El escritor comprometido piensa que quienes dicen mantenerse al margen, ser imparciales, no sentirse vinculados con una actitud beligerante o incluso sentir indiferencia hacia la política, es decir, los escritores que no están concienciados de su responsabilidad, están faltando a un deber. Yo creo que, más bien, faltan a la realidad porque, como dice Antonio Soler, “cualquier mundo que el literato invente tiene componentes políticos”. Ahora bien, supongo que la cuestión es saber si el componente político de lo que se escribe se encuentra presente antes o después de lo escrito. Es decir, si el escritor se sienta con la idea de escribir una trama que refleje determinadas ideas o si será después de terminada la obra cuando esas ideas parezcan desvelarse.
Yo creo que el escritor, al hablar del ser humano, de sus circunstancias, su naturaleza y sus sentimientos, reflejará inevitablemente su visión de la realidad, del entorno.
Hace unos meses acudí a una conferencia sobre “Cultura y compromiso”, a cargo de Belén Gopegui, que estuvo acompañada por Miguel Morata, de la Librería Primado, y Fabiola Meco, de la fundación CEPS. En ella Belén Gopegui habló de la responsabilidad del escritor como intelectual y dijo algo que es muy cierto: al escritor, por el mero hecho de serlo, se le va a pedir opinión sobre los más diversos temas, lo cual implica tomar partido, posicionarse. Esto me parece abrumador, porque creo, sinceramente, que el hecho de escribir una novela no es requisito suficiente para que uno tenga una opinión interesante sobre todo lo que ocurre a su alrededor. Es más, siempre he creído que un escritor se dedica más a formular preguntas que a ofrecer respuestas. Para mí, escribir es indagar. No obstante, estoy de acuerdo con Miguel Morata en que el intelectual ha de mantener un compromiso ético y social, y que debe ser un elemento de resistencia ante el discurso unificador, por supuesto.
Hace unos días estuve en una charla a cargo de Luis Landero y Carlos Marzal; y éste último dijo algo con lo que estoy muy de acuerdo: si sé lo que va a pasar en mis libros, no los escribo. Es decir, (interpreto yo) que se escribe para saber.
Me pregunto si el compromiso se ha de expresar más allá de la propia obra. Claro que el escritor, como ciudadano, como ser humano, tendrá sus propias ideas, sus propias creencias, pero el desafío de escribir me parece que es precisamente enfrentarse a las propias convicciones. Creo que una cosa es el compromiso del escritor con su obra, como proceso de indagación, y otra su compromiso con la sociedad como figura pública.
Paul Auster afirmó en una entrevista en el programa literario “Página 2” que en EE.UU. nadie entrevista a los escritores en la televisión, nadie quiere saber su opinión en materia de política : En mi país a nadie le interesa lo que pienso yo, ni lo que piensa Woody Allen o cualquier creador. Sin embargo, muchos creadores toman partido activo en las campañas electorales. Supongo que será porque a alguien le interesará. En fin, que la postura comprometida del escritor suele ser una bandera que se enarbola con mayor o menor entusiasmo dependiendo de las propias ideas y del sentido de la responsabilidad de cada uno.
Recientemente, en el suplemento ABCD, hubo un intercambio de opiniones entre Andrés Ibáñez y Rafael Reig en torno a este tema. Ibáñez, en un artículo titulado “De nosotros al yo”, escribe: Eso de «ser útil a la sociedad» es una patochada cursi y pasada de moda. Mi compromiso como escritor es un compromiso conmigo mismo, con la realidad, y con las palabras, con el arte y con la belleza. Este compromiso va mucho más allá de la política o de los problemas sociales. En ese artículo se preguntaba ¿Por qué surge una y otra vez el tema de una supuesta literatura que «se preocupa de los demás» opuesta a otra que es «egoísta» o «individualista»?
En el mismo suplemento, dos semanas después, se publicaba una respuesta a este artículo escrita por Rafael Reig y titulada “Alma y caparazón”. En dicho texto decía que Es el que escribe el que se siente o no comprometido con los demás. Si lo está, sin duda lo trasladará a lo que escriba, salvo que se tome su literatura como una broma, algo que me parece bastante evidente. Pero también caía en su texto en una generalización que me parece bastante reduccionista: La derecha químicamente pura escribe (mejor o peor) sin compromiso, es ese arte deportivo y «deshumanizado» que pugnaba Ortega; la izquierda escribe (mejor o peor) literatura comprometida. Es una frase que intenta imponerse como verdad, cuando lo cierto es que todos conocemos escritores de derechas, comprometidos con sus ideas, que mantienen una actitud beligerante en sus escritos.
Y nuevamente Andrés Ibáñez replicó en un artículo titulado “Respuesta a Rafael Reig”, en el que decía que La actividad del escritor no es social: es individual. Son los políticos y los legisladores quienes tienen tareas sociales. El escritor tiene un compromiso con el arte, porque el escritor es un artista, no un político, no un gestor. El verdadero problema es que los que pensáis como tú adoráis tanto la política como despreciáis el arte.
Este intercambio de opiniones y, también, de reproches, creo que ejemplifica las dos posturas más extremas frente a esta cuestión.
José Saramago decía a este respecto: Estoy comprometido, o sea, vivo, en un mundo que es un desastre. Como escritor y como persona, mi empeño es no separar al escritor de la persona que soy. Me esfuerzo, en la medida de mis posibilidades, en tratar de entender y explicar el mundo.
