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sábado, 6 de octubre de 2012

Semana de la Ciencia Ficción: Solaris, de Stanislav Lem

Título original : Solaris
Idioma original : Polaco
Año de publicación : 1961
Valoración : está bien

Supongo que formo parte de ese público que accedió a la lectura de ciencia-ficción como consecuencia del visionado de ciencia-ficción. O sea, que la fascinación visual tiró de la curiosidad literaria, y esas secuencias de clásicos, con mayor o menor profusión de efectos especiales, ese espectáculo para los sentidos que fueron y son tantas películas, desde los 50, incluso antes, hasta hoy, definieron perfectamente los escenarios en que, los que así empezamos con el género, situaríamos esos libros en el proceso de su lectura.
Curiosamente, no fue así con Solaris. Ni he visto la mítica película original de Andrei Tarkovsky ni el, dicen, fallido remake de Steven Soderbergh. A pesar de lo cual, yo ya situaba los escenarios conforme avanzaba en la lectura del libro. Sí: la ciencia-ficción es, para los no especializados, un género cautivo de ciertos estereotipos. Algunos de los cuales constituyen para sus fanáticos tanto motivo de fascinación que para otros lo es de escepticismo. Esa sensación no me abandonaba leyendo este libro. Como lector más inclinado a géneros, digamos, más terrenales. No es un pretexto: géneros como éste, o el fantástico, han acercado a muchos a la lectura: los Lovecraft, Poe, Asimov, K. Dick son autores que hacen que muchos se inicien en ella. Pero había mencionado la palabra escepticismo: Solaris es la obra de mayor repercusión de las que escribió el polaco Stanislav Lem, escritor especializado en el género. Y supongo que lo es como consecuencia de su simbolismo.
Solaris es un planeta al que es enviado el científico Kris Kelvin, a una base espacial que gravita sobre un óceano, óceano al que se atribuye una condición genérica de enorme ser vivo (no sé por qué, pienso en la teoría Gaia), y la capacidad de generar seres humanos miméticos a aquellos que pueblan los recuerdos de los que están en el planeta. En el caso de Kelvin, el océano genera a Harey, émula de su mujer fallecida por suicidio.
Así que Kelvin no tarda en verse atrapado en el confuso juego de presencias en la base, con investigadores desaparecidos o enajenados, con seres cruzándose por los pasillos, como acompañantes generados, o aceptados, mentalmente, para compensar el desespero del confinamiento (no sé por qué, pienso en The shining). Este juego es, en un principio, el atractivo de la novela, que va dando pistas a través de las conversaciones entre los tres científicos reales que aún permanecen allí. De cómo asimilan el juego del planeta y de los personajes irreales que se han generado a su alrededor y cómo intentan hallar una explicación satisfactoria a esa situación. De cómo, contra toda lógica que no sea la onírica o la alucinatoria (no sé por qué, pienso en Levrero) se adaptan a un hábitat extraño y viciado.
Lem sume al lector en algunos momentos de lectura francamente difícil: un par de pasajes en la parte final de la novela son puras elucubraciones sobre las teorías que han urdido antiguos especialistas en la materia, pesados párrafos (no sé por qué, pienso en el capítulo de Cetología en Moby Dick) de explicación científica algo farragosa a la que no se puede negar, en su concepción, originalidad e incluso inventiva. Lem especula sobre la ciencia dedicada a estudiar el planeta, la solarística, y crea su propio léxico sobre los fenómenos que se producen. En algún momento, entre tanto ensayo de corte especulativo, el lector cree estar leyendo alusiones a la raza humana y a las deidades y a una serie de metaconceptos que voy a considerar propios del género y de la época: ciertos autores teorizaban sobre sociedades futuras y construían mundos utópicos, a veces a costa de tejer artimañas algo forzadas.
Este es el lastre de Solaris: su trama, sencilla y hasta excitante en su planteamiento (una especie de submundo alienador en el que cada uno acepta una realidad más reconfortante que la soledad) se complica y se torna confusa en medio de tanta mística a la, como lector, uno cree necesario buscarle segundas o terceras lecturas. Renunciando a la ligereza de las aventuras en el espacio, Lem nos sume en un complicado laberinto del cual yo, al menos, no he conseguido salir.

También de Stanislav Lem en ULAD: La investigaciónEdénFiasco, El hospital de la transfiguración

lunes, 5 de octubre de 2015

Stanislaw Lem: Edén

Título original: Eden
Idioma original: polaco
Año de publicación: 1959
Valoración: Está bien

Teniendo en cuenta que se le conoce como creador de mundos fantásticos –y  no obstante verosímiles– fruto de su gran capacidad imaginativa, y por mucho que pueda extrañar a los admiradores de sus obras de ficción, Lem comenzó su trayectoria literaria escribiendo poesía y la acabó realizando informes científicos, quehacer que le ocuparía los últimos veinte años de vida, desde finales de los años 80.

Según sus propias palabras, en esa primera época se consideraba una especie de Robinson que tenía que fabricar todos los materiales él solito, pues: “lo que hacía no estaba planificado ni inventado, de una forma especulativa, sin intención de lucro y, menos aún, literario.” Pero su pasión por los avances de la ciencia, los planteamientos éticos y el pensamiento filosófico le llevarían a convertirse en el Lem que conocemos ahora.

Cuando escribió esta novela, el escritor todavía estaba afianzando sus recursos y materiales, orientándose en un género que precisa de pautas muy concretas y al que él conseguiría imprimir su propia personalidad y darle una nueva dimensión, que serviría de guía a los que le siguieron. Ya en Solaris, de 1961, la más famosa de su producción y llevada al cine en el 72, se consolidaría por completo en el campo de la ciencia ficción.

En un principio, sorprende el tremendo avance técnico que se ha producido en el planeta desde que se publicó Edén. Y eso a pesar de que Lem era un autor particularmente interesado por los últimos descubrimientos de la ciencia. Veamos unos cuantos ejemplos para entender lo primitivo que resulta hoy:

–La carga de la nave es enorme, llevan hasta una biblioteca convencional a bordo. Es lógico si pensamos que aún no había ordenadores y menos todavía libros electrónicos, pero podían haber clasificado el saber en folios y prescindir de las tapas, digo yo. Mesas aparentemente convencionales, no integradas arquitectónicamente, planos de papel que, lógicamente, acaban rompiéndose… Los procedimientos resultan rudimentarios hasta para el más profano en electrónica, por ejemplo la frase “las bombillas se balanceaban en sus cables” leído hoy y aplicado nada menos que a una nave espacial casi produce escalofríos. (Todavía no existían los halógenos, pero quizá sí los tubos fluorescentes).

-En cualquier caso, notamos falta de máquinaria. Aunque, naturalmente, no puede faltar un clásico del género, el robot, que él denomina autómatas, aquí y en otras novelas suyas, y que carecen de voluntad y personalidad propia. Ni siquiera existe ningún planteamiento al respecto como ocurre en otras obras del género; el autómata es una mera máquina, eso sí, con multitud de funciones: el hombre se limita a darle instrucciones y él le libera de los trabajos lentos y penosos. Todo está concebido contando con ellos así que cuando les fallan –como ocurre con los ordenadores ahora mismo – se produce el desastre.

-El lector de hoy echa de menos hasta el podómetro, ya que tienen que calcular las distancias a ojo cada vez que hacen un trayecto a pie. O baterías independientes no conectadas a la red. O poleas eléctricas para levantar grandes pesos. Claro que cuentan con el protector –mitad robot, mitad vehículo- que también aparece en Fiasco.

Por otra parte, la narración presenta un desequilibrio evidente, su estructura está muy descompensada. Durante demasiados capítulos predomina la descripción, no encontramos más que fantasía y técnica, (soy amante de las descripciones, así que cuando a mí me parecen excesivas es que se han aburrido las ovejas), además de una narración bastante tediosa, poco dinámica, lenta y rutinaria. Y no solo se tarda en ir al grano, Lem apenas define a los personajes, quizá no lo necesite aquí para sus fines, pero el conjunto resulta para mí demasiado frío. Empezando por que los individuos –excepto uno, el ingeniero– ni siquiera tienen nombre propio, se les distingue por su especialización técnica. Eso en general no es malo ni bueno, pero en este caso concreto contribuye a acentuar la sensación de frialdad. El doctor, sobre todo, y también el coordinador y el ingeniero son los que resaltan, pero siguen estando muy desdibujados como personas, lo que predomina es su papel profesional y lo que este puede influir en la mentalidad de cada uno. El doctor representaría la conciencia ética, el ingeniero, Henryk, el poder de la técnica, el coordinador la organización práctica. Aunque, ya cerca del final y en aras de la verosimilitud, el autor altera algunos de estos roles.

