sábado, 6 de octubre de 2012
Semana de la Ciencia Ficción: Solaris, de Stanislav Lem
Idioma original : Polaco
Año de publicación : 1961
Valoración : está bien
Supongo que formo parte de ese público que accedió a la lectura de ciencia-ficción como consecuencia del visionado de ciencia-ficción. O sea, que la fascinación visual tiró de la curiosidad literaria, y esas secuencias de clásicos, con mayor o menor profusión de efectos especiales, ese espectáculo para los sentidos que fueron y son tantas películas, desde los 50, incluso antes, hasta hoy, definieron perfectamente los escenarios en que, los que así empezamos con el género, situaríamos esos libros en el proceso de su lectura.
Curiosamente, no fue así con Solaris. Ni he visto la mítica película original de Andrei Tarkovsky ni el, dicen, fallido remake de Steven Soderbergh. A pesar de lo cual, yo ya situaba los escenarios conforme avanzaba en la lectura del libro. Sí: la ciencia-ficción es, para los no especializados, un género cautivo de ciertos estereotipos. Algunos de los cuales constituyen para sus fanáticos tanto motivo de fascinación que para otros lo es de escepticismo. Esa sensación no me abandonaba leyendo este libro. Como lector más inclinado a géneros, digamos, más terrenales. No es un pretexto: géneros como éste, o el fantástico, han acercado a muchos a la lectura: los Lovecraft, Poe, Asimov, K. Dick son autores que hacen que muchos se inicien en ella. Pero había mencionado la palabra escepticismo: Solaris es la obra de mayor repercusión de las que escribió el polaco Stanislav Lem, escritor especializado en el género. Y supongo que lo es como consecuencia de su simbolismo.
Solaris es un planeta al que es enviado el científico Kris Kelvin, a una base espacial que gravita sobre un óceano, óceano al que se atribuye una condición genérica de enorme ser vivo (no sé por qué, pienso en la teoría Gaia), y la capacidad de generar seres humanos miméticos a aquellos que pueblan los recuerdos de los que están en el planeta. En el caso de Kelvin, el océano genera a Harey, émula de su mujer fallecida por suicidio.
Así que Kelvin no tarda en verse atrapado en el confuso juego de presencias en la base, con investigadores desaparecidos o enajenados, con seres cruzándose por los pasillos, como acompañantes generados, o aceptados, mentalmente, para compensar el desespero del confinamiento (no sé por qué, pienso en The shining). Este juego es, en un principio, el atractivo de la novela, que va dando pistas a través de las conversaciones entre los tres científicos reales que aún permanecen allí. De cómo asimilan el juego del planeta y de los personajes irreales que se han generado a su alrededor y cómo intentan hallar una explicación satisfactoria a esa situación. De cómo, contra toda lógica que no sea la onírica o la alucinatoria (no sé por qué, pienso en Levrero) se adaptan a un hábitat extraño y viciado.
Lem sume al lector en algunos momentos de lectura francamente difícil: un par de pasajes en la parte final de la novela son puras elucubraciones sobre las teorías que han urdido antiguos especialistas en la materia, pesados párrafos (no sé por qué, pienso en el capítulo de Cetología en Moby Dick) de explicación científica algo farragosa a la que no se puede negar, en su concepción, originalidad e incluso inventiva. Lem especula sobre la ciencia dedicada a estudiar el planeta, la solarística, y crea su propio léxico sobre los fenómenos que se producen. En algún momento, entre tanto ensayo de corte especulativo, el lector cree estar leyendo alusiones a la raza humana y a las deidades y a una serie de metaconceptos que voy a considerar propios del género y de la época: ciertos autores teorizaban sobre sociedades futuras y construían mundos utópicos, a veces a costa de tejer artimañas algo forzadas.
