la mecánica biológica para que ese flujo salte y salpique lo más posible. En soledad o en compañía. Es así la estética en palabras que deriva a una imagen de casi super héroe que podría vivir de la venta de sus alaridos en los laboratorios.

 

Y decía de los límites... no se sobrepasan. La retracción es evidente. Nadie osa, todavía, describirse todo orinado, todo cagado y abundar en detalles de lo que supone esa urgencia de los pantalones con doble peso. Nadie se saca el pañal con la oxidación fétida y amarronada. Son muy pocos, por no decir solo uno, que se bambolea con el pucho enhiesto y se mete en la ducha para limpiarse o en el bidet en último caso. La irreverencia también es estética. El semen es encomiástico no así la caca (debería serlo porque expulsa toxinas del cuerpo).

 

 

 

EL CIRCO

 

La última vez que concurrí al circo fui a ver un espectáculo de magia. Un circo de diez pistas transparentes y de colores, que giraban reflejando imágenes sobre las lonas de la instalación. Alguien me había dicho que ingresar allí (o tal vez lo leí) costaba la razón. La razón, esa capacidad que una cree nunca se pierde.

A cada asistente, en la entrada, nos convidaban con una copa de “elixir maravilloso”, así lo anunciaban, dorado y con burbujas transparentes que sobrevolaban la copa. Bueno, lo probé y era té y las burbujas eran las que se hacen en cualquier líquido, chiquitas y mezquinas. “Una broma” pensé.

Está bien, después de todo es circo, es magia y luego se produce el milagro de lo evanescente, de lo maravilloso y ansiado.

Ingresamos a la carpa en orden. Unas lindas señoritas vestidas con saco sastre y por pantalón medias negras, que se cortaban en la mitad de la pierna y botas de tacos, nos guiaban para la ubicación. 

Nada que objetar, impecables en correspondencia con un circo de Total Quality.

Me siento en la butaca y en segundos, mi oído comenzó a escuchar un ruidito en el asiento que al finalizar me catapultó al piso, tan desvencijada como la butaca. Miré alrededor y casi todos estábamos en idéntica posición. Muchos reptando por el piso buscando sus zapatos y otras pertenencias. Y reíamos como tontos. Sucede, cuando no hay nada por decir o la cosa te toma de sorpresa. Las señoritas se acercaron solícitas, con esas caras programadas para sonreír, aún ante las catástrofes.

Creo que algo no funcionaba bien en ese circo. Soy ansiosa, lo reconozco, y no tengo mucha paciencia.

“Ya viene lo mejor, ya viene la magia” –pensé– cuando los magos, con su séquito de ayudantes y bártulos, colmaban las pistas del circo.

Una música barroca acarició mis oídos, si... Bach, inconfundible en sus Preludios que en realidad fue una fuga de sonido porque todo quedó en silencio.

–Shhh... parece que comienza en serio –escuché que alguien murmuraba cerca de mí.

Y comenzó la magia, un bello y conocido truco con palomas en una de las pistas, otro de conejos también muy visto, el del billete flotante salió bien, algunos tuvieron que repetirse y del resto, mejor ni hablar. Todos equivocados.

En ese momento, las señoritas solícitas casi volaban con bandejas repletas de panes para repartir entre el público.

–¿Acaso no lo sabías? –me preguntó con la mirada una de ellas.

–Claro –mis ojos entre la angustia y la ira no dejaban de mirar el Pan–.Lo sabía y lo sé.

Creo que me puse verde. Le arrojé una andanada de improperios que estrujó su cara de papel de regalo.

 

 

 

PING PONG PARA UNA REVISTA

 

¿Qué edad tiene?

Empecemos por enero que es el primer mes del año.

¿Estudios realizados?

Caminé durante años para ver el majestuoso monumento pero cuando llegué estaba cerrado.

Trabajos anteriores.

Siempre me gustó la limpieza, “Seguridad e Higiene” por profilaxis.

¿Idiomas?

Me mordí la lengua con “Tres tristes tigres, tragaban trigo en un trigal, en tres tristes trastos...

¿Preferencias, hobbies?

–Las esquinas son sorpresivas.

¿Sus cualidades?