Por fin, pero ya muy avanzado el argumento –a partir del descubrimiento de las tumbas y el supuesto poblado medieval– y, en mi opinión excesivamente tarde, comienza a plantear los dilemas éticos que le caracterizan, no directamente, claro, sino formando parte de la acción. Debido a este retraso, quedan solo esbozados. Lem muestra aquí  una de sus grandes preocupaciones: la comunicación entre los seres humanos y de estos con posibles vidas extraterrestres, es decir, la comunicación en general. Dentro de ese contexto, se interesa particularmente por la teoría de la información y -tan tempranamente como en 1959– la considera tan primordial que la civilización de Edén ha cifrado el desarrollo en sus premisas. Esto es lo que descubren los seis científicos, y este descubrimiento, así como los dilemas morales que les plantea y la decisión de no intervenir –en parte por egoísmo pero también por sensatez, pues se sienten ignorantes e impotentes y son conscientes de que harían más daño que bien a los habitantes del planeta– determina del desenlace de la obra.

Es decir, en línea con otras obras suyas, el autor presenta aquí a los humanos como seres depredadores e ignorantes, que en lugar de preguntar o informarse por sí mismos lo resuelven todo atacando. Quizá no les falten buenas intenciones, sobre todo a algunos de sus personajes (pues suele manifestar cierto maniqueísmo) pero su arbitrariedad y cobardía acaban haciendo aflorar, por regla general, su instinto destructor.

Edén a la fuerza ha de ser una obra interesante pues los planteamientos de su autor aportan siempre un plus de trascendencia, pero, claramente, no está entre lo mejor de sus obras. Como sí lo es Fiasco, reseñada aquí hace tiempo y considerada por la crítica como la culminación de su madurez literaria. Ambas tienen en común la búsqueda de vida inteligente pero el (relativo) optimismo de Edén, donde los astronautas consiguen ver, e interactuar, con los habitantes de otros mundos –si bien, como es lógico, apenas logren intuir los rasgos que les definen– se reduce en la mucho más realista Fiasco a ser detectados por ellos o percibir ciertas señales y actitudes para, y a pesar de un interés rayano en la obsesión, tener que alejarse con las manos vacías sin desentrañar un irresoluble misterio que estremece y seduce por igual.

También de Lem: Fiasco, Solaris, La investigación

lunes, 15 de noviembre de 2021

Stanislaw Lem: El profesor A. Donda

Título original: Profesor A. Donda
Idioma original: Polaco
Traducción: A. Murcia y K. Moloniewicz
Año de publicación: 1973
Valoración: Recomendable

Hace apenas un par de meses se cumplió el centenario del nacimiento de Stanislaw Lem, uno de los más conocidos autores de ciencia ficción (o, más bien, ficción especulativa) del siglo XX. Habiendo ya reseñado buena parte de sus grandes obras, optamos por este breve (e inédito en España hasta hace bien poco) "El profesor A. Donda" para rendir nuestro pequeño homenaje al autor. Y pese a que es muy probable que esta novelita / relato largo no se encuentre entre lo mejor de la obra del polaco, se trata de un texto recomendable y, hasta cierto punto, sorprendente por varias razones.

En primer lugar, porque aunque en la novelita se identifican algunos de los motivos de otras obras de Lem, "El profesor A. Donda" tiene como factor sorpresa un humor negro y absurdo, de lo más british, que no se encuentra habitualmente en este tipo de textos. Vaya, que por momentos llega a parecer un capítulo de Black Mirror pasado por la óptica de los Monty Phyton. Mención especial merece, en este punto, la descacharrante y visionaria genealogía del profesor.

Más: Porque "El  profesor A. Donda" tiene un ritmo frenético que se adapta como un guante a una narración que probablemente no se sostendría si tuviese una extensión de más de 100 páginas. Por supuesto que me hubiese gustado que algunas situaciones estuviesen más desarrolladas o que el texto ganara en extensión para hacer de algunos pasajes algo menos farragoso, pero entonces el enfoque tendría que haber sido otro y el libro sería completamente diferente. 

Otra: Porque  Lem no deja títere con cabeza. En las apenas 70 páginas del texto, el hombre reparte a diestro y siniestro: la explotación del planeta, el academicismo, la corrupción, el cientificismo en un mundo en el que el error y la casualidad tienen un peso fundamental...

Otra: Porque me encantan esas referencias, veladas o no, a "El planeta de los simios" o a "Robinson Crusoe". Cosas mías.

Más (aún): Porque se trata de un texto plenamente vigente en 2021. Si bien en algunos aspectos la realidad ha superado a la ficción, el núcleo de la acción es tan jodidamente actual que uno no puede dejar de plantearse según qué cosas (y para eso está la ficción especulativa, ¿no?).

Ahora, ¿de qué carajo va "El profesor A. Donda?. Pues, en el fondo, no deja de ser una sátira sobre los posibles efectos del abuso de la ciencia y/o el exceso de información (El desarrollo de la Cibernética es una trampa puesta por la Naturaleza a la Razón) y quizá un toque de atención para los que andamos por estos mundos de pantallitas y algoritmos (No es que haya que reajustar lo que vemos, sino cambiar el punto de vista). Eso sí, todo esto tratado de una forma mucho más gamberra de lo que acostumbra el género.

Un montón de libros de Stanislaw Lem AQUÍ

miércoles, 30 de marzo de 2022

Angélica Gorodischer: Trafalgar

Idioma: español

Año de publicación: 1979

Valoración: recomendable

No sé hasta qué punto es conocida para el público lector, en general, la escritora, recientemente fallecida (a los 93 años, que no está nada mal) Angélica Gorodischer. Quiero pensar que si lo es en su Argentina natal y también para los aficionados de habla hispana a la fantasía y la ciencia-ficción, puesto que se la considera una figura fundamental de la misma. Por mi parte, confieso que no supe de su existencia hasta que leí, paradójicamente, la noticia de su fallecimiento, por lo que esta reseña bien podía haber formado parte de nuestra última semana de "Ilustres olvidados" (y, de hecho, a punto estuvo de hacerlo).

Vaya por delante, antes de meternos en harina , que el título Trafalgar de este libro no tiene que ver ni con el cabo gaditano, ni con la batalla naval ni con la plaza londinense del mismo nombre, sino que se refiere a su personaje protagonista, Trafalgar Medrano, un comerciante rosarino, compulsivo fumador y cafeadicto , pero además consumado narrador de historias, que, a la vuelta de sus viajes, se dedica a contar sus aventurillas a sus amigos, que, entre tanto, han proseguido sus vidas apaciblemente convencionales en Rosario -también puede que no sea más que un simpático chiflado al que éstos siguen la corriente, aunque para el caso, da igual-; de esta forma, cada capítulo del libro corresponde a un relato de un viaje diferente, relatados a distintos interlocutores, pero que forman parte de la misma pandilla de amigos de clase media y de mediana edad (muy parecida, supongo, a las que se pueden encontrar entre la burguesía de cualquier ciudad de provincias del ancho mundo). Claro, que los viajes de Trafalgar Medrano no se limitan a ir a Salta, Buenos Aires o Tucumán y ni siquiera a otros países de América o de Europa, sino que los realiza a otros planetas, en las galaxias más alejadas -donde vende y compra mercancía bastante pedestre... o terrestre, por lo demás-; se ve que en el universo alternativo y setentero que habitan los personajes, viajar al espacio es algo relativamente común y asequible, como si uno fuera un Jeff Bezos cualquiera...

Como digo, Trafalgar le cuenta sus viajes a sus amigos y conocidos y por eso cada capítulo viene a ser un relato independiente de un viaje a algún planeta de por ahí; así, conocemos un mundo regido por bellísimas mujeres que sólo practican el sexo con máquinas, otro en el que sus habitantes han renunciado a todo conocimiento y manifestación cultural salvo el baile. Uno más en el que los muertos no acaban nunca de estarlo del todo. U otro planeta que parece el reflejo simétrico de la Tierra, pero con 500 años de retraso, por lo que Trafalgar acaba en la España de los Reyes Católicos... Porque, eso sí, que nadie piense que en estos relatos va a encontrar batallas entre naves espaciales o alienígenas verdes con tentáculos... Los extraterrestres con los que trata nuestro héroe son -o al menos no se especifica otra cosa- asombrosamente parecidos a los terrestre, e incluso él tiene sus frecuentes affaires con bellas damiselas que encuentra en sus viajes. Porque los mundos alternativos que describe a sus amigos parecen más que nada excusas de Angélica Gorodischer para hablarnos de nuestra especie y civilización humanas, y valorar los pros y contras de  algunas alternativas -o utopías si se quiere-; en ese sentido, se suele relacionar la obra de esta autora con la de Ursula K. Le Guin, aunque a mí me ha recordado, sobre todo, a la de Stanislaw Lem, aunque me refiero al Lem de los Diarios de las estrellas, más que al de Solaris. Trafalgar Medrano, en efecto, sería una especie de Ijon Tichy, pero argentino y canchero.