Este es el lastre de Solaris: su trama, sencilla y hasta excitante en su planteamiento (una especie de submundo alienador en el que cada uno acepta una realidad más reconfortante que la soledad) se complica y se torna confusa en medio de tanta mística a la, como lector, uno cree necesario buscarle segundas o terceras lecturas. Renunciando a la ligereza de las aventuras en el espacio, Lem nos sume en un complicado laberinto del cual yo, al menos, no he conseguido salir.
También de Stanislav Lem en ULAD: La investigación, Edén, Fiasco, El hospital de la transfiguración
lunes, 5 de octubre de 2015
Stanislaw Lem: Edén
lunes, 15 de noviembre de 2021
Stanislaw Lem: El profesor A. Donda
Traducción: A. Murcia y K. Moloniewicz
Año de publicación: 1973
Valoración: Recomendable
Hace apenas un par de meses se cumplió el centenario del nacimiento de Stanislaw Lem, uno de los más conocidos autores de ciencia ficción (o, más bien, ficción especulativa) del siglo XX. Habiendo ya reseñado buena parte de sus grandes obras, optamos por este breve (e inédito en España hasta hace bien poco) "El profesor A. Donda" para rendir nuestro pequeño homenaje al autor. Y pese a que es muy probable que esta novelita / relato largo no se encuentre entre lo mejor de la obra del polaco, se trata de un texto recomendable y, hasta cierto punto, sorprendente por varias razones.
En primer lugar, porque aunque en la novelita se identifican algunos de los motivos de otras obras de Lem, "El profesor A. Donda" tiene como factor sorpresa un humor negro y absurdo, de lo más british, que no se encuentra habitualmente en este tipo de textos. Vaya, que por momentos llega a parecer un capítulo de Black Mirror pasado por la óptica de los Monty Phyton. Mención especial merece, en este punto, la descacharrante y visionaria genealogía del profesor.
Más: Porque "El profesor A. Donda" tiene un ritmo frenético que se adapta como un guante a una narración que probablemente no se sostendría si tuviese una extensión de más de 100 páginas. Por supuesto que me hubiese gustado que algunas situaciones estuviesen más desarrolladas o que el texto ganara en extensión para hacer de algunos pasajes algo menos farragoso, pero entonces el enfoque tendría que haber sido otro y el libro sería completamente diferente.
Otra: Porque Lem no deja títere con cabeza. En las apenas 70 páginas del texto, el hombre reparte a diestro y siniestro: la explotación del planeta, el academicismo, la corrupción, el cientificismo en un mundo en el que el error y la casualidad tienen un peso fundamental...
Otra: Porque me encantan esas referencias, veladas o no, a "El planeta de los simios" o a "Robinson Crusoe". Cosas mías.
Más (aún): Porque se trata de un texto plenamente vigente en 2021. Si bien en algunos aspectos la realidad ha superado a la ficción, el núcleo de la acción es tan jodidamente actual que uno no puede dejar de plantearse según qué cosas (y para eso está la ficción especulativa, ¿no?).
Ahora, ¿de qué carajo va "El profesor A. Donda?. Pues, en el fondo, no deja de ser una sátira sobre los posibles efectos del abuso de la ciencia y/o el exceso de información (El desarrollo de la Cibernética es una trampa puesta por la Naturaleza a la Razón) y quizá un toque de atención para los que andamos por estos mundos de pantallitas y algoritmos (No es que haya que reajustar lo que vemos, sino cambiar el punto de vista). Eso sí, todo esto tratado de una forma mucho más gamberra de lo que acostumbra el género.
Un montón de libros de Stanislaw Lem AQUÍ
miércoles, 30 de marzo de 2022
Angélica Gorodischer: Trafalgar
Año de publicación: 1979
Valoración: recomendable
No sé hasta qué punto es conocida para el público lector, en general, la escritora, recientemente fallecida (a los 93 años, que no está nada mal) Angélica Gorodischer. Quiero pensar que si lo es en su Argentina natal y también para los aficionados de habla hispana a la fantasía y la ciencia-ficción, puesto que se la considera una figura fundamental de la misma. Por mi parte, confieso que no supe de su existencia hasta que leí, paradójicamente, la noticia de su fallecimiento, por lo que esta reseña bien podía haber formado parte de nuestra última semana de "Ilustres olvidados" (y, de hecho, a punto estuvo de hacerlo).