Hace tiempo extravié una cartera, anteojos y no dije nada.

¿Sus defectos?

Una caja con monedas que a esta altura no valen nada.

¿Qué es lo primero que ve en las personas?

Muchas capas, no se oyen los latidos.

¿Qué es lo que no le perdona a una amiga o amigo?

No tiene mucha importancia. Cada tanto el reloj se detiene.

¿Le gusta leer?

Hacer crucigramas y formar sintagmas es mi pasión.

¿El cine?

El PPP de la mano que abre una puerta en la oscuridad.

¿La escultura?

Me impresiona cuando me corren los burgueses de Calais.

¿La fotografía?

El ojo espera demasiado, es impaciente.

¿La música?

¡Ah! con la Música a otra parte.

Defínase en pocas palabras.

Présteme las suyas por favor.

No puedo.

¿Acaso creyó que a esta entrevista la arreglaba con tan poco?

En segundos, y con un denuedo de dedos, el entrevistado eliminó para él y el entrevistador todo lo que había escrito.

 

 

 

ALGO MAS SE VE POR AHI

 

Orlan, la ya citada, es una artista multimediática nacida en Francia en 1947. Expone y atraviesa límites con intervenciones sobre el propio cuerpo y la presencia   de cirujanos en cada exhibición. Es un arte carnal –así lo define en el que ese conjunto de órganos puede devenir en biología sostenida por ortopedias que se renuevan. O en amputaciones como grito herético. El “body art” es un estadio casi ingenuo en Orlan.

El cuerpo es el lienzo que muestra su arte. El marco del lienzo es mutable. Con música de fondo, el cuerpo sangra por la disección con bisturí y Orlan sonríe para la transmisión vía satélite. ¿Una recreación futurística de Freaks? ¿Un Frankenstein al que le cayó la ficha de Isaac Azimov o la de las últimas tecnologías y sustancias que invaden el cuerpo?

El cerebro dirige la carne maleable, qué hacer con él y por qué. En el caso de Orlan una suerte de “harakiri” que se mantiene en el tiempo pero que no llega al final en los términos que plantea el sacrificio japonés.

Cada escena es una reacción a las vejaciones que otros han provocado en el cuerpo de las mujeres, cada escena es una mimesis con personajes de la historia que la artista elige.

¿Arte cómo todo aquello que se puede representar, “yo” mediado por el cuerpo/alma donde se aloja?  Ontología envuelta en la carne que se muestra sin analogías. Tan desnuda como una construcción permanente y que  no se habita de la misma forma.

 

 

 

21.7.24

Lejanas intemperies, por Cecilia Bainotto

  

Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo

Héctor Viel Temperley

 

I’m too sad to tell you.(Estoy muy triste para contártelo)

Ban Jas Ader

 

 

El cuerpo motivo de inspiración de todas las artes. Más allá de la recreación, un conjunto de células que forman órganos agrupados en sistemas por los que funciona. Básica biología. Y desde allí lo primero es lo primero: esta estructura es una perfecta desconocida. Con fecha de vencimiento en la conciencia activa.

¿Cuáles son los umbrales del dolor y del placer? Inseparables de la vida. Ambas emociones intransferibles e incomunicables por medio del lenguaje. ¿Cuál es el umbral máximo que puede aguantar ese complejo de órganos? Por algo las dosis de anestesia ameritan prueba y el examen de cabeza. Aquí la cosa se pone más compleja por los criterios de “normalidad”.

 

Viel Temperley al borde de la muerte por una grave enfermedad. “Yo” que habla se separa del vehículo de esa conciencia. El cuerpo. La frase de Héctor Viel Temperley generadora de búsquedas desde diferentes aproximaciones. El cuerpo, una mano que se hincha, un ojo que se achica y ante el descubrimiento ¿qué es esto?

 

Existen artistas conceptuales que se han arriesgado en la exploración de las respuestas de sus cuerpos y al riesgo de no poder comunicarla. “Tú ya lo sabías” y, aun así. También algunos espontáneos y otros en la perforación de límites.