Otro punto en común con Lem sería el humor, en este caso, suave y con un tono costumbrista, pero presente, en mayor o menor medida, en todos los relatos. En esto podemos enlazar el libro de Gorodischer con la obra de otro escritor fantástico/utopista; el clásico Jonathan Swift y sus Viajes de Gulliver, aun siendo éstos más fantásticos, en realidad, que los de Trafalgar Medrano. Pero en ambos casos, lo que buscan sus autores es ponernos ante unos espejos que, deformantes y todo, nos permitan vernos tal y como somos, con nuestros defectos humanos aunque también, aunque sólo sea por comparación, nuestras virtudes, que alguna tendremos...

jueves, 10 de marzo de 2011

Stanislaw Lem: La investigación


Título original: Śledztwo
Idioma original: polaco
Año de publicación: 1959
Valoración: Recomendable

Si la mayoría de las novelas de suspense se burlan un poco del lector ésta es una madeja que se enreda y desenreda constantemente. Los elementos inquietantes aparecen por todas partes, no se limitan al objeto de la investigación y, al contrario de lo que es habitual, la lógica no servirá de mucha ayuda para resolver los enigmas.

Pero nada de esto convierte a la novela en policíaca. La resolución del caso se halla al margen de las pistas y las cuestiones que plantea son sobre todo filosóficas. De forma que persiguiendo la verdad se desemboca en el absurdo y cuanto más caminamos más lejos nos hallamos de la meta. Estamos ante una compleja reflexión sobre la falsedad de las apariencias, la vulnerabilidad del ser humano, el engaño al que le someten los sentidos y el fracaso de los procedimientos científicos considerados fiables. Por eso, el recuento de unos hechos inconexos y absurdos, una desesperada búsqueda de la verdad de estos hechos – y de la verdad absoluta, de paso –consigue que los personajes desconfíen de lo que oyen y ven. La razón tampoco sirve: si enfoca demasiado cerca se pierde la perspectiva y si pretende abarcar mucho se desperdiga en los detalles.

El pronóstico del creciente poder de las máquinas con cerebro muestra al autor como el gran cultivador de ciencia-ficción que fue. Se basa en la capacidad de los cerebros artificiales para elaborar estrategias en el marco de la carrera armamentística de los dos bloques. El error consiste en atribuir a los ordenadores la capacidad de decisión y, a partir de ahí, predecir que las máquinas acabarían al mando del orden mundial. Lem – como muchos profetas de la emancipación de los robots–parece olvidar que las máquinas sólo ejecutan tareas automáticas porque los datos, su combinación y la intencionalidad con que les son suministrados son humanos siempre, que, aunque dichas máquinas sean capaces de realizar operaciones matemáticas a velocidad de vértigo, carecen de todo vestigio de conciencia de modo que, por mucha sofisticación que lleguen a adquirir, ésta procede de los hombres y nadie, por mucho que se empeñe, podrá insuflar dicha conciencia en los engranajes (o chips) de un artilugio mecánico.

Todo se reduce a un arbitrario, alucinado y alucinante viaje en busca de no sé sabe qué, porque no queda claro si lo que pretenden el detective Gregory y sus colegas es descubrir la verdad de los hechos, la propia identidad, su papel en el mundo o el significado de éste. Sospechosos, investigadores, secundarios y víctimas juegan roles intercambiables, todo es incierto, imposible de interpretar y tan irreal como un sueño. Es más, puede que hasta los sueños sean más consistentes que una realidad tan resbaladiza que llega a conducir a los personajes hasta la frontera de sí mismos.

También de Stanislav Lem en ULAD: SolarisEdénFiasco, El hospital de la transfiguración

martes, 26 de diciembre de 2017

Stanislaw Lem: El hospital de la transfiguración

Resultado de imagen de el hospital de la transfiguracionIdioma original: polaco
Título original: Szpital przemienienia
Año de publicación: 1948
Valoración: Recomendable



A pesar de las irregularidades de su obra, recomiendo visitar a Lem de vez en cuando. Por la humanidad que transmiten sus novelas –comparable a alguien como Zweig, nada menos– por sus incursiones en el conocimiento científico, por la solidez de sus argumentos y por la sencillez y claridad con que narra. Esta es su primera novela escrita, que no publicada por culpa del clima político de entonces. Y es que, además de terminarla en fechas tan convulsas como 1948, está ambientada en los inicios de la invasión nazi, cuando los polacos estaban empezando a comprender qué les estaba ocurriendo. Una obra temprana en la que el autor ya demuestra su talento. Es cierto que más adelante manejará las herramientas con mayor seguridad, pero el resultado, más que correcto, adelanta las obsesiones y escenarios que luego pondrá en marcha tomando la ciencia ficción como excusa. Atmósfera cerrada en las que cada personalidad y las relaciones que tienen lugar entre ellas se perfilan con tanta claridad como en un experimento de laboratorio, un exterior amenazante y desconocido que produce curiosidad y temor a partes iguales, y las conclusiones psico-sociológicas que podemos extraer de todo ello. A mí me ha hecho pensar que si hubiese leído las otras novelas a la luz de esta hubiese encontrado en ellas lo mismo que aquí. Simplificando mucho, claro, las SS serían el mundo extraterrestre y los tripulantes de la nave espacial, la Polonia invadida. En cualquier caso, no cabe duda de que, con el tiempo, Lem encontró la fórmula ideal para unir sus inquietudes sociales y científicas a la vez que camuflaba sus críticas con una envoltura aparentemente frívola.
Algo debía rondarle por la mente al joven Stanislaw cuando, ya en las primeras páginas, el amigo del protagonista intenta convencerle de que ingrese como médico en el psiquiátrico donde él trabaja con argumentos tan pintorescos que “en vez de un sanatorio, pareció estar pintándole a su colega una especie de observatorio extraterrestre…”. Uno de los capítulos se titula Lazos en el espacio, las descripciones presentan un paisaje bello pero frío e irreal, como el producto de una alucinación, los personajes, en cierto modo, se comportan como autómatas o “como actores de una comedia en la que ya todo estaba decidido de antemano” y es que, palabras textuales, todos en el hospital estaban locos, médicos incluidos. Tampoco sus personajes posteriores parecen muy cuerdos pues ¿hay mayor locura que lanzarse al espacio, y más en aquella época?
Aunque narrada en tercera persona, solo la mirada de Stefan nos va descubriendo el mundo peculiar que le rodea. Puede que el individuo más interesante –por enigmático y por mantener con el protagonista los diálogos más sugerentes– sea el poeta Sekulowski, un escritor conocido y reconocido que, a primera vista, reposa en el hospital por voluntad propia, pero aunque Stefan lo tome como un oráculo, nunca estaremos seguros del todo de que no se trate de un loco más, un loco ilustre que disfruta de ciertos privilegios. Suele hablar sentando cátedra, sus opiniones son bastante excéntricas y su comportamiento no muy ortodoxo, para acabarlo de rematar, su conducta final corrobora esta tesis. Pero su rol va más allá: sirve de recipiente a los balbuceantes pensamientos (quienes somos, de qué estamos hechos, qué nos depara el futuro, en qué consiste el oficio de escritor, es suficiente con tener talento para alcanzar el triunfo etc.) de un oponente en proceso de formación. A través de él conoceremos de verdad a un Stefan que, probablemente, funcione como alter ego del propio novelista.
Tras muchos capítulos de vida contemplativa y diálogos plagados de teoría que de alguna forma recuerdan a La montaña mágica, el exterior se introduce tras aquellos muros aparentemente impermeables y los acontecimientos se precipitan. La fisonomía de las ciudades ha cambiado, la autoridad es otra, la crueldad e insensibilidad de los invasores está fielmente descrita y las reacciones que desencadena en los miembros del equipo –contagio inminente incluido (se insinúa, incluso, el asunto de la selección de los más válidos)– acabarán de retratarlos. Es entonces cuando la intriga cobra protagonismo y la pasiva serenidad de la trama cede paso a una acción sin objetivo definido que, como en las argumentos especulativos del autor, puede acabar de mil maneras.