Vaya por delante, antes de meternos en harina , que el título Trafalgar de este libro no tiene que ver ni con el cabo gaditano, ni con la batalla naval ni con la plaza londinense del mismo nombre, sino que se refiere a su personaje protagonista, Trafalgar Medrano, un comerciante rosarino, compulsivo fumador y cafeadicto , pero además consumado narrador de historias, que, a la vuelta de sus viajes, se dedica a contar sus aventurillas a sus amigos, que, entre tanto, han proseguido sus vidas apaciblemente convencionales en Rosario -también puede que no sea más que un simpático chiflado al que éstos siguen la corriente, aunque para el caso, da igual-; de esta forma, cada capítulo del libro corresponde a un relato de un viaje diferente, relatados a distintos interlocutores, pero que forman parte de la misma pandilla de amigos de clase media y de mediana edad (muy parecida, supongo, a las que se pueden encontrar entre la burguesía de cualquier ciudad de provincias del ancho mundo). Claro, que los viajes de Trafalgar Medrano no se limitan a ir a Salta, Buenos Aires o Tucumán y ni siquiera a otros países de América o de Europa, sino que los realiza a otros planetas, en las galaxias más alejadas -donde vende y compra mercancía bastante pedestre... o terrestre, por lo demás-; se ve que en el universo alternativo y setentero que habitan los personajes, viajar al espacio es algo relativamente común y asequible, como si uno fuera un Jeff Bezos cualquiera...
Como digo, Trafalgar le cuenta sus viajes a sus amigos y conocidos y por eso cada capítulo viene a ser un relato independiente de un viaje a algún planeta de por ahí; así, conocemos un mundo regido por bellísimas mujeres que sólo practican el sexo con máquinas, otro en el que sus habitantes han renunciado a todo conocimiento y manifestación cultural salvo el baile. Uno más en el que los muertos no acaban nunca de estarlo del todo. U otro planeta que parece el reflejo simétrico de la Tierra, pero con 500 años de retraso, por lo que Trafalgar acaba en la España de los Reyes Católicos... Porque, eso sí, que nadie piense que en estos relatos va a encontrar batallas entre naves espaciales o alienígenas verdes con tentáculos... Los extraterrestres con los que trata nuestro héroe son -o al menos no se especifica otra cosa- asombrosamente parecidos a los terrestre, e incluso él tiene sus frecuentes affaires con bellas damiselas que encuentra en sus viajes. Porque los mundos alternativos que describe a sus amigos parecen más que nada excusas de Angélica Gorodischer para hablarnos de nuestra especie y civilización humanas, y valorar los pros y contras de algunas alternativas -o utopías si se quiere-; en ese sentido, se suele relacionar la obra de esta autora con la de Ursula K. Le Guin, aunque a mí me ha recordado, sobre todo, a la de Stanislaw Lem, aunque me refiero al Lem de los Diarios de las estrellas, más que al de Solaris. Trafalgar Medrano, en efecto, sería una especie de Ijon Tichy, pero argentino y canchero.
Otro punto en común con Lem sería el humor, en este caso, suave y con un tono costumbrista, pero presente, en mayor o menor medida, en todos los relatos. En esto podemos enlazar el libro de Gorodischer con la obra de otro escritor fantástico/utopista; el clásico Jonathan Swift y sus Viajes de Gulliver, aun siendo éstos más fantásticos, en realidad, que los de Trafalgar Medrano. Pero en ambos casos, lo que buscan sus autores es ponernos ante unos espejos que, deformantes y todo, nos permitan vernos tal y como somos, con nuestros defectos humanos aunque también, aunque sólo sea por comparación, nuestras virtudes, que alguna tendremos...
jueves, 10 de marzo de 2011
Stanislaw Lem: La investigación
Título original: Śledztwo
Idioma original: polaco
Año de publicación: 1959
Valoración: Recomendable
Si la mayoría de las novelas de suspense se burlan un poco del lector ésta es una madeja que se enreda y desenreda constantemente. Los elementos inquietantes aparecen por todas partes, no se limitan al objeto de la investigación y, al contrario de lo que es habitual, la lógica no servirá de mucha ayuda para resolver los enigmas.