 

El caso de Ban Jas Ader (1942-1975) un artista holandés que registró sus performances: el cuerpo en caída por la gravedad. El techo de su casa era el escenario de la caída o un canal de agua en Ámsterdam sobre el que se lanzaba en bicicleta. El cuerpo, el objeto de su arte. El registro en secuencias, la obra. “I’m too sad to tell you” dice (Estoy muy triste para contártelo) cuando llora copiosamente ante una cámara. Desapareció en alta mar sin dejar rastros. La pregunta que flota es si esa embarcación que no reflotó fue el último acto intencional de su performance.

 

Jimmy Jump, un espontaneo muy gracioso, barcelonés. Jimmy Jump, la fonética del nombre da sonido de resorte, ingresaba a espectáculos masivos “como un paracaidista” (fútbol, conciertos) En gran medida exponía el cuerpo ante la vigilancia de “guardias pretorianas”. Causó más de un desmadre con suspensiones y corridas. Una instalación viviente. ¿Qué fue de Jimmy Jump?

 

Jorge Bonino, artista conceptual (1935-1990) un villamariense que desplegaba sus brazos para volar y carreteaba por las peatonales. “Un cuerpo que estalló en mil pedazos” –la película de Martín Sappia sobre Jorge Bonino– buscando el ardor de la flama, el celeste del espacio. Planeó su muerte en el descenso oscuro por una escalera. “Puede ser así o todo lo contrario” su mantra.

 

Hay personas que son leyenda no por libros o poemas escritos. Ellos mismos son una obra de arte en la acción que realizan. Una lejanía de intemperies que irá desapareciendo con la memoria del último que quiera recordarla.

 

La gravedad como fuerza, el cuerpo como carne frágil, la emoción extrema que descuida la cuidada integridad. Esa cuerda-cuerpo que se puede cortar. “Síndrome de Pontius”. Conlleva sus riesgos. Pero… ¿hay mayor realidad que la vida cuando quiere probarse e incluso perderse?

 

 

Un día en el aire

 

Estaba releyendo un cuento policial y justo la llamada: me avisa como si nada de un viaje por un año con renovación de estadía a los seis meses.

A probar otro destino –tiene referencias por su madre, mi hermana– y hacia allá va en contra del Día. Es tan lejano el Oriente. La llamada fue cuando en el cuento el personaje mira por la ventana abstraído en la visión de una ola inmensa. Justo después de haber cometido un crimen. Una garra azul replicada en copias por todo el mundo. Al fondo el Monte Fuji. Demasiadas coincidencias. Ineludible la recomendación

 

Necesario

El látigo de agua arranca el fachinal. Desobstruye pantanos. En la tierra abierta las cruces se clavan mejor.

El látigo de agua se hace más suave. No hay sonidos de avispas ni siseos de serpientes.

Solo la levedad de una mariposa en el azul violento.

 

7.30 hs

Ese estallido… hablemos de los fractales, del fragmento. Los fragmentos se quiebran en millones de diamantes.

–¿Has visto que esto, la palabra triturada, también es un mar infinito? Sigamos recogiendo esos restos de poesía.

–Que los mares arrastran y hacen arena.

Odiseo cuenta sus odiseas a Calipso. A esa hora nunca fue tan sensual un desayuno.

 

Quietos cautivos eternos

Los que estamos tenemos la misma simiente. Los que fueron nos la dejaron. Unas ramas se han metido por la reja oxidada o salen, no pude ver bien, ¿de qué se alimentará esa savia? Todos los tapados se destapan con los mismos gusanos. Nada. Por más empeño que ponga la desigualdad.

Nada. (De la selección Humanos envasados)

 

A-NO-NI-MATO

UNA CABEZA

UN CUELLO

UN TORSO

UNAS PIERNAS

UNOS PIES

AHHHH FALTAN

UNOS BRAZOS

UNAS MANOS

UNOS DEDOS

PARA ESCRIBIR

Y DESPUÉS

ENCENDER UN FOSFORO.

 

Está el suceso.

Después se cuenta. Después está la distancia que separa el suceso del lenguaje.

Después líneas que se recorren con más o menos piedras en los zapatos.

Después la imposibilidad de no tropezar con desastres.