Otros libros del autor: Fiasco, Edén, La investigación, Solaris

sábado, 23 de febrero de 2013

Stanislaw Lem: Fiasco

Título original: Fiasko

Idioma original: polaco

Año de publicación: 1987

Valoración: Muy recomendable



En las novelas de Stanislaw Lem, lo de menos es el género. Su mayor acierto, y a pesar del enorme entramado que construye a veces, radica en la verosimilitud, independientemente de si encaja o no en las coordenadas del mundo real tal como lo conocemos, porque es la coherencia entre elementos lo que le hace literariamente creíble. En este caso además, aunque se trate de ciencia ficción, el comportamiento de los personajes recuerda tristemente al de los terrícolas de todos los tiempos.

El argumento gira en torno a tres ingredientes: saltos temporales, dilemas éticos y especulaciones científicas. La acción comienza en siglo XXII, en Titán, satélite de Saturno –aunque enseguida se produce una fractura de casi dos siglos para continuar en un cohete, el Eurídice y, más tarde, en un apéndice de este, el Hermes– y atañe a campos científicos diversos. Se describe la estructura de las naves, la personalidad de los ordenadores que las gestionan, en particular del denominado irónicamente DEUS, bajo cuya responsabilidad se encuentra la tripulación, y cuyos procesos mentales, y hasta emotivos, se acercan tanto a los humanos que da miedo. A medio camino entre filosofía y ciencia, se muestran las similitudes y diferencias entre hombre y máquina:
La única diferencia real entre un hombre nacido de un padre y una madre y una máquina perfectamente humanizada sería el material de que estaban hechos: vivo y no vivo. El autómata humanizado sería tan listo –pero también tan inseguro, tan falible, tan esclavo de sus emociones– como un hombre”(*)
Sin olvidar las descripciones de la ruta del Hermes, su funcionamiento, las decisiones del capitán y los técnicos basándose en complicados razonamientos futuristas, las deducciones sobre el tipo de civilización del planeta Quinta y la fase técnica en que se encuentra, las persecuciones y batallas que tienen lugar en el espacio, la destrucción de su luna, o la detallada (pero críptica) imagen que uno de los pilotos ve al aterrizar.

Un curioso procedimiento para añadir realismo al conjunto consiste en enumerar errores humanos, indecisión, consecuencias no previstas, confusiones, rectificaciones, olvidos, fallos técnicos. Se diría que en el género estos no existiesen, que el futuro se presentase como un todo perfecto donde los aparatos no se estropean y nadie se equivoca jamás. Pero, sabemos por experiencia que eso no sucederá nunca. Poco a poco, nos vemos envueltos en una red de explicaciones que demuestran la sólida formación del autor, tanto en el campo de la física como de otras muchas disciplinas. La imaginación más calenturienta se alía con ellas de tal forma que resulta imposible separar una de otras salvo que uno sea también científico.

En lo que respecta a los avances médicos, podemos ver cómo se criogeniza y posteriormente se resucita a algunos personajes; en otros se induce el sueño para que puedan sobrevivir a velocidades que superan la del sonido. Lem lo explica así:

"Los técnicos del Eurídice, con los biólogos Davis y Vahradian, estaban ya durmiendo a la tripulación del Hermes –su sueño duraría muchos años– pero sin congelación ni hibernación. Se les sometía a embrionización, un proceso en el cual la persona regresaba a la forma de vida anterior al nacimiento, a una existencia fetal, o por lo menos asombrosamente parecida a ésta: sin respiración, bajo el agua." (*)

El protagonista, llegado de siglos atrás, ha de adaptarse a unos compañeros y a un tiempo que no le corresponden. En un principio, se siente ajeno a todo, solo cuando le es encomendada una misión importante consigue sentirse útil e integrarse. Este es el argumento utilizado por Parvis/Tempe para convencer al capitán de que debe formar parte de la expedición que se dirigirá a Quinta: “Al parecer a mí me gusta el peligro. De no ser así, llevaría unos doscientos años debajo de una lápida en la Tierra, porque habría muerto en la cama rodeado de una apenada familia”. (*). La combinación de cuestiones filosóficas y psicológicas, produce paradojas así.

Se multiplican los conflictos éticos bajo la atenta mirada del sacerdote. Este ha de adoptar un rol algo incómodo: velar porque se adopten las decisiones correctas manteniéndose neutral a la vez. Sin ir más lejos, la elección entre dos resurrecciones posibles, pero, fundamentalmente, su fallido intento de mediación en el angustioso proceso durante el cual los tripulantes del Hermes van eliminando los escrúpulos iniciales para dar prioridad a su testarudo propósito de conocer de primera mano la hermética civilización de Quinta. A pesar de la radical negativa de esta y arrastrados por la fuerza de los acontecimientos, se valen de las tretas necesarias para imponerse a ella, incluyendo la progresiva escalada de violencia, durante la cual, no solo los protagonistas, ni siquiera el lector logra calibrar la tremenda injusticia que se está cometiendo con los quintanos. Hasta el enigmático e inesperado desenlace, que justifica perfectamente el título.
(*) Traductora: Maribel de Juan

jueves, 6 de marzo de 2014

Biografías lectoras: La lista de la compra

  • Chuches, chocolatinas y pipas Facundo:
Todo Mortadelo (y todo Bruguera), el gran Guillermo el Travieso, auténtico rey de Inglaterra; Los tres investigadores, Verne, Stevenson, Conan DoyleLas minas del rey Salomón... la felicidad, según Borges.


  • Salsa de tomate y ketchup:
Agatha Christie (sobre todo Miss Marple, la abuelita que nadie quisiera tener), El misterio del cuarto amarillo de Gaston Leroux, Los crímenes de la Rue Morgue de Poe, Chacal de Frederick Forsyth...


  • Carne y pescado:
Vázquez Figueroa (el favorito en las bibliotecas de las cárceles, también), Stanislaw Lem,  La ciudad de los prodigios  (un prodigio, en sí misma), Cien años de soledad, claro... y Un día  en la vida de Iván Denisovich  (no pregunten por qué)...


  • Fruta y verdura:
El diablo sobre las colinas de Pavese, que me pilló en el  momento tonto. Qué hago yo aquí de Chatwin, que me abrió los ojos al mundo; Ficciones, de Borges, que me abrió los ojos a los libros; Los tíos de Sicilia  de Leonardo Sciascia, que me enseñó que la literatura podía tratar no sólo de lo literario; El barón rampante de Italo Calvino, que me enseñó que una novela podía ser perfecta, en fondo, en forma e intención. Y divertida y maravillosa…


  • Vino y licores:
            A partir de aquí y hasta la fecha, barra libre. Y que dure.