Pero nada de esto convierte a la novela en policíaca. La resolución del caso se halla al margen de las pistas y las cuestiones que plantea son sobre todo filosóficas. De forma que persiguiendo la verdad se desemboca en el absurdo y cuanto más caminamos más lejos nos hallamos de la meta. Estamos ante una compleja reflexión sobre la falsedad de las apariencias, la vulnerabilidad del ser humano, el engaño al que le someten los sentidos y el fracaso de los procedimientos científicos considerados fiables. Por eso, el recuento de unos hechos inconexos y absurdos, una desesperada búsqueda de la verdad de estos hechos – y de la verdad absoluta, de paso –consigue que los personajes desconfíen de lo que oyen y ven. La razón tampoco sirve: si enfoca demasiado cerca se pierde la perspectiva y si pretende abarcar mucho se desperdiga en los detalles.
El pronóstico del creciente poder de las máquinas con cerebro muestra al autor como el gran cultivador de ciencia-ficción que fue. Se basa en la capacidad de los cerebros artificiales para elaborar estrategias en el marco de la carrera armamentística de los dos bloques. El error consiste en atribuir a los ordenadores la capacidad de decisión y, a partir de ahí, predecir que las máquinas acabarían al mando del orden mundial. Lem – como muchos profetas de la emancipación de los robots–parece olvidar que las máquinas sólo ejecutan tareas automáticas porque los datos, su combinación y la intencionalidad con que les son suministrados son humanos siempre, que, aunque dichas máquinas sean capaces de realizar operaciones matemáticas a velocidad de vértigo, carecen de todo vestigio de conciencia de modo que, por mucha sofisticación que lleguen a adquirir, ésta procede de los hombres y nadie, por mucho que se empeñe, podrá insuflar dicha conciencia en los engranajes (o chips) de un artilugio mecánico.
Todo se reduce a un arbitrario, alucinado y alucinante viaje en busca de no sé sabe qué, porque no queda claro si lo que pretenden el detective Gregory y sus colegas es descubrir la verdad de los hechos, la propia identidad, su papel en el mundo o el significado de éste. Sospechosos, investigadores, secundarios y víctimas juegan roles intercambiables, todo es incierto, imposible de interpretar y tan irreal como un sueño. Es más, puede que hasta los sueños sean más consistentes que una realidad tan resbaladiza que llega a conducir a los personajes hasta la frontera de sí mismos.
También de Stanislav Lem en ULAD: Solaris, Edén, Fiasco, El hospital de la transfiguración
martes, 26 de diciembre de 2017
Stanislaw Lem: El hospital de la transfiguración
Título original: Szpital przemienienia
Año de publicación: 1948
Valoración: Recomendable
sábado, 23 de febrero de 2013
Stanislaw Lem: Fiasco
Idioma original: polaco
Año de publicación: 1987
Valoración: Muy recomendable
“La única diferencia real entre un hombre nacido de un padre y una madre y una máquina perfectamente humanizada sería el material de que estaban hechos: vivo y no vivo. El autómata humanizado sería tan listo –pero también tan inseguro, tan falible, tan esclavo de sus emociones– como un hombre”(*)
"Los técnicos del Eurídice, con los biólogos Davis y Vahradian, estaban ya durmiendo a la tripulación del Hermes –su sueño duraría muchos años– pero sin congelación ni hibernación. Se les sometía a embrionización, un proceso en el cual la persona regresaba a la forma de vida anterior al nacimiento, a una existencia fetal, o por lo menos asombrosamente parecida a ésta: sin respiración, bajo el agua." (*)
jueves, 6 de marzo de 2014
Biografías lectoras: La lista de la compra
- Chuches, chocolatinas y pipas Facundo:
- Salsa de tomate y ketchup:
- Carne y pescado:
- Fruta y verdura:
- Vino y licores:
lunes, 13 de marzo de 2017
Reseña + Entrevista. Álvaro Colomer: Aunque caminen por el valle de la muerte
Desde luego a ese declive habrá ayudado que los escenarios de los nuevos conflictos (Kuwait, Irak, Siria) hayan obligado a reformular muchas cuestiones. La guerra moderna tiene otra épica; se libra en países que parecen enormes pabellones donde algunos contendientes acuden como si fueran futbolistas convocados a un campeonato. Y con público involuntario y, no olvidemos, frágil. El elemento débil que Kapuscinki siempre veía salir derrotado.