 

Mezcla de mosca, de tábano y de pájaro en permanente vuelo. Espero que tenga las mejores corrientes de aire (cuerpo alígero entre las montañas)

 

No es fácil escribirle una carta a una persona privada de su libertad. No sé cómo contarle de la mía libre y condicionada (De humanos envasados)

 

La libertad está en una manzana de CABA o en el LUNA PARK. Entradas agotadas. Salidas obturadas por las chiribitas que provoca la acústica inflamada. Pero con el ingenuo y maldito tupé: ¡Somos libres, loco!, dice un grupito suelto de cuerpo ensartado en ropa ajustada. Y empieza con la monserga vieja. Más de lo mismo. “Menos… es más” no lo entiende la libertad por exceso

 

Demoliendo paredes quedaron ladrillos propios, algunos ajenos, desparramados por el suelo

¿Era para allá? /+ de lo mismo – de lo otro/ No te vendí que yo no era nada/ Bla…bla…/Un palo tiene dos puntas/ ¿Lejos? ¡Cargate nafta! / Puede ser así o todo lo contrario/ Siempre encuentro algo cuando pierdo tiempo/Habría que escribir sobre eso para destupir cabezas/ ¿Cómo está mi reflejo?  ¿Lo sabes?, no, no lo sabes/

/La improvisación del desalojo/ Argentina tiene la carga de tres M pesadas. No hay milagro trinitario/
/ La secta de los parqueros de diversión tercermundista. Tres puestos claves:  el del tren fantasma, el del palo enjabonado y el del tiro al blanco /

¿Cuál es el color de tu miedo? /Vos sos un Tesoro y yo un Sorete de oro / No es lo mismo San Antonio de Padua que San Isidro pero la urgencia del falo es igual en todas partes/
/
LA IRREVERENCIA ES ESTÉTICA: el semen es encomiástico no así la caca/ Soliloquio: ESCUCHE EL SILENCIO/

/Abrió la puerta con el filtro de un cigarrillo.  Escuchó girar el picaporte/
                          Te dije que esta historia podía no ser cierta

 

 

PRIMERA CASA

 

Raro ese lugar en Claypole donde el conurbano se desploma. Un barrio cerrado en un predio de no más de mil metros cuadrados. La entrada, un portón de madera carcomida, abierta a todo aquel que gustara pasar y pasear y vender en ese barrio de Claypole.

El operador inmobiliario nos había” vendido” un “oasis” a poca distancia de centros comerciales con referencias ciertas. Verdades a medias en las que se entra a ese ambiguo espacio por las dudas encontrar algo. Cuando llegamos la mirada de codicia hacia el automóvil BMW azul no pasó desapercibida. Estrategia: amable indiferencia. 

Decía, la entrada un portón de madera carcomida, de unos dos metros de alto, que se abría a un parque más bien pequeño con toboganes, hamacas, piletita pelopincho, un pelotero, todo bastante descolorido que en la postal final semejaba más bien una compra - venta de juegos para niños.

La entrada no era la mejor presentación, pero bueno … estábamos ahí y en una de esas la oferta mejoraba. Cruzamos el parquecito y ahí estaban las casas, separadas unas de otras por cercos vivos bajos. Los terrenos de cada casa, con construcción incluida, no superaban   los sesenta metros de superficie.  Sin servicio de cloacas, las calles/ senderos tenían un desnivel para que corriera el agua por los costados. Era un vecindario colorido, con voces que se escuchaban sin modulación en emisoras cruzadas y encima del sonido natural, otra capa de sonidos de radios y televisores. Para los ojos y los oídos: algo no estaba bien.

“Toda gente decente” nos dijo el vendedor de la inmobiliaria para insuflar ánimo a nuestro desánimo galopante.  Por las puertas abiertas se veían escenas familiares en acción:  tomando mates, las mujeres pintando sus uñas o lavando los platos y tirando el agua sucia en la corriente de agua que pasaba frente a las casas, los hombres despatarrados mirando televisión, chicos alrededor de una mesa haciendo tareas, jugando o peleando, una mujer mayor tejiendo al lado de la puerta – inexistencia de veredas -, dos hombres jugando a las cartas, otra mujer trayendo a rastras a un niño después de una pelea, aparentemente.  Una repetición tan existencial, tal el caldo de una vida que se cuece lenta, sin milagros, y que puede terminar –muchas veces– en La Corte de los Milagros. Es fácil caer por la pendiente cuando duelen los zapatos.  Y este lugar estaba ahí, en el denuedo intencional para   no caer. Bienvenido.