lunes, 13 de marzo de 2017

Reseña + Entrevista. Álvaro Colomer: Aunque caminen por el valle de la muerte


Idioma original: español
Año de publicación: 2017
Valoración: muy recomendable

La guerra de Irak, y una cita bíblica tomada prestada para el título. Si eso no es apostar fuerte y seguro. Porque se está hablando mucho, y muy bien, de este libro. Y no es que Colomer vaya a inaugurar un género, pero sí que se le ve decidido a insuflarle algo de vida a eso que podríamos llamar novela bélica.
Desde luego a ese declive habrá ayudado que los escenarios de los nuevos conflictos (Kuwait, Irak, Siria) hayan obligado a reformular muchas cuestiones. La guerra moderna tiene otra épica; se libra en países que parecen enormes pabellones donde algunos contendientes acuden  como si fueran futbolistas convocados a un campeonato. Y con público involuntario y, no olvidemos, frágil. El elemento débil que Kapuscinki siempre veía salir derrotado.
Nada más lejos de mi intención que banalizar esto. Uno de los dilemas morales más presentes aquí es el de los daños colaterales. O sea, los civiles en sus casas o por la calle haciendo sus vidas. Los internos en los hospitales donde se han apostado los francotiradores. Todo el atrezzo presente de forma involuntaria mientras los actores se lían a tiros y a cuchillazos y a cañonazos. Las tropas presentes se inclinan a un lado o al otro de esta cruel balanza. La de la integridad moral de evitar los daños y la de la integridad profesional de pagar el precio que sea para ganarse el jornal. Es una de las cuestiones que Colomer saca a la palestra en esta fascinante novela basada en hechos reales. Que a Irak los americanos no han ido a abrazar niños y entregar paquetes de arroz. Que las fuerzas de la Coalición (aquí, soldados españoles, estadounidenses y salvadoreños) han de actuar bajo una maraña de pautas de distintos orígenes. Órdenes de gobiernos en proceso de cambio, gobernantes temerosos de que una foto, un enfoque ambiguo en un artículo, unas declaraciones malinterpretadas, echen al traste todo el artefacto propagandístico (el de las armas de destrucción masiva y la foto de las Azores) que ha aportado coartada para sus duras decisiones. Ese equilibrio justifica otro de los dilemas planteados. Si una vez en el campo de batalla, en ese escenario donde todo va muy en serio, esas cuestiones deben dejarse atrás en aras de lo realmente importante. Derrotar al enemigo y hacerlo con el mínimo de bajas.
Hay planteamientos no tan diáfanos. Porque Colomer no se muestra abiertamente anti-belicista y eso no suele sentar muy bien a según quién. Como el hecho de que sea un escritor barcelonés sugiriendo en algún momento que la fuerza armada española (su conjunto: gobierno, mandos, tropa) no tuviera un comportamiento a la altura de lo que una situación así requiere. Terreno delicado hoy en día que está a mucha distancia del centro de esta novela. Que tiene muchas lecturas, incluso, para horror de algunos, el puro elemento escapista. Colomer lleva muy bien todo el elemento relacionado con la acción, y esa sensación presente desde 1990, la de la guerra que es un video-juego de carne y hueso. Esa fusión de tecnología y realidad se refleja constantemente en el texto y le aporta un dinamismo nada desdeñable. Claro que está la reflexión, la del soldado que echa de menos a su familia y que se siente más llamado a solventar sus batallas domésticas, está aquí y tiene sus páginas. Pero para horror de ciertos puristas Aunque caminen por el valle de la muerte también (también) tiene esa opción. La de la novela bélica de aventuras donde los rincones donde guarecerse, las balas, los cañonazos (¡esas onomatopeyas constantes!), los cuchillos seccionando cuellos, parecen estar ahí ante nosotros.
Ah, sí. La trama. Tres batallones conviven en un cuartel en Najaf: salvadoreños, españoles y norteamericanos, algunos de estos mercenarios de BlackWater (contratistas), cuando se produce un ataque a consecuencia de la detención de uno de los líderes de la insurgencia local. Los milicianos empiezan un intento de asalto. El cuartel es acosado y lo que parecía ir a ser una situación controlada se convierte en una batalla en toda regla. Hecho que fue silenciado en su momento (abril de 2004) con los atentados del 11-M recientes y con un gobierno cuyo relevo suponía un cambio de actitud hacia el conflicto. Porque siempre se dijo que no había intervención directa en combate. Que los muertos lo eran en accidentes, atentados, escaramuzas, incidentes aislados.
Colomer ha empleado en la confección de este libro una nutrida base de entrevistas y testimonios sobre un hecho silenciado. Lo ha hecho a pesar de oscuros intereses empeñados en que los hechos descritos no salieran a la luz pública, incluso a pesar del tiempo transcurrido. Parece ser que ha incordiado al poder establecido, al de entonces o al de hoy, qué más da. Y solo por eso ya he decir que cuenta con muchos puntos a favor. De los míos, casi todos. Porque esto es un librazo.

Y, además, su autor es otro que se apunta a la moda de responder nuestras impertinentes cuestiones.

¿Y si cogiéramos todos esos testimonios que Vd. ha recogido y los publicáramos "a la Aleksiévich", surgiría algo muy distinto de lo que surge tras leer su novela?
-Sin duda. Al principio, cuando estaba haciendo la investigación, mi intención era escribir una no-ficción al más puro estilo Aleksiévich o, más concretamente, Jon Lee Anderson. Quería narrar mi propio viaje, mi propia investigación, mis propias impresiones. Porque 'Aunque caminen por el valle de la muerte' tiene una no-ficción oculta: lo vivido durante tres años de viajes a bases militares, a Irak, a casas particulares de mercenarios, a los cuarteles españoles... Realmente, las vicisitudes de esta investigación daban para un libro. Pero al final me incliné por una novela porque llegué a la conclusión de que, cuando tienes una historia realmente buena, una historia que todo el mundo debe conocer, has de acudir  al género más popular de todos: la novela. La batalla de Najaf es un hecho histórico de una importancia capital para la historia contemporánea española y, cuando ya hube realizado las historias, entendí que mi misión tenía que ser conseguir que la conociera el mayor número de lectores posibles. En ese sentido, la novela sigue estando por encima de la no-ficción.

¿La literatura bélica está en desuso o es que no vemos clara la guerra que discurre ante nuestras narices?
-Los españoles no queremos ver las cosas que no nos gustan. Esta novela es una denuncia hacia una realidad evidente: después de las manifestaciones contra la guerra, cuando quedó claro que José María Aznar mandaría a las tropas dijéramos nosotros lo que dijéramos, la gente guardó las cacerolas y se desentendió del tema. De alguna manera, la población dijo: No voy a prestar atención a esta guerra porque estoy en desacuerdo con ella. Desde mi punto de vista, es un error enorme. Si uno es realmente pacifista, debe prestar mucha atención a lo que pasa en las guerras. Quedarse tumbado en el sofá no es ser pacifista; el auténtico pacifista se informa sobre la guerra para después saber contra qué está luchando. En ese sentido, creo que la sociedad española es hipócrita.

Un escritor catalán poniendo en tela de juicio la eficacia del ejército español, o supeditándola al artificio de una maquinaria burocrática superior. ¿No teme que le venga el tertuliano de turno a buscarle los tres pies al gato?
-Ya ha venido. Se han escrito algunos artículos que no dan una visión veraz sobre el contenido de mi novela y que han provocado aludes de e-mails en mi correo electrónico. Estoy comprobando que cada uno lee mi novela como quiere y opina en relación a sus propios pensamientos, no a los que la novela desprende. Quiero decir que algunos periodistas han escrito artículos en los que decían que yo acusaba al ejército español de cobardía, cuando en verdad mi novela es absolutamente política, apunta hacia el Ministerio de Defensa. Sin embargo, las malas interpretaciones que se hacen sobre mi novela hacen que los soldados o los altos mandos me escriban e-mails insultándome. Si leyeran mi novela no me insultarían, pero, como sólo leen los artículos sobre ella, pues se enojan. Es el problema clásico de este país, que se resume con la famosa cita de Stanislaw Lem: 'Nadie lee nada, y los que leen no comprenden lo que leen, y los que lo comprenden lo olvidan fácilmente'.

Si este país tuviera una mejor tradición lectora su libro debería levantar polvareda. ¿Y si los nombres de los personajes fueran los reales?
-Los nombres de los personajes no pueden ser reales porque todos los personajes tienen elementos de varias personas reales. Nadie puede decir: 'Yo soy este personaje'. En cuanto a la polvareda, estoy de acuerdo. Lo que narro en la novela tendría que alarmar y preocupar a toda la población. Y, de hecho, parece que lo está haciendo, porque ya hemos entrado en segunda edición y no hace ni un mes que la novela salió publicada.

Cita a Chaves Nogales y entre esas líneas he creído ver el reflejo de un libro relativamente desapercibido, Nuevo destino de Phil Klay ¿Influencias?
-Phil Klay fue un autor importantísimo para mí, pero en España salió publicado cuando yo tenía la novela ya muy avanzada. En ese sentido, creo que, en el universo anglosajón, me influyó mucho más Tim O'Brien ('Las cosas que llevaron los hombres que lucharon') o Oakley Hall (sobre todo 'Warlock', una novela sobre el Lejano Oeste que, sin embargo, me fue de gran utilidad para entender cómo se comportan los hombres en una situación armada). En cuanto a la tradición española, señalaré principalmente a Ramón J. Sender y Manuel Chaves Nogales.

En este mundo sobresaturado en lo audiovisual, todos parecemos haber estado ya en los frentes de las guerras recientes. Pero la batalla de Najaf parece estar bastante lejos de los militares aburridos de Generation Kill. ¿Reconoceremos un género en unas décadas y encontraremos nuestro John Wayne, o estas guerras ya son anónimas?
-La batalla de Najaf tendría que ser llevada al cine sin ningún género de dudas. En otros países ya habrían rodado varias películas tipo 'Black Hawk Derribado', de Ridley Scott. En España no hay mucha tradición de cine bélico, así que no sé si alguien se atreverá a rodarla. Quién sabe.

(Inciso: esta semana se ha estrenado, curiosamente, una película española llamada Zona hostil sobre un episodio de la guerra de Afganistán).