Ah, sí. La trama. Tres batallones conviven en un cuartel en Najaf: salvadoreños, españoles y norteamericanos, algunos de estos mercenarios de BlackWater (contratistas), cuando se produce un ataque a consecuencia de la detención de uno de los líderes de la insurgencia local. Los milicianos empiezan un intento de asalto. El cuartel es acosado y lo que parecía ir a ser una situación controlada se convierte en una batalla en toda regla. Hecho que fue silenciado en su momento (abril de 2004) con los atentados del 11-M recientes y con un gobierno cuyo relevo suponía un cambio de actitud hacia el conflicto. Porque siempre se dijo que no había intervención directa en combate. Que los muertos lo eran en accidentes, atentados, escaramuzas, incidentes aislados.
Colomer ha empleado en la confección de este libro una nutrida base de entrevistas y testimonios sobre un hecho silenciado. Lo ha hecho a pesar de oscuros intereses empeñados en que los hechos descritos no salieran a la luz pública, incluso a pesar del tiempo transcurrido. Parece ser que ha incordiado al poder establecido, al de entonces o al de hoy, qué más da. Y solo por eso ya he decir que cuenta con muchos puntos a favor. De los míos, casi todos. Porque esto es un librazo.
Y, además, su autor es otro que se apunta a la moda de responder nuestras impertinentes cuestiones.
-Sin duda. Al principio, cuando estaba haciendo la investigación, mi intención era escribir una no-ficción al más puro estilo Aleksiévich o, más concretamente, Jon Lee Anderson. Quería narrar mi propio viaje, mi propia investigación, mis propias impresiones. Porque 'Aunque caminen por el valle de la muerte' tiene una no-ficción oculta: lo vivido durante tres años de viajes a bases militares, a Irak, a casas particulares de mercenarios, a los cuarteles españoles... Realmente, las vicisitudes de esta investigación daban para un libro. Pero al final me incliné por una novela porque llegué a la conclusión de que, cuando tienes una historia realmente buena, una historia que todo el mundo debe conocer, has de acudir al género más popular de todos: la novela. La batalla de Najaf es un hecho histórico de una importancia capital para la historia contemporánea española y, cuando ya hube realizado las historias, entendí que mi misión tenía que ser conseguir que la conociera el mayor número de lectores posibles. En ese sentido, la novela sigue estando por encima de la no-ficción.
¿La literatura bélica está en desuso o es que no vemos clara la guerra que discurre ante nuestras narices?
-Los españoles no queremos ver las cosas que no nos gustan. Esta novela es una denuncia hacia una realidad evidente: después de las manifestaciones contra la guerra, cuando quedó claro que José María Aznar mandaría a las tropas dijéramos nosotros lo que dijéramos, la gente guardó las cacerolas y se desentendió del tema. De alguna manera, la población dijo: No voy a prestar atención a esta guerra porque estoy en desacuerdo con ella. Desde mi punto de vista, es un error enorme. Si uno es realmente pacifista, debe prestar mucha atención a lo que pasa en las guerras. Quedarse tumbado en el sofá no es ser pacifista; el auténtico pacifista se informa sobre la guerra para después saber contra qué está luchando. En ese sentido, creo que la sociedad española es hipócrita.