Faltaba la frutilla de esa gelatina que no cuajaba: la casa. El vendedor abrió la puerta y ante nuestros ojos una sala cocina   que en la percepción del vacío parecía amplia pero no. Con el mínimo mobiliario explotaba. Una puerta daba al baño y una escalera de madera – estaba bien hecha, lo único bien hecho- por la que se ascendía a dos dormitorios de tres por tres con un placard horrible en uno de ellos. Las paredes de ladrillos huecos, las ventanas pequeñas y mal pintadas. La casa estaba rodeaba de un alisado de cemento estrecho casi pegado al cerco vivo. Por lo que el “oasis” era una caja de cemento. Cajas de cemento pegadas en una hilera sin el mínimo pensamiento urbanístico.

“Está el Cotolengo a pocas cuadras” nos dijo el vendedor aquel domingo a la tarde de hace casi cuarenta años.  “Cotolengo” en tonalidad con lo que yo estaba observando.

Y vuelvo a esa precariedad por la que es fácil resbalar hacia otra mayor, al menos aquí, en Argentina, con una pirinola tan loca. Borré con flúor el primer aviso. Por suerte podíamos,  en aquel tiempo, sortear la pendiente. Historias de bolsillo.

27.5.24

La escapada (1898), por Mariano Ruiz Montani

Al abandonar del Partido de Santa María de las Conchas Don José Bazzano se metió por el Camino Real a partir de Punta Gorda.Con los ojos entrecerrados, el viejo comendador miraba la polvorienta ruta y en su lugar veía los antiguos palacios de su Liguria natal. En uno de ellos, cerca de las playas de Savona, no muy lejos de la Fortaleza Priamar, construida en el siglo XV, estaba el escudo de gules y oro de los Bazzano. Don José, que había abandonado la tierra en la que todo excitaba a la impetuosa vanidad de la sangre, se había trasladado al Río de la Plata, al otro extremo del mundo. Había triunfado allí, rico y honrado por los grandes del Partido de las Conchas, y volvía ahora a Monte Grande para comprar una gran quinta y vivir junto a su mujer Doña Josefina Muslera y Álvarez y sus hijos. 

Cerca del mediodía, luego de andar casi toda la noche sin respiro, Don José divisó un puesto de correo con una cuadra para los caballos y un colmado. El lugar se hallaba en la cima de una de las barrancas que miraban al río. Así que aflojó la marcha, giró hacia la izquierda y encontró un sitio para el coche muy cerca de una pequeña alameda en la que una joven mestiza lavaba la ropa y la tendía sobre las ramas de un ibirapitá. Salió del coche y tuvo un momento de vacilación. ¿Detenerse allí por un buen rato y almorzar o no? Por fin el hambre lo echó para atrás y se dirigió hacia el puesto. Encontró allí el colmado, una mesa y una silla libres, un lavabo para refrescarse, todo lo necesario para justificar la posta. Comió, bebió, fumó un cigarro y fisgoneó casi una hora, sin adentrarse mucho en las barrancas. Una planicie sin fin se esparcía por doquier, a manera prologación reseca del río color león. Aquí allá, como penachos prietos, runflas de durazneros blancos cortaban la monotonía taciturna del paisaje.

Comenzaba ya a fastidiar el calor cuando volvió a la alameda para irse. La cuadra para los caballos seguía allí, lo mismo que la mestiza y sus atados de ropa, pero no estaba el coche. Experimentó cierto aturdimiento y luego una duda. ¿De veras lo había dejado allí? Comenzó a observar el galpón de los caballos. No encontraba nada. Era una calamidad. Allí estaban sus maletas, sus papeles, el cofre, todo con cuanto contaba para su próspero retorno. ¿Qué debía hacer? Regresó al colmado sacudiendo la cabeza dejando ver con su actitud toda la contrariedad que le causaba aquel suceso. La joven mestiza lo detuvo:

–¿ Busca usted su coche?