Me sorprende que en  un momento dado las nacionalidades definen más a los personajes que ellos mismos. Salvadoreños: resueltos y con un líder claro. Estadounidenses: individuales y obsesionados por sus valores de referencia, sean familia o dinero. Y los españoles, pendientes de una autoridad superior a la que temen desobedecer ¿esta es su visión?
-Totalmente. Además, cada país tiene un estilo bélico. Los americanos están acostumbrados a ganar guerras y, por tanto, se comportan como si fueran los amos del mundo. Los salvadoreños todavía tienen fresca su guerra civil, probablemente la más salvaje de toda Latinoamérica, y siguen recordando cómo se gana una batalla, algo que se reflejó en Irak. Los españoles no hemos pegado un tiro en casi cincuenta años, así que no somos capaces de reaccionar sin que nos llegue la orden de arriba. Esto es algo que me dijeron los salvadoreños: 'El auténtico soldado sabe cuándo hay que saltarse las normas'. Está todo dicho.

¿Entrevistó a alguno de esos "soldados de fortuna" que parecen héroes de video-juego?
-Los entrevisté y estuve durmiendo en sus casas. Sé que la gente quiere verlos como asesinos sanguinarios y enloquecidos, pero lo cierto es que, en sus hogares, son personas normalísimas. Creo que la novela deja clara una de mis tesis: no hay gente buena o mala. Sólo hay comportamientos puntuales. Los mercenarios que estuvieron en Najaf apretaron el gatillo con demasiada facilidad. Pero no creo que eso se deba a que son más sanguinarios que otras personas. Creo que eso se debe a que no tienen normas a las que ceñirse. Si las tuvieran, hubieran sido más precisos y cuidadosos. Es por este motivo que no hay que llevar a mercenarios a las guerras. Porque no tienen normas.

¿Qué hay que cambiar en el mundo para que el pacifismo no solo tenga sentido, sino que tenga futuro? ¿Cree que reflejar esas realidades en la literatura va a aportar su granito de arena?
-Los antiguos asirios creían que el mundo había sido creado durante una guerra entre dioses y, en consecuencia, creían que la guerra era el estado normal de los seres humanos, ya que éramos hijos de la sangre. No estoy del todo de acuerdo en la idea de que seamos belicosos por naturaleza, pero tampoco creo en el buenismo de Rousseau. Dicho de otra forma: no creo que los seres humanos podamos ser pacíficos nunca. No, no lo creo en absoluto. Por otro lado, la literatura bélica sirve para reflejar una realidad que, en el siglo XXI, está ya apartada de nosotros. Los ejército están formados por voluntarios, lo que hace que el resto de civiles no veamos la guerra en primera persona (al menos en Occidente). Esto nos distancia tanto de la realidad, nos mete tanto en nuestra burbuja, que es necesario que los escritores cuenten esas historias. Sólo así la gente recordará que la guerra es un acontecimiento de naturaleza cruel, y no un espectáculo para rellenar minutos de telediario. 

martes, 21 de abril de 2009

J. G. Ballard: El mundo de cristal

Idioma original: inglés
Título original:
The Crystal World
Fecha de publicación: 1966
Valoración: Está bien

Este domingo moría J. G. Ballard, un escritor británico independiente y original, conocido fundamentalmente por novelas como Crash -adaptada en una polémica película de David Cronenberg- o El Imperio del Sol -que llevó al cine Steven Spielberg, y que está basada en gran medida en las experiencias infantiles del propio Ballard durante la Segunda Guerra Mundial-. Sin embargo, el género que Ballard más cultivó es el de la ciencia ficción, aunque una ciencia ficción distinta a la de Asimov, Stanislaw Lem, Philip K. Dick, etc., que presenta fundamentalmente mundos distópicos en proceso de desintegración o transformación.

El mundo de cristal es un ejemplo de este segundo tipo de novelas: Edward Sanders, un médico británico, es enviado a una región de África de difícil acceso, para ayudar a combatir una variante de la lepra. En el camino, sin embargo, descubre que se está produciendo un extraño e inexplicable fenómeno: la selva ha comenzado a cristalizarse, al igual que todo lo que la selva pueda contener: plantas, animales o personas.

Más sorprendente todavía que este planteamiento inicial es el desarrollo que Ballard hace tomar a la novela, centrándose en las reacciones de los personajes ante el fenómeno, tanto o más que en el fenómeno en sí mismo. Un enfoque más hollywoodiense, por decirlo de alguna forma, habría llenado la novela de acción, giros sorprendentes, personajes planos. Ballard apunta en dirección contraria: crea un conjunto de personajes secundarios con historias y personalidades complejas, que les hacen encarar de maneras diversas la amenaza de la cristalización, insistiendo además en el carácter ambiguo de la plaga: mata, porque elimina la vida, pero también preserva, porque detiene el tiempo.

El conjunto es una novela verdaderamente fascinante: algo así como La vorágine de José Eustasio Ribera, pero con efectos especiales.

Otras obras de J.G. Ballard en ULAD: La exhibición de atrocidadesLa sequíaRascacielosCrash, Avió en vol ras

jueves, 4 de febrero de 2021

Pablo Sebastiá Tirado: La tetera de Russell

Idioma original: Español
Año de publicación: 2020
Valoración: Está bien

El más que prometedor arranque de "La tetera de Russell" nos traslada al año 2072, a un mundo que aparenta ser completamente diferente al actual en el que España, tras una cruenta guerra civil, se ha convertido en una superpotencia tecnológica (creo que no ocurría nada parecido desde que se inventó el botijo), el mundo árabe ha desaparecido, los países del Norte y Centro de Europa se han convertido en teocracias calvinistas y en el Sur de Europa dominan la ley, la ciencia y el agnosticismo (aunque se dejen ver ciertos rasgos totalitarios). 

Es ese mundo simétrico y pulcro en el que la información es esencial, pero al final nadie sabe nada situamos a Hipatia, joven científica que trabaja en proyecto Deus ex-machina del todopoderoso Centro Tecnológico de Plaza de Castilla (sic). El objetivo del proyecto es el descubrimiento de una fórmula matemática que permita enviar y recibir mensajes por todo el universo en tiempo cero, pero en el desarrollo del proyecto se produce un inesperado acontecimiento que pondrá en duda toda la existencia anterior de Hipatia y, a pesar de toda la ciencia y todas las certezas, la fragilidad del ser humano.

Así, tenemos una novela en la que las matemáticas y la filosofía (e incluso la teología) tienen un papel preponderante y en la que conviven la ciencia ficción, el thriller y el humor. Quizá esto último sea su principal problema. Y es que me da la sensación de que el factor sorpresa y la frescura inicial de ese comienzo distópico / humorístico se diluye a medida que la novela se desliza hacia el thriller, siendo este aspecto hasta cierto punto previsible.

Además de este mayor potencial que se intuye en el desarrollo de algunas de las situaciones apuntadas, la novela "flojea" en algunos de los personajes secundarios, demasiado caricaturescos, demasiado planos (es el caso de don Miguel, el jefe de Hipatia, o el germano Adolf). Esto no quita que "La tetera de Russell" tenga sus aspectos positivos, especialmente en lo referente al loco mundo imaginado por el autor y a la demostración, una vez más, de la imperturbable naturaleza humana.

Resumiendo: novela que apunta alto o muy alto, que pierde algo de fuelle con el paso de las páginas, pero que seguro que resulta interesante para amantes del género y seguidores, por ejemplo, de Stanislaw Lem.

viernes, 6 de diciembre de 2019

Colaboración: Juan León Mera: Cumandá o Un drama entre salvajes

Idioma original: Castellano
Año de publicación: 1877
Valoración: Está bien.

Reseño este clásico de la literatura hispanoamericana porque a parte de ser un clásico (término un poco vacío), contiene ciertos planteamientos novedosos. 
Cumandá, o Un drama entre salvajes, es la primera novela ecuatoriana. Ecuador se independiza de la Gran Colombia en 1830. Cumandá es de 1879, influenciada por las corrientes románticas tardías, así que imagínense el final.
Lo primero que hay que saber es que se trata de una novela de amor. Chico conoce chica en la jungla, chica y chico se enamoran, se juran amor eterno y no habrá dios que los separe. Todo tratado desde el prisma romántico y barnizado por la reciente independencia ecuatoriana. 

Cumandá tiene tres protagonistas, Cumandá, la india, Carlos, el amante blanco y su padre, Domingo, un misionero que ahora vive con los indios. La naturaleza misma actúa como un personaje extra, repleta de dioses y tribus, todo supeditado a la religión cristiana, la religión verdadera. Uno de los motivos por lo que la novela pierde gracia a los ojos de hoy es su tratamiento de la religión. Mientras se ve a los indios con sus ritos con cierto respeto (algo que resultó novedoso en la época), el Dios cristiano aparece como verdad innegable, prueba definitiva y justificación total de lo que sea. 