Un escritor catalán poniendo en tela de juicio la eficacia del ejército español, o supeditándola al artificio de una maquinaria burocrática superior. ¿No teme que le venga el tertuliano de turno a buscarle los tres pies al gato?
-Ya ha venido. Se han escrito algunos artículos que no dan una visión veraz sobre el contenido de mi novela y que han provocado aludes de e-mails en mi correo electrónico. Estoy comprobando que cada uno lee mi novela como quiere y opina en relación a sus propios pensamientos, no a los que la novela desprende. Quiero decir que algunos periodistas han escrito artículos en los que decían que yo acusaba al ejército español de cobardía, cuando en verdad mi novela es absolutamente política, apunta hacia el Ministerio de Defensa. Sin embargo, las malas interpretaciones que se hacen sobre mi novela hacen que los soldados o los altos mandos me escriban e-mails insultándome. Si leyeran mi novela no me insultarían, pero, como sólo leen los artículos sobre ella, pues se enojan. Es el problema clásico de este país, que se resume con la famosa cita de Stanislaw Lem: 'Nadie lee nada, y los que leen no comprenden lo que leen, y los que lo comprenden lo olvidan fácilmente'.
Si este país tuviera una mejor tradición lectora su libro debería levantar polvareda. ¿Y si los nombres de los personajes fueran los reales?
-Los nombres de los personajes no pueden ser reales porque todos los personajes tienen elementos de varias personas reales. Nadie puede decir: 'Yo soy este personaje'. En cuanto a la polvareda, estoy de acuerdo. Lo que narro en la novela tendría que alarmar y preocupar a toda la población. Y, de hecho, parece que lo está haciendo, porque ya hemos entrado en segunda edición y no hace ni un mes que la novela salió publicada.
Cita a Chaves Nogales y entre esas líneas he creído ver el reflejo de un libro relativamente desapercibido, Nuevo destino de Phil Klay ¿Influencias?
-Phil Klay fue un autor importantísimo para mí, pero en España salió publicado cuando yo tenía la novela ya muy avanzada. En ese sentido, creo que, en el universo anglosajón, me influyó mucho más Tim O'Brien ('Las cosas que llevaron los hombres que lucharon') o Oakley Hall (sobre todo 'Warlock', una novela sobre el Lejano Oeste que, sin embargo, me fue de gran utilidad para entender cómo se comportan los hombres en una situación armada). En cuanto a la tradición española, señalaré principalmente a Ramón J. Sender y Manuel Chaves Nogales.
En este mundo sobresaturado en lo audiovisual, todos parecemos haber estado ya en los frentes de las guerras recientes. Pero la batalla de Najaf parece estar bastante lejos de los militares aburridos de Generation Kill. ¿Reconoceremos un género en unas décadas y encontraremos nuestro John Wayne, o estas guerras ya son anónimas?
-La batalla de Najaf tendría que ser llevada al cine sin ningún género de dudas. En otros países ya habrían rodado varias películas tipo 'Black Hawk Derribado', de Ridley Scott. En España no hay mucha tradición de cine bélico, así que no sé si alguien se atreverá a rodarla. Quién sabe.
(Inciso: esta semana se ha estrenado, curiosamente, una película española llamada Zona hostil sobre un episodio de la guerra de Afganistán).
Me sorprende que en un momento dado las nacionalidades definen más a los personajes que ellos mismos. Salvadoreños: resueltos y con un líder claro. Estadounidenses: individuales y obsesionados por sus valores de referencia, sean familia o dinero. Y los españoles, pendientes de una autoridad superior a la que temen desobedecer ¿esta es su visión?