El escritor trata de entender el mundo, de entender a los demás. La literatura ofrece una oportunidad innegable de ponerse en el lugar del otro. Para mí, esa es la postura más honesta. Y será inevitable que la obra refleje el grado de compromiso de su autor. A partir de ahí, su mayor o menor intervención pública, su mayor o menor lucha por sus ideas, su actuación en actos reivindicativos y extraliterarios responderá a una postura personal tan respetable, creo yo, como la contraria.
Yo creo que el escritor, al hablar del ser humano, de sus circunstancias, su naturaleza y sus sentimientos, reflejará inevitablemente su visión de la realidad, del entorno.
Hace unos meses acudí a una conferencia sobre “Cultura y compromiso”, a cargo de Belén Gopegui, que estuvo acompañada por Miguel Morata, de la Librería Primado, y Fabiola Meco, de la fundación CEPS. En ella Belén Gopegui habló de la responsabilidad del escritor como intelectual y dijo algo que es muy cierto: al escritor, por el mero hecho de serlo, se le va a pedir opinión sobre los más diversos temas, lo cual implica tomar partido, posicionarse. Esto me parece abrumador, porque creo, sinceramente, que el hecho de escribir una novela no es requisito suficiente para que uno tenga una opinión interesante sobre todo lo que ocurre a su alrededor. Es más, siempre he creído que un escritor se dedica más a formular preguntas que a ofrecer respuestas. Para mí, escribir es indagar. No obstante, estoy de acuerdo con Miguel Morata en que el intelectual ha de mantener un compromiso ético y social, y que debe ser un elemento de resistencia ante el discurso unificador, por supuesto.
Hace unos días estuve en una charla a cargo de Luis Landero y Carlos Marzal; y éste último dijo algo con lo que estoy muy de acuerdo: si sé lo que va a pasar en mis libros, no los escribo. Es decir, (interpreto yo) que se escribe para saber.
Me pregunto si el compromiso se ha de expresar más allá de la propia obra. Claro que el escritor, como ciudadano, como ser humano, tendrá sus propias ideas, sus propias creencias, pero el desafío de escribir me parece que es precisamente enfrentarse a las propias convicciones. Creo que una cosa es el compromiso del escritor con su obra, como proceso de indagación, y otra su compromiso con la sociedad como figura pública.
Paul Auster afirmó en una entrevista en el programa literario “Página 2” que en EE.UU. nadie entrevista a los escritores en la televisión, nadie quiere saber su opinión en materia de política : En mi país a nadie le interesa lo que pienso yo, ni lo que piensa Woody Allen o cualquier creador. Sin embargo, muchos creadores toman partido activo en las campañas electorales. Supongo que será porque a alguien le interesará. En fin, que la postura comprometida del escritor suele ser una bandera que se enarbola con mayor o menor entusiasmo dependiendo de las propias ideas y del sentido de la responsabilidad de cada uno.
Recientemente, en el suplemento ABCD, hubo un intercambio de opiniones entre Andrés Ibáñez y Rafael Reig en torno a este tema. Ibáñez, en un artículo titulado “De nosotros al yo”, escribe: Eso de «ser útil a la sociedad» es una patochada cursi y pasada de moda. Mi compromiso como escritor es un compromiso conmigo mismo, con la realidad, y con las palabras, con el arte y con la belleza. Este compromiso va mucho más allá de la política o de los problemas sociales. En ese artículo se preguntaba ¿Por qué surge una y otra vez el tema de una supuesta literatura que «se preocupa de los demás» opuesta a otra que es «egoísta» o «individualista»?
En el mismo suplemento, dos semanas después, se publicaba una respuesta a este artículo escrita por Rafael Reig y titulada “Alma y caparazón”. En dicho texto decía que Es el que escribe el que se siente o no comprometido con los demás. Si lo está, sin duda lo trasladará a lo que escriba, salvo que se tome su literatura como una broma, algo que me parece bastante evidente. Pero también caía en su texto en una generalización que me parece bastante reduccionista: La derecha químicamente pura escribe (mejor o peor) sin compromiso, es ese arte deportivo y «deshumanizado» que pugnaba Ortega; la izquierda escribe (mejor o peor) literatura comprometida. Es una frase que intenta imponerse como verdad, cuando lo cierto es que todos conocemos escritores de derechas, comprometidos con sus ideas, que mantienen una actitud beligerante en sus escritos.
Y nuevamente Andrés Ibáñez replicó en un artículo titulado “Respuesta a Rafael Reig”, en el que decía que La actividad del escritor no es social: es individual. Son los políticos y los legisladores quienes tienen tareas sociales. El escritor tiene un compromiso con el arte, porque el escritor es un artista, no un político, no un gestor. El verdadero problema es que los que pensáis como tú adoráis tanto la política como despreciáis el arte.
Este intercambio de opiniones y, también, de reproches, creo que ejemplifica las dos posturas más extremas frente a esta cuestión.
José Saramago decía a este respecto: Estoy comprometido, o sea, vivo, en un mundo que es un desastre. Como escritor y como persona, mi empeño es no separar al escritor de la persona que soy. Me esfuerzo, en la medida de mis posibilidades, en tratar de entender y explicar el mundo.
El escritor trata de entender el mundo, de entender a los demás. La literatura ofrece una oportunidad innegable de ponerse en el lugar del otro. Para mí, esa es la postura más honesta. Y será inevitable que la obra refleje el grado de compromiso de su autor. A partir de ahí, su mayor o menor intervención pública, su mayor o menor lucha por sus ideas, su actuación en actos reivindicativos y extraliterarios responderá a una postura personal tan respetable, creo yo, como la contraria.