La raza misma es un claro distintivo. En un mundo de indios oscuros, los tres personajes principales son blancos, y lo que es lo mismo, son buenos. Los indios negros son los antagonistas que se oponen al amor de los jóvenes, por su diferencia racial (a pesar de vivir con los indios, Cumandá tiene un tono de piel más blanco). Lo que resulta novedoso en esta novela, es el trato de los indígenas. Mientras que la costumbre literaria era presentarlos como parte del paisaje, y como arquetipo del buen salvaje, León Mera rompe esta tradición. Lo que se denominará la evolución del indianismo al indigenismo. En el indigenismo se utilizará la situación de los indios para realizar crítica social y presentar las condiciones de miseria en la que muchos vivían. Esta corriente proindígena, recorrerá la literatura hispanoamericana durante el siglo XX, tomando eco en José Martí y Rubén Darío, así como mezclándose con las características del modernismo. Cumandá es esa novela de transición. 
Algo que fue también novedoso fue utilizar a los indígenas como oposición a la voluntad de los blancos. Puede ser que León Mera esté influido por las revueltas indígenas que los borbones tuvieron que suprimir, o que inconscientemente critique su posicionamiento durante la guerra de independencia del lado de la metrópoli. Muestra de ello es el papel que les confiere la primera constitución ecuatoriana a las clases bajas y a los indígenas, condenándolos al ostracismo social, todo en favor de una clase capitalista que ya se veía con las manos libres después de la independencia. 

Dejando la política, en Cumandá, se inicia esa tradición de crear una figura de la selva y dotarlo de vida como si fuera un personaje más, con su propia filosofía, comunicándose violentamente con los humanos, sin maldad ninguna, siendo ella misma. Algo que cogerá al vuelo y colocará en la cumbre, Eustasio Rivera con su maravillosa Vorágine. Podemos citar también Solaris de Stanislaw Lem, porque aunque Solaris sea un planeta, la lógica es la misma, ampliada. 

Algo que resulta novedoso y rompe con los moldes preconcebidos de la novela romántica, es la actuación de Cumandá. La india, una vez jura su amor, se mantiene fiel como no puede ser de otra manera en este universo puritano a 40º y 90% de humedad. Pero esto no es lo novedoso, sino que salva la vida a su amor, nada menos que tres veces. Se interpone entre los negros racistas que quieren matar al blanco, mientras que ella se recubre de superheroína del amor y trata de llevar a buen puerto a su relación. 
Durante el final, después de escapar de los brazos de varios jefes indios que la quieren convertir en una más de sus esposas, Cumandá tiene que volver y entregarse, ya que el paquete de su novio blanco se ha dejado apresar. 
Ante la actitud decidida y envalentonada de Cumandá, Carlos aparece como una babosilla insulsa con poco que decir, salvo cuando sucede lo peor. 

El estilo de Cumandá es lo que peor envejece, son repetitivas las referencias a la religión cristiana, siempre ensalzándola, algunas partes resultan pesadas y se pierden en los detalles provocando un ritmo lento tropical. Otras, León está inspirado y se pueden disfrutar de veras, sumergido en el drama.

Por último, el esquema de interacciones y motivos del Drama entre salvajes, tiene mucho de clásico. Dioses, amores imposibles, sacrificios, imposibilidad racial/ familiar. León Mena ambienta Romeo y Julieta en la jungla, Cumandá y Carlos son Píramo y Tisbe, rodeados de indios y de cambiantes ríos.  Solo que León, da una vuelta de tuerca, aportando un toque freudiano, para crear ya el perfecto caldero dramático. 

Firmado: Guz García

domingo, 5 de octubre de 2014

Arkadi y Borís Strugatski: Picnic junto al camino

Idioma original: ruso
Título original: Пикник на обочине - Picnic na obóchine
Año de publicación: 1972
Valoración: Muy recomendable

A lo mejor Picnic junto al camino o Picnic extraterrestre (títulos alternativos para la misma novela) no dicen mucho a quienes no sean especialmente aficionados a la ciencia ficción; en cambio, si digo Stalker habrá algunos, más aficionados al cine, que piensen en la película de Tarkovsky de 1972; y si digo S.T.A.L.K.E.R., los aficionados a los videojuegos reconocerán la serie de juegos de acción en primera persona situados en Chernobyl. En realidad, todas estas obras se deben, con mayor o menor grado de fidelidad, a la imaginación de los hermanos Strugatski.

En el mundo de Picnic junto al camino, la humanidad ha recibido la visita de los extraterrestres, que han dejado a su paso seis "zonas" en las que se producen fenómenos físicos extraños, a menudo fatales para los humanos, y donde aparecen misteriosos artefactos de una tecnología avanzadísima pero de uso muchas veces incomprensible. Alrededor de estas zonas y de estos misteriosos (y valiosos) objetos se organiza una lucha silenciosa entre el ejército y el gobierno, que quieren controlarlas y estudiarlas, y los "merodeadores" o stalkers, que quieren hacerse con esos objetos para venderlos en el mercado negro. La novela se centra en uno de estos merodeadores, Red Schuhart, que mantiene una doble vida: trabajador de un laboratorio dedicado al estudio de la Zona por el día, y ladrón de objetos extraterrestres por la noche.

Los hermanos Strugatski consiguen crear un ambiente opresivo, no solo dentro de la Zona (donde la muerte es una posibilidad constante incluso para los merodeadores más experimentados) sino también fuera de ella, con la persecución constante de la policía y el ejército a los merodeadores y a los demás habitantes de Harmont. Un acierto de la novela, a mi parecer, es su carácter ambiguo, tanto en relación con las visitas de los extraterrestres (no se sabe si la creación de las zonas fue un acto deliberado o un efecto secundario inesperado y por lo tanto inintencionado), como en su final abierto, de múltiples lecturas posibles. La novela, un poco a la manera de Stanislaw Lem, incluye reflexiones sobre las limitaciones de la razón humana, el conocimiento científico y la posible relación con otras inteligencias diferentes (es imposible, por ejemplo, no pensar en Solaris a este respecto).

Picnic junto al camino es un clásico de culto, podríamos decir, en la historia de la ciencia ficción soviética; digamos por cierto, como curiosidad final, que la obra fue censurada en la Unión Soviética: se prohibió su aparición como libro hasta 1980, y todavía entonces se publicó en versiones recortadas. Solo en 1990 pudo ver la luz la versión completa original.

martes, 15 de abril de 2014

Biografías lectoras: ganadores (2)

TOC, por David Villar Cembellín

El acto de leer, a estas alturas lo tengo claro, es un trastorno obsesivo-compulsivo. Obsesivo, porque mentalmente no concibes tu existencia sin lectura o tu mente sin el sumatorio de las mismas; y compulsivo, porque recurrentemente vuelves a los libros como pulsión vital. «El arte es la mentira que nos permite comprender la verdad», que dijo Picasso en la que puede ser la mejor definición sobre la función de la Literatura.

Así las cosas, recapitulemos: ¿dónde comenzó mi afición de lector? No tengo ninguna duda, el germen tuvo lugar a edad temprana con las historietas de Pulgarcito, un tebeo que devoraba semanalmente y que proporcionó infantil e infinito placer al niño que fui. Por supuesto que a esos Pulgarcitos siguieron otros tebeos: la colección entera de Tintín, de Astérix, Zipi y Zapes, Mortadelos y Filemón, Grandes Aventuras Ilustradas… mi afición lectora se cimentó sobre una sólidas raíces: los tebeos. En mi cabeza sonaban Enrique y Ana.

A posteriori —o paralelamente, no recuerdo— llegaron decenas, quizá centenares de libros infantiles que sacaba casi a diario de la Biblioteca del Colegio de La Salle de Sestao (un abrazo fuerte desde aquí para Míkel, el bibliotecario): allí fueron cayendo desde la colección de Los Cinco (que me volvió loco), hasta los infames Hollister (que nunca me terminaron de gustar, demasiado anglobuenistas), Los tres investigadores, La banda del cuatro y medio, libros de El barco de vapor, la colección entera de los inolvidables Elige tu propia aventura de tapa roja (mis favoritos, La guarida de los dragones y Te conviertes en tiburón), etc. Pero si debo rescatar un libro de mi infancia, aquel fue La historia interminable. Su extensión (400 páginas o´clock), el carácter épico de la aventura que contaba, la multitud de personajes, la tipografía a doble color… aquel ejemplar que mi madre me compró en el Círculo de Lectores fue, sin ambages, mi lectura favorita de aquella infancia tardía. Aún lo es. En la radio sonaban casetes de Duncan Dhu que regalaban con la SuperPop y recopilatorios grabados de Los 40 Prinicpales a los que bautizaba con los originales nombres de “Guay 1”, “Guay 2”, “Guay 3”…

Y en estas llegó mi pubertad, llegó la adolescencia… y digamos que estuve más preocupado/ocupado de otras cosas que de leer. Además, en términos estrictamente crematísticos fue mi adolescencia una época particularmente jodida: fumador precoz, bebedor de fin de semana y aficionado a los tebeos… muchos vicios para 300 pesetas a la semana si las notas acompañaban (que no era el caso, para más inri). Pero, oh, de repente, como maná del cielo, a últimos de mes siempre aparecían 2000 pesetas en mi mano. ¡2000 pesetas!