–Sí. ¿ Sabe usted si me lo han robado?

–No, pero sé dónde puede hallarlo.

–¿Quiere decir que usted sabe dónde está?

–Sí. Al otro lado del Camino de las Carretas. ¿Viene usted del Partido de las Conchas y va hacia Monte Grande?

–Sí.

–Pues está usted del lado equivocado. Debe cruzar el camino.

José Bazzano se lo agradeció como como si le devolviera la vida y se abalanzó hacia la margen derecha. Al otro lado, cerca de la pequeña alameda, una joven mestiza lavaba la ropa y la tendía sobre las ramas de un ibirapitá. Pero su coche estaba ahí, con sus caballos, fieles y remozados.

Al acercarse vio su imagen reflejada en el agua de los bebederos. Estaba tranquilo, todo se hallaba en orden, su semblante gentil, la gallardía de su raza antigua remozada por el aporte de sangres nuevas pero mimada por la remota nobleza de su origen, la fortaleza con la que labraría una fortuna en tierras y ganados. Pero de repente toda esa expresión de tranquilidad en su rostro desaparecía. Porque se acababa de dar cuenta de un detalle extraño, inquietante; la barba, el bigote y las arrugas que marcarían su rostro aún no estaban. El hombre que se reflejaba en el agua era él, indiscutiblemente. Pero no había rastros prematuros de vejez.

La vida era bella si no la miraba ahora con demasiada atención, si no estudiaba el revés de la trama. Faltaban todavía cuarenta años para que emprendiera el viaje de retorno hacia Monte Grande. Aún podían acontecer cosas extraordinarias, maravillosas. Solamente en la vejez debía temer el final de la vida.

 

Tomado de: Miralrío (historias de una quinta de San Fernando)

 

25.3.24

El último suicidio, por Cecilia Bainotto

 Julio 2013 

La noticia fue tapa de los principales diarios locales y provinciales, “Conocido empresario apareció muerto en Tío Pujio. El empresario, de unos cincuenta años, fue hallado por la policía provincial en las inmediaciones de la localidad de Tío Pujio. El cuerpo no mostraba signos de violencia. Se investigan las causas del deceso”. 

En la sección Policiales se ampliaban detalles del hallazgo: “…estaba colgado de un árbol, cerca de una casa abandonada, vestido con ropa deportiva. Su automóvil, marca Honda, a escasos cincuenta metros del lugar. La muerte dataría de unas ocho horas en coincidencia con la denuncia de los familiares que dieron cuenta a la Policía de la desaparición del hombre…”. 

Este no fue el único hecho policial. Otras muertes de características dudosas mantenían en vilo no sólo a la población de Villa María. 

 

Agosto 2016 

Tomás Castro terminó de escribir la nota del día e inmediatamente se la envió al director de la sección Policiales del principal matutino de Córdoba.  Era un especialista en el género y firmaba con el seudónimo Juan Capote. Cuando Castro llegó a Villa María por la tarde, se dirigió a la Biblioteca Municipal. Un edificio amplio y vidriado con un entorno verde que invitaba a permanecer en el lugar. El periodista y escritor trabajaba en una novela basada en hechos policiales resonantes. El material de consulta, además de entrevistas, lecturas de novelas policiales y ensayos de Psicología, eran los diarios de la época.  

En esta ciudad, once muertes no naturales habían ocurrido en el corto período entre julio y noviembre de dos mil trece. Lo inquietante es que los decesos se producían los martes al atardecer y la metodología usada era el ahorcamiento. 

En dependencias policiales, las muertes fueron caratuladas como suicidios colectivos. También en los estudios de abogados consultados por los familiares de las víctimas. Una forma de ponerle nombre a las cosas y demostrar la ineficiencia de la Justicia.  

Para el periodista, los casos no estaban cerrados. Sin embargo, sabía que los tiempos de un escritor no son los mismos que los de la Redacción de un diario. Castro tenía la suficiente obstinación y paciencia inspiradas en sus lecturas de policiales negros. Kurt Wallander había sido su héroe. ¿Qué periodista de policiales no tiene uno? 