-Totalmente. Además, cada país tiene un estilo bélico. Los americanos están acostumbrados a ganar guerras y, por tanto, se comportan como si fueran los amos del mundo. Los salvadoreños todavía tienen fresca su guerra civil, probablemente la más salvaje de toda Latinoamérica, y siguen recordando cómo se gana una batalla, algo que se reflejó en Irak. Los españoles no hemos pegado un tiro en casi cincuenta años, así que no somos capaces de reaccionar sin que nos llegue la orden de arriba. Esto es algo que me dijeron los salvadoreños: 'El auténtico soldado sabe cuándo hay que saltarse las normas'. Está todo dicho.
martes, 21 de abril de 2009
J. G. Ballard: El mundo de cristal
Título original: The Crystal World
Fecha de publicación: 1966
Valoración: Está bien
Este domingo moría J. G. Ballard, un escritor británico independiente y original, conocido fundamentalmente por novelas como Crash -adaptada en una polémica película de David Cronenberg- o El Imperio del Sol -que llevó al cine Steven Spielberg, y que está basada en gran medida en las experiencias infantiles del propio Ballard durante la Segunda Guerra Mundial-. Sin embargo, el género que Ballard más cultivó es el de la ciencia ficción, aunque una ciencia ficción distinta a la de Asimov, Stanislaw Lem, Philip K. Dick, etc., que presenta fundamentalmente mundos distópicos en proceso de desintegración o transformación.
El mundo de cristal es un ejemplo de este segundo tipo de novelas: Edward Sanders, un médico británico, es enviado a una región de África de difícil acceso, para ayudar a combatir una variante de la lepra. En el camino, sin embargo, descubre que se está produciendo un extraño e inexplicable fenómeno: la selva ha comenzado a cristalizarse, al igual que todo lo que la selva pueda contener: plantas, animales o personas.
Más sorprendente todavía que este planteamiento inicial es el desarrollo que Ballard hace tomar a la novela, centrándose en las reacciones de los personajes ante el fenómeno, tanto o más que en el fenómeno en sí mismo. Un enfoque más hollywoodiense, por decirlo de alguna forma, habría llenado la novela de acción, giros sorprendentes, personajes planos. Ballard apunta en dirección contraria: crea un conjunto de personajes secundarios con historias y personalidades complejas, que les hacen encarar de maneras diversas la amenaza de la cristalización, insistiendo además en el carácter ambiguo de la plaga: mata, porque elimina la vida, pero también preserva, porque detiene el tiempo.
El conjunto es una novela verdaderamente fascinante: algo así como La vorágine de José Eustasio Ribera, pero con efectos especiales.
Otras obras de J.G. Ballard en ULAD: La exhibición de atrocidades, La sequía, Rascacielos, Crash, Avió en vol ras
jueves, 4 de febrero de 2021
Pablo Sebastiá Tirado: La tetera de Russell
Valoración: Está bien
El más que prometedor arranque de "La tetera de Russell" nos traslada al año 2072, a un mundo que aparenta ser completamente diferente al actual en el que España, tras una cruenta guerra civil, se ha convertido en una superpotencia tecnológica (creo que no ocurría nada parecido desde que se inventó el botijo), el mundo árabe ha desaparecido, los países del Norte y Centro de Europa se han convertido en teocracias calvinistas y en el Sur de Europa dominan la ley, la ciencia y el agnosticismo (aunque se dejen ver ciertos rasgos totalitarios).
Es ese mundo simétrico y pulcro en el que la información es esencial, pero al final nadie sabe nada situamos a Hipatia, joven científica que trabaja en proyecto Deus ex-machina del todopoderoso Centro Tecnológico de Plaza de Castilla (sic). El objetivo del proyecto es el descubrimiento de una fórmula matemática que permita enviar y recibir mensajes por todo el universo en tiempo cero, pero en el desarrollo del proyecto se produce un inesperado acontecimiento que pondrá en duda toda la existencia anterior de Hipatia y, a pesar de toda la ciencia y todas las certezas, la fragilidad del ser humano.