Son para sacarte el bono mensual para el tren, ¿eh? —especificaba nítidamente mi madre.
—Sí, mama —mentía yo.

Y esas 2000 pesetas para el bono mensual, demasiadas definitivamente para un trozo de cartulina amarilla con tu DNI escrito a boli, se convertían automáticamente en mi paga extra, en mi bolsa de resistencia, en mi fondo de reptiles, en mi salvación. A cambio solo debía ir el resto del mes de colada en el tren, ni tan mal. Así fue como el casi hasta la indigencia misérrimo adolescente de Margen Izquierda que fui —que en el fondo siempre seré— consiguió dinero para seguir comprando cómics (el Spiderman de McFarlane, la Patrulla-X de Claremont…). Mis lecturas de esa época: las Crónicas de la Dragonlance (que me encantaron), El señor de los anillos (que me pareció un tostón ultradescriptivo, aún hoy no trago a Tolkien), los mitos de Chtuluh de Lovecraft, y algún que otro libro de más empaque que iba rescatando de las abigarradas estanterías de mi casa: La ciudad de la alegría de Lapierre, La insoportable levedad del ser de Kundera, Por quién doblan las campanas de Hemingway, Misericordia de Galdós, Tartufo de Moliere, Papillón de Carriere, Réquiem por un campesino español de Sender, La buena tierra de Pearl S. Buck, etc. La verdad es que tenía en mi propio hogar un buen fondo de armario. 

Pero si he de elegir una lectura de adolescencia que me marcó, que me tocó hondo, fue El club de los poetas muertos de N. H. Kleinbaum. Probablemente será una obra menor, o tramposa, o maniquea, pero me da igual, no me avergüenza reconocerlo… en aquel momento quinceañero la leí de un tirón, me habló de mí mismo y agitó mi anterior como ninguna lectura lo había hecho hasta entonces. En mi radiocasete sonaban noche y día A night at the opera de Queen, Violator de Depeche Mode, Disintegration de The Cure y Zooropa de U2.

Y como quien no quiere la cosa, crecí, me hice legal —que no moralmente— adulto, y el cuerpo me pedía más y más. Y entre cosas que me dejaron amigos (La tregua de Benedetti, El camino de Delibes…) y cosas que iba sacando de la biblioteca de Sestao (me divertí mucho cuando descubrí a Bukowski y Fante, me maravillé con Unamuno a través de Niebla, flipé con la trilogía de Auschwitz de Primo Levi…), las lecturas crecían y crecían. Además, gracias a trabajos esporádicos comencé a gozar de cierto escaso poder adquisitivo y pude culminar los imprescindibles de cómics que había ido dejando cojos a falta de vil metal: Watchmen, V de Vendetta, The Sandman, Black Orchid... Los dos más grandes de aquella época fueron sin duda Alan Moore (de quien aún sigo comprando compulsivamente todo lo que hace, de nuevo el TOC) y Neil Gaiman. Todavía conservo los originales de aquellos cómics que editó Zinco por primera vez. En la radio sonaban Guns´n Roses y grupos grunge que nunca me acabaron de convencer del todo, mientras yo descubría a Serrat, a Sabina, a Victor Jara, y me iba de concierto hasta Barcelona para ver a U2 (año 1997, Placebo de teloneros).

Y el tiempo prosiguió. Y con él las lecturas. Y así llegaron los que considero los más grandes. Pessoa y su Libro del desasosiego. Dostoievski y sus hermanos Karamazov (y, ¡oh!, Noches blancas). Scott Fitzgerald y sus hermosos y malditos. Steinbeck y sus uvas de la ira. Céline y su viaje al fin de la noche. Kenzaburo Oé y su cuestión personal. Y los relatos y el teatro de Chejov (mención especial para las líneas finales de El tío Vania y Las tres hermanas). Y la inolvidable disertación amorosa de Carson McCullers en La balada del café triste. Y la siempre hilarante y divertida crítica social de Gogol. Y el realismo sucio y desesperanzado de Thom Jones, Kjell Askilden y Ray Pollock. Y los futuros distópicos de Zamiatin, Orwell y Huxley. Y los alegatos antibelicistas de Trumbo y Vonnegut. Y la eterna espera de Buzzati. Y la lucidez impía de Saramago. Y las historias siempre trágicas y emocionantes de Zweig. Y los justos de Camus. Y las ciudades de Calvino. Y las estrellas de Lem. Y tantos y tantos…

La lista a estas alturas no es interminable, pero sí extensa. Menos de lo que me gustaría, no obstante. También han ido evolucionando mis gustos en cómics, creo, hacia terrenos más europeos e independientes, y en estos años he leído unos cuantos excelentes: Blankets de Craig Thompson, El arte de volar de Altarriba y Kim, la serie de Paul de Rabagliati, el Paracuellos de Carlos Giménez, el siempre seguro de calidad Luis Durán, y muchos más que no tendría tiempo aquí de reseñar. Además, con el tiempo he dado cabida a la poesía, a la que tenía semiolvidada, y he disfrutado como un loco de poetas tan grandes como Pessoa, Alejandra Pizarnik, Marina Tsvetaieva, Kavafis, Karmelo Iribarren, Luis Alberto de Cuenca, Manuel Altolaguirre, Kirmen Uribe, y tantos otros que se me estaban escapando —que todavía se me escapan— por pura ignorancia (internet ha sido un cauce muy útil, por cierto, para estos hallazgos). En mi reproductor de mp3 ahora suenan mucho los Smiths y Nacho Vegas, señal tal vez de que a estas alturas me he vuelto un ser más triste, o quizá tan sólo más lastimero.

Pero a lo que vamos: con el carácter ecléctico de siempre, sigo leyendo. Sin un orden, sin un patrón, solo por el placer de leer, y lo seguiré haciendo. Pero sirvan estas líneas, este corolario a esta biografía lectora, como agradecimiento a todos aquellos que lo hicieron posible y sentaron las bases del lector en que me he convertido. Así, quede dicho:

¡GRACIAS A MI FAMILA POR AQUELLOS PRIMEROS “PULGARCITOS”!
¡GRACIAS A MIKEL Y SU BIBLIOTECA DEL COLEGIO DE LA SALLE DE SESTAO POR EXISTIR!
¡GRACIAS A MI MADRE POR EL EXCELENTE FONDO DE ARMARIO LITERARIO QUE TENÍA EN CASA!
¡GRACIAS A LOS AMIGOS, NOVIAS, COMPAÑEROS DE TRABAJO… QUE COMPARTIERON CONMIGO SUS LECTURAS FAVORITAS!
¡GRACIAS A LOS LIBREROS QUE SUPIERON DESCUBRIRME AUTORES QUE DESCONOCÍA Y A AQUELLOS QUE SUPIERON ENCONTRAR MIS EXIGENCIAS MÁS BIZARRAS! (un abrazo especial para aquel dependiente rastafari de la FNAC-Zaragoza que se equivocó conmigo y se pensó algo que no era cuando le pedí el Maurice de Forster) ;P
¡GRACIAS A LA GUAPA BIBLIOTECARIA DE MUSKIZ QUE NUNCA SE ENFADA CUANDO LE LLEVO CON MUUUUUCHO RETRASO TODOS LOS LIBROS QUE ME LLEVO!
¡GRACIAS A LOS PEQUEÑOS EDITORES QUE ARRIESGAN Y RESCATAN DEL OLVIDO OBRAS QUE VALEN MUCHO LA PENA!
¡GRACIAS A INTERNET, Y SUS DESCONOCIDOS, Y SUS CRÍTICAS, Y SUS BLOGS, Y SUS PÁRRAFOS ESCOGIDOS… QUE SIRVEN DE BRÚJULA PARA TODOS ESOS NUEVOS DESCUBRIMIENTOS!

Gracias a todos, de verdad. Mi trastorno obsesivo-compulsivo está en deuda con vosotros. Pero eternamente agradecido por el mismo, en serio.