 

Diciembre 2018 

“Un examen superficial de los sueños y fantasías de los locos basta para mostrar que la idea de una destrucción total del mundo está latente en la mente inconsciente”. Glover: Guerra, Sadismo y Pacifismo. 

 

El doctor Roberto Osborne recientemente invitado al IV Simposio de Neurología en el Instituto Tecnológico de Massachusetts era algo más que un aficionado al ajedrez y un concurrente asiduo a la Biblioteca Municipal. Recién llegado, no pudo sustraerse a la costumbre semanal de sentarse frente al tablero de ajedrez para jaquear a la reina. Su contrincante era Malek. Entre ellos una fría cordialidad si es posible compatibilizar tal adjetivación con esa actitud levantaba un vidrio transparente que no excluía las formalidades del caso. 

Al doctor le atraían los ojos de Malek, fulgurosos por la pasión del juego y la cabeza fría para definirlo. Al contrincante, la inteligencia de Osborne y la lógica demoledora de sus argumentos. 

 Algo diferente sucedió esa tarde de diciembre: por primera vez, Osborne invitó a Malek a tomar algo en el bar de la Biblioteca. Tal vez para hablar de las novedades que traía de su viaje, o para hablar nomás, o por qué no, un intento de acercamiento sin la interposición del tablero. Todo era posible en personas dúctiles, acostumbradas a cambiar posiciones para ganar el juego. 

El lugar estaba concurrido. El bar se extendía al exterior en una explanada rodeada de senderos que llevaban a una de las avenidas de la ciudad. Una leve brisa movía los árboles del parque recuperado de los viejos terrenos ferroviarios.  

Los dos hombres hicieron el pedido desde la computadora incorporada a la mesa conectada al bar. 

Esto era ciencia ficción pocos años atrás. Usamos un ordenador sin mediar una camarera para el pedido. 

Así es doctor Osborne. Fíjese en el tren, que hoy une Córdoba con Buenos Aires en tres horas. 

El ruido sibilante del acero sobre los rieles apenas apagó el timbre de sus voces. El convoy de doce vagones frenó en la estación sin resuellos de gasoil o vapor. 

Tomás Castro, o Juan Capote en el papel, estaba sentado en otra mesa, a pocos metros de la de Osborne y Malek. De vez en cuando levantaba la vista del libro que leía para mirar distraídamente o apurar el vaso de gaseosa. 

El asombro nos supera. ¿Sabía que se usa un dispositivo en museos y bibliotecas que permite leer libros sin abrirlos? 

Años atrás escuché algo, aunque solo se podían leer diez páginas. 

Sí, se podían leer unas pocas páginas.  Pero hoy cualquier libro cerrado se puede leer completo mediante el dispositivo que usa ondas de terahercios. 

¡No se puede creer! 

En Neurobiología, por ejemplo, los adelantos nos hacen pensar en personas que sólo se comunican con el pensamiento. Los neurotransmisores nerviosos se adelantan a las palabras. A propósito, ¿usted recuerda los suicidios que se dieron años atrás en esta zona? 

¡Como no recordarlos, doctor! Nadie dejaba de comprar los diarios o mirar los noticieros para seguir las novedades. 

Le puedo asegurar que aquello fue un fenómeno del poder psicotrónico de la mente. 

Al escuchar el diálogo, Tomás Castro cerró el libro disimuladamente y abrió el grabador de su teléfono. 

Ah!, ¿cómo es eso? 

El poder se desarrolla cuando la mente se conecta con el objeto deseado. Es decir, cuando la conciencia se conecta con la materia y puede llegar a manejarla a distancia. 

Roberto Osborne tomó un sorbo de café y miró a Malek. La mirada atravesó el cráneo del hombre. 

Hace años, en esta biblioteca, o Mediateca, si le gusta más, se dictaba un taller de Programación Neurolingüística. Era los martes a la tarde en un aula que da a la avenida. Ese taller se dictó durante tres años. Eran seis los integrantes. Ellos habían logrado modificar las actitudes ante la vida programando su lenguaje. Cambiaban los filtros de la percepción del mundo. 

Malek lo escuchaba en silencio, casi sin pensamientos. 