Así, tenemos una novela en la que las matemáticas y la filosofía (e incluso la teología) tienen un papel preponderante y en la que conviven la ciencia ficción, el thriller y el humor. Quizá esto último sea su principal problema. Y es que me da la sensación de que el factor sorpresa y la frescura inicial de ese comienzo distópico / humorístico se diluye a medida que la novela se desliza hacia el thriller, siendo este aspecto hasta cierto punto previsible.
Además de este mayor potencial que se intuye en el desarrollo de algunas de las situaciones apuntadas, la novela "flojea" en algunos de los personajes secundarios, demasiado caricaturescos, demasiado planos (es el caso de don Miguel, el jefe de Hipatia, o el germano Adolf). Esto no quita que "La tetera de Russell" tenga sus aspectos positivos, especialmente en lo referente al loco mundo imaginado por el autor y a la demostración, una vez más, de la imperturbable naturaleza humana.
Resumiendo: novela que apunta alto o muy alto, que pierde algo de fuelle con el paso de las páginas, pero que seguro que resulta interesante para amantes del género y seguidores, por ejemplo, de Stanislaw Lem.
viernes, 6 de diciembre de 2019
Colaboración: Juan León Mera: Cumandá o Un drama entre salvajes
Año de publicación: 1877
Valoración: Está bien.
domingo, 5 de octubre de 2014
Arkadi y Borís Strugatski: Picnic junto al camino
Título original: Пикник на обочине - Picnic na obóchine
Año de publicación: 1972
Valoración: Muy recomendable
A lo mejor Picnic junto al camino o Picnic extraterrestre (títulos alternativos para la misma novela) no dicen mucho a quienes no sean especialmente aficionados a la ciencia ficción; en cambio, si digo Stalker habrá algunos, más aficionados al cine, que piensen en la película de Tarkovsky de 1972; y si digo S.T.A.L.K.E.R., los aficionados a los videojuegos reconocerán la serie de juegos de acción en primera persona situados en Chernobyl. En realidad, todas estas obras se deben, con mayor o menor grado de fidelidad, a la imaginación de los hermanos Strugatski.
En el mundo de Picnic junto al camino, la humanidad ha recibido la visita de los extraterrestres, que han dejado a su paso seis "zonas" en las que se producen fenómenos físicos extraños, a menudo fatales para los humanos, y donde aparecen misteriosos artefactos de una tecnología avanzadísima pero de uso muchas veces incomprensible. Alrededor de estas zonas y de estos misteriosos (y valiosos) objetos se organiza una lucha silenciosa entre el ejército y el gobierno, que quieren controlarlas y estudiarlas, y los "merodeadores" o stalkers, que quieren hacerse con esos objetos para venderlos en el mercado negro. La novela se centra en uno de estos merodeadores, Red Schuhart, que mantiene una doble vida: trabajador de un laboratorio dedicado al estudio de la Zona por el día, y ladrón de objetos extraterrestres por la noche.
Los hermanos Strugatski consiguen crear un ambiente opresivo, no solo dentro de la Zona (donde la muerte es una posibilidad constante incluso para los merodeadores más experimentados) sino también fuera de ella, con la persecución constante de la policía y el ejército a los merodeadores y a los demás habitantes de Harmont. Un acierto de la novela, a mi parecer, es su carácter ambiguo, tanto en relación con las visitas de los extraterrestres (no se sabe si la creación de las zonas fue un acto deliberado o un efecto secundario inesperado y por lo tanto inintencionado), como en su final abierto, de múltiples lecturas posibles. La novela, un poco a la manera de Stanislaw Lem, incluye reflexiones sobre las limitaciones de la razón humana, el conocimiento científico y la posible relación con otras inteligencias diferentes (es imposible, por ejemplo, no pensar en Solaris a este respecto).
Picnic junto al camino es un clásico de culto, podríamos decir, en la historia de la ciencia ficción soviética; digamos por cierto, como curiosidad final, que la obra fue censurada en la Unión Soviética: se prohibió su aparición como libro hasta 1980, y todavía entonces se publicó en versiones recortadas. Solo en 1990 pudo ver la luz la versión completa original.