El menos demacrado opinaba que durante la noche aparecen urgencias que no pueden dejarse para mañana porque no serían entendidas al despertar. Añadió que le gustaba pasear la noche, trasnochar y perderse entre esas gentes que no tienen más mecenas que el anonimato, observar o acercase a otras soledades y, llegado el caso, beber de ellas.
El más joven, menos habituado a las oscuridades, se agarraba a los versos de Caballero Bonald para iluminar la noche: La noche no tiene paredes (Seix Barrall, 2009).
Pensé apostillar que, de noche, nunca se está a salvo de las pasiones porque -como bien escribe Pilar Quirosa-Cheyrouze- “el horizonte gris supone una antesala del deseo”. Pero preferí reservarme y me limité a pedir una ronda.
Anochecía.
Entonces, bebí y les planteé una adivinanza: ¿Cuál es el espejismo que crece bajo el influjo novelesco de la luna y se va muriendo con los primeros rayos del sol?
Pie de foto: Agorafobia. Martínez Clares, 2008.
No hay comentarios:
Publicar un comentario