Lo importante es que eso devino en un gran poder. La gente los consultaba y pedía consejos para concretar ilusiones y deseos. Se proclamaron “Los cofrades de ilusiones” y prosiguió con la mirada fija en los ojos de su interlocutor, el poder que tenían para solucionar, programar y argumentar hizo que se creyeran omnipotentes. En la creencia estaba implícito el poder psicotrónico de sus mentes. 

¿Existió algún hecho que probara ese poder? 

Un día, uno de ellos, estaba enfurecido con un usurero que le había embargado la casa a sus padres. Lo cierto es que las mentes de los seis trabajaron para liquidar a ese hombre. Sacarlo de la faz de la tierra. Entiéndame, liquidarlo virtualmente. Quitarle sueños, trabajo y familia, para transformarlo en un ente. A los pocos días, el usurero se ahorcó en un campo de Tío Pujio. Fue la primera perversión de los cofrades. Y después, bueno, siguieron con esa metodología para terminar con todo aquel que consideraran “indeseable”. 

Como si fueran mesías. 

El doctor Osborne, siempre circunspecto, mostraba los ojos desorbitados. Malek en silencio. A pocos metros, Tomás Castro seguía con el grabador abierto. 

Conoce los mínimos detalles de la historia. ¿Qué fue de los cofrades? preguntó Malek. 

Las peleas entre ellos se hicieron frecuentes y la Biblioteca decidió cerrar el Taller de los martes. 

¿Qué fue de ellos? insistió Malek. 

Dos viven en el sur del país. Uno creo que en el Matto Grosso, y otros dos en una ciudad de la provincia de Buenos Aires. 

Falta el sexto…  

El sexto soy yo, Malek. 

El hombre sintió un escalofrío y sus manos tomaron la servilleta de papel que se hizo un bollito entre los dedos. 

Usted confía en mí. Pero ¿no tiene miedo de que lo denuncie? 

No. Primero porque esta declaración no es prueba de nada y segundo, le aconsejo que no lo haga. Puedo leer su mente. Yo sé quién es usted, ¿recuerda el caso de la mujer desaparecida hace años? Aún la Policía Científica rastrea los campos, aunque se cree que el cuerpo cayó en la voracidad de los pumas. 

Los dos hombres se midieron el alma. El vidrio que los separaba se hizo añicos. Cara y ceca de una misma moneda sobre la mesa esa tarde de diciembre. 

La señal sonora de la estación avisaba la partida del tren a Buenos Aires. Tomás Castro cerró el grabador y pensó, mientras miraba el convoy, cuántas historias podían ocultar esas ventanas que se alejaban veloces. De muros y extramuros. Se alejó del lugar a paso rápido. Tal vez esa grabación podía reavivar la investigación de los suicidios y de la otra muerte, la de la mujer que se bajó del automóvil de su esposo y nunca más se supo de ella. Se dirigió al Aeropuerto. 

Malek sintió miedo. De un pasado que escondía mucho más, y de Osborne. Algo pasó por su mente y lo desechó con violencia como a una araña trepando por el cuerpo. No sea cosa que… 

Vamos Malek, vamos a lo nuestro -dijo el doctor invitándolo al juego. 

El cuerpo de Malek parecía el de una marioneta que se mueve sin voluntad propia. 

El tablero estaba junto a otros como ciudadelas con las piezas quietas esperando ser derrumbadas por los jugadores. Malek supo que había comenzado un juego siniestro y no pudo concentrarse. Osborne, casi en épica de guerra, desplazó en contados movimientos las blancas de Malek. 

Cuando los dos hombres salieron de la Biblioteca, la ciudad mostraba las luces a pleno. Se despidieron con un saludo de hielo. Al subirse al automóvil, Malek pensó que Osborne era una amenaza. No dejaría pasar el día siguiente sin hablar con el Comisario Peñaloza. 

Al llegar a su casa, sintió que una fuerza extraña lo arrastraba al infierno. Su hijo le preguntó, “¿te sentís bien?” No respondió. Abrió la puerta y cruzó el parque. Entró al pequeño cuarto, depósito de aquello que una casa arrastra al fondo. Casi en actitud involuntaria sacó de un cajón una soga.  

Era de noche y no era